domingo, mayo 20, 2012

Viage ilustrado (Pág. 645)

Miñones y paisanos del Bajo Aragón

en su real cámara con su esposa doña Inés, á la cual esponia su resentimiento, por causa de sus amores con el conde de Atarés; mas la reina, con aquella energía que imprime Dios en el alma de los inocentes, logró persuadir á su esposo de su inculpabilidad, haciéndole al mismo tiempo comprender los criminales designios de don Pedro de Tizón. Esta conferencia trajo en pos, no solamente la paz del regio consorcio, sino también la libertad del conde de Atarés, que gemia sin consuelo en un lóbrego calabozo.
Monteagudo entró en el instante de la reconciliación en la estancia del rey, al cual anunció, que los conspiradores no volverían á incomodarle, y convidó al monarca para que fuese con él á presenciar la obra que habia hecho en beneficio de la patria.
—Ya tenéis fabricada la campana que ha de oírse en toda España, dijo Monteagudo sonriendo malignamente.
—Pasemos á verla, respondió el Monge, despidiéndose de doña Inés, y acompañando á don Pedro Tizón; pero sin dirigirle la palabra.
Entraron, pues, en el salon que ya conocen nuestros lectores: lo que apareció en aquella estancia dejó petrificado al monarca á punto de helársele la sangre en el cuerpo; pero recobrando su primitiva tranquilidad de espíritu, sintió desde luego una repentina transición en su alma, que le hizo concebir un proyecto que ponia cumplido término al infernal que habia meditado Monteagudo.
El espectáculo que se presentó á los ojos del rey fué el siguiente:
En lo interior de aquel espacioso recinto vio don Ramiro quince cabezas de hombres recien cortadas formando un horrible círculo sobre el pavimento, dispuesto con tal simetría y regularidad que imitaba perfectamente la forma de una grande campana. Encima, y suspensos de una monstruosa argolla, estaban los cuerpos respectivos de aquellas cabezas aladas por los pies, y cayendo cada uno verticalmente en dirección á su cabeza, cuyas posiciones de este modo combinadas, remataban la forma de la campana sangrienta —¿Pensáis, señor, dijo don Pedro Tizón, que se oirá en toda España?
—No, repuso el rey con prontitud.
—¿Por qué? preguntóle Monteagudo.
—¿No lo adivináis? dijo el rey.
—No... decidlo, señor, que deseo saberlo.
—Porque le falta el badajo, observó tranquilamente el monarca.
—Tenéis razón, esclamó sonriendo Monteagudo. Ya habia yo pensado en ello. La cabeza del conde de Atarés me parece á propósito...
—No, interrumpió don Ramiro; la vuestra producirá una vibración mas sonora y lejana.
—¿Qué me decís, señor? esclamó Monteagudo con asombro.
El rey entonces, por única contestación, llamó al verdugo, y dispuso que su sentencia se cumpliera. Súplicas, razones, lamentos, todo fué inútil para hacer variar la resolución de don Ramiro, quien oyendo al subir las escaleras que conducían á un aposento, los gritos desconsoladores de Monteagudo;
—Ya comienza á vibrar la campana, dijo con la mayor sangre fria; y penetró en una cámara. En ella se hallaba la reina, á la cual abrazó añadiendo:
—Señora, estamos vengados, y mi reino libre de traidores.
Pocos momentos después se presentó el conde de Atarés á dar las gracias á don Ramiro por haberle libertado de la prisión.
A pesar del tiempo que ha trascurrido desde la época de esta horrorosa catástrofe, todavía encuentra el viagero el recinto fatal donde fueron decapitados todos aquellos nobles; es una pieza ovalada con bóveda alta, formada por arcos cruzados, en que se ve también la memorable argolla donde estuvo suspenso el cuerpo de don Pedro Tizón, (1) situada en la sala que se halla debajo de la biblioteca en el edificio que, como dijimos, es hoy instituto, y donde antes estuvo la universidad de Huesca. Los cuerpos de los quince próceres fueron sepultados en la iglesia de San Juan de Jerusalen, en otros tantos sepulcros que tenían por adorno en relieve, una espada desnuda y una campana, y se conservaron hasta tiempos muy modernos.
Bolea es una población de 480 habitantes, es bastante antigua y se cuenta entre las numerosas conquistas que á los moros hizo Sancho Ramírez. Su parroquia, titulada Santa María la Mayor, tiene un capítulo de diez racioneros. Hay también un ex-convento de servitas, de fábrica muy antigua, y cuya iglesia está abierta al culto. Mas allá de Bolea está Loarre. Alzase esta villa al pie de la sierra de su nombre, y solo tiene 250 habitantes. En su territorio subsiste un viejísimo castillo que es muy renombrado en la historia, y que contiene una ermita. Loarre se llamó Calagurris–Fivularia, y sus habitantes, en union con los de Huesca, enviaron diputados á Julio César para ofrecerle obediencia, como él mismo asegura en sus comentarios. En la fortaleza de Loarre, dícese encerraron los moros al famoso conde don Julian hasta su muerte. Conquistó esta población Sancho Ramirez en 1092, y la concedió la merced de voto en Córtes.

(1) Algunos historiadores aseguran que á quien hizo decapitar el rey, fué á su secretario llamado Ordaz.



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