lunes, septiembre 21, 2009

Viage ilustrado (Pág. 429)

fienden todo su territorio. Junto á la sesta torre, llamada Paola, presenta el monte un anfiteatro de nueve colinas: las dos mas elevadas tienen 1,300 pies de altura. Sobre una de ellas, y hacia la parte del S. se distingue la aldea de San Felice, único punto habitado, y á donde se refugiaron muchas de las familias de Terracina. Encima de esa preciosa aldea se ven las ruinas de la antigua Circeya, con sus murallas formadas de pedazos de roca, reunidos al parecer sin cimientos ni trabazón, pero ajustados de tal manera sus ángulos, que conservan una consistencia muy sólida. Esta obra parece que es debida á los pelasgos, aquel pueblo tan fuerte y civilizado que levantó en la Saturnia, á la embocadura del Pó, las robustas murallas de Espina, pasando luego á establecerse entre el Arno y el Liris, después de haber ilustrado con sus colonias la Grecia.
»E1 monte Circello recuerda muy grandes hechos de los pueblos antiguos. Por los años 264 de Roma, cuando Milciades vengaba á la Grecia en las llanuras de Maratón, la ciudad de Circeya se sometió sin resistencia al joven Coriolano; pero tres años después fué obligada por la fuerza á volver al yugo romano. Sin embargo, se inclinó siempre al partido de los volscos, de aquellos valientes que desempeñaron un papel tan brillante en la robusta infancia de la antigua república. Por eso en el año 371 de Roma formó alianza con ellos, con los latinos y demás sublevados, y mereció el renombre de rebelde.
»Durante la segunda guerra púnica, rehusó armarse en favor de Roma contra Cartago. Saqueada por Sila como partidaria de Mario, apareció no obstante floreciente al cabo de pocos años. Circeya sirvió de refugio al miserable Lépido, que terminó en ella una existencia demasiado larga, encenagado en el crimen y en la mas desenfrenada licencia. Algo mas tarde, el digno predecesor de Caligula, poco tiempo antes de su muerte, dio en ella juegos castrenses, y desde esta época no ha vuelto á figurar mas en la historia.
»Lépido se retiró á Circeya y Tiberio a Caprea, huyendo ambos de las ciudades populosas, á la manera de animales carnívoros que han saciado su hambre con miembros palpitantes, y vuelven á sus cavernas en el desierto después de haber llenado de espanto las moradas.
»Cuando sentado uno en la cumbre de ese promontorio célebre, recorre con la vista la comarca descrita por Homero, se siente inclinado á descubrir vestigios del infierno en esa lava, encima de esos campos de azufre y de betún, en el fondo de esos lagos, cuyas negras aguas han reemplazado los fuegos subterráneos, y en esas cavernas que exhalan vapores pestilenciales, ahi se encuentran el pais de los lestrigones, los impetuosos torrentes del inflamado Flagetonte, la hoya de los espectros; y algo mas lejos, la verde y risueña pradería donde las sirenas cautivaban á los mortales, para entregar en seguida sus cadáveres á la voracidad de las llamas. El viagero fija sus miradas sobre esas masas terribles, antiguos testigos de la creación, y tal vez descubre en ellas los vestigios pobladores de la tierra.»
Ahora creemos que nos agradecerán nuestros lectores una descripción de las célebres lagunas Pontinas, lo cual vamos á hacer, aunque no sin decir antes dos palabras de la célebre también Via Apia. La Vía Apia, esa fortísima y dilatada senda que ha eternizado el nombre de Apio Claudio, y sobre la cual construyó otra el gran pontífice Pio VI que es la que conduce de Terracina á Velletri, aparece como una de esas grandes obras que recuerdan la opulencia y el buen gusto de los romanos. Cuando en el siglo pasado fue descubierta en el seno de las aguas, centenares de personas corrieron á pisar el hermoso suelo que por tantos años se habia escondido á las pisadas de los hombres. Los colosales peñascos que componían los parapetos de su calzada, poniéndola al abrigo de las inundaciones y sirviéndole de eternos cimientos, llenan de admiración á los viageros que saben leer en estas piedras todo el placer y grandeza de los pueblos que las devastaron. Lo que mas abona el valor de esa bellísima obra es la vista de los notables fragmentos que aun se conservan, no obstante los muchos siglos é innumerables generaciones que contra ellos han conspirado. ¡Qué admirable es semejante trabajo de la antigüedad, aun mirado en un trozo pequeño! ¡Como es posible que Apio Claudio pudiese imaginar siquiera, que sobre esa via que pisaron cien veces las legiones romanas de su tiempo, habia de caminarse cómodamente en el siglo XIX!
Uno de los fragmentos mejor conservados de la Via Apia, es el que pasa besando el pie de los sepulcros de los Horacios. Deben aquellos sin duda su conservación, como muy oportunamente observa un viagero, á la manera ingeniosa con que las piedras han sido enterradas á lo largo, pues si de otro modo estuviesen colocadas, los estragos del tiempo se hubieran hecho sentir mas sobre esas enormes masas.
En la inmensa llanura de mas de 50 millas de largo, por casi la mitad de ancho que queda descrita, se encuentran las lagunas Pontinas, cuyo álveo fangoso, según dice Muciano, ha dado sepultura á veinte y tres aldeas. Promecia, ciudad de los volscos, cuya antigüedad se esconde en la noche de los siglos, les ha dado su nombre. Aqui fué donde, si merece crédito la autoridad de Virgilio, después de establecidos los lacedemonios, levantaron altares á la diosa Fenocina, emblema de la fecundidad. Toda esta pradera de que vamos hablando, con su verde alfombra, sus preciosas y animadas aldeas, sus quintas y sus castillos constituía el recreo de los romanos, que, como Pomponio Ático, Augusto y Mecenas, iban á distraerse en ella del ruido de la corte, considerándola como el granero de la capital. En aquella época eran sus valles muy frescos y deliciosos, alzándose lozana la vegetación de sus colinas. Era un verdadero Edén, que convidaba á la paz, á la vida filosófica, á la meditación del poeta y á la vida de los placeres campestres. Pero bien pronto las sangrientas guerras de los romanos, las pestes que se desarrollaron sucesivamente y la multitud de miasmas pútridos de que se habia impregnado la atmósfera, dieron á estas llanuras unas cualidades tan nocivas, que de campo de deleite fueron convertidas en una vasta sepultura; á los gritos de guerra sucedieron los cantos funerales; á los síntomas de vida, el silencio de la muerte. Las aguas pestíferas y envenenadas llevaron el mal hasta las mas ocultas venas de la tierra, y al poco tiempo no se aspiraba ya el dulce aroma de las flores; sino el aire pestilente de los sepulcros, ó las asquerosas y perjudiciales emanaciones de los manantiales el Astura, el Ninfa, el Teppia, el Anatemus, y el Ofeus. Las aguas de estos dos corren confundidas en un canal.
Todo este terreno fué limpiado, y restablecidos los

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