domingo, octubre 04, 2009

Viage ilustrado (Pág. 434)

corriendo perfectamente en armonía con el cielo, el sol y el horizonte de Italia.
Concluiremos con los Estados de Roma, diciendo que hay una gloria que no puede negarse á los italianos, y es la de haber sido los primeros en sacar á las letras y las artes de las tinieblas de la barbarie. Los nombres de Malpighi y Borrelli, en las ciencias, y los de Bocacio, Petrarca, Ariosto, Tasso,y tantos otros solemnísimos en la poesía, llenan el mundo entero. ¿Y si al lado de Rafael y Miguel Ángel nombramos á Angélico de Fiesola, Orcagna y Perugino, y Pablo Veranes, y otros muchos pintores de genio que han enriquecido los monumentos y los museos italianos con las maravillas de sus pinceles?
Roma no es hoy día lo que ha sido tantas veces, y en épocas tan distintas, pero aun asi, la capital del orbe cristiano, la ciudad eterna, ejerce mucha influencia todavía en los destinos del mundo, y es visitada por viageros innumerables de todas condiciones.
Desde la vuelta á esta ciudad de Pio IX, después de su emigración á Gaeta, Roma permanece ocupada por un ejército francés, triste ventaja en que han venido á convertirse tantas y tan fundadas esperanzas, como el actual soberano de Roma inspiró á su exaltación á la silla pontificia.
REINO DE NAPOLES.

El reino de Nápoles ó de las Dos Sicilias se divide primeramente en dos partes principales: habiendo sido tomado el Faro de Mesina como punto de separación, se distinguen los dominios aquende el Faro, es decir, la Tierra de Labor, el principado de Salerno, los Abruzos, el condado de Molisa, la Basilicata, la Tierra de Bari, la de Otranto y las dos Calabrias, en una palabra, toda la tierra firme, formando los dominios allende el Faro, las siete intendencias de la Sicilia que componen la isla entera.
Con el nombre de Gran Grecia, que debieron á numerosas colonias helénicas, estos paises tan productivos llegaron á una alta prosperidad, estableciéndose en sus ciudades el refinamiento del lujo oriental, la indolente holgazanería de los sibaritas, y las delicias de Capua, que se han hecho proverbiales en la historia, y que nada recuerda actualmente, como no sea la dulzura del clima de estos hermosos paises, el florido esmalte de sus campiñas, y la fecundidad de sus tierras.
»Cuando se parte, dice un viagero, de los alrededores de Fondi, donde principia el reino de Nápoles, es cuando puede formarse idea de la hermosura y riqueza de todo el pais. Por todas partes se ofrece la imagen de la mas poderosa vegetación, y junto hay un lago importante que produce las mejores anguilas del mundo.
»Nada mas risueño podria presentarnos la naturaleza que el puerto de Gaeta. Al fin del prado de naranjos que forma el jardín de la costa se señalan unas ruinas bañadas por la mar que indican los restos de una villa de Cicerón. Nosotros pasamos, después de comer el Garigliano, después de haber pisado las ruinas de una antigua ciudad, entre las cuales se ven todavía los restos de un anfiteatro á alguna distancia del camino. Nos aproximamos por fin á Nápoles, y después de haber atravesado la llanura mas fértil y cultivada, la villa Aversa, y dos pueblecitos, tan poblados de niños, como el campo al Este de árboles, llegamos á aquella célebre ciudad, cuya entrada seria en estremo risueña, si una impertinente aduana no pusiese de mal humor á los viageros, encantados por el aspecto de la naturaleza y del clima de este felicísimo pais, que con tanta justicia lleva el renombre de jardín de Europa.»
Nápoles, que probablemente fué fundada por una colonia egipcia ó fenicia, es una ciudad sumamente antigua, y cuyo origen se pierde en los tiempos fabulosos. El nombre de Parténope, que llevó largo tiempo, era, según los poetas, el de una de las sirenas que procuraron seducir á Ulises por el encanto de su voz Otras tradiciones tan antiguas y mas verosímiles, dicen que debió su origen á los habitantes de Cumes, que la llamaron Neopolis, ó ciudad nueva. Esta ciudad, construida en anfiteatro sobre la ribera del mar, ofrece un aspecto admirable cuando se llega á ella por el puerto.
Si queréis tener de Nápoles una idea buena, dice un viagero moderno, levantaos con el sol, entrad en una barca de pescador, y alejaos después algunas leguas de la costa; entonces os encontrareis en el centro del inmenso cráter que invade la mar para formar el golfo de Nápoles. Delante de vos, en una colina dulce y redonda, se despliega en anfiteatro la ciudad de la Sirena, la ciudad de San Javier; los rubies de la mar forman á sus pies un bracelete inmenso; la Villareale parece un ramo en su cintura, y el sol naciendo por detrás de las alturas de Amalfi, viene á dorarle la cara. A vuestra derecha, por encima de unos cuantos risueños pueblecitos, se levanta el Vesubio, solo, porque el Apenino se le separa, y dando un ancho rodeo, se le une luego en el mar. Sobre la ribera Castellamare, Vico, Massa y Sorrente, duermen en cunas de pámpanos y naranjos. A la izquierda, está Pausilipo con sus sepulcros y sus masas de verdura; detrás de vos, Capprea, Ischia y Procida dibujan en un horizonte de fuego sus admirables formas veladas de gasas azules y blancas. El cielo todo brilla con fuerte claridad, y un paraíso se presenta á vuestros ojos estasiados; estáis en Nápoles.
»La brisa sopla, os acercáis á la tierra, ¡oh! ¡qué espectáculo tan bello todavía! los pescadores de la Margellina vuelven ya con sus barcas; los bateles de Sorrente y de Castellamare, brillantes con sus cargas de naranjas, llegan también á inundar con sus manzanas de oro el muelle de la marina; resuenan armónicamente las campanas de cien iglesias de la ciudad, los ligeros carruages de Portici corren con velocidad; el ruido, el movimiento, los cantos, las fiestas respiran por todas partes: os encontráis en Nápoles.
Desembarcáis por fin... ¡qué cambio tan triste! Sobre el muelle, agrupadas delante de las casas, veis una multitud de viejas, sucias, desgreñadas, y con la cara soñolienta que se entregan á un continuado combate con la miseria de toda especie que las devora. Un olor desagradable viene de todas partes á causaros asco y disgusto. Entráis en las calles que van de la plaza del Carmen á San Javier, por ejemplo, ó la puerta Capuana; tronchos de braccioli y de fisocchi ruedan entre vuestros pies; los pobres os siguen, os acosan; de las ventanas penden girones medios lavados de que renunciamos dar una idea exacta. En vano buscáis aire en aquellas calles estrechas y malsanas, un olor de frituras ó de legumbres cocidas os ahoga; por todas partes la hediondez y miseria os siguen, os cercan. Escapáis por último y entráis en la calle de Toledo. Pero aqui halláis una multitud per–

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