viernes, mayo 18, 2012

Viage ilustrado (Pág. 644)

doña Inés, ó como una escusa poderosa que solo tiene por objeto atenuar su criminal conducta, y destruir á su acusador.
El rey Monge, que mas tenia de monge que de rey, dio crédito al favorito, y sintió en su pecho por la primera vez de su vida, el terrible aguijón de los celos y el mas vehemente deseo de una pronta y ejemplar venganza.
Acto continuo dispuso secretamente la prisión de Atarés, y difirió para mas adelante el castigo de éste y el de su esposa, acaso con el objeto de no despertar las sospechas de los conjurados, á los cuales quiso sorprender en sus secretos conciliábulos.
Con efecto, cierta noche, en la que debía reunirse la asamblea conspiradora, lo cual supo Tizón por sus diestros, y bien sobornados espías, acudieron éste y el monarca disfrazados, á una habitación contigua á la estancia donde habia de celebrarse la reunion, y sin ser vistos oyeron y vieron cuanto pasó allí; y se enteró don Ramiro, de que trataban destronarle y proclamar por sucesor al conde de Atarés, su primo, en el cual veian prendas mas propias para reinar, que las mansas y monásticas que caracterizaban al pusilánime don Ramiro. Oyó los denuestos é imprecaciones que le dirigían y apuntó los nombres de los principales personages que componían la numerosa asamblea, entre los cuales se hallaban los siguientes: don Lope Ferrench de Luna, cuñado del conde de Atarés; su hermano Rui Jimenez, su otro hermano don Pedro Martínez, y los otros dos hermanos don Fernando y don Gomez de Luna; don Ferriz de Lizana, don Gil de Atrovillo, don Pedro de Luecia, don Miguel de Azlor y don Sancho de Fontova. Don Pedro Coronel, don Ramon de Faces y don García de Vidaure, don García de la Peña y don Pedro de Vergua. El rey se contentó con apuntar á estos quince caballeros, y no teniendo ánimo para continuar escuchando los injuriosos epítetos con que le calificaban, se retiró á su palacio con el de Tizón, á fin de meditar tranquilamente el partido que tomaria sobre el asunto.
Mucho tiempo estuvo vacilante, ora optando por el castigo, ora por el perdón. Últimamente quiso confiar la decision á otra persona menos parcial y menos acalorada, y mandó al de Tizón al monasterio de San Ponce de Torneras, para que el abad Fr. Frotardo le aconsejara después de saberla historia de lo ocurrido.
Fr. Frotardo lo oyó todo, y bajando al huerto con el conde de Monteagudo, fué en su presencia cortando las coles mas altas que habia, y dijo en acabando:
—Decid al rey, que esta es mi contestación.
Volvióse á Huesca el de Tizón, contó al rey lo que habia pasado con el abad, ^ preguntóle en seguida lo que decidía.
—Obra conforme á las insinuaciones de Fr. Frotardo, respondió don Ramiro, y dejó á Monteagudo solo con su proyecto de venganza.
Sabedor Monteagudo del dia y hora convenidos para la última reunion de los conjurados, en la cual debia decidirse el destronamiento de don Ramiro, combinó su plan anticipadamente, á fin de sorprender al rey con un suceso estraordinario. En efecto, llegó el día señalado para la postrer reunion de los descontentos, y á la hora indicada fueron poco á poco penetrando en el alcázar del rey y ocupando un salon apartado del mismo edificio.
Media hora después de hallarse todos los nobles reunidos, comenzaron á hablar en voz alta acerca de la impotencia del soberano, y reprodujeron en términos violentos y amenazadores la idea que mas los halagaba, esta era, el pronto destronamiento del rey Cogulla, que asi le calificaban los nobles y el pueblo. Poco tiempo después entró alli don Pedro Tizón, quien adulando diestramente el unánime parecer de los conjurados, aparentó aceptar la sublevación, y formó parte de los descontentos.
Luego, ridiculizando al rey, habló de su manera estravagante de montar á caballo, cogiendo las riendas con la boca, y recordó lanzando estrepitosas carcajadas el pensamiento de don Ramiro relativo al ofrecimiento que habia hecho de una campana, cuyo sonido se oyese en todas partes. Todos calificaron esta idea con el epíteto de ridicula, y acompañaron á Tizón en sus risas y en su supuesta burla.
—Caballeros, esclamó Tizón repentinamente; la campana ofrecida está ya fabricada; es una campana monstruo, que os enseñaré con gusto especial, si queréis acompañarme, pero solo podéis venir cinco á cinco para no llamar demasiado la atención por el número. —Si, si, repitió á gritos la insubordinada asamblea... Veamos esa campana.
—Pues entonces que me sigan los cinco caballeros de Luna primeramente.
Con efecto, los indicados personages siguieron al conde de Monteagudo.
Atravesaron largos corredores y llegaron á un patio donde habia una puerta grande cerrada, y sobre la cual dio cinco fuertes golpes donde Pedro de Tizón. Abrióse la puerta de par en par, y volvió á cerrarse al momento que los nobles hubieron entrado. Era un salon espacioso, y en donde los ricos–hombres no vieron campana alguna, sino solamente dos gruesos maderos clavados debajo del cornisamento.
—¿Y la campana? preguntaron.
—Vedla, dijo el de Tizón señalando á los maderos. Y acto continuo acercó á sus labios un silbato de plata, y después de haber silbado, aparecieron, como por encanto, mas de cuarenta arqueros, que saliendo por una puerta que se hallaba situada á un estremo del salon interior, se apoderaron de los Lunas y los desarmaron.
—Esos maderos que veis en lugar de la campana, son para ahorcaros, dijo el de Monteagudo con risa infernal.
—¡Traición! ¡Traición! gritaron los Lunas.
—¡Silencio! ¡partidarios del conde de Atarés! dijo Monteagudo; hizo una señal de inteligencia al verdugo, y se ausentó dejando á los caballeros en situación mas fácil de adivinar que de describir.
Subió las escaleras que poco antes habia bajado; penetró en la sala de los conspiradores, y afectando una sonrisa algo mas que satisfactoria, gritó:
—Ferriz de Lizana, Gil de Atrovillo, Pedro de Luecia, Miguel de Azlor, Sancho de Fontova, seguidme, que os aguardan vuestros compañeros.
Estos caballeros le siguieron llenos de júbilo y deseosos de hallar un nuevo objeto de mofa hacia don Ramiro. Don Pedro Tizón reprodujo con ellos la misma escena que habia tenido lugar con los anteriores y asi sucesivamente con los otros cinco hidalgos, hasta completar el número de los quince principales cabezas del motin apuntados por el rey.
Mientras tanto se verificaban estas terribles decapitaciones en el salon misterioso, don Ramiro hablaba

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