domingo, julio 08, 2007

Viage ilustrado (Pág. 19)

nombrado á Pedro czar de Rusia, y tiene lugar una de las sublevaciones que mas sangre han hecho derra­mar en Moscou.
Sofia, émula de Pedro, interesa en contra de su hermano á los strelices, les da listas de los que debian ser degollados, les reparte dinero, les alienta contra Pedro y los Nariskin; y esta milicia desordenada, que habia sido hasta entonces el principal sosten del impe­rio, se entrega á los mas punibles escesos; penetra en el Kremlin; no les detiene la presencia del soberano, cuyos vestidos manchan con la sangre de los parientes que le rodean; corren á las iglesias, inmolan al pie de los mismos altares á los que persiguen, y en medio de su ciego furor asesinan á uno de sus señores mas que­ridos, por no detenerse á reconocerle, y tomándole por uno de los incluidos en la fatal lista.
Inauditos fueron los horrores que se cometieron y los suplicios que se ejecutaron, acabando tan terríble insurreccion por proclamar soberanos á los dos prínci­pes Ivan y Pedro, y asociándoles á su hermana Sofía en calidad de coregente. Triunfante asi, sanciona los atentados de que fué causa y da á los asesinos los bie­nes que confisca á los proscriptos.
Jóvenes Pedro é Ivan, que aunque de quince a diez y seis años éste, estaba enfermo, era Sofía la verdadera soberana de la Rusia. A fin de prolongar mas su mando y que no recayera en Pedro á la muer­te de su hermano, le dió una esposa con la esperanza de que de tal matrimonio nacería un príncipe tan en­fermizo como su padre.
Los strelices, que por su número y por sus hechos eran ya una milicia temible, llegaron á constituir un poder en el Estado, poder tanto mas influyente cuanto que tenia las armas y representaba la fuerza. Cono­ciendo su posicion, trató de hacerla prevalecer. Revistióse por consecuencia de esa audacia y orgullo que engendra el predominio, cuando se adquiere por la violencia y nada mas natural que quien empezó por ser contemplado y llegó á dar la ley, terminara por avasallarlo todo y dominar imponiendo su soberana voluntad. Asi que Sofía, que era el verdadero czar de Rusia, no representaba para los strelices sino una hechura de ellos, un papel que la habían conferido, y podian retirárselo cuando les conviniera ó les agradara. Empiezan por abrogarse atribuciones que no les competian. Se crean una policía especial, y Sofía y su ministro Gallitzin les temen en vez de hacerles frente. A tal estremo se prostituye el soberano que adquiere el poder por tan reprobados medios. Todo se lo debía á los strelices, y tenía, pues, que tratarlos como á señores, á no haber dispuesto de mayores fuerzas para imponerles.
Ya trataran los strelices de abrogarse el poder, ó ya fuese una trama de la misma Sofía y su ministro, es lo cierto que un pasquin colocado sobre la puerta principal del palacio denunciaba una conspiracion dis­puesta por el general de aquella milicia y su hijo, encaminada á asesinar á la familia imperial, al patriarca y á otros personages de la córte. Refúgianse los seña­lados en el convento de la Trinidad, bien resguarda­dos, llaman á él á Khavauskoi á su hijo, y por lo supuesto en el pasquín se les condena á morir. A estas ejecuciones siguieron otras, y todo se apaciguó. Ahora bien, no parece verosímil que existiera la conspiración, pues siendo así, no se hubieran presentado, ó mas bien entregádose á discrecion á sus enemigos, ó (Faltan algunas letras) victimas porque nada mas natural que las reemplazaran. Sofía no tenia fuerzas que oponer á los strelices, y se valió de la astucia. Era preciso romper la espada que la habia ayudado á triunfar, por si ser­via algun día para vencerla. En esto Sofía obraba co­mo todos los usurpadores.
Terminadas así por el pronto las turbulencias interiores, continuo el imperio en su marcha progresiva, y consiguiendo estraordinarios beneficios con sus ve­cinos. Sigue engrandeciéndose, y el 6 de mayo de 1686 se firma una alianza ofensiva y defensiva entre las córtes de Moscou, Viena, Varsovia y la república de Venecia.
Los tártaros, implacables enemigos de los rusos, intentan en vano adquirir ventajas en una nueva cam­paña y tienen que retirarse.
Tratan de estender las reaciones europeas, y se envia un ministro á Francia; pero ya sea porque no fuese recibido por esta nacion, ó ya porque no se avi­niesen las ásperas costumbres rusas con el refinamien­to de la elegante córte de Luis XIV, no dió ningun resultado esta embajada.
Crecia en tanto Pedro, y su carácter y sus dispo­siciones empezaron á llamar la atencion de Sofía y de Gallitzin.
A fin de imposibilitarle físicamente, le rodearon de jóvenes libertinos, que no dejarían de arrastrar en sus escesos al príncipe, que contando entonces pocos años, tendrían para él mas atractivo los placeres que los sérios pensamientos del gobierno. Asi hubiera sucedido con cualquiera que careciese del genio de Pe­dro; pero éste, cuya imaginacion no se satisfacía solo con dar goces á los sentidos, se imbuía en los conocimientos de sus compañeros, estrangeros la mayor parte, y aprendía de este modo lo que hubiera igno­rado mucho tiempo en Rusia. Así, aquellas compañías que le daban para enervarle, sirvieron para engrandecerle; pues el verdadero genio sabe elevarse aun en lo mas abyecto de la sociedad.
Entre los jóvenes que rodeaban á Pedro se distin­guía el genovés Francisco Jacobo Le Fort, que habien­do recorrido casi toda la Europa, adquirió interesan­tes conocimientos y ese gusto por la civilizacion que inculcó en el jóven príncipe, á quien halagaba todo lo nuevo. Empieza á apasionarse por la carrera militar y hace que todos sus compañeros usen uniforme igual al de los alemanes, y él mismo los ejercita en el ma­nejo de las armas. Organizado este pequeño cuerpo, prescinde el príncipe de su posicion, y queriendo deberlo todo á sus méritos, se alista de simple tambor. Véase aquí caracterizado el genio de Pedro, llamado despues el Grande con justicia. Antes de mandar quiere saber obedecer. Y á esta idea, que sabe llevar á cabo con tanta constancia, debe Pedro los dias mas gloriosos de su vida y la regeneracion de su imperio.
Auméntase el número de los jóvenes que le ro­dean; llegan á formar dos regimientos, y Pedro, abandonado á sus juegos, que sabe convertirlos en imponentes, empieza á conocer su posicion y á ver indignado que la regente Sofía y Gallitzin gobernaban como únicos soberanos de la Rusia. Pretende echarla un dia de la iglesia, á donde habia acudido ataviada con las insignias imperiales; pero se ve obligado á retirarse. Sofía se vale entonces de los strelices; acuden estos á apoderarse de Pedro, mas habiéndole puesto su madre en salvo, fracasa el Proyecto de Sofía y ve el peligro en que se halla. Suplica al patriarca vaya al convento de la Trinidad, donde se hallaba Pedro,

No hay comentarios: