La ciudad de Nápoles está situada á 10° y 52' de latitud boreal del real observatorio de Capo di Monte, y al 11° 55' 45" de longitud oriental del meridiano de París. Su temperatura ordinariamente asciende en verano á 26° del termómetro de Reaumur, y baja en invierno hasta 2º sobre cero: por término medio se conserva entre 13 y 14, observándose asi constantemente en mayo y octubre.
Los vientos dominantes desde octubre á marzo, son del S. al S. O., que suelen acompañar á las lluvias; y desde abril á setiembre, son del N. al N. E., que mantienen la atmósfera serena, como no se contempla en ningún otro pais. Noviembre y julio se señalan, el primero por las aguas, y el segundo por los ardores del estío. Los dias hermosos son 90 al año, 70 los nublados, 120 los variables y 80 los de lluvias; de los últimos, 30 pertenecen al otoño, 24 al invierno, 18 á la primavera, y 8 al verano. Las nieves caen rarísima vez, y cuando ocurren, duran muy poco, La población de Nápoles es de mas de 400,000 almas; por eso se considera, después de Londres y de París, la tercera capital de Europa.
Tiene una población bellísima: se estiende en forma de anfiteatro al pie de una florida montaña, hasta tocar en el magnífico golfo en forma de media luna. Solamente la vista de Constantinopla es la que puede entrar en esta competencia, según la opinion de todos los viageros.
El pais está atravesado por los Apeninos; es en general montuoso, pero lo cortan valles y lo salpican colinas de una verdura eterna, de una amenidad que encanta, de un contraste de flores, de matices y de frutos que embriaga los sentidos. Entre sus productos agrícolas son abundantísimos y escelentes el arroz, el aceite, el cáñamo, el lino, el azafrán, el algodón, las almendras, las frutas de todas clases y los vinos, entre los cuales se distingue el delicioso lacryma Christi. Es rico en ganado vacuno, mular, caballar, lanar y cabrio; pero lo que mas choca al estrangero que cruza sus espesuras es el encontrarse frente á frente con la cornamenta de un búfalo, con las saetas de un puerco–espin ó con los ojos de un lince. Sus aves son tan hermosas como sus mugeres, tan pintadas como sus flores, tan armoniosas como sus brisas, y tan numerosas y varias como los peces de sus mares, el Mediterráneo y el Adriático. Tiene aguas potables muy buenas, y aguas minerales sulfúreas y ferruginosas muy saludables. Sus rios, el Garigliano, el Volturno, el Bassinto, el Péscaro y otros, refrescan con sus linfas su fecundísima tierra, y por entre la espesura de sus umbrosas y románticas selvas llevan un murmullo dulce, cantando mil tradiciones, mil cuentos, como los de las Mil y una noches, y mil anécdotas tristes, que puede escuchar el sensible viagero entre las cañas de sus juncos, las hojas de sus españadas y los pétalos de sus adelfas.
La primera impresión que se recibe al pisar las calles de Nápoles, es una especie de estupor y un cierto decaimiento semejante á los que produce un gran golpe que afectara hasta las mas hondas raices de nuestros nervios. No habrá ni siquiera un viagero que al entrar en esta ciudad, haya dejado de suponer, que en aquella hora hubiese un grande acontecimiento, cuyo eco contrastaba mucho con el reposo en que naturalmente se halla su espíritu, ora haya hecho su entrada por el sosegado mar, ora por las umbrosas y solitarias florestas. ¿Pero como se explica esa velocidad con que en confuso remolino marcha la muchedumbre, cuando estamos en un pueblo meridional en que la apatía, el descanso y la molicie son el mas delicioso entretenimiento? ¿Cómo ese infernal ruido, que mas tarde, á la media noche, ha de convertirse en un zumbido monótono y prolongado? Muy fácilmente.
