el Montenegro. Su estension tiene unas 50 millas de Norte á Sudoeste y 30 del Este al Oeste. Se divide en ocho departamentos ó nahias, gobernados por sirdares y wiades, dignidades hereditarias en ciertas familias y puramente honoríficas. Por lo demas, ninguna funcion es retribuida en este pais. ¡Dichoso pais! Los nahias se dividen en comunes ó plemenas, regidas por knés, es decir, condes y berahdares ó portaestandartes. He aqui el nombre de ocho nahias con el número de sus comunes y la cifra de su poblacion:— 1.ª Tchernitza, siete comunes, 12,000 habitantes.— 2.ª Katuuska ó Cattuni, nueve comunes, 34,000 habitantes.— 3.ª Rieska, cinco comunes, 11,300 habitantes. — 4.ª Liessauska, tres comunes, 4,000 habitantes.—5.ª Belopawlichi, tres comunes, 14,000 habitantes. — 6.ª Piperi, tres comunes, 8,500 habitantes. — 7.ª Moraca, tres comunes, 9,100 habitantes.— 8.ª Kutska, cinco comunes, 16,300 habitantes, lo cual constituye una poblacion de cerca de 100,000 almas. El número de los habitantes se ha aumentado considerablemente desde 1692, época en la cual el pais no contaba mas que 13,498, segun la estadística hecha por Geromo Delfin en la república de Venecia. ¿A qué deberá atribuirse este prodigioso acrecentamiento de poblacion? A la tiranía de los turcos, que han obligado á comunes enteros á buscar un asilo detrás de las montañas inatacables del Montenegro, en medio de un pueblo enemigo natural de los otomanos.
»El estrangero que atraviesa el Montenegro queda asombrado al recibir en casa de estos rudos montañeses una hospitalidad tan franca y tan cordial. Se le prodigan señales de ternura; los hombres le abrazan de la manera mas familiar, lo cual dejó estupefacto á Wilkinson, porque los montenegrinos no solamente besan en las megillas sino hasta en los labios. «Distribuyen, nos dice el viagero, estos signos de afeccion con una pródiga generosidad. Cuando me encontraba á punto de sufrir estos actos de amistad, y no veia ningun medio de escaparme, entonces giraba mi cabeza hácia otro lado para evitar el beso de este amigo improvisado, yo debería decir mas bien de este enemigo, y solo permanecia impasible cuando aquel era mas moderado en sus demostraciones amistosas; pero tenia que entablar sobre la marcha alguna conversacion para no darle tiempo de que se admirase de mi estraño comportamiento.» Las mugeres, al contrario, se limitan á besaros la mano, lo cual hace esclamar á nuestro autor «Mejor seria que los papeles se cambiaran,» Pero yo pregunto á Mr. Wilkinson si ganaria realmente en el cambio, porque la naturaleza se ha mostrado muy avara en sus dones para las mugeres del Montenegro. «Son feas, dice el general de Vaudoncourt (Historia y descripcion del Montenegro), y su tez tiene cierta cosa repugnante. Solamente en las costas es donde se encuentran, en Dalmacia y en la Alta Albania, mugeres bastante bellas que conservan rasgos visibles de su origen griego ó italiano.» Por lo demas, los duros trabajos que se las imponen destruyen bien pronto la belleza de sus facciones, la gracia y la frescura de su rostro. Las mugeres entre los montenegrinos esperimentan una especie de esclavitud, y delante de un estrangero nunca se habla de ellas; pero si por una casualidad el marido se ve obligado á nombrar á su esposa, tiene cuidado de escusarse de ello por medio de estas fórmulas, os pido perdon; salvo vuestro respeto, y otras cosas semejantes. Las mugeres se encargan de los trabajos del campo, excepto del cuidado de la labor; ellas trasladan los fardos, y fardos talmente pesados, que un hombre de nuestros paises de Asturias ó Galicia sucumbiria bajo su peso. Durante este tiempo el marido reposa delante de su cabaña, fumando perezosamente en su pipa, the pipe idleuess, como dice Mr. Wilkinson, entonando algunas de aquellas canciones donde están pintadas las hazañas de los montenegrinos contra los turcos. Su única ocupacion, el único oficio que cree digno de él es el hacer las incursiones sobre el territorio otomano.
