grandemente á mejorar la memoria de las palabras, y en vano se censura esta práctica bajo el pretesto de que es inútil aprender lo que no se entiende. En la niñez se entiende poco, pero se retienen con increíble facilidad las palabras, y no deja de ser una gran ventaja en la edad madura encontrarse con una gran provision ya hecha de voces que casi no se entendieron al principio y que después suministran asunto de meditación y de recreo literario.
La parte mas importante del sistema filosófico de Dugald Stewart, es la que trata de la razón y de sus varios usos y aplicaciones, en cuyo examen incluye la verdadera significación de las palabras razón, raciocinio, juicio y entendimiento: el análisis de las leyes fundamentales de la fé humana y de la evidencia deductiva; la crítica de la lógica de Aristóteles, y las reglas del método de investigación adaptable á la lógica esperimental: asuntos que le dan lugar á tratar otros de no menor importancia y que se ligan estrechamente con aquellos, como son los axiomas matemáticos, la opinion de Locke sobre la intuición y el raciocinio, el lenguaje considerado como instrumento del pensamiento, las verdades contingentes y las probables, y los diferentes usos á que han aplicado los filósofos la síntesis y el análisis. En la discusión de todas estas materias, el autor procura apartarse de las escuelas estremas y abstenerse de toda hipótesis aventurada, limitándose á las observaciones que puedan conducir al descubrimiento de la verdad. Éste sensato propósito lo conduce á hacer las siguientes observaciones que nos parecen enteramente originales, sobre las leyes de la fé humana, inseparablemente ligadas con el ejercicio de la conciencia, de la memoria, de la percepción y del raciocinio: «la acción inmediata de la conciencia es la que nos asegura la existencia presente de nuestras sensaciones, de nuestros afectos, pasiones, temores y esperanzas; de las manifestaciones de nuestra voluntad; la que nos convence de la realidad de nuestros pensamientos y de los efectos que producen en todas las facultades de la inteligencia. Según la doctrina de algunos escelentes filósofos, también debamos á la conciencia la persuasion de la existencia de que gozamos: proposición que, espresada asi en toda su desnudez filosófica, no nos parece rigurosamente exacta, considerada en sí misma, no puede ser objeto de la conciencia, por la sencillísima razón que nos seria imposible saber que existimos, sino recibieran impresión alguna los órganos de la sensación. En el momento en que la sensación se verifica, aprendemos al mismo tiempo dos hechos: la existencia de la sensación y la del ser que la recibe. De estos hechos, el primero es el que únicamente conocemos de un modo directo: el segundó es una consecuencia que inferimos. Es verdad que son inseparables, y que el uno necesariamente ha de provocar el otro: pero el uno es eminentemente simple en su esencia, y el otro es producto de una operación mental. Lo mismo puede decirse de la idea de la identidad personal, porque esta idea envuelve la de tiempo, y supone, por consiguiente, el ejercicio de la memoria. El convencimiento de la identidad está inseparablemente unido con todo pensamiento, y puede considerarse como una de las mas indispensables condiciones del ejercicio de nuestras facultades, tanto que sin él no puede concebirse un ser activo é inteligente. Es digno de observarse, con respecto á esta persuasion de nuestra identidad que solo á los metafísicos se ha ocurrido espresarla con palabras ó formar una proposición de la verdad que contiene. Para la generalidad de la especie humana, no es un objeto en que la inteligencia pueda ocuparse, y siendo, como es una parte de nuestra constitución, uno de aquellos elementos primordiales que huyen del análisis, ninguna luz puede arrojar en su examen la discusión filosófica. La misma doctrina se aplica á la certeza que tenemos de la existencia del mundo material y á la de la continuación uniforme de las leyes de la naturaleza, porque tan ciertos estamos de que el sol ha salido hoy, como de que saldrá mañana. Estas verdades son de un orden tan diferente de lo que en el lenguaje común se llama verdad, que quizás seria conveniente distinguirlas con un epíteto especial, como verdades metafísicas ó trascendentales. No son principios de los cuales se puedan deducir consecuencias: sino que forman parte de los elementos originales de la razón humana, tan necesarios á los trabajos científicos como á las ocupaciones ordinarias de la vida. Los ejemplos precedentes ilustran suficientemente la naturaleza de las verdades á que he dado el nombre de leyes fundamentales de la fé humana ó elementos primarios de la razón. Otras muchas podrían añadirse á esta lista, y no me detengo á enumerarlas, porque mi principal objeto al hablar de ellas, ha sido esplicar la relación que tienen con la evidencia deductiva. Bajo este punto de vista, se presentan dos analogías ó coincidencias entre estas verdades y los axiomas matemáticos. En primer lugar, ni de unas ni de otras puede inferirse nada que aumente el caudal de nuestros conocimientos. De proposiciones como estas: yo existo; soy el mismo que existía ayer; el mundo material tiene una existencia separada de la mía, ninguna consecuencia puede sacarse, y lo mismo decimos de las verdades intuitivas que preceden á los elementos de Euclides. En sí mismas, estas proposiciones son perfectamente desnudas y aisladas, ni pueden jamás combinarse de tal manera que puedan prestarnos el menor auxilio en el ejercicio de la inteligencia y de la razón. Si ha dicho que si no hubiera primeros principios, esto es, si se pudieran dar razones de toda clase de