beranos de Castilla y señores de Vizcaya juraban antiguamente guardar los fueros del señorío, y para visitar el tosco y vetusto solar de Ercilla, al que los gratos recuerdos del esforzado guerrero, el ilustre poeta autor de La Araucana, dan mas importancia que su forma.
A dos leguas y media de Bermeo en uno de los sitios mas bellos de Vizcaya, se halla el pueblo de Guernica, célebre por estar en sus inmediaciones junto á una ermita llamada de Santa María de la Antigua, el renombrado árbol do el cual se han reunido los vizcaínos desde tiempo inmemorial, y se reúnen todavía á celebrar sus congresos ó juntas. La fundación de esta ermita se cree que remonta al siglo III de la iglesia, y en ella se conservan veinte y seis retratos de los señores de Vizcaya y un cuadro que representa á Fernando el Católico jurando los fueros. Debajo del árbol hay un solio, en el que se sientan los individuos de la diputación general, en forma de témplete, con veinte y dos columnas aisladas en sus cuatro caras, ocho de las cuales sostienen un frontispicio triangular, en cuyo tímpano se ostentan las armas de Vizcaya. Detrás de este solio pequeño, pero de buen efecto, se levanta el árbol famoso, que es un roble, y nada particular tiene, ni aun siquiera denota antigüedad, pues se reemplaza con otro tan pronto como el que existe se pierde.
Hablemos ahora de Asturias y digamos algo respecto á su historia y costumbres.
Llegamos á los famosos montes que los antiguos llamaban Herbaseos ó Narbaseos, donde se acogieron los suevos huyendo de los vándalos, llamados hoy Sierra de Arbas, que en otros tiempos separaban á los Asturos Augustanos de los Asturos Trasmontanos, cuando en territorio de Leon todavía, se descubre á la derecha la colegiata de Santa María del Puerto y las casas de los canónigos. La fundación de éste se remonta á una época bastante lejana, y cuyo objeto, á la manera que el famoso convento del monte de San Bernardo, fué servir de albergue á los transeúntes que durante la estación de las nieves atravesaban la montaña; en el día todavía se socorre con pan y vino á todos los viageros pobres. Esta colegiata y la de Cangas son las únicas de patronato real que se conservan en el principado de Asturias.
«Al llegar á lo alto de la cuesta, dice un viagero moderno, donde está el mojón, signo divisorio de ambas provincias, presenciamos una escena que nos enterneció. Iba delante de nosotros una cuadrilla compuesta de asturianos pobres, que llevando al hombro los instrumentos agrícolas de que se sirven para la siega periódicamente en los llanos de Castilla, volvían á su pais. Al poner aquellos hombres el pie en el territorio de Asturias se postraron respetuosamente y besaron con entusiasmo la tierra en que habían nacido. Esta demostración que recuerda las sencillas costumbres de los tiempos primitivos, nos mostró que el amor de la patria, tan arraigado en la mayor parte de nuestras provincias, es casi un culto en el corazón de los asturianos.»
En la altura del puerto cambia la decoración natural de una manera sorprendente. A las desiertas y monótonas llanuras de Castilla, se suceden ya nevadísimos montes cubiertos de maleza y de árboles, y habitados por osos, corzos y cabras monteses, ya magníficas cascadas, ya risueñas colinas cubiertas de verdura y salpicadas profusamente de caseríos, iglesias y torres feudales; ya en fin, amenísimas pradera; regadas por limpios arroyos, y en las que retoza multitud de ganado. Sublime y grandioso es el panorama que domina el viagero desde lo alto de Pajares. Parece que el dedo de Dios trazó allí una linea divisoria para señalar dos paises enteramente distintos uno de otro, y que al colocar el de Asturias tan aislado de las demás naciones, circundado por todas partes de montes inaccesibles ó de las siempre embravecidas olas del mar Cantábrico, y dotándole al mismo tiempo de todos los frutos y producciones necesarias á la vida, fué su intento formar una region afortunada en que el hombre, á costa de un moderado trabajo, tuviese lo preciso, pero sin aquel regalo que le afemina, le enerva y le entrega á la ociosidad y los vicios.
