nica. La jurisprudencia está ligada enteramente con la elocuencia del foro, y forma, por decirlo asi, parte la una de la otra. La tribuna francesa, que había dado ilustres oradores á las asambleas republicanas, ha dado á los tribunales dignos sucesores, y es inútil citar el número de los que en esta carrera se han distinguido.
Muchas de las voces que han defendido en la tribuna los intereses de la Francia, deben su superioridad á la costumbre de usar de la palabra en las luchas judiciales. En efecto, la tribuna política, muda en tiempo del imperio, se volvió á levantar mas tarde, cuando el gobierno constitucional abrió á los oradores esta nueva carrera. Los oradores mas notables han sido Benjamín Constant (1767―1830), Foy (1775―1825), Manuel (1775―1827), Lamarque (1770―1832), y otros varios bien conocidos de todos, que han figurado en los últimos acontecimientos de la nación vecina, entre los cuales descuella Lamartine.
La tribuna política francesa de nuestro tiempo, ha sido muy bien juzgada en los Estudios sobre los oradores parlamentarios, escritos por Mr. de Cormenin, obra maestra de crítica, de análisis, de apreciación y de estilo, que ha grangeado á su autor una reputación inmensa, aunque bajo el seudónimo de Timón, tenia ya adquirida bastante celebridad por sus folletos políticos, heredando la plaza que dejó vacante P. L. Curier (1773―1825) No creemos traspasar los límites del dominio de la elocuencia, citando al elocuente autor de tan ingeniosas sátiras.
En cuanto á la elocuencia sagrada, continúa en decadencia, y Mres. Lacordaire y de Ravignan, luchan en vano contra la indiferencia religiosa tan común en nuestros tiempos.
La historia ha quedado abandonada durante las luchas y los grandes sucesos de la regeneración social francesa, y fué tan estéril bajo el imperio, que no produjo otros trabajos que los de Sainte―Croix (1746—1809), de Daru (1765―1829), de Montlosier (1755―1838) y algunas Memorias, tales como las de Bourrienne (1769―1824), las del duque de Rovigo (1774―1833), del barón Fain (1778―1837), de Gohier, de Fauche―Borel (1762―1829.) En tiempo de la restauración fué todavia menor en esta parte el movimiento literario. La escuela monárquica, queriendo luchar contra los grandes recuerdos evocados por Norvins y Segur, quiso poetizar la edad media olvidada hasta entonces, para dar brillo á la causa de los Borbones con los recuerdos del oriflama. De aquí la Galia poética y el Tristan de Marchangy (1780―1826.)
Pero en medio de las luchas y de las disensiones políticas se habia levantado otra generación científica. Robustecida con sus estudios y con presencia de los sucesos, una nueva escuela trabajaba por marchar hacia un objeto común y por buscar en el origen y en el estudio de las viejas instituciones y de las viejas costumbres francesas la solución de los problemas fundamentales y la base de la historia de Francia. A Guizot y Thierry pertenece la gloria de haber llevado á cabo la revolución histórica del siglo XIX. Dotado de una sensibilidad profunda que se interesa por la vida de un pueblo como por la vida de un hombre, que se hace cargo de todos sus dolores y le sigue con un interés que no fatiga jamás al través de sus destinos, Mr. Thierry ha sabido pintar á los francos con todos los rasgos de su fisonomía enérgica y salvage. En las Cartas sobre la historia de Francia, que es la primera de sus obras, ha reconocido, puesto en su verdadero lugar, las franquicias y libertades del siglo XII. En la Historia de la conquista de Inglaterra por los normandos ha trazado la narración épica de la última y una de las mas importantes conquistas territoriales de la edad media, y siguiendo en sus diversas peripecias la lucha de los vencedores y de los vencidos, ha dado sentido y esplicado los sucesos que habian sido hasta ahora inesplicables en la historia de la Gran Bretaña.
En sus Relaciones de los tiempos merovingianos, ha hecho conocer por la primera vez los reyes y los hombres de la primera raza, los hábitos y costumbres de su vida privada, sus crímenes y su piedad salvage. En todos estos trabajos producidos en medio de padecimientos físicos, Mr. Thierry se ha manifestado constantemente un crítico eminente, cuando necesitaba rectificar y discutir las opiniones emitidas por otros, un erudito infatigable en la investigación de los sucesos, un grande escritor, y sin contradicción, el primer historiador francés de la época.
Mr. Guizot ha tratado la historia de Francia de una manera que recuerda á Montesquieu, no por la forma del estilo, sino por la manera de comprender las instituciones. Lo que mas distingue á Guizot es el espíritu generalizador, la mirada que lo abarca todo á un golpe de vista y que no es otra cosa que la pura abstracción de los hechos reales. Todo lo abraza á la vez, las instituciones y las ideas, la filosofía, el movimiento intelectual, la historia del pueblo, de la iglesia y de la corona. Su análisis, que abraza con facilidad los estremos de todas las cuestiones, es inatacable, á los ojos de la erudición mas minuciosa, y si su teoría del progreso continuo puede disputarse en ciertos puntos, no se le puede negar el mérito de haber constituido para la historia de Francia una filosofía que no se pierde como la de Herder ó de Vico ea una metafísica especulativa, y casi siempre inesplicable, ó bien en teorías que fuerzan el sentido de los sucesos para sostener un sistema anteriormente establecido.
Ademas de estos dos nombres, Thierry y Guizot, aparecen otros también célebres, pero por diverso camino. Mr. de Chateaubriand, que ha cubierto, según la espresion de un escritor que le admira, á pesar de la diferencia de opiniones, el osario de la nobleza y del clero con la magnífica cortina de su palabra. En sus Estudios históricos se ha conservado fiel á sus simpatías monárquicas, pero sin dejar de ser imparcial, y ha sabido disfrazar con acierto por la grandeza de su estilo y de sus ideas, lo que le falta algunas veces para completar el estudio positivo y la esplicacion de los textos.
Daunou (1761―1840) y Fauriel (1780―1845), nos parecen representar las últimas tradiciones del espíritu del siglo XVIII, claro y comprensivo, pero descargado de exageraciones injustas y apoyado sobre la ciencia mas sólida y mas vasta. Mr. Michelet, de amena erudición y de hábil colorido, ha presentado bajo una forma que algunas veces se acerca á la paradoja una gran porción de consideraciones importantes que dan un nuevo giro á un gran número de cuestiones. Michaud (1767―1840), en la Historia de las cruzadas, ha publicado un libro algo pesado quizá, y falto de elevación en algunos pasages, pero digno de aprecio bajo el punto de vista de la erudición positiva. Mr. Gerard, que desgraciadamente para la ciencia ha publicado bien poco hasta el presente, lo ha
Muchas de las voces que han defendido en la tribuna los intereses de la Francia, deben su superioridad á la costumbre de usar de la palabra en las luchas judiciales. En efecto, la tribuna política, muda en tiempo del imperio, se volvió á levantar mas tarde, cuando el gobierno constitucional abrió á los oradores esta nueva carrera. Los oradores mas notables han sido Benjamín Constant (1767―1830), Foy (1775―1825), Manuel (1775―1827), Lamarque (1770―1832), y otros varios bien conocidos de todos, que han figurado en los últimos acontecimientos de la nación vecina, entre los cuales descuella Lamartine.
La tribuna política francesa de nuestro tiempo, ha sido muy bien juzgada en los Estudios sobre los oradores parlamentarios, escritos por Mr. de Cormenin, obra maestra de crítica, de análisis, de apreciación y de estilo, que ha grangeado á su autor una reputación inmensa, aunque bajo el seudónimo de Timón, tenia ya adquirida bastante celebridad por sus folletos políticos, heredando la plaza que dejó vacante P. L. Curier (1773―1825) No creemos traspasar los límites del dominio de la elocuencia, citando al elocuente autor de tan ingeniosas sátiras.
En cuanto á la elocuencia sagrada, continúa en decadencia, y Mres. Lacordaire y de Ravignan, luchan en vano contra la indiferencia religiosa tan común en nuestros tiempos.
La historia ha quedado abandonada durante las luchas y los grandes sucesos de la regeneración social francesa, y fué tan estéril bajo el imperio, que no produjo otros trabajos que los de Sainte―Croix (1746—1809), de Daru (1765―1829), de Montlosier (1755―1838) y algunas Memorias, tales como las de Bourrienne (1769―1824), las del duque de Rovigo (1774―1833), del barón Fain (1778―1837), de Gohier, de Fauche―Borel (1762―1829.) En tiempo de la restauración fué todavia menor en esta parte el movimiento literario. La escuela monárquica, queriendo luchar contra los grandes recuerdos evocados por Norvins y Segur, quiso poetizar la edad media olvidada hasta entonces, para dar brillo á la causa de los Borbones con los recuerdos del oriflama. De aquí la Galia poética y el Tristan de Marchangy (1780―1826.)
