jueves, octubre 04, 2007

Viage ilustrado (Pág. 83)

miento de todos los negocios y procesos que intervie­nen entre las personas que ejercen las diferentes artes y oficios. Tiene la inspeccion general de los granos y otros géneros que llegan para el abastecimiento de la ciudad, para lo cual debe ir de cuando en cuando á los distintos mercados, examinando los comestibles que se venden y verificando los pesos y medidas. Castiga en el acto con palos á los que encuentra con pesos falsos ó con mercancias averiadas, y algunas veces les hace aplastar una oreja contra la puerta de la tienda.
A las mezquitas imperiales están agregados ciertos colegios, á los cuales acuden de todos los puntos del imperio jóvenes para instruirse en las leyes del profe­ta, en la jurisprudencia religiosa y criminal, y para conocer todas las opiniones y sutilezas de los comen­tadores del Coran. Despues de haber sufrido varios examenes, y cuando ya se les juzga suficientemente instruidos, se les da el grado de profesores. Los que no quieren seguir el profesorado y obtener el grado eminente de mollah, solicitan una plaza de kadí ó juez de asuntos contenciosos de una ciudad pequeña. Los destinados á los mas importantes cargos, como á los de mollah, kadilesker y muphtí pasan despues de numerosos exámenes á la mezquita de Suleïmainch ó de Soliman I, y esperan que la antigüedad, el mérito ó el favor les coloquen.
Las dos fiestas del beiram son las únicas religiosas que tienen los musulmanes, la una dura un dia y la otra cuatro. La celebracion de estos dos beirams se hace siempre con el mas pomposo aparato, visítanse los parientes y amigos, aunque no se ve ninguno de esos placeres publicos que caracterizan un dia de fiesta en las demos naciones de Europa. Naturalmente religiosos, y sobre todo muy atentos al cumplimiento de los deberes del culto esterior, los mahometanos se entregan de una manera mas particular todavía á los ejer­cicios piadosos durante la luna del Ramazan, ayunando rigorosamente todo el dia, y consagrando la mayor parte de la noche á la plegaria y á los actos de penitencia.
Si el poder judicial reside al propio tiempo que el religioso en manos de los oulemas, los pachaes por su parte reasumen el poder militar y el administrativo: son gobernadores, comandantes militares, comandan­tes de su provincia, y por un abuso, estremadamente perjudicial á los intereses del pueblo, la mayor parte de ellos tienen facultades absolutas respecto de los im­puestos. El mutselim es un vice-gobernador ó lugar­teniente de pachá, y el waivod es gobernador de una provincia pequeña, ó de una ciudad que no forma parte de ningun pachalato.
Los kodjakianes ó gente de pluma componen un cuerpo numeroso, especialmente en la capital, y vienen a ser la profesion intermedia entre los militares y los hombres civiles, hallándose muy considerada y siendo todo lo instruida que en Turquía pudiera desearse. Casi todos los ministros, todos los empleados en los diversos ramos de la administracion, en las aduanas, en las mezquitas, todos los maestros de es­cuela, todos los escribientes, en fin, desde el simple kiatib que copia los libros y las memorias, y el que se dedica á escribir pura y correctamente la lengua, hasta el reis—effendi, que es el gefe, todos se desig­nan con el nombre de kodja ,y forman parte de esta especie de corporacion.
El arte de trascribir los libros nacionales, y sobre todo el Coran, es la cúspide de la ciencia para gente que acabamos de mencionar. El número de copistas de libros es prodigioso en la capital. Los jóvenes que no tienen fortuna y que quieren abrazar este estado, despues de haber aprendido á escribir y leer en las escuelas, se dedican á vender y copiar libros y á hacer memoriales para los que lo solicitan.
Los musulmanes deben á los kodjas un gran número de obras estimadas entre ellos en persa y árabe, relativas á la filosofía, á la moral, á la historia mahometana y á la geografía de sus provincias; y en su seno se encuentran ordinariamente los hombres de Estado mas instruidos y los mas aptos para adminis­trar. El temor de privar de su ganancia este enorme número de copistas, la oposicion de casi todos los es­cribientes poderosos, la repugnancia de los abogados á dejar que se impriman el Coran y los demas libros de religion, y sin duda tambien la aversion que mues­tran los musulmanes á las artes europeas, son otras tantas causas que concurren paro impedir que la imprenta se establezca entre ellos de una manera sólida.
Cada arte, cada oficio se halla sometido á leyes particulares, y los que lo ejercen constituyen corpora­ciones distintas y separadas. Al alba se abren todas las tiendas, y cuando entra la noche se cierran con la misma regularidad. El trabajo manual y las operacio­nes mercantiles no esperimentan nunca la menor interrupcion, esceptuando el tiempo que duran las dos fiestas del beiram. Todos los súbditos del imperio ha­cen indistintamente el comerció interior, que consiste en cambiar frutos naturales é industriales, ó unas pro­ducciones por otras. Frecuentes y numerosas caravanas recorren en toda su estension el imperio, y una multitud de buques pueblan los mares y los rios navegables. Los griegos, los armenios y los judíos tienen tambien parte en este comercio interior; pero en cuan­to al esterior, se halla casi enteramente en manos de los estrangeros.
Aunque no se encuentre la agricultura en estado próspero entre los otomanos, es sin embargo muy sufi­ciente para que cada provincia libre su subsistencia en el producto mismo de sus tierras, y los paises mas fér­tiles, como la Valaquia, la Moldavia, la baja Anato­lia, la Siria, etc. envian todos los años su sobrante á los cantones mas estériles y montañosos.
Cuando un europeo llega á Turquía, lo que prin­cipalmente le choca en sus habitantes es el contraste casi absoluto de sus costumbres con las nuestras, de tal manera que se diria que las diferencias eran estu­diadas hasta en los detalles mas pequeños. Nótase en los semblantes y en los gestos un esterior religioso, y no se ve por las calles mas que manos armadas de rosarios. Los orientales tienen un aire grave y flemático en todo cuanto dicen y hacen, y en vez de la alegría y franqueza que en nuestros rostros se ven por lo comun pintadas, ellos espresan la calma, la austeridad y la melancolía, y rara vez se les ve reir. Si hablan, es sin animacion, sin pasion, escuchan sin interrum­pir, cualidad que, dicho sea de paso, nos hace bue­na falta á nosotros, y guardan silencio dias enteros; cuando andan, es pausadamente y para desempeñar sus asuntos; desconocen el paseo, y sentados siempre, pasan asi el dia, meditando, con las piernas cruza­das, la pipa en la boca, y casi sin cambiar de pos­tura.
A las leyes canónicas deben los musulmanes este género de vida uniforme, ó mas bien, apática, que

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