»Es bastante singular, cuando se sabe de que manera tratan los montenegrinos á sus mugeres, y qué penosos trabajos las someten, oir á Mr. Vialla de Sommieres esclamar con entusiasmo: «¡Oh, sexo á quien un corazon bien colocado debe honrar y querer! ¡Cuán digno de estimacion es este pueblo que tan bien sabe apreciar tus virtudes y reconocer tu verdadero imperio!» Y nuestro viagero parte de aqui para lanzarse en una pomposa tirada: «Sí, sin tí, sexo consolador, sin tus miradas animosas, etc., etc,,» donde reina un sentimiento esquisito de galantería, tal como puede esperarse de un gefe militar español, pero que no nos parece exacto, cuando se trata del Montenegro.
«El trage las mugeres en los días festivos consiste en una ancha bata con corpiño sin mangas, abierta por delante, que desciende casi hasta los tobillos y guarnecida de diferentes adornos, con trenzas de colores, etc.; las guarniciones son de oro por deslante; en derredor del cuello se ponen cadenas, medallas de oro, collares; llevan bucles y magníficos pendientes en sus orejas, y el cabello por detrás se lo trenzan de una manera particular. Las jóvenes solteras se ponen en la cabeza una especie de cinta encarnada, adornada por delante con una cantidad de medallas turcas de plata, de pazas escalonadas las unas sobre las otras, de donde desciende sobre los hombros un velo bordado. Las mugeres casadas llevan una cinta parecida, escepto las pazas, que se reemplazan con una cinta de seda negra, ó con una venda con guarniciones doradas. Su camisa aparece bordada sobre el pecho, así como sus anchas mangas; algunas veces estas caen hasta los tobillos. Su calzado es lo mismo que el de los morlacos, es decir, sandalias, llamadas opanche, de cuero de buey. Estos opanches son indispensables para todo el que quiera recorrer los senderos dificiles del Montenegro; cuando uno se acostumbra á este calzado, dice Mr. Wilkinson, se prefiere á cualquiera otro.
«Se concibe que la vida que tienen las mugeres del Montenegro debe hacerlas estraordinariamente robustas. Por eso lo que es para las mugeres de otro paises causa de violentos dolores, no es mas que un juego para ellas. Durante el tiempo de su preñez, no interrumpen para nada sus trabajos habituales, paren en el mismo parage donde se hallan y muy á menudo en medio de los campos, sin socorros de ninguna especie y sin proferir una queja. Cuando han vueltos á tomar el uso de sus sentidos envuelven al recien nacido y le llevan para lavarle en la fuente mas cercana, ó simplemente en el arroyo mas inmediato. En la ceremonia del bautismo, el padre coloca al lado de la criatura, en caso de que esta sea un varon, pistolas, un yatagan, etc., á fin de que sus ojos se acostumbren á la vista de las armas que algun dia manejará él mismo. Educado de esta manera, el jóven montenegrino llega á ser digno émulo de su padre. El tra—
»El estrangero que atraviesa el Montenegro queda asombrado al recibir en casa de estos rudos montañeses una hospitalidad tan franca y tan cordial. Se le prodigan señales de ternura; los hombres le abrazan de la manera mas familiar, lo cual dejó estupefacto á Wilkinson, porque los montenegrinos no solamente besan en las megillas sino hasta en los labios. «Distribuyen, nos dice el viagero, estos signos de afeccion con una pródiga generosidad. Cuando me encontraba á punto de sufrir estos actos de amistad, y no veia ningun medio de escaparme, entonces giraba mi cabeza hácia otro lado para evitar el beso de este amigo improvisado, yo debería decir mas bien de este enemigo, y solo permanecia impasible cuando aquel era mas moderado en sus demostraciones amistosas; pero tenia que entablar sobre la marcha alguna conversacion para no darle tiempo de que se admirase de mi estraño comportamiento.» Las mugeres, al contrario, se limitan á besaros la mano, lo cual hace esclamar á nuestro autor «Mejor seria que los papeles se cambiaran,» Pero yo pregunto á Mr. Wilkinson si ganaria realmente en el cambio, porque la naturaleza se ha mostrado muy avara en sus dones para las mugeres del Montenegro. «Son feas, dice el general de Vaudoncourt (Historia y descripcion del Montenegro), y su tez tiene