Anzanigo, es un pequeño lugar de solo nueve vecinos. Javierrelatre, se halla este lugar al pie de una sierra, y cerca del rio Gallego. Tiene una parroquia con la advocación de los Santos Reyes y 142 habitantes. De esta reducida población subsiste un recuerdo en el documento mas antiguo que se conoce relativo á Aragón. Es este el testamento ó última voluntad de Ramiro el Bastardo, primer rey de este pais, otorgado en San Juan de la Peña en la era 1099, año de 1061, en el que se lee que deja los lugares de Ayviar y Javierrelatre á su hijo don Sancho, distinto de otro del mismo nombre, que le sucedió en el reino.
La ciudad de Jaca, de donde dista Javierrelatre cuatro leguas ó sean seis horas, está situada en una gran llanura regada por el rio Aragón y limitada por los mas elevados Pirineos y los montes Uruel y Pano. Inútil será decir que este paisage es magnífico. Es sin duda Jaca una de las poblaciones de mas remota antigüedad, y ya en tiempo de Estrabon era cabeza y daba nombre al pais de los jacetanos, que comprendía parle del Ilirgeto y la Vasconia, y las ciudades de Huesca y Barbastro. Los moros, que dominaron poco tiempo la ciudad que nos ocupa, la llamaban Diaka, y pusieron en ella un walí, Ignórase en qué año fué conquistada por los cristianos, pero consta que pertenecía á los estados de Sancho el Mayor, rey de Navarra, el cual la cedió con los encumbrados valles del Cinca y del Gallego á su hijo Ramiro el Bastardo, formando de todo un pequeño reino que se llamó Aragón. La primera córte y capital fué Jaca, y Ramiro la dio título de ciudad, y reunió en ella el año 1063 un famoso concilio cuyos decretos aprobó el pueblo. Uno de ellos ordenaba estuviese en Jaca la sede episcopal de Huesca hasta que esta última ciudad se restaurase, y asi se verificó. El año 1154 el conde de Barcelona don Ramon Berenguer, príncipe de Aragón, y el rey Luis de Francia, visitaron á Jaca, donde fueron recibidos magnificamente. Aqui tuvieron una entrevista en 1459, el rey don Juan II de Aragón y su hijo don Carlos, príncipe de Viana. Felipe II erigió un obispado en 1571, segregándolo del de Huesca. Don Juan de Austria, hijo de Felipe IV, se hizo fuerte en Jaca por algún tiempo el año 1668. Durante la guerra de sucesión fué esta la única ciudad de Aragón que se mantuvo fiel á Felipe V, que la premió dándole el título de muy noble, muy leal y vencedora. Las armas son la cruz de San Jorge, cuatro cabezas de moros y una flor de lis. Está la ciudad circuida de fuertes murallas coronadas de almenas y con torreones, y consta de siete plazas y treinta y siete calles, anchas, alineadas y bien empedradas. La iglesia catedral tiene la advocación de San Pedro; es un templo bastante bueno, y se compone de tres naves, y fué construida por don Ramiro I el Bastardo en 1040. Consérvase en esta iglesia, en una urna de plata, el cuerpo de Santa Orosia, patrona de la ciudad y del obispado. Su clero se compone de un obispo, seis dignidades, doce canónigos, diez racioneros y diez beneficiados. Hay una parroquia (que es la catedral), un monasterio de benedictinas, dos conventos que fueron de religiosos, y cuyas iglesias están aun abiertas al público, un seminario, buena casa de ayuntamiento, en donde se conserva el libro de los fueros y privilegios de la ciudad atado á una mesa con una cadena, casa de espósitos y hospital. Mas el edificio de mayor importancia de Jaca es su fortísima y hermosa ciudadela. Situada en la misma colina en que está la ciudad, tiene la figura de un pentágono regular. Es de buena y sólida construcción, y contiene todos los almacenes, cuarteles y demás dependencias propias de su objeto. Fué edificada de orden de Felipe II en 1598, y es de suma importancia por su proximidad á Francia. Su guarnición debe ser de un batallón, y el gobernador de la clase de mariscal de campo. Jaca es también capital de un juzgado que comprende una ciudad, diez villas, ciento sesenta y seis lugares y tres aldeas. Cerca de Jaca se halla el poético y celebrado monasterio de San Juan de la Peña, donde se cree tuvieron origen las famosas monarquías de Sobrarbe, Navarra y Aragón, lo cual se refiere de este modo. Habia pasado corto tiempo de la rota de Guadalete, cuando un caballero, muzárabe de Zaragoza, llamado Voto, corría tras de un ciervo por el llano de Paño, situado en el monte Uruel. Desbocado su caballo, se detuvo milagrosamente en el borde del precipicio, y Voto se apeó lleno de asombro, y dio gracias á Dios por haberle salvado de tan gran peligro. Mirando á su alrededor, se vio cerca de una inmensa cueva que la naturaleza habia formado dentro de un enormísimo peñasco, y cuya entrada estaba cerrada con jarales y maleza. Abrióse paso con su espada, y penetrando en lo interior, fué sorprendido con un inesperado espectáculo. Dentro de la misteriosa caverna habia una reducida ermita dedicada á San Juan Bautista, y delante del tosco altar en que se veia la efigie del santo, estaba tendido el cuerpo difunto de un anciano cenobita, al que respetaban las fieras que iban á apagar su sed en una fuente que corria dentro de aquel escondido lugar. La venerable cabeza del ermitaño reposaba sobre una piedra triangular en que se leia en latin esta inscripción:
Yo Juan, primer anacoreta de este lugar, habiendo despreciado el siglo, por amor de Dios, fabriqué, según alcanzaron mis fuerzas, esta iglesia en honor de San Juan, y aqui reposo.
Este santo era natural de Atarés, aldea cercana, y habitaba la cueva desde principios del siglo VIII, por lo que una antigua crónica lo llama nuevo Noé, que habia fabricado esta arca, antes que la inundación de los bárbaros anegase á España, y en la que se salvaron los pocos fieles. El cazador hizo oración á Dios y á San Juan Bautista, de quien era especial devoto; dio sepultura al ermitaño, colocó también en la huesa la piedra escrita, y volvió á Zaragoza, donde ya le aguardaban impacientes sus padres y su hermano Félix. A este último participó el pensamiento que habia concebido de ceder sus haciendas á los pobres, retirarse á la ermita que el acaso le hiciera descubrir, y consagrarse alli á una vida de oración y penitencia. Convino Félix en el piadoso proyecto, y ambos hermanos marcharon á Uruel, donde moraron largo tiempo ocultos y apartados del trato de los hombres, hasta que fueron descubiertos por varios cristianos, que huyendo del enemigo moro, buscaban un asilo entre la fragosidad de los montes. Los piadosos solitarios les prodigaron cuantos auxilios espirituales y temporales estaban á su alcance, y cierto dia que determinaron trasladar á un nuevo sepulcro el cuerpo de San Juan de Atarés, se reunieron bajo la tosca bóveda de la cueva hasta trescientos montañeses, entre los que se contaban algunos sacerdotes. Después de cumplidos los deberes religiosos, persuadieron los dos ermitaños á los circunstantes, imitasen el noble ejemplo de los asturianos, que acaudillados por el in–
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