Nápoles está situado en la falda de una cadena de montañas, y estendido en forma de anfiteatro junto a la misma espuma del Mediterráneo: por consiguiente, el lecho donde reposa la ciudad, viene á constituirse en una especie de centro ó caverna, donde el mar deposita en desaforados grifos los secretos de sus borrascas y los silbidos de sus huracanes; la estructura del terreno y su admirable vegetación impiden por otra parte la circulación de las ondas sonoras, y estas van por lo tanto á estrellarse, ó en el seno de las flores, ó en el tímpano de los mortales. Esto sirve también para esplicar la conservación de otros ruidos producidos por causas mas constantes en sus movimientos. Las calles angostas y prolongadas, pavimentadas con grandes y resonantes losas volcánicas, multiplican el ruido de diez mil carruages que vuelan, de mas de 50,000 almas que circulan en todas direcciones, que habían, para oirse, en voz alta, de miles de operarios que trabajan delante de la puerta de sus talleres, y de tantos vendedores como pregonan sus mercancías. Este bullicio inmenso va á repetir sus ecos y á aumentar su estruendo en mas de trescientas iglesias y en otros tantos palacios, resultando por fin ese murmullo eterno, que nos anonadada al principio, que nos narcotiza, pero que luego, escitándonos, desde el momento en que sucede la reacción al narcotismo, nos regenera, por decirlo asi, y nos produce el efecto del mas enérgico estimulante. Asi es que en la misma hora que comprendimos la naturaleza íntima de aquella animación, de la vida de ese pueblo tan sorprendente, montamos en un ligerísimo carruage, y ya no dejamos de correr hasta que abandonamos á Nápoles. Felizmente para el viagero, en cualquier instante le asaltarán unas cuantas calesas, según su figura y la velocidad con que marchan, que por una cantidad insignificante le llevarán desde un estremo al otro de la población; pero con una ligereza, que no menos que á servir agradablemente al estrangero, contribuye á agitar las enormes oleadas de las masas pedestres. Tan convenientes y económicos son estos ligeros vehículos, que muchas veces los hemos visto llenos de soldados que regresaban de la guardia, ó de gente de la clase mas ínfima y menesterosa de la sociedad. En ellos se embute el aristócrata inglés que con su mirada inteligente busca en cada pórtico de iglesia una columna jónica, y en cada plaza un monumento de granito; alli camina el francés que lo examina todo con esa mirada vaga del que hace alarde de cierto aire de suficiencia; alli va el indígena menestral, soldado, fraile ó monja, viejo ó joven; porque siempre hay muchos que gustan de las comodidades, y no pocos á quienes la necesidad los lleva al vuelo, y una ú otra exigencia se satisface con unos pocos de cuartos. La acogida que en Nápoles obtienen generalmente los viageros, no deja de ser muy lisongera. Acostumbrados sus habitantes al comercio y trato con los estraños, por la gran concurrencia que llevan á su pais su suelo, su cielo y sus bellezas monumentales, acceden á todos sus deseos con una prontitud admirable. ¿Queréis proveeros de bofas, de guantes, de esencias.
Los vientos dominantes desde octubre á marzo, son del S. al S. O., que suelen acompañar á las lluvias; y desde abril á setiembre, son del N. al N. E., que mantienen la atmósfera serena, como no se contempla en ningún otro pais. Noviembre y julio se señalan, el primero por las aguas, y el segundo por los ardores del estío. Los dias hermosos son 90 al año, 70 los nublados, 120 los variables y 80 los de lluvias; de los últimos, 30 pertenecen al otoño, 24 al invierno, 18 á la primavera, y 8 al verano. Las nieves caen rarísima vez, y cuando ocurren, duran muy poco, La población de Nápoles es de mas de 400,000 almas; por eso se considera, después de Londres y de París, la tercera capital de Europa.
Tiene una población bellísima: se estiende en forma de anfiteatro al pie de una florida montaña, hasta tocar en el magnífico golfo en forma de media luna. Solamente la vista de Constantinopla es la que puede entrar en esta competencia, según la opinion de todos los viageros.
El pais está atravesado por los Apeninos; es en general montuoso, pero lo cortan valles y lo salpican colinas de una verdura eterna, de una amenidad que encanta, de un contraste de flores, de matices y de frutos que embriaga los sentidos. Entre sus productos agrícolas son abundantísimos y escelentes el arroz, el aceite, el cáñamo, el lino, el azafrán, el algodón, las almendras, las frutas de todas clases y los vinos, entre los cuales se distingue el delicioso lacryma Christi. Es rico en ganado vacuno, mular, caballar, lanar y cabrio; pero lo que mas choca al estrangero que cruza sus espesuras es el encontrarse frente á frente con la cornamenta de un búfalo, con las saetas de un puerco–espin ó con los ojos de un lince. Sus aves son tan hermosas como sus mugeres, tan pintadas como sus flores, tan armoniosas como sus brisas, y tan numerosas y varias como los peces de sus mares, el Mediterráneo y el Adriático. Tiene aguas potables muy buenas, y aguas minerales sulfúreas y ferruginosas muy saludables. Sus rios, el Garigliano, el Volturno, el Bassinto, el Péscaro y otros, refrescan con sus linfas su fecundísima tierra, y por entre la espesura de sus umbrosas y románticas selvas llevan un murmullo dulce, cantando mil tradiciones, mil cuentos, como los de las Mil y una noches, y mil anécdotas tristes, que puede escuchar el sensible viagero entre las cañas de sus juncos, las hojas de sus españadas y los pétalos de sus adelfas.