Los primeros albores de la historia de Asturias apenas podemos divisarlos mas allá del tiempo de los romanos, pues los hombres agrestes y salvages que habitaban estas tierras, escudados con la fragosidad del pais y con su indómito valor proverbial entre los antiguos, jamás doblaron la cerviz al yugo estrangero, ni fueron encañados por las pérfidas palabras de paz y de amistad con que los fenicios, griegos y cortagineses arrebataron su libertad é independencia á los pacíficos habitadores de las fértiles comarcas bañadas por el Mediterráneo. En cambio los asturos, asi como sus hermanos los cántabros, vascones y galaicos, no adquirieron la civilidad y cultura que aquellos, pues conservaron con su libertad é independencia la ferocidad y la barbarie de los hombres primitivos. Cuando los romanos aportaron á nuestra península la encontraron dividida en muchas naciones mas ó menos salvages, pertenecientes á dos razas ó castas primitivas, indo—escítica y la galo—celta. La primera en una época muy lejana de los tiempos á que alcanza la historia, subdividida en multitud de tribus errantes compuestas de pastores y guerreros, se derramó desde las mas remotas regiones de la antigua Escitia, por el Occidente de Europa y de la Iberia, y algunas llegaron hasta estos apartados paises, que les ofrecían abundantes y sabrosos pastos para sus numerosísimos rebaños. La segunda raza, la de las celtas (á la que también atribuyen muchos historiadores origen scítico), que ocupó el centro y Mediodía de la península española, también bárbara y belicosa, sostuvo siempre porfiadas guerras con la scítica, y aun enemigas v combatiendo una con otra permanecían en la época de la invasion de los descendientes de Rómulo. La nación mas valiente y bárbara de las muchas en que, como hemos dicho, se divididia á la sazón España, era indudablemente la de los asturos. Ocupaban estos un territorio mas estenso que el actual principado, pues comprendía la parte septentrional de lo que en la edad media se llamó reino de Leon. Sus límites eran: al Oriente los cántabros, con los que lindaban por las ría de Villaviciosa; al Mediodía los vaceos, que llegaban á Carrion; al Occidente los galaicos, de quien estaban separados por el rio Sil; y al Norte el mar, desde Llanes hasta Navia, por donde corria el Narviluvion. Dividíanse los asturos en dos grandes porciones, á las que servían de lindes los montes Hervasos, y se denominaban Augustanos y Lucenses ó Trasmontanos. Los primeros tomaban su nombre de la antigua ciudad de Asturica Augusta, hoy Astorga, y los segundos de la célebre Lugo, ciudad asentada una legua de Oviedo, donde hoy la aldea de Lugones. Estendíase un bosque sagrado alrededor de esta
A dos leguas y media de Bermeo en uno de los sitios mas bellos de Vizcaya, se halla el pueblo de Guernica, célebre por estar en sus inmediaciones junto á una ermita llamada de Santa María de la Antigua, el renombrado árbol do el cual se han reunido los vizcaínos desde tiempo inmemorial, y se reúnen todavía á celebrar sus congresos ó juntas. La fundación de esta ermita se cree que remonta al siglo III de la iglesia, y en ella se conservan veinte y seis retratos de los señores de Vizcaya y un cuadro que representa á Fernando el Católico jurando los fueros. Debajo del árbol hay un solio, en el que se sientan los individuos de la diputación general, en forma de témplete, con veinte y dos columnas aisladas en sus cuatro caras, ocho de las cuales sostienen un frontispicio triangular, en cuyo tímpano se ostentan las armas de Vizcaya. Detrás de este solio pequeño, pero de buen efecto, se levanta el árbol famoso, que es un roble, y nada particular tiene, ni aun siquiera denota antigüedad, pues se reemplaza con otro tan pronto como el que existe se pierde.
Hablemos ahora de Asturias y digamos algo respecto á su historia y costumbres.
Llegamos á los famosos montes que los antiguos llamaban Herbaseos ó Narbaseos, donde se acogieron los suevos huyendo de los vándalos, llamados hoy Sierra de Arbas, que en otros tiempos separaban á los Asturos Augustanos de los Asturos Trasmontanos, cuando en territorio de Leon todavía, se descubre á la derecha la colegiata de Santa María del Puerto y las casas de los canónigos. La fundación de éste se remonta á una época bastante lejana, y cuyo objeto, á la manera que el famoso convento del monte de San Bernardo, fué servir de albergue á los transeúntes que durante la estación de las nieves atravesaban la montaña; en el día todavía se socorre con pan y vino á todos los viageros pobres. Esta colegiata y la de Cangas son las únicas de patronato real que se conservan en el principado de Asturias.
