viernes, octubre 02, 2009

Viage ilustrado (Pág. 433)

de los viageros, aun de aquellos que acostumbran á mirar con desdeñosa indiferencia los objetos mas prodigiosos.
En muy poco tiempo se llega á la orilla del Velino, donde se abre el canal que va al lago de Piediluco, y que atraviesa durante media milla un espeso bosque de adelfas y jaramagos, hasta desaguar en el inmenso lago, cuya circunferencia es nada menos que de siete millas. Su profundidad es bastante considerable y muy irregular y sinuoso su enorme alveolo. Lo que mas ha contribuido a la celebridad que tiene este pintoresco lago, es la rara propiedad con que en dos segundos y medio reproduce todos los sonidos, asi las modulaciones de la voz humana, como los compases de cualquier instrumento músico. Este es el fenómeno que se conoce con el nombre de eco de Piediluco. El aspecto que presenta el lago, al parecer dormido en un estenso y profundo valle, limitado circularmente por una cadena de montanas, es sumamente interesante y muy digno de ser con empeño visitado por los estrangeros. Figúrese el lector un inmenso anfiteatro, cuya arena es un precioso cristal azul, en que fingen caprichosos mosaicos mil pintados pececillos, y cuyos muros son altísimas y frondosas colinas; todo esto en un silencio sepulcral, y entoldado por un hermoso cielo salpicado de nubecillas blancas y de color de grana: ilumine con una luz dorada la mitad de los montes y del lago, contrastando pintorescamente con las sombras que el sol poniente había esparcido en el opuesto lado, y finja, en fin, una barquilla que rompe el cristal y ahuyenta los peces, y tendrá una idea aproximada de una de las cosas mas dignas de admiración, del magnífico y melancólico lago del Piediluco.
»En seguida, dice un viagero, tomamos á pie el camino de la cascada por entre un húmedo y sombrío bosque, donde en tranquila y voluptuosa soledad las erguidas y corpulentas hayas regalaban tiernos fabucos al enamorado sicómoro que besaba su planta; el frondoso castaño se dejaba abrazar por la lánguida y melancólica siempreviva, y la paloma torcaz buscaba á su cariñoso compañero, que con sentido arrullo la llamaba hacia aquellas lascivas espesuras. A poco que hubimos andado por sus angostas veredas, oímos voces articuladas, como de personas que venían á salirnos al encuentro. Efectivamente, un regimiento de mugeres montadas sobre una especie de asnos huesosos saltó en tierra tan pronto como estuvo delante de nosotros. Al principio nos ocurrió si aquellas serian ninfas del Velino, ó fieras de las montañas; pero luego nos decíamos: para ser fieras son muy mansas; para ninfas, ya son feroces; pero si como ninfas no son bellas, lo que es como fieras son muy hermosas.
»Asi que comprendimos que el objeto de aquellas mugeres era ofrecernos sus cabalgaduras, que nosotros no aceptamos, ni pudiéramos haber aceptado por compasión hacia los animalitos, nos acordamos de lady Morgan, que con nuestros coches y aquellos cuadrúpedos podria haber visitado cómodamente ese sublime cuadro, de que con tanto dolor tuvo necesidad de privarse.»
El rio Velino, luego que nace entre los montes Abruzzos, al S. O. cerca de Torrita y Antrodoco, recorre el valle llamado de Falacrina, lame la falda de Terminillo, uno de los altos Apeninos, recibe las aguas minerales del valle Cutilia, del rio Sarto y del Marsia, cruza por Rietí, se engruesa con la corriente del Turano, y atravesando el valle después de un curso de 56 millas, va á precipitarse estrepitosamente desde una altísima roca sobre el tranquilo Nera, constituyendo esa admirable cascada.
El nombre de Caduta della Murmore viene de la naturaleza de sus aguas, las cuales, conteniendo una cantidad de materia calcárea, tienen la propiedad de petrificar las sustancias que encuentran. A esto es debida la abundancia de mármoles y de estalactitas que se encuentran á su lado. El año 481 de Roma, Marco Curio Dentato, rompiendo el terreno petrificado, dio libre curso á las aguas estancadas, las cuales se desataron como un torrente, haciéndose después fertilísimo el sitio en que habían permanecido. Por esto Marco Tullio dio á aquel lugar el nombre de Tempe.
Dice Tácito, que cuando la inundación de Roma, por haberse salido de madre el Tiber, á consecuencia de grandes lluvias en tiempo de Tiberio, se proyectó cerrar esta catarata; mas las dispulas suscitadas por algunos municipios y por los Pisones se opusieron á semejante obra.
En el siglo XV los rietinos se determinaron á abrir un nuevo canal para dar dirección á las aguas, lo cual fué un grito de guerra pára los hijos de Terni. Aquellos tomaron la roca de Sant Angelo, y estos, deseosos de vengarse de sus adversarios, tuvieron una asamblea pública el 17 de agosto de 1417, en la que acordaron: Eundum ad portum marmorum ad moriendum. Braccio Fortebraccio, señor de la Umbría, examinando la cuestión, impuso á los de Rieti que prescindiesen de su empresa. En 1540 recurrieron á Paolo III, y teniendo entonces mejor éxito su causa, emprendieron la obra bajo la dirección del arquitecto Sangallo. Las reclamaciones en contra, hechas por Roma, Terni y muchas comunidades, obligaron al papa á enviar al sitio un conservador romano, dos caballeros y cuatro peritos, quienes dijeron que no ofrecía ningún peligro el nuevo canal. Entonces se ajustaron paces entre los de Rieti y Terni, según se ve acreditado por una medalla que se acuñó en 1546, que dice: Unitœ mentus uniunt. A fines del siglo XVI, Clemente VIII hizo que se perfeccionase la obra, encargando la dirección de los trabajos á Domenico Fontana.
El espectáculo que hoy ofrece la cascada, solamente un pincel podria dar una idea exacta de lo que es un rio que á la altura de mas de mil pies se despeña en dirección vertical sobre otra caudalosa corriente, con una velocidad tan grande, que jamás han podido detener ni los esfuerzos de los hombres, ni el poderoso brazo de los siglos. De nosotros solo podremos decir, que con una especie de estupor producido por el espantoso estruendo del torrente y por la espesa niebla que despedía la eterna y enorme columna de espuma blanca, saludamos las aguas á su arranque, asomándonos por la estrecha grieta de una roca, les salimos al encuentro en la mitad de su descenso, y fuimos á aguardarlas al abismo en que se precipitan, cada vez mas admirados de ese sublime y aterrador cuadro que ofrece la naturaleza con solo haber roto el dique á un manso y cristalino rio. Esta admirable catarata ofrece un cuadro tanto mas bello y apacible, como observa un viagero, cuanto que no se lanza ciertamente con impetuosidad al través de rocas escarpadas y estériles, sino que cae en un risueño valle, en medio de un plantío de naranjos, y esparce á lo lejos su perenne rocío sobre las llores y las yerbas,

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