martes, julio 03, 2007

Viage ilustrado (Pág. 15)

Este, siguiendo el ejemplo de todos, se retiró á la soledad de Alejandrowisky, que rodeó de fosos y mu­rallas, se entregó con fanatismo á las prácticas religiosas, y no admitia en su fortaleza sino á los denun­ciadores, á los cuales seguia siempre el verdugo.
El pueblo ruso, abyecto y sin una idea de su dig­nidad, acataba y bendecia en tanto á su tirano. Trató de abdicar, y las últimas clases de la sociedad, á quienes siempre han halagado los déspotas, levantaron sus gritos al cielo esclamando: «¿Quién podrá defen­dernos en adelante?»
Tambien el clero y los grandes, fuera por temor al pueblo, ó por servilismo, gritaban:
«Que su czar tenia sobre ellos un derecho de vida y de muerte imprescriptible: que les castigase á su placer, pero que el Estado no podia existir sin señor. Que Ivan era su soberano legitimo, aquel que Dios les habia dado, el gefe de la iglesia. Sin él ¿quién conservaria la pureza de la religion? quién salvaría mi­llares de almas de la eterna condenacion?»
Y todos le ofrecen sus cabezas, todos le ruegan, le lloran, y él corre á Moscou á presenciar la humilla­cion de de pueblo.
«Hacia un mes que no se le veia y era imposible reconocerle, dicen los historiadores rusos; grande y robusto su cuerpo; ancho el pecho; altas y encorvadas las espaldas; su cabeza cubierta antes de espesa ca­bellera, estaba calva; los restos raros y salpicados de una barba que poco hacia formaba el adorno de su cara, le desfiguraban; sus ojos estaban apagados, y sus facciones, llenas de una ferocidad espantosa, eran deformes».
«En Moscou, vuelve á aislarse en una fortaleza. Entonces manda que se coja á todos los habitantes de las calles que se aproximaban á su guardia, para inmolarlos.» Consiente en seguir reinando, y lo hace en verdad como señor de vidas y haciendas, dejándose sentir en todas partes el abrumador peso de su omnimoda autoridad.
Sus crueldades ya no conocían limites: se sucedian las muertes con una continuidad espantosa, y de un modo horrible, reproduciéndose los suplicios de los mártires. Ivan mismo empaló á algunas victimas: envenena á su primo Wladimiro y á todos los miembros de su familia; manda fusilar á todas las mugeres que acompañaban á la princesa, despues de haberlas pro­metído la vida; precipitar en los ríos á los habitantes de Torjek, y en fin, al llegar á Novogorod, entre él y su hijo Ivan envían diariamente a la eternidad mas de mil victimas, quedando enteramente despoblada la ciudad en el espacio de seis semanas, segun asegura un historiador.
El mismo refiere que dirigiéndose este Neron ruso á Pokoff, va á visitar á un monge que presenta al mo­narca un pedazo de vianda cruda: dícele el czar que no la come por estar en cuaresma: ¿Y qué? replica el religioso, ¡no comes carne en cuaresma y destrozas á los cristianos y te hartas de la sangre de los rusos!
Esta repuesta atrevida, impone á Ivan y se salva Pokoff; porque no hay tirano que no haya tenido un momento en que creyendo ser justo y humano hicie­ra alarde de esa desdeñosa generosidad con que con­ceden á sus semejantes la vida de que se consideran dueños: compasion insultante, que ofende mas que la muerte.
Los sentimientos religiosos, ó mas bien el fanatis— (Faltan algunas letras) Ivan ostentaba, no le impedian perseguir á los mismos prelados. Carga de cadenas al arzobispo de Novogorod, y le asocia una multilud de pretendidos cómplices, á quienes hace sufrir los tormentos de la tortura, á pesar de ser los hombres mas ilustres de la Rusia. Pero esto era aun poco, Moscou, la gran ciu­dad, se vió inundada en sangre, derramada á torren­tes del modo mas bárbaro é inhumano, llegando á constituirse el mismo Ivan en verdugo, pues marchaba á la cabeza de los ejecutores, y daba el primer golpe con grandes aplausos de una multitud envilecida. Ul­timo grado de depravacion á que puede llegar un pueblo: ¡presenciar y aplaudir como un placentero espectáculo los asesinatos en masa de sus compatriotas!.
Tanta como era su crueldad para sus vasallos, era su cobardía para con sus enemigos los tártaros, ante los que huia sin combatirlos, obteniendo de ellos la paz, merced á las mas humillantes concesiones. Culpando luego á sus súbditos de las invasiones de los estrangeros, vengaba en ellos sus afrentas, y los in­molaba en holocausto de su vergüenza.
Es imposible hallar un mónstruo que reuniera los vicios y los crímenes que Ivan. Inmoral en sus cos­tumbres, no poseia ni aun los afectos que son natura­les para con aquellas mugeres á quienes se ama; y la que hoy servia para sus placeres, era sacrificada ma­ñana, sin que le inspirara su víctima una mirada de compasion. Sediento de la sangre de sus semejantes, no habia para él consideraciones de ninguna especie que le impidiera verterla; pues llegó hasta desconocer los vínculos naturales, los afectos mas sublimes que hay en el mundo, llegó á sacrificar á su mismo hijo, muerto por él á golpes, sin otro delito que solicitar de su padre ponerse al frente de un ejército para comba­tir á los polacos, que amenazaban apoderarse de la Rusia.
El asesinato de su hijo, que falleció en 1582, le causó una desesperacion horrible. Le parecia ver su sombra continuamente, pidiéndole venganza, ver en sus manos una sangre de que no podía desprenderse, y oir en el fondo de su alma depravada el eco acusador de ese Dios á quien tan torpemente invocaba y no comprendía, de esa religion que ultrajaba con tan bárbaro fanatismo.
Pero estos remordimientos no le corrigieron; pro­siguió en su ferocidad, como si tratara con ella de destruir su sensibilidad. Queria embriagarse en crí­menes para no sentirlos, y hasta á la misma esposa de su hijo Fedor, que le asistia en una enfermedad, pre­tendió hacerla víctima de sus brutales pasiones.
Prolongándose por cerca de medio siglo el reinado de este mónstruo, como si la Rusia hubiera tenido que sufrir la venganza de Dios, terminó al fin su vida el 18 de marzo de 1583.
La grande obra de Wladimiro, empezó á destruir­la Ivan IV. Ivan III, monarca que funda la nacionali­dad rusa, que ayuda con su prudente sabiduría á au­mentar la preponderancia del Norte, esta region que se hizo importante con el descubrimiento de la Améri­ca, descendió al sepulcro no solo asegurando la inde­pendencia de la Rusia, sino haciéndola respetar en Viena, en Roma y en todas las córtes poderosas del mundo. Aquel Ivan III negándose á pagar un tributo humillante, y mas aun por las circunstancias que le acompañaban (1), y matando á los embajadores que


(1) Los príncipes de Rusia estaban sujetos á pagar un tributo á la Horda de Oro, que consistía en un vaso lleno

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