«Al llegar á lo alto de la cuesta, dice un viagero moderno, donde está el mojón, signo divisorio de ambas provincias, presenciamos una escena que nos enterneció. Iba delante de nosotros una cuadrilla compuesta de asturianos pobres, que llevando al hombro los instrumentos agrícolas de que se sirven para la siega periódicamente en los llanos de Castilla, volvían á su pais. Al poner aquellos hombres el pie en el territorio de Asturias se postraron respetuosamente y besaron con entusiasmo la tierra en que habían nacido. Esta demostración que recuerda las sencillas costumbres de los tiempos primitivos, nos mostró que el amor de la patria, tan arraigado en la mayor parte de nuestras provincias, es casi un culto en el corazón de los asturianos.»
En la altura del puerto cambia la decoración natural de una manera sorprendente. A las desiertas y monótonas llanuras de Castilla, se suceden ya nevadísimos montes cubiertos de maleza y de árboles, y habitados por osos, corzos y cabras monteses, ya magníficas cascadas, ya risueñas colinas cubiertas de verdura y salpicadas profusamente de caseríos, iglesias y torres feudales; ya en fin, amenísimas pradera; regadas por limpios arroyos, y en las que retoza multitud de ganado. Sublime y grandioso es el panorama que domina el viagero desde lo alto de Pajares. Parece que el dedo de Dios trazó allí una linea divisoria para señalar dos paises enteramente distintos uno de otro, y que al colocar el de Asturias tan aislado de las demás naciones, circundado por todas partes de montes inaccesibles ó de las siempre embravecidas olas del mar Cantábrico, y dotándole al mismo tiempo de todos los frutos y producciones necesarias á la vida, fué su intento formar una region afortunada en que el hombre, á costa de un moderado trabajo, tuviese lo preciso, pero sin aquel regalo que le afemina, le enerva y le entrega á la ociosidad y los vicios.
Los primeros albores de la historia de Asturias apenas podemos divisarlos mas allá del tiempo de los romanos, pues los hombres agrestes y salvages que habitaban estas tierras, escudados con la fragosidad del pais y con su indómito valor proverbial entre los antiguos, jamás doblaron la cerviz al yugo estrangero, ni fueron encañados por las pérfidas palabras de paz y de amistad con que los fenicios, griegos y cortagineses arrebataron su libertad é independencia á los pacíficos habitadores de las fértiles comarcas bañadas por el Mediterráneo. En cambio los asturos, asi como sus hermanos los cántabros, vascones y galaicos, no adquirieron la civilidad y cultura que aquellos, pues conservaron con su libertad é independencia la ferocidad y la barbarie de los hombres primitivos. Cuando los romanos aportaron á nuestra península la encontraron dividida en muchas naciones mas ó menos salvages, pertenecientes á dos razas ó castas primitivas, indo—escítica y la galo—celta. La primera en una época muy lejana de los tiempos á que alcanza la historia, subdividida en multitud de tribus errantes compuestas de pastores y guerreros, se derramó desde las mas remotas regiones de la antigua Escitia, por el Occidente de Europa y de la Iberia, y algunas llegaron hasta estos apartados paises, que les ofrecían abundantes y sabrosos pastos para sus numerosísimos rebaños. La segunda raza, la de las celtas (á la que también atribuyen muchos historiadores origen scítico), que ocupó el centro y Mediodía de la península española, también bárbara y belicosa, sostuvo siempre porfiadas guerras con la scítica, y aun enemigas v combatiendo una con otra permanecían en la época de la invasion de los descendientes de Rómulo. La nación mas valiente y bárbara de las muchas en que, como hemos dicho, se divididia á la sazón España, era indudablemente la de los asturos. Ocupaban estos un territorio mas estenso que el actual principado, pues comprendía la parte septentrional de lo que en la edad media se llamó reino de Leon. Sus límites eran: al Oriente los cántabros, con los que lindaban por las ría de Villaviciosa; al Mediodía los vaceos, que llegaban á Carrion; al Occidente los galaicos, de quien estaban separados por el rio Sil; y al Norte el mar, desde Llanes hasta Navia, por donde corria el Narviluvion. Dividíanse los asturos en dos grandes porciones, á las que servían de lindes los montes Hervasos, y se denominaban Augustanos y Lucenses ó Trasmontanos. Los primeros tomaban su nombre de la antigua ciudad de Asturica Augusta, hoy Astorga, y los segundos de la célebre Lugo, ciudad asentada una legua de Oviedo, donde hoy la aldea de Lugones. Estendíase un bosque sagrado alrededor de esta
No hay comentarios:
Publicar un comentario