jueves, julio 05, 2007

Viage ilustrado (Pág. 17)

cerrarse en un monasterio bajo el nombre de Alejan­dra. Amotínase el pueblo, la ruega en vano que ejerza el poder, se obstina Irene en su negativa, y piden entonces á su hermano: pero Boris rehusa, y accede solo á ser el ministro principal de uno de los príncipes de la casa de Rurick. Reúnense los nobles, se retarda su decision, se aprovechan en tanto los enemigos esterio­res de este intérvalo, y el 17 de febrero, proclaman los estados generales reunidos en Kremlin, á Boris Godounov emperador de Rusia.
Boris, aquel ministro que hace asesinar á Deme­trio para facilitarse el camino al trono, que induce á retirarse á un convento á la czarina, se ve ahora ame­nazado de escomunion por los obispos y el patriarca, por no querer aceptar un poder que antes había ambicionado. ¿Era hipocresía, ó se creía verdaderamente sin fuerzas para sobrellevar el peso que se le imponia? Ningun historiador nos aclara esta duda; pero no cree­mos en lo primero porque fué demasiado obstinada su resistencia, que para hacerla mas fuerte se habia re­tirado á una mansion de religiosos, de la cual le obli­garon á salir, para ir á habitar el Kremlin, donde fué coronado el 20 de setiembre, esclamando en el acto de tan solemne ceremonia: «Job, grande patriarca, tomo á Dios por testigo de que no habrá en mi imperio ni un huérfano ni un pobre,» y enseñando el cuello de su camisa, añadió: «Si, yo daré si es necesario has­ta esta última prenda á mi pueblo.»
Los dos primeros años del reinado de Boris, fue­ron de completa felicidad para la Rusia; pero destier­ra al fin de ellos á los Romanof, y nace de aqui una oposicion que terminó mas adelante por el triunfo de esta familia tan célebre para la Rusia.
Gobernando con prudencia y aun con sabiduría, sin derramar una gota de sangre, poco hubiera in­quietado al imperio la oposicion de los Romanof, á no haber evocado el recuerdo de un príncipe heredero del trono, cuya muerte habia sido dolorosamente sen­tida. Su memoria era aun grata para los rusos, y estos que, como todos los pueblos, son crédulos y afectos siempre á lo que desean, por mas imposible que parezca, en lo cual hay mayor motivo para anhelarlo, vieron esplotada su ignorante credulidad.
Un jóven fraile llamado Otrepiev, segun unos, y Otrepiea segun otros, empezó á decir que pertenecía á la familia de los Rurik, y que habia de reinar sobre Moscou. Al saber Boris estas imprudentes palabras; le mando á un convento donde eran severas las re­glas, pero huye el jóven y se refugia en Polonia.
Las persecuciones que suelen generalmente atraer partidarios y dar celebridad al perseguido, contribu­yeron á la del jóven impostor que penetró en breve en Rusia á la cabeza de un ejército entusiasta, y rodeado de una córte de falsos aduladores. Entusiásmanse los rusos con su presencia; recuerdan las victimas que inmoló Boris por esterminar á los vengadores del ase­sinato del jóven príncipe, y el partido del falso De­metrio se hace poderoso é invencible. En vano apela Boris al recuerdo de los beneficios que dispensaba su buen gobierno: el pueblo sé muestra ingrato á ellos, para vengar una memoria que consideraba sagrada. Con la misma facilidad que besan los pueblos las manos que los castigan, inmolan á sus favorecedores. No parece sino que donde hay pasiones no hay gra­titud.
Abandonado de todos, perdió Boris la corona y (Faltan algunas letras) abril do 1605 de un mal súbito: bendice á su hijo, y exhala su último suspiro vestido de monge.
Para reemplazar á Boris, solo falta al afortunado aventurero ser reconocido por Irene, á quien llamaba su madre; dále esta el dulce nombre de hijo, y ocupa el trono, abandonándose á todos los escesos del mas desenfrenado libertinage, no bastando á contenerle ni el religioso sagrado del claustro de donde arrancaba á los religiosas para satisfacer en ellas la brutalidad de sus sentidos.
Pronto empezaron á divulgarse en el reino las par­ticularidades del asesinato del verdadero Demetrio, y el agente de Boris á quien las torturas del tormento mas espantoso no fueron bastante para hacerle des­mentir las verdades que propalaba, las dió mayor pu­blicidad por odio al nuevo czar; pero conservóle este la vida, y en breve le concedió su favor.
Chousky y los principales boyardos conspiran para derrocar al impostor: amotinan al pueblo, al que guia con el crucifijo en una mano y la espada en la otra; invade el palacio, tiembla el czar, salta del lecho, hu­ye de cámara en cámara, se arroja por una ventana rompiéndose una pierna, invoca en vano la ayuda de sus tropas, se ve negado por Irene que rechaza sea su hijo, se le sentencia entonces a morir, y perece fu­silado permaneciendo su cadáver tres dias sin sepul­tura.
Chousky se hace proclamar emperador; se sus­citan contra él multitud de enemigos, y abandonado de sus tropas y de su familia, se retiro á un convento, donde se hace monge; pasando así su reinado como una sombra, y la Rusia por una de esas crisis que pa­decen por desgracia los pueblos, crisis que parecida á una venganza celeste, deja en pos de su marcha la huella que imprime ese azote mundano que diezma con su pestilencia á la humanidad.
La Rusia iba ya empezando á tener regulares for­mas de gobierno. Hereditaria la corona, se establecía un órden de sucesion, que si bien no era directo, pues podia el emperador reinante designar por sucesor a cualquiera de sus hijos, era preferido el mayor, el cual respetaba las reformas del padre y podia emprenderlas, aunque solo disfrutaran de sus beneficios sus he­rederos.
El czar ejercia una autoridad despótica, y solo en ciertos casos, como cuando declaraba la guerra, con­sultaba, ó mas bien participaba su voluntad al pue­blo, acudiendo a una iglesia donde hacia leer los agra­vios que recibiera del enemigo. De este modo escitaba el patriotismo de las masas á las que preparaba á derramar su sangre, y deponer en las arcas del sobe­rano sus riquezas.
Los boyardos, que constituian la nobleza rusa, se dividían en cuatro grados, y eran generalmente los que ejercían los cargos públicos, y tenían mandos mi­litares. Podían usar espada y poseer tierras, cuya posesion obligaba á ciertos servicios, y gozaban ademas de diferentes privilegios y fueros.
La clase media, la componían los comerciantes y mercaderes escluidos de los empleos. Y la infeliz cla­se productora, los aldeanos, estaban afectos al terru­ño, sin propiedad, y pudiendo ser trasladados por su amo de una tierra á otra; pero no podían arrebatarlos de los campos para destinarlos á otros servicios.
Pero aun habia otra clase mas abyecta, los escla­vos, que, como los de la antigua Roma, se empleaban en toda clase de trabajos , y pertenecian algunos por

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