Juan de Rotrou, Pedro Corneille y Gabriel Gilbert.
En 1629, dió Mairet su Sofonisba, primera tragedia regular y sometida á las tres unidades. Sucedió á esta obra la Mariamnœ de Tristan, y ya en estas obras se comenzaba a advertir la revolución que se preparaba. A las estravagancias se sucedían las situaciones verdaderamente trágicas, y un estilo ampuloso todavía, pero grande, vehemente y sostenido. Poco tiempo después, surgieron los dos poetas dramáticos que se consideran como los padres del teatro francés. Corneille había ya dado muchas comedias ó tragedias medianas, tales como Melito, Clitandro, la Viuda, la Galería del palacio, Medea, etc., Rotrou habia dado veinte piezas, desde 1628 á 1636. Pero estos no eran mas que ensayos. En 1636, el público se entusiasmó oyendo el Cid, verdadera obra maestra que suscitó violentos ataques por parte de Scudery y otros á quienes alentaba Richelieu. Rotrou, lejos de resentirse por la gloria que adquiria su rival, quiso ser su émulo y dió las obras tituladas Saint―Genest, Wenceslao y Cosroes. Corneille, por su parte, cansado de oir que le achacaban la falta de invención, produjo los Horacios, Cinna, Pompeyo, Poliucto, Pompeyo y Rodoguna. Después comenzó á decaer en las tragedias Teodoro, Edipo, Sertorio, Oton, Agesilao, Atila y Surena. Como último esfuerzo de su cansada musa, dió con algún mejor éxito el Heraclio en 1647 y el Nicomedes en 1652.
Aun vivia Corneille cuando ya tenia un sucesor. Juan Racine, que vivió de 1639 á 1699; dió su primera obra en 1664. La Tebaida, ó los Hermanos enemigos y el Alejandro que apareció en 1665, se resentian todavía de la influencia del primer maestro de la escena. Habiendo obtenido un éxito mediano en su Tebaida, Racine comenzó á desplegar en Alejandro un lujo de sentimentalismo heróico que le sentaba mejor y que en él parece bien después de haber parecido mal en su predecesor. Pareció Andrómaca, y este tercer ensayo abrió al nuevo poeta el camino donde debia ilustrarse. Racine, dejando á Corneille la grandeza ideal de los caracteres y la representación de los combates de la voluntad contra la pasión, intentó analizar la marcha y las revoluciones de los sentimientos en el alma humana, y desplegar el curioso espectáculo de aquellos móviles morales que imprimen á las pasiones una marcha tan desordenada en apariencia, tan regular y lógica en realidad. Una vez emprendida esa tarea, Racine la cumplió con singular acierto, y si el primero de los méritos, para el poeta y el escritor, consiste en la ejecución completa de la obra que se ha propuesto llevar á cabo, con senda recta y constante hacia un fin determinado, pocos habrán conquistado como Racine los elogios de la admiración. Se le disputa, sin embargo, la escelencia de la tarea y la buena elección del fin. Consistiendo este método en poner en escena las abstracciones morales en forma de individualidades demasiado completas para ser verdaderas, esa propensión á adornarlo todo, á embellecerlo todo, á dulcificarlo todo, esa persistencia en reemplazar la emoción que resulta de los hechos por el interés que escita la perfecta ejecución de una tarea propuesta, no es lo que el espectador va á buscar al teatro, ni lo que pide al poeta dramático. Ademas, esa perfección misma que se encuentra en la ejecución de la obra y en su concepción, asi en el estilo como en el pensamiento, esa armonía tan igual, esa corrección tan sostenida, tienen sus inconvenientes La poesía no se remonta á los espacios sublimes, sino con la condición de recobrar fuerzas tomando tierra, y la perfección no puede existir uniforme y no interrumpida sino á cierta elevación. Una tragedia de Racine puede compararse á una pradera llana, al color de un cielo puro, y las grandes llanuras no se encuentran en la naturaleza sino á cierta elevación, asi como los cielos azules no brillan sino con luz suave; las grandes montañas se elevan en medio de precipicios, y el relámpago brota de entre las nubes.
Después de Andrómaca, Racine dio diez y ocho tragedias: Británico, Ifigenia en Aulide, Berenice, Bayaceto, Mitrídates, Fedra, Ester, Atalía. En todas ellas conservó siempre las mismas dotes.
Racine tuvo sus detractores. Sabida es de todos la intriga que se organizó contra su Fedra y en favor de la que compuso Pradon; la duquesa de Orleans le tendió también un lazo encargándole que compusiera una Berenice, como á Corneille, y obligando asi á ambos poetas á ponerse en pugna. Racine, con el auxilio de Boileau, triunfó de sus enemigos. La Judit de Boyer, la Medea de Longepierre y el Aspar de Fontenelle, fueron atacados por violentos epígramas. Entre los trágicos cuyo nombre puede citarse, se cuentan también Durger, que dio á Lucrecia y Scevola, Campistron, débil imitador de Racine, y Lafosse, autor del Manlio.
Quinault fué amargamente censurado por Boileau, pero no deja de tener cosas buenas. En lo que mas se distingue es en el género lírico, y sus óperas pueden considerarse como obras maestras en el género. Las mas notables son las Fiestas del Amor y de Baco, Cadmo, Alceste, Teséo, Athys, Perseo, Faetonte, Rolando, el Triunfo de la Paz y sobre todo Armida, representada en 1686.
Hablemos ahora de los poetas que no se sometieron á la escuela de Boileau y que se hicieron notables por su originalidad.
Juan de la Fontaine (1621―1693) comprendió la imitación antigua de otro modo que Ronsard; fué imitador, mas no esclavo; á veces se hizo superior á sus modelos. Escribió fábulas, cuentos, odas, elegías, comodias, paráfrasis y salmos. Desde Perrot de Saint Cloot, autor del romance de la Zorra en el siglo XII, hasta Corrozet. Guéroult y Hégemont que escribieron fábulas en el siglo XVI, ningún hombre había dejado recuerdos tan imperecederos como La Fontaine.
Moliere (J. R. Poquelin, (1622―1673) puede considerarse como el creador de un nuevo género. Rotrou habia hecho comedias antes que Moliere; Corneille también las habia hecho, pero eran comedias de intriga, sin verdad y sin naturalidad. De las obras anteriores á Moliere, á las de este autor, hay una distancia inmensa. El cómico de Moliere no tuvo mas modelos que la naturaleza; fué de observación y no de convención, y supo escitar interés en medio de acciones sencillas. También se ensayó en el género serio y dio una tragi―comedia titulada: Don García de Navarra, y un drama que tituló el Convite de Piedra. Sus principales comedias, muchas de ellas traducidas al español son: La Escuela de los Maridos, (1661) La Escuela de las Mugeres (1662), El Misántropo (1666), El Hipócrita ó Tartufe (1667), El Avaro (1668), Las Mugeres Sabias (1672), El Médico á Palos (1666), El Enfermo Imaginario (1673), El Casamiento por Fuerza (1664).
En 1629, dió Mairet su Sofonisba, primera tragedia regular y sometida á las tres unidades. Sucedió á esta obra la Mariamnœ de Tristan, y ya en estas obras se comenzaba a advertir la revolución que se preparaba. A las estravagancias se sucedían las situaciones verdaderamente trágicas, y un estilo ampuloso todavía, pero grande, vehemente y sostenido. Poco tiempo después, surgieron los dos poetas dramáticos que se consideran como los padres del teatro francés. Corneille había ya dado muchas comedias ó tragedias medianas, tales como Melito, Clitandro, la Viuda, la Galería del palacio, Medea, etc., Rotrou habia dado veinte piezas, desde 1628 á 1636. Pero estos no eran mas que ensayos. En 1636, el público se entusiasmó oyendo el Cid, verdadera obra maestra que suscitó violentos ataques por parte de Scudery y otros á quienes alentaba Richelieu. Rotrou, lejos de resentirse por la gloria que adquiria su rival, quiso ser su émulo y dió las obras tituladas Saint―Genest, Wenceslao y Cosroes. Corneille, por su parte, cansado de oir que le achacaban la falta de invención, produjo los Horacios, Cinna, Pompeyo, Poliucto, Pompeyo y Rodoguna. Después comenzó á decaer en las tragedias Teodoro, Edipo, Sertorio, Oton, Agesilao, Atila y Surena. Como último esfuerzo de su cansada musa, dió con algún mejor éxito el Heraclio en 1647 y el Nicomedes en 1652.
