»Esta bárbara costumbre de cortar la cabeza á sus enemigos costumbre que disculparíamos si se tratara de los pueblos salvages de las islas de la Polinesia, o de las tribus feroces que habitan los bosques de América, existe entre los montenegrinos desde tiempo inmemorial y no parece que cesará tan pronto, á pesar de los generosos esfuerzos de algunos europeos para poner un término á estas atrocidades. Mientras que los montenegrinos sean vecinos de los turcos, se renovarán estas escenas de barbarie. Reina entre ambos pueblos un odio encarnizado, implacable hace ya muchos siglos: á cada momento aparecen incursiones sobre el territorio enemigo y los saqueos y las devastaciones mas inusitadas. En Montenegro, en el acto de nacer un niño, todos forman votos sobre su cuna, entre los cuales figura invariablemente el de: De cualquier modo que sea, para siempre, odio irreconciliable con los turcos, y otros deseos que concuerdan mal con el primero. «¡Que su alma sea dulce como la claridad de la luna! ¡Que la miel corra por su corazon, y que siempre esté sano como la mejor encina de nuestros bosques!» Subamos á una de las rocas que forman la línea de la demarcacion entre los dos paises, y dirijamos la vista hácia las campiñas de acá y allá, y veremos á un lado labradores montenegrinos, y al otro lado el mismo espectáculo. A la primera señal, as primer alerta, nuestros labradores ponen sus bueyel en completa seguridad, y corren al punto amenazado se emprende un combate encarnizado, y luego todos regresan á sus casas con las cabezas de sus enemigos en las puntas de sus picas. Un viagero inglés, sir Gadner Wilkinson, que en estos últimos tiempos ha visitado la Dalmacia y el Montenegro, y cuya relacion de viage (Dalmatia and Montenegro with a journe - to Mostar in Herzegobina, and remarks on the slay voni nations), nos ha servido de guia para este trabajo, refiere que al llegar á Cettique, la capital del pais distinguió una roca cuya vista le llenó de hor—
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