sábado, julio 07, 2007

Viage ilustrado (Pág. 18)

herencia á una familia. Abandonados á su triste suer­te ó á su esclavitud, solo se ocupaba de ellos la ley para prohibir se les mutilase ó diese muerte; lo mismo que podria ocuparse ú hoy se ocupa de los rebaños; y aun castigándose mas en el dia la muerte de una bes­tia, segun los códigos actuales, que la de un esclavo ruso segun la legislacion de aquel tiempo, la cual establecia mayor pena por el robo de un caballo, que costaba la pérdida de la mano, que por el asesinato de un hombre, cuya muerte podia solventarse con dinero.
No dejamos de tener en cuenta que la necesidad es la que da el valor á las cosas; siendo asi como aque­llas gentes guerreras solian considerar mas su caballo y su lanza que á sus mismos hijos; pero esto solo de­muestra la ferocidad de las costumbres, y la barbárie de los tiempos; pero ni estos ni aquellos pueden dis­culpar el que se desconozcan los sentimientos mas no­bles de la humanidad, y hasta la religion de que tan fanáticos se mostraban.
Habia entonces un consejo de Estado que se componia del czar, de sesenta y siete boyardos, de cincuenta y siete jueces, y treinta y ocho consejeros.
El ejército era voluntario, en lo cual se procedia con mas equidad que en el dia; pero si no se comple­taba el contingente debian proporcionar hombres los propietarios territoriales. Los 40,000 strelices forma­ban el primer cuerpo: despues habia varios regimien­tos de soldados instruidos á la alemana, con oficiales de la misma nacion; y la nobleza proporcionaba 200,000 hombres de tropas feudales, y una numerosa caballería irregular, los cosacos.
Véase, pues, el núcleo de la fuerza rusa; el ejér­cito y los esclavos; los unos consumían sus años re­gando la tierra con su sudor, los otros enrojeciéndola con su sangre terminaban su vida.
Solo esa servil obediencia, cuya necesidad no sabemos si negar ó conceder, que se había trasmitido como una herencia sagrada, ese sublime respeto á la dignidad real, podia hacer subsistir su poder absolu­to; el mas perenne, sin embargo, que ha tenido hasta nuestros días la sociedad. Si alguna vez se subleva­ban esas masas que tenian la certidumbre de su fuer­za, se les aplazaba arrojándolas como á una jauria hambrienta la cabeza de los ministros, «que servian de esta manera de salvaguardia al príncipe.»
Mas de 5.000,000 de rublos, y los arbitrios sobre las bebidas, y otros objetos de primera necesidad, formaban las rentas reales.
La mayor riqueza del país consistia en las tierras, cuya adquisicion estaba prohibida al clero secular, si bien las poseia inmensas el regular, cuyo número era prodigioso, aumentándose diariamente con los hijos de los sacerdotes, que escluidos de los empleos civiles eran los conventos su refugio.
En medio de estas apariencias de buen gobierno, era demasiado lenta la modificacion de la bárbara ru­deza que existia en las costumbres. La nobleza se ha­llaba cuatro siglos mas atrasada que la del resto de Europa; y como apenas tenia noticia de otra civilizacion que de la de sus vecinos, en vez de atender á la ilustracion de los alemanes, se inclinaba mas á la ostentacion oriental, halagándoles su lujo, del que hacian alarde, mezclándolo en sus bastos trages, que los adornaban de oro, pedrerías y ricas pieles, y engala­naban sus casas de madera con colgaduras de cuero, el cual abundaban en la Siberia, Astrakan y puntos limítrafes.
«Las mugeres de cierta categoría, estaban obliga­das á una servidumbre enteramente asiática; no podian salir sino para ir á la iglesia, ó visitar á sus pa­dres. Su marido era siempre su señor; las maltrataba á su antojo, no como consecuencia de una brutalidad que la misma civilizacion no hubiera podido vencer, sino con consentimiento de la ley, que convertia en un crimen resistirse á los malos tratamientos. Las mugeres del pueblo gozaban de mayor libertad, y con objeto de satisfacer su aficion á los licores, se entrega­ban á un descarado libertinaje. Los estrangeros eran siempre mirados en el país con desprecio y descon­fianza; los boyardos ó dignatarios no se atrevian á tra­tar con ellos sino ocultamente; ademas, los embaja­dores rusos eran tan tercos, y llevaban las pretensio­nes á tal grado, que era muy difícil terminar con ellos un asunto.
«Los caminos estaban infestados de ladrones, y hasta las mismas calles de la capital no estaban seguras. Los envenenamientos eran frecuentes y tan temidos, como tambien los encantos, haciéndose prestar juramentos á todos los que se aproximaban al czar de no poner yerbas maléficas en sus manjares, y oponer­se a que otros las pusiesen.»
Tales eran las costumbres dominantes á mediados del siglo XVII en Rusia; y que tan notable variacion esperimentaron al fin del mismo siglo, como ve­remos. Hemos creído deber dar una ligera idea de ellas, apoyados con la opinion de los mejores historia­dores de aquel imperio; porque solo conociendo lo que habian sido, puede comprenderse lo que vinieron á ser despues.
La historia de esos paises que tan lejanos tenemos y con quienes hemos estado incomunicados hasta fines del siglo XVII, no es posible comprenderla sin un es­tudio detenidísimo, ni esponerla sin no menos detenidas observaciones, que las requiere en verdad su importancia, ya sea por el poder que llegue á ejercer mañana en la Europa, ya por el que ejerce desde el principio del siglo actual; poder que se vió evidente en 1812.
Anhelando Fedor estender la ilustracion en Rusia funda una academia donde se enseñaba la gramática, la retórica, la filosofía y los derechos eclesiástico y civil: da nuevo impulso á las ciencias y a las artes, y empezando todo bajo los mejores auspicios decae pronto y se comunica á todas estas benéficas instituciones la rudeza del carácter ruso; atendiéndose a cierta forma ortodoxa entre aquellos fanáticos por la religion griega oriental. Quitábase á la enseñanza la libertad que la concede el saber, sin salir de sus límites, y muchos escelentes profesores recibieron en las llamas de una hoguera el premio de su talento.
Encargóse luego el tiempo de ir corrigiendo tales absurdos, y la instruccion de los rusos comenzó á ca­minar progresivamente para no detenerse en su carre­ra gloriosa, porque no cuenta dos siglos de existencia; que si son ahora mucho en la vida de los pueblos, no lo eran hasta el día.
Al morir Alejo, deja varios hermanos entre los que se contaban Sofía, Ivan y Pedro. Sin hijos que le hereden, debia recaer la corona en uno de sus her­manos. Afirmase que la legó en su testamento á Ivan, que contaba diez y seis años cuando solo tenía nueve Pedro; pero la incapacidad del primero le inhabilitaba para ejercer el mando. Suscítanse entonces rivalidades, se alteran los ánimos al ver que un (Faltan algunas letras)

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