miércoles, octubre 10, 2007

Viage ilustrado (Pág. 87)

un presente á algun visir ó á algun pachá de cuya conducta estuviere satisfecho, y esto se consideraba como uno de los mayores favores. En cuanto á las mu­geres, tenian el derecho de usar lo que quisieran sin mas regla que su gusto y capricho, pues aunque el bello sexo no es tratado en este pais seguramente con mucha galantería, tiene, sin embargo, varias inmunidades. Actualmente el deseo de asimilarse á las na­ciones europeas, ha decidido á los turcos á abandonar su rico y hermoso trage nacional, por lo cual llevan todos uniformemente el zapato, el pantalon y la levita de paño, conservando únicamente de su antiguo trage una especie de capa de lana encarnada y el clá­sico turbante.
Las mugeres aman el lujo con frenesí, y aunque son raras las ocasiones que tienen para lucir, se cargan de cuantas riquezas pueden, y apenas habrá al­guna que no tenga zarcillos, brazaletes, collares y cin­turones de plata y oro. En las de clases elevadas estos adornos son de perlas finas, diamantes y pedrería, y su lujo es tan exagerado á veces, que llevan cinco ó seis sortijas al mismo tiempo, ostentando en la cabeza adornos de flores de diamantes, de rubíes y de esme­raldas. Las mugeres de la clase media llevan al cue­llo largas cadenas de oro que bajan hasta la mitad del cuerpo, componiéndose algunas de 60 á 80 monedas nuevas, ó de medallas de diferentes hechuras. Tambien es costumbre en las señoras elevadas, llevar en la mano un enorme rosario, cuyas cuentas son ordina­riamente de jaspe, ágata, ámbar blanco ó coral.
Cuando las mugeres salen van envueltas en una larga túnica, con el rostro cubierto con dos velos de muselina, el primero que parte de la nariz y baja has­ta la cintura, tapándole el pecho, y el segundo que tapa la cabeza hasta los párpados, formando todo un conjunto tal que apenas se divisan los ojos.
En los puntos del imperio en que se conserva to­davía el trage antiguo, las leyes que reglamentaban en otro tiempo el uso de los colores subsisten aun, y son, como antes, rigorosamente observadas. El verde es el principal y el mas distinguido, pues viene á ser un color sagrado que no pertenece mas que á los des­cendientes del Profeta; el turbante negro es para los judíos, y el blanco y el encarnado son los que llevan la mayor parte de los musulmanes.
Entre lo mucho que se ha escrito acerca de la Turquía europea, adicionamos las observaciones que ha hecho un viagero francés sobre la gran ciudad de Constantinopla, con lo cual quedará aun mas completa la relacion que hacemos respecto á las costumbres de este pais.
»Si le fuera dable al viagero que solo va una vez á aquellos sitios el disponer á su antojo la época y ho­ra de su llegada á Constantinopla, yo le aconsejaria doblase la punta del Serrallo en los momentos de la salida del sol en un hermoso dia de mayo, ó mejor aun llegar por la noche, á la claridad de la luna, durante las fiestas del Ramazan.
»Este espectáculo; para decirlo de una vez, es tan hermoso, que es preciso verle en todas las horas y épocas del año para gozar completamente del placer que procura una larga permanencia en aquellos encan­tadores parages. Pero hoy solo tratamos de reproducir la viva impresion que causa la primera vista de aquella ciudad que un poeta francés ha caracterizado tan perfectamente diciendo que alli acaba la Europa y empieza el Asia.
»Al desembocar la Propontide ó mar de Mármara, aparece la triple ciudad de Constantinopla: Stamboul, Scutari y Galata. El buque avanza repeliendo con trabajo las corrientes de la costa de Europa. Ya sobre la izquierda entre una neblina morada aparece el cas­tillo de las Siete—Torres, esa bastilla de los sultanes, luego los arrabales y las tan pintorescas murallas que se sumergen en el mar, y sobre todo esto las almenas desde las cuales se distinguen los edificios, los árboles, las cúpulas y los minaretes.
»De alli á poco seguimos al pie de los muros del Seraï, ese palacio misterioso, célebre en la historia y tan dramático de los emperadores turcos; teatro de placeres, de voluptuosidades y de sangrientas intrigas. Desde lo alto de aquellos terrados que la espesa capa de verdura que cubre sus bordes parece disminuir su elevacion. ¡Cuántas víctimas de la política otomana han sido precipitadas en las ondas!
»A la derecha, sobre la costa de Asia, se descubre Scutari, la antigua Chrysópolis, la ciudad de oro, vas­to depósito de las mercaderías que las principales ciu­dades del Asia Menor dirigen á la capital. Un faro co­locado sobre una roca aislada, que los turcos llaman Kiz—Kouleci, Torre de la Hija, se alza sobre las olas. Enfrente, el Bósforo con las risueñas aldeas y graciosos kioskos que pueblan sus orillas huye serpenteando; pero deslicémonos aun algunos momentos sobre aquellas aguas de azul jaspeadas de oro, y entraremos en aquel puerto maravilloso atestado de barcos de todos los paises; verdadero bosque de mástiles sobre cuya izquierda se prolongan, en admirable perspectiva, las onduladas lineas de Stamboul con su profesion de mezquitas y de elegantes minaretes, de jardines y de palacios.
»Apenas se paran las ruedas del vapor, una nube de lanchas trata de tomarla por asalto; son oficiosos encargados que os ofrecen targetas de fondas ó posa­das, y que, sin aguardar contestacion, se disputan ya vuestro equipage y vuestra persona; plaga que empie­za para el viagero desde que ha penetrado en los paí­ses meridionales.
»Para desembarcar, subir la montaña de Pera é instalarse en la fonda se necesita cerca de una hora. Si viajais por diversion solo, esto es, si tratais de permanecer quince días para verlo todo sin comprender nada, y poder hablar luego de la misma manera de los paises recorridos, ireis á habitar cualquier posada; pero si sois artista, es decir, si quereis ver concienzu­damente y reproducir lo mismo que hayais visto, tratad de buscar habitacion en una casa particular, que hallareis fácilmente, y así evitareis el gasto supérfluo y el ruido insoportable de las moradas comunes.
»Lo primero que trata de hacer todo el que llega á Constantinopla es ir al bazar; lo demas se ve al paso; porque si permanece poco tiempo necesita lo primero proveerse de batas, de pantuflas, de pastillas del ser­rallo, de esencias de rosa y de jazmín, cosas todas de un interés de distinto género, como puede conocerse, que el que ofrecen los admirables monumentos de la ciudad. Sigamos pues á la multitud, obedeciendo á aquel impulso general, puesto que solamente tratamos de reproducir las impresiones de la primer ojeada.
»Bajando de Pera, único barrio donde pueden ha­bitar los francos, se embarca en uno de los muelles de Galata para atravesar el puerto. Una multitud de kaiks, apiñados unos contra otros, aguardan á los pasageros; pero es preciso tener cuidado al desembarcar,

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