jueves, mayo 24, 2012

Viage ilustrado (Pág. 647)

mortal Pelayo, y guarecidos también en una santa cueva, dieran principio pocos años antes á la heroica empresa de sacudir el yugo de los sarracenos, sobre los que habian conseguido á la sazón señaladas victorias. Dóciles los montañeses á estos consejos, convinieron en elegir un caudillo que los guiase contra los moros, y de común acuerdo aclamaron á cierto noble llamado Garcia Jimenez, no menos conocido en el pais por su noble calidad de señor de Amezcoa y Arbasusa, que por su valor en los combates. Las ceremonias con que fué solemnizada la proclamación, fueron tan rudas y guerreras como las costumbres de aquel tiempo, y consistieron en cubrir al nuevo rey con un tosco yelmo que hacia veces de corona, poner en sus manos una fuerte lanza en lugar de cetro, y alzarlo tres veces sobre un pavés. García, después de de reunir un razonable ejército de cántabros y vascones, dio principio á sus conquistas con la toma de Ainsa, que destinó para capital de la nueva monarquía. Acudiendo poco después los moros en número considerable, García Jimenez salió á su encuentro, mas no podia prometerse la victoria por lo abreviado de su ejército, cuando al ver sobre un árbol una cruz milagrosa, conoció que el cielo le protegía y pelearía á su favor. En efecto, alcanzaron los cristianos el mas señalado triunfo sobre los sarracenos, y García Jimenez para perpetuar su memoria, pintó la cruz en su pavés, y llamó á su reino Sobrarbe, nombre derivado de sobre–arbe ó sobre el árbol. Los valientes reyes que le sucedieron, todos acrecentaron de continuo al devoto santuario de San Juan de la Peña, con edificios que unieron á la primitiva ermita, y con ricas donaciones y privilegios. En los primeros tiempos tenia aqui su silla el único obispo de Aragón asistido por ermitaños, hasta que en 808 se pusieron en lugar de estos, monges de San Benito. Celebráronse en este monasterio tres concilios, en el último de los que se decretó la adopción del breviario romano. El abad de San Juan de la Peña estaba solamente sujeto al papa, gozaba jurisdicción casi episcopal, y tenia en ella sesenta y cinco monasterios y ciento catorce iglesias seculares. Produjo esta santa casa muchos santos y escritores célebres de entre sus hijos, y contenia en su iglesia multitud de reliquias; mas lo que la dio mayor nombradla, fué ser destinada á panteón de los reyes de Aragón y de los ricos–hombres. El número de personas reales aqui sepultadas sube á treinta y cuatro, y el de los nobles y próceres no se puede calcular.
La gran cueva cavada por la naturaleza en el peñasco, tiene trescientos pasos de longitud y sesenta de concavidad. Dentro de ella se alza el antiguo y venerable monasterio que no tiene otra bóveda ni tejado sino la misma peña. Hay en él dos iglesias, una sobre otra, según estilo de la época en que se fundó. La mas baja es la primitiva, y consta de dos naves. A la entrada de la superior existe una sala llamada del concilio Pinnatesen, y desde ella arranca una estensa escalera, que conduce á otra sala descubierta, en que se ven los sepulcros de los ricos hombres. Esta sirve de atrio á la iglesia superior ó principal, de la que se sale á un antiguo claustro bizantino, de estilo del siglo XI, y en cuyo centro hay una fuente. En los ángulos de este cláustro están la capilla de San Victorían, que es gótica y de fábrica del siglo XV, y la la de San Voto y San Félix, que es mas moderna. Tambien se leen en uno de los lienzos de aquel multitud de inscripciones sepulcrales, muchas de las que datan del siglo X. El panteón real, restaurado magnificamente por Carlos III es una capilla suntuosa construida de ricos jaspes. Contiene un solo altar con un bello crucifijo de mármol, veinte y siete sepulcros de reyes dispuestos en tres filas, donde se guardan los restos de García Jimenez y todos sus sucesores, hasta Pedro I de Aragón, que murió en 1104. Al frente de estos sepulcros hay cuatro grandes medallones de estuco, en que están representados los principales sucesos guerreros de algunos de los monarcas alli sepultados. También se ven en este hermoso panteón dos tablas de mármol blanco, donde está escrito un resumen de la historia del monasterio, y un busto del gran Carlos III. Ademas del edificio que acabamos de describir, hay otro llamado Monasterio nuevo, situado en un gran llano sobre la célebre cueva, el cual fué construido en 1675, y desde esta época habitado por los monges, aunque bajaban al antiguo á celebrar misas y responsos por los reyes alli enterrados. El Monasterio nuevo tiene una buena fachada, aunque churrigueresca, con tres portadas y dos torres. La iglesia consta de tres naves y seis capillas, es bastante espaciosa, y está adornada con algunas pinturas de mérito. El golpe de vista que se descubre desde San Juan de la Peña es soberbio, viéndose por una parte los altísimos montes que circundan el monasterio, y por otra la gran llanada fertilizada por el rio Aragón, y en lontananza la antigua ciudad de Jaca.
Boltaña, es una villa que está á la orilla del Ara, en el corazón de los Pirineos dominando una fértil vega ; es cabeza de un partido judicial compuesto de seis villas y ciento ochenta y seis lugares, que forma ciento treinta y siete ayuntamientos. Tiene Boltaña una buena plaza é iglesia colegial (San Pedro), servida por un prior y siete beneficiados. El edificio es bueno, y fué construido en el siglo XVI. Conserva Boltaña las ruinas de su célebre castillo, que en los antiguos tiempos debia ser siempre gobernado por un rico hombre de Aragón, y cuya fundación se atribuye á Anibal. En sus cercanías se han encontrado muchos sepulcros que contenían cadáveres bien conservados, y con la cabeza hacia el Oriente. Las armas de Boltaña consisten en la encina y cruz de Sobrarbe encima de un castillo, y su población en 1,770 almas. Una legua mas allá de Boltaña, se halla la muy antigua villa de Ainsa, asentada en un monte que se alza sobre una llanura y en la confluencia del Ara y el Cinca. Es población de antigüedad muy remota, y se cree haber sido la capital de los pueblos cincenses, de donde tomó nombre el rio Cinca. Fué conquistada á los moros por el primer caudillo ó rey de estos montañeses, García Jimenez, en 718, el cual alcanzó una señalada victoria sobre aquellos en las cercanías de Ainsa, villa que fortificó y designó para córte y capital de su pequeño estado. En la distribución que Sancho el Mayor, rey de Navarra, hizo á sus hijos, dio el Sobrarbe con título de rey á Gonzalo, el mas joven de ellos. Este tuvo también su córte en Ainsa. En 1706 fué incendiada esta villa por los franceses, pues habia abrazado la causa del archiduque. Fué en todos tiempos tenida en grande estima por los reyes, que la concedieron grandes mercedes, entre ellas voto en córtes. Conserva como recuerdos de su pasada grandeza, una fortísima muralla que circuye; una antigua iglesia denominada de Santa Cruz, que fué mezquita; una colegiata–parroquia con título de Capilla real, dedicada á la Asuncion, de





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