La primera impresión que se recibe al pisar las calles de Nápoles, es una especie de estupor y un cierto decaimiento semejante á los que produce un gran golpe que afectara hasta las mas hondas raices de nuestros nervios. No habrá ni siquiera un viagero que al entrar en esta ciudad, haya dejado de suponer, que en aquella hora hubiese un grande acontecimiento, cuyo eco contrastaba mucho con el reposo en que naturalmente se halla su espíritu, ora haya hecho su entrada por el sosegado mar, ora por las umbrosas y solitarias florestas. ¿Pero como se explica esa velocidad con que en confuso remolino marcha la muchedumbre, cuando estamos en un pueblo meridional en que la apatía, el descanso y la molicie son el mas delicioso entretenimiento? ¿Cómo ese infernal ruido, que mas tarde, á la media noche, ha de convertirse en un zumbido monótono y prolongado? Muy fácilmente.
Nápoles está situado en la falda de una cadena de montañas, y estendido en forma de anfiteatro junto a la misma espuma del Mediterráneo: por consiguiente, el lecho donde reposa la ciudad, viene á constituirse en una especie de centro ó caverna, donde el mar deposita en desaforados grifos los secretos de sus borrascas y los silbidos de sus huracanes; la estructura del terreno y su admirable vegetación impiden por otra parte la circulación de las ondas sonoras, y estas van por lo tanto á estrellarse, ó en el seno de las flores, ó en el tímpano de los mortales. Esto sirve también para esplicar la conservación de otros ruidos producidos por causas mas constantes en sus movimientos. Las calles angostas y prolongadas, pavimentadas con grandes y resonantes losas volcánicas, multiplican el ruido de diez mil carruages que vuelan, de mas de 50,000 almas que circulan en todas direcciones, que habían, para oirse, en voz alta, de miles de operarios que trabajan delante de la puerta de sus talleres, y de tantos vendedores como pregonan sus mercancías. Este bullicio inmenso va á repetir sus ecos y á aumentar su estruendo en mas de trescientas iglesias y en otros tantos palacios, resultando por fin ese murmullo eterno, que nos anonadada al principio, que nos narcotiza, pero que luego, escitándonos, desde el momento en que sucede la reacción al narcotismo, nos regenera, por decirlo asi, y nos produce el efecto del mas enérgico estimulante. Asi es que en la misma hora que comprendimos la naturaleza íntima de aquella animación, de la vida de ese pueblo tan sorprendente, montamos en un ligerísimo carruage, y ya no dejamos de correr hasta que abandonamos á Nápoles. Felizmente para el viagero, en cualquier instante le asaltarán unas cuantas calesas, según su figura y la velocidad con que marchan, que por una cantidad insignificante le llevarán desde un estremo al otro de la población; pero con una ligereza, que no menos que á servir agradablemente al estrangero, contribuye á agitar las enormes oleadas de las masas pedestres. Tan convenientes y económicos son estos ligeros vehículos, que muchas veces los hemos visto llenos de soldados que regresaban de la guardia, ó de gente de la clase mas ínfima y menesterosa de la sociedad. En ellos se embute el aristócrata inglés que con su mirada inteligente busca en cada pórtico de iglesia una columna jónica, y en cada plaza un monumento de granito; alli camina el francés que lo examina todo con esa mirada vaga del que hace alarde de cierto aire de suficiencia; alli va el indígena menestral, soldado, fraile ó monja, viejo ó joven; porque siempre hay muchos que gustan de las comodidades, y no pocos á quienes la necesidad los lleva al vuelo, y una ú otra exigencia se satisface con unos pocos de cuartos. La acogida que en Nápoles obtienen generalmente los viageros, no deja de ser muy lisongera. Acostumbrados sus habitantes al comercio y trato con los estraños, por la gran concurrencia que llevan á su pais su suelo, su cielo y sus bellezas monumentales, acceden á todos sus deseos con una prontitud admirable. ¿Queréis proveeros de bofas, de guantes, de esencias.
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