Aun vivia Corneille cuando ya tenia un sucesor. Juan Racine, que vivió de 1639 á 1699; dió su primera obra en 1664. La Tebaida, ó los Hermanos enemigos y el Alejandro que apareció en 1665, se resentian todavía de la influencia del primer maestro de la escena. Habiendo obtenido un éxito mediano en su Tebaida, Racine comenzó á desplegar en Alejandro un lujo de sentimentalismo heróico que le sentaba mejor y que en él parece bien después de haber parecido mal en su predecesor. Pareció Andrómaca, y este tercer ensayo abrió al nuevo poeta el camino donde debia ilustrarse. Racine, dejando á Corneille la grandeza ideal de los caracteres y la representación de los combates de la voluntad contra la pasión, intentó analizar la marcha y las revoluciones de los sentimientos en el alma humana, y desplegar el curioso espectáculo de aquellos móviles morales que imprimen á las pasiones una marcha tan desordenada en apariencia, tan regular y lógica en realidad. Una vez emprendida esa tarea, Racine la cumplió con singular acierto, y si el primero de los méritos, para el poeta y el escritor, consiste en la ejecución completa de la obra que se ha propuesto llevar á cabo, con senda recta y constante hacia un fin determinado, pocos habrán conquistado como Racine los elogios de la admiración. Se le disputa, sin embargo, la escelencia de la tarea y la buena elección del fin. Consistiendo este método en poner en escena las abstracciones morales en forma de individualidades demasiado completas para ser verdaderas, esa propensión á adornarlo todo, á embellecerlo todo, á dulcificarlo todo, esa persistencia en reemplazar la emoción que resulta de los hechos por el interés que escita la perfecta ejecución de una tarea propuesta, no es lo que el espectador va á buscar al teatro, ni lo que pide al poeta dramático. Ademas, esa perfección misma que se encuentra en la ejecución de la obra y en su concepción, asi en el estilo como en el pensamiento, esa armonía tan igual, esa corrección tan sostenida, tienen sus inconvenientes La poesía no se remonta á los espacios sublimes, sino con la condición de recobrar fuerzas tomando tierra, y la perfección no puede existir uniforme y no interrumpida sino á cierta elevación. Una tragedia de Racine puede compararse á una pradera llana, al color de un cielo puro, y las grandes llanuras no se encuentran en la naturaleza sino á cierta elevación, asi como los cielos azules no brillan sino con luz suave; las grandes montañas se elevan en medio de precipicios, y el relámpago brota de entre las nubes.
Después de Andrómaca, Racine dio diez y ocho tragedias: Británico, Ifigenia en Aulide, Berenice, Bayaceto, Mitrídates, Fedra, Ester, Atalía. En todas ellas conservó siempre las mismas dotes.
Racine tuvo sus detractores. Sabida es de todos la intriga que se organizó contra su Fedra y en favor de la que compuso Pradon; la duquesa de Orleans le tendió también un lazo encargándole que compusiera una Berenice, como á Corneille, y obligando asi á ambos poetas á ponerse en pugna. Racine, con el auxilio de Boileau, triunfó de sus enemigos. La Judit de Boyer, la Medea de Longepierre y el Aspar de Fontenelle, fueron atacados por violentos epígramas. Entre los trágicos cuyo nombre puede citarse, se cuentan también Durger, que dio á Lucrecia y Scevola, Campistron, débil imitador de Racine, y Lafosse, autor del Manlio.
Quinault fué amargamente censurado por Boileau, pero no deja de tener cosas buenas. En lo que mas se distingue es en el género lírico, y sus óperas pueden considerarse como obras maestras en el género. Las mas notables son las Fiestas del Amor y de Baco, Cadmo, Alceste, Teséo, Athys, Perseo, Faetonte, Rolando, el Triunfo de la Paz y sobre todo Armida, representada en 1686.
Hablemos ahora de los poetas que no se sometieron á la escuela de Boileau y que se hicieron notables por su originalidad.
Juan de la Fontaine (1621―1693) comprendió la imitación antigua de otro modo que Ronsard; fué imitador, mas no esclavo; á veces se hizo superior á sus modelos. Escribió fábulas, cuentos, odas, elegías, comodias, paráfrasis y salmos. Desde Perrot de Saint Cloot, autor del romance de la Zorra en el siglo XII, hasta Corrozet. Guéroult y Hégemont que escribieron fábulas en el siglo XVI, ningún hombre había dejado recuerdos tan imperecederos como La Fontaine.
Moliere (J. R. Poquelin, (1622―1673) puede considerarse como el creador de un nuevo género. Rotrou habia hecho comedias antes que Moliere; Corneille también las habia hecho, pero eran comedias de intriga, sin verdad y sin naturalidad. De las obras anteriores á Moliere, á las de este autor, hay una distancia inmensa. El cómico de Moliere no tuvo mas modelos que la naturaleza; fué de observación y no de convención, y supo escitar interés en medio de acciones sencillas. También se ensayó en el género serio y dio una tragi―comedia titulada: Don García de Navarra, y un drama que tituló el Convite de Piedra. Sus principales comedias, muchas de ellas traducidas al español son: La Escuela de los Maridos, (1661) La Escuela de las Mugeres (1662), El Misántropo (1666), El Hipócrita ó Tartufe (1667), El Avaro (1668), Las Mugeres Sabias (1672), El Médico á Palos (1666), El Enfermo Imaginario (1673), El Casamiento por Fuerza (1664).
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