Pero en medio de las luchas y de las disensiones políticas se habia levantado otra generación científica. Robustecida con sus estudios y con presencia de los sucesos, una nueva escuela trabajaba por marchar hacia un objeto común y por buscar en el origen y en el estudio de las viejas instituciones y de las viejas costumbres francesas la solución de los problemas fundamentales y la base de la historia de Francia. A Guizot y Thierry pertenece la gloria de haber llevado á cabo la revolución histórica del siglo XIX. Dotado de una sensibilidad profunda que se interesa por la vida de un pueblo como por la vida de un hombre, que se hace cargo de todos sus dolores y le sigue con un interés que no fatiga jamás al través de sus destinos, Mr. Thierry ha sabido pintar á los francos con todos los rasgos de su fisonomía enérgica y salvage. En las Cartas sobre la historia de Francia, que es la primera de sus obras, ha reconocido, puesto en su verdadero lugar, las franquicias y libertades del siglo XII. En la Historia de la conquista de Inglaterra por los normandos ha trazado la narración épica de la última y una de las mas importantes conquistas territoriales de la edad media, y siguiendo en sus diversas peripecias la lucha de los vencedores y de los vencidos, ha dado sentido y esplicado los sucesos que habian sido hasta ahora inesplicables en la historia de la Gran Bretaña.
En sus Relaciones de los tiempos merovingianos, ha hecho conocer por la primera vez los reyes y los hombres de la primera raza, los hábitos y costumbres de su vida privada, sus crímenes y su piedad salvage. En todos estos trabajos producidos en medio de padecimientos físicos, Mr. Thierry se ha manifestado constantemente un crítico eminente, cuando necesitaba rectificar y discutir las opiniones emitidas por otros, un erudito infatigable en la investigación de los sucesos, un grande escritor, y sin contradicción, el primer historiador francés de la época.
Mr. Guizot ha tratado la historia de Francia de una manera que recuerda á Montesquieu, no por la forma del estilo, sino por la manera de comprender las instituciones. Lo que mas distingue á Guizot es el espíritu generalizador, la mirada que lo abarca todo á un golpe de vista y que no es otra cosa que la pura abstracción de los hechos reales. Todo lo abraza á la vez, las instituciones y las ideas, la filosofía, el movimiento intelectual, la historia del pueblo, de la iglesia y de la corona. Su análisis, que abraza con facilidad los estremos de todas las cuestiones, es inatacable, á los ojos de la erudición mas minuciosa, y si su teoría del progreso continuo puede disputarse en ciertos puntos, no se le puede negar el mérito de haber constituido para la historia de Francia una filosofía que no se pierde como la de Herder ó de Vico ea una metafísica especulativa, y casi siempre inesplicable, ó bien en teorías que fuerzan el sentido de los sucesos para sostener un sistema anteriormente establecido.
Ademas de estos dos nombres, Thierry y Guizot, aparecen otros también célebres, pero por diverso camino. Mr. de Chateaubriand, que ha cubierto, según la espresion de un escritor que le admira, á pesar de la diferencia de opiniones, el osario de la nobleza y del clero con la magnífica cortina de su palabra. En sus Estudios históricos se ha conservado fiel á sus simpatías monárquicas, pero sin dejar de ser imparcial, y ha sabido disfrazar con acierto por la grandeza de su estilo y de sus ideas, lo que le falta algunas veces para completar el estudio positivo y la esplicacion de los textos.
Daunou (1761―1840) y Fauriel (1780―1845), nos parecen representar las últimas tradiciones del espíritu del siglo XVIII, claro y comprensivo, pero descargado de exageraciones injustas y apoyado sobre la ciencia mas sólida y mas vasta. Mr. Michelet, de amena erudición y de hábil colorido, ha presentado bajo una forma que algunas veces se acerca á la paradoja una gran porción de consideraciones importantes que dan un nuevo giro á un gran número de cuestiones. Michaud (1767―1840), en la Historia de las cruzadas, ha publicado un libro algo pesado quizá, y falto de elevación en algunos pasages, pero digno de aprecio bajo el punto de vista de la erudición positiva. Mr. Gerard, que desgraciadamente para la ciencia ha publicado bien poco hasta el presente, lo ha
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