martes, septiembre 29, 2009

Viage ilustrado (Pág. 432)

sepulcros; ni conserva aquellos baños de piedra preciosa de la suegra de Plinio el Joven, la célebre Pompeya Celerina.
El resto mas admirable de las obras de la antigüedad, que se conserva en Narni, es el gigantesco puente de Augusto. Llámase asi por haber sido construido por este emperador. Ya no es mas que una pesada mole ruinosa, que está amenazando hundirse para siempre en las aguas del Nera; pero aun llena de admiración al viagero al contemplar aquel magnífico arco y aquellas robustas columnas, que llenas hoy de florecillas silvestres, sostuvieron uno de los monumentos artísticos mas maravillosos del tiempo de los emperadores.
A poco que el viagero recorra las ruinas de Narni, encontrará vestigios que le traigan á la memoria el terrible asalto dado por los españoles á esta ciudad el 17 de julio de 1527. Y aun sin necesidad de que él se ocupe en recuerdos de esta clase, no dejará de encontrar al paso quien le pinte aquel sangriento cuadro, pero con los mas fuertes y rabiosos colores. Esto consiste en que escritores apasionados primero, y luego la tradición, se han encargado de dar el interés y efecto de novela al Saco de los Borbones, como ellos dicen, cuando aquel suceso nada tiene de extraordinario, atendidas la época eminentemente guerrera en que aconteció, y las circunstancias que indignaron los ánimos de las huestes del emperador Carlos V.
Después de muerto el condestable de Borbon en el sitio de Roma, y de haberse apoderado los españoles de la ciudad eterna, se estendieron las tropas por las ciudades inmediatas, presentándose algunas á la vista de Narni el 14 de julio, estableciendo el campo entre Sangemine y la Camminata, á una milla de la ciudad, donde aun hemos visto algunos restos de las fortalezas que construyeron. El objeto de los españoles no era otro que el de obtener hospitalidad en Narni, según también espresaba un breve del pontífice, el cual escitaba á las autoridades y á los ciudadanos narneses á que albergasen cortesmente y sin ningún género de sospechas á aquel pequeño cuerpo de ejército. Clemente VII aseguraba bajo su palabra á sus subditos, que nada, absolutamente nada, tenían que temer de las bizarras tropas imperiales.
Aquellos, sin embargo, poseídos por el miedo, ó engañados por algunos malvados, que suponian siniestras intenciones en los españoles, se negaron á dar la hospitalidad suplicada por los nuestros é impuesta por su monarca, el pontífice romano, y cerraron las puertas de la ciudad, fortificándose dentro y disponiéndose para sostener tenazmente su negativa. En Narni habia también un gran partido que opinaba por consentir en la entrada de los españoles, descansando en la buena fé y cumpliendo con los mandatos del papa, asi como también confiando en el prestigio de nuestras tropas, y en su probidad acrisolada.
Con el fin de decidir sobre la última contestación que habia de darse á los españoles, se reunió un consejo en el palacio Priori, á que concurrieron cuatrocientas treinta y siete personas; pero los malévolos, los revolucionarios, los que estaban por la guerra para hacer en ella su fortuna, amenazaron con el asesinato á los que querían abrir las puertas á los nuestros, y aun á los que pretendían sujetar á discusión un asunto tan importante. Así es, que por fuerza prevaleció al parecer de los díscolos, triunfando los malos sobre los buenos. Los turbulentos corrieron á las armas y cobraron aliento con una pequeña ventaja que alcanzaron sobre los españoles en una breve salida que hicieron de la ciudad, para replegarse otra vez tan pronto como se apercibieron de ello los imperiales, que con todo miramiento enviaban embajadores y esperaban el acuerdo de los narneses.
Mientras tanto, muchos habitantes de Terni, enemigos mortales de los de Narni por cuestión de territorio, y por la de güelfos y gibelinos, se unieron á los españoles que se preparaban para el asalto. No dejó éste de ser difícil por la resistencia obstinada de la ciudad y por las considerables fortalezas que tenia entonces; pero al fin los pendones de Castilla ondearon bien pronto sobre los de la triple corona pontificia.
Nada tiene de estraño, atendidas las leyes de la guerra en aquellos tiempos, y la provocación de los narneses, con mengua de la buena fama de los vencedores en Pavía, que la vencida ciudad esperimentase el rigor de los españoles. Mucha sangre, muchas lágrimas, hasta desmanes é incendios, creemos que costaría la entrada de estos, porque antes de declararse hostiles, ó mejor cuando se declaraban amigos, fueron ellos heridos, muertos, y lo que es peor, insultados y torpemente escarnecidos. Hasta no tenemos dificultad en admitir aquello que dice el marqués Giovanni Eroli, de que, molte donne di bellezza, e pudore, perdettero quel flore virginaleche con tanto studio e onesta lode avean servato; pero de ningun modo podemos creer jamás que los españoles, y menos los de aquel siglo, profanasen los altares é insultasen al Santísimo Sacramento. Los españoles han sido siempre eminentemente católicos, y muy reverente ante las imágenes divinas. Semejante acusación, lanzada sobre los españoles del siglo XVI, nos recuerdan que, precisamente en el mismo siglo, una alta dignidad del sacerdocio, el cronista del monarca de aquellas tropas, del emperador Cárlos V, decía, que el clero romano se parece á las campanas; que llaman á la gente á misa, pero jamás entran ellas en templo. No hacemos esta cita para injuriar al clero de Roma, cuyas virtudes admiramos con respeto, sino para aconsejar á los historiadores italianos que no crean aquello, asi como nosotros no creemos esto.
El mismo marqués de Eroli, dice, que los hijos Terni, acérrimos adversarios de los de Narni, y muchos de los de esta ciudad, se hallaron en el saqueo, en el incendio y en la devastación. ¿A qué arrojar sobre los españoles la responsabilidad de aquellos enormes desacatos? Tenga él muy presente, y ténganlo todos los que eso hayan podido creer de las tropas de Carlos V, que en Calvi, cerca de Narni, dieron muerte los españoles á dos italianos que les querian vender una fortaleza, colgándoles luego por los pies en las almenas del castillo, y estampando su infamia en el muro para ejemplo de traidores. ¡Esto lo hicieron los españoles, cuando necesitaban tomar á todo trance la fortaleza! Y prefirieron, á tomarla por medio de dos infames, el obtenerla á sangre y fuego. ¡Doble y sublime rasgo del carácter español, que ha podido menos de causar la admiración de los escritores italianos!
A cuatro millas de Terni se admira el espectáculo mas sorprendente y mas sublime de cuantos ofrecer la naturaleza entre sus caprichosos fenónemos. Aludimos á la magnífica cascada, conocida con el nombre de Cadutta delle Marmore, la cual, con sobradísima razón, ha constituido siempre el encanto

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