sábado, octubre 24, 2009

Viage ilustrado (Pág. 439)

capote. Si mueven un brazo, si levantan un poco la cabeza, es para apurar un gran plato de maccharoni cubiertos de queso de la Cerdeña. Si se alzan del suelo es para ir á mover perezosamente los remos de su barquilla, ó para correr como águilas en defensa de su rey. Su juego favorito, que creemos se llama la morra, consiste en ponerse dos, uno enfrente de otro, con la mano derecha cerrada y puesta sobre el hombro: al verlos asi, cualquiera se figuraría que eran dos gladiadores que iban á acometerse; nada de eso, de pronto tenderán los brazos pronunciando cada cual, con un grito enorme, el número que supone ha de señalar el otro con los dedos; el que acierta tantas veces mas que el contrario, es el que gana la partida. Otro entretenimiento muy delicioso para ellos se reduce á admirar las gracias del pulcinella, ó á formar corro alrededor del cantor, que con el libro en la mano, declama con ridículos ademanes los poemas del Tasso y de Ariosto. Esto les produce un verdadero entusiasmo: asi, pues, Reinaldo es su héroe favorito, lo aman con estraordinario cariño. Por eso saben de memoria la Jerusalen libertada, como los helenos sabían la Iliada. En estos sitios suele verse el corriciolo, ese ligerísimo carruage de grandes ruedas y vivísimos colores, que ha inspirado á Alejandro Dumas el título de una de sus obras. En él montan hasta diez y ocho personas algunas veces, aunque mas comunmente diez ó doce, y tirado por un solo caballo, corre como un rayo hasta Pórtici, Resina ó Castellamare.
La religion es lo que debe ser para los napolitanos, lo que debiera ser para otros pueblos que se juzgan estar en mas alto grado de cultura. Pero la civilización, como se comprende en nuestra época, lleva en pos de sí á la desmoralización. El primer dia que vimos una función de iglesia en Nápoles, nos asombró el lujo que brillaba por todas partes: largas y ricas cortinas de seda blancas, encarnadas y celestes, bajaban desde la mitad del lecho en pintorescos pabellones hasta los altares; á pesar de las abrazaderas de oro con que se formaban tan caprichosos pliegues, las colgaduras se mecian azotadas por el viento en agradables ondulaciones; las señoras, especialmente, lucian sus gracias entre ricos aderezos de perlas y hermosos trages de seda guarnecidos de finísimos encajes. Al principio creímos encontrarnos en un salon de baile: fuimos injustos, porque la compostura y recogimiento que luego notamos, nos convencieron de que nada es mas digno que, al rendir homenage un cristiano al Dios trino y uno, arrastre por el templo las sedas y los terciopelos que la inmoralidad ha señalado esclusivamente para los bailes, como si desmerecieran sus matices con el purísimo aroma del incienso al rozarse con la piedra santa de los altares.
La sedería es una de las manufacturas mas importantes de Nápoles: el gró y el tafetán que produce, se estiman mucho en todas las ciudades de Europa. Otras varias telas escelentes son también conocidas en el comercio. El coral, entre otras piedras preciosas, contribuye á formar gran parte de su riqueza. Los principales ramos de importación consisten en café, azúcar, especias, papel, tabaco, tinte, lienzos, paños y otras telas de lana, y por fin, algunos objetos de lujo; la esportacion, en seda cruda y en tejas, aceite, naranjas, limones, algodón, cáñamo, nuez de agallas, lino, azafrán, almendras, cuerdas para instrumentos músicos, pieles de cabras y corderos, y por último, aguardientes y vinos, sin olvidar el escelente lacryma Christi. Pero en general puede decirse que Nápoles elabora y fabrica tanto como corresponde á su rango de tercera capital de Europa.
He aqui trazado en pocas palabras un ligerísimo bosquejo de Nápoles, que hemos considerado indispensable antes de pasar á cada una de sus mas peregrinas preciosidades. La población tiene cerca de una legua de estension de N. á S., media de E. á O. y tres de perímetro. ¡Pero cuántas bellezas se encierran en ese espacio, en medio de ese delicioso vergel del universo y bajo un cielo tan hermoso! ¡Cuánto se goza á la sombra de sus palacios en un dia del estío! ¡Cuánto se disfruta en sus campos en uno de los mas crudos del invierno! ¡Cuánto se siente en su golfo á la luz de la luna, cuando esta se asoma por entre las vides y los laureles de la tumba de Virgilio! ¡Qué mucho que el dichoso hijo de esa tierra, diga al viagero que toca en su puerto: Veder Napoli e poi moriré! Tacha un francés de exagerado al napolitano, porque en su entusiasmo por su patria ha compuesto esa sencilla frase: pues bien, el autor de esta obra, que á la calidad de ser hijo de Sevilla, la encantadora capital de Andalucía, reúne la circunstancia de ser bastante joven, y por lo tanto, tiene los dos títulos para poder exagerar impunemente, confiesa, que al sentir las primeras impresiones en Nápoles, no satisfecho con pronunciar aquella frase, inventó otra que murmuraba á todas horas, de este modo: ¡Veder Napoli, e poi vivere in Napoli, e dopo d’un secólo morire in Napoli!
Hagamos una ligerisima escursion á los principales templos de Nápoles, y en ellos hallaremos tantas bellezas antiguas y tantos monumentos modernos como encierra esta capital bajo el artesón de sus sagrados recintos. Cerca de trescientas iglesias pueden numerarse hoy en la pagana Parténope, contando en los claustros de sus conventos hasta 10,000 frailes y curas, y 45,000 monjas: pero no todas aquellas merecen los tributos de la admiración de los viageros, si bien no son pocas las que contienen bellezas artísticas de primer orden. Recorramos solamente estas, siguiendo las fechas de su fundación.
Dos son las iglesias primitivas, San Pietro ad Aram y Santos Severino é Sosio: aquella, según una antigua y piadosa tradición, está considerada como la cuna del cristianismo en Nápoles, por haber sido el lugar donde San Pedro y San Marcos erigieron un altar el año noveno de nuestra era. Ese antiguo monumento se conserva en grande estima, y de él tomó el nombre de templo que posteriormente se construyó en el mismo sitio. A instancia de Alfonso I de Aragón, Nicolás V lo puso á disposición de los canónigos regulares lateranenses, los cuales á su partida de Nápoles en 1799 lo dejaron á los hermanos de San Francisco, en cuyo poder se conserva hoy. La antigua ara apostólica de que hemos hecho mención se conserva en el atrio de la iglesia, custodiada por una cubierta de hermosas columnas y preciosos mármoles, en que hay un lindo bajo relieve que representa á San Pedro en el mar, y sobre el altar un fresco de un buen pintor del siglo XVI, que figura á este apóstol en el acto de la consagración de la hostia. El fresco en que dos obispos imitan el acto de abrir una puerta con martillos, recuerda el antiquísimo privilegio que gozaba este templo, en atención á su origen, de abrirse en el año santo en la vigilia de la Natividad del Se–

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