cierta cosa repugnante. Solamente en las costas es donde se encuentran, en Dalmacia y en la Alta Albania, mugeres bastante bellas que conservan rasgos visibles de su origen griego ó italiano.» Por lo demas, los duros trabajos que se las imponen destruyen bien pronto la belleza de sus facciones, la gracia y la frescura de su rostro. Las mugeres entre los montenegrinos esperimentan una especie de esclavitud, y delante de un estrangero nunca se habla de ellas; pero si por una casualidad el marido se ve obligado á nombrar á su esposa, tiene cuidado de escusarse de ello por medio de estas fórmulas, os pido perdon; salvo vuestro respeto, y otras cosas semejantes. Las mugeres se encargan de los trabajos del campo, excepto del cuidado de la labor; ellas trasladan los fardos, y fardos talmente pesados, que un hombre de nuestros paises de Asturias ó Galicia sucumbiria bajo su peso. Durante este tiempo el marido reposa delante de su cabaña, fumando perezosamente en su pipa, the pipe idleuess, como dice Mr. Wilkinson, entonando algunas de aquellas canciones donde están pintadas las hazañas de los montenegrinos contra los turcos. Su única ocupacion, el único oficio que cree digno de él es el hacer las incursiones sobre el territorio otomano.
»Es bastante singular, cuando se sabe de que manera tratan los montenegrinos á sus mugeres, y qué penosos trabajos las someten, oir á Mr. Vialla de Sommieres esclamar con entusiasmo: «¡Oh, sexo á quien un corazon bien colocado debe honrar y querer! ¡Cuán digno de estimacion es este pueblo que tan bien sabe apreciar tus virtudes y reconocer tu verdadero imperio!» Y nuestro viagero parte de aqui para lanzarse en una pomposa tirada: «Sí, sin tí, sexo consolador, sin tus miradas animosas, etc., etc,,» donde reina un sentimiento esquisito de galantería, tal como puede esperarse de un gefe militar español, pero que no nos parece exacto, cuando se trata del Montenegro.
«El trage las mugeres en los días festivos consiste en una ancha bata con corpiño sin mangas, abierta por delante, que desciende casi hasta los tobillos y guarnecida de diferentes adornos, con trenzas de colores, etc.; las guarniciones son de oro por deslante; en derredor del cuello se ponen cadenas, medallas de oro, collares; llevan bucles y magníficos pendientes en sus orejas, y el cabello por detrás se lo trenzan de una manera particular. Las jóvenes solteras se ponen en la cabeza una especie de cinta encarnada, adornada por delante con una cantidad de medallas turcas de plata, de pazas escalonadas las unas sobre las otras, de donde desciende sobre los hombros un velo bordado. Las mugeres casadas llevan una cinta parecida, escepto las pazas, que se reemplazan con una cinta de seda negra, ó con una venda con guarniciones doradas. Su camisa aparece bordada sobre el pecho, así como sus anchas mangas; algunas veces estas caen hasta los tobillos. Su calzado es lo mismo que el de los morlacos, es decir, sandalias, llamadas opanche, de cuero de buey. Estos opanches son indispensables para todo el que quiera recorrer los senderos dificiles del Montenegro; cuando uno se acostumbra á este calzado, dice Mr. Wilkinson, se prefiere á cualquiera otro.
«Se concibe que la vida que tienen las mugeres del Montenegro debe hacerlas estraordinariamente robustas. Por eso lo que es para las mugeres de otro paises causa de violentos dolores, no es mas que un juego para ellas. Durante el tiempo de su preñez, no interrumpen para nada sus trabajos habituales, paren en el mismo parage donde se hallan y muy á menudo en medio de los campos, sin socorros de ninguna especie y sin proferir una queja. Cuando han vueltos á tomar el uso de sus sentidos envuelven al recien nacido y le llevan para lavarle en la fuente mas cercana, ó simplemente en el arroyo mas inmediato. En la ceremonia del bautismo, el padre coloca al lado de la criatura, en caso de que esta sea un varon, pistolas, un yatagan, etc., á fin de que sus ojos se acostumbren á la vista de las armas que algun dia manejará él mismo. Educado de esta manera, el jóven montenegrino llega á ser digno émulo de su padre. El tra—
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