verdades, nunca llegaría el caso de poner término á una deducción. Esta doctrina no admite disputa: pero lo que únicamente prueba es que en las matemáticas no podría demostrarse un solo teorema, sino se hubiesen fijado antes las definiciones; que el filósofo no podría esplicar un solo fenómeno, sino admitiera como hechos reconocidos, ciertas leyes generales de la naturaleza. ¿Qué se saca de aqui en favor de esa clase particular de verdades de que hemos estado tratando y contra las cuales ha batallado tanto el pirronismo moderno? Estas verdades están mas íntimamente enlazadas con las operaciones de la razón, que lo que generalmente se cree: no como principios de los cuales emana y depende el raciocinio, sino como condiciones necesarias en que se apoya cada paso que damos en el acto de raciocinar, ó mas bien, como elementos esenciales que entran en la composición de la razón misma. La segunda coincidencia ó analogía que se encuentra entre los principios fundamentales de la fé humana y los axiomas matemáticos, consiste en que, como la verdad de los axiomas está virtualmente supuesta ó implicada en cada paso que da la demostración, asi en cada paso que da el raciocinio en el estudio del orden de la naturaleza, está supuesta ó implicada la persuasion de que las leyes naturales continuarán obrando
La parte mas importante del sistema filosófico de Dugald Stewart, es la que trata de la razón y de sus varios usos y aplicaciones, en cuyo examen incluye la verdadera significación de las palabras razón, raciocinio, juicio y entendimiento: el análisis de las leyes fundamentales de la fé humana y de la evidencia deductiva; la crítica de la lógica de Aristóteles, y las reglas del método de investigación adaptable á la lógica esperimental: asuntos que le dan lugar á tratar otros de no menor importancia y que se ligan estrechamente con aquellos, como son los axiomas matemáticos, la opinion de Locke sobre la intuición y el raciocinio, el lenguaje considerado como instrumento del pensamiento, las verdades contingentes y las probables, y los diferentes usos á que han aplicado los filósofos la síntesis y el análisis. En la discusión de todas estas materias, el autor procura apartarse de las escuelas estremas y abstenerse de toda hipótesis aventurada, limitándose á las observaciones que puedan conducir al descubrimiento de la verdad. Éste sensato propósito lo conduce á hacer las siguientes observaciones que nos parecen enteramente originales, sobre las leyes de la fé humana, inseparablemente ligadas con el ejercicio de la conciencia, de la memoria, de la percepción y del raciocinio: «la acción inmediata de la conciencia es la que nos asegura la existencia presente de nuestras sensaciones, de nuestros afectos, pasiones, temores y esperanzas; de las manifestaciones de nuestra voluntad; la que nos convence de la realidad de nuestros pensamientos y de los efectos que producen en todas las facultades de la inteligencia. Según la doctrina de algunos escelentes filósofos, también debamos á la conciencia la persuasion de la existencia de que gozamos: proposición que, espresada asi en toda su desnudez filosófica, no nos parece rigurosamente exacta, considerada en sí misma, no puede ser objeto de la conciencia, por la sencillísima razón que nos seria imposible saber que existimos, sino recibieran impresión alguna los órganos de la sensación. En el momento en que la sensación se verifica, aprendemos al mismo tiempo dos hechos: la existencia de la sensación y la del ser que la recibe. De estos hechos, el primero es el que únicamente conocemos de un modo directo: el segundó es una consecuencia que inferimos. Es verdad que son inseparables, y que el uno necesariamente ha de provocar el otro: pero el uno es eminentemente simple en su esencia, y el otro es producto de una operación mental. Lo mismo puede decirse de la idea de la identidad personal, porque esta idea envuelve la de tiempo, y supone, por consiguiente, el ejercicio de la memoria. El convencimiento de la identidad está inseparablemente unido con todo pensamiento, y puede considerarse como una de las mas indispensables condiciones del ejercicio de nuestras facultades, tanto que sin él no puede concebirse un ser activo é inteligente. Es digno de observarse, con respecto á esta persuasion de nuestra identidad que solo á los metafísicos se ha ocurrido espresarla con palabras ó formar una proposición de la verdad que contiene. Para la generalidad de la especie humana, no es un objeto en que la inteligencia pueda ocuparse, y siendo, como es una parte de nuestra constitución, uno de aquellos elementos primordiales que huyen del análisis, ninguna luz puede arrojar en su examen la discusión filosófica. La misma doctrina se aplica á la certeza que tenemos de la existencia del mundo material y á la de la continuación uniforme de las leyes de la naturaleza, porque tan ciertos estamos de que el sol ha salido hoy, como de que saldrá mañana. Estas verdades son de un orden tan diferente de lo que en el lenguaje común se llama verdad, que quizás seria conveniente distinguirlas con un epíteto especial, como verdades metafísicas ó trascendentales. No son principios de los cuales se puedan deducir consecuencias: sino que forman parte de los elementos originales de la razón humana, tan necesarios á los trabajos científicos como á las ocupaciones ordinarias de la vida. Los ejemplos precedentes ilustran suficientemente la naturaleza de las verdades á que he dado el nombre de leyes fundamentales de la fé humana ó elementos primarios de la razón. Otras muchas podrían añadirse á esta lista, y no me detengo á enumerarlas, porque mi principal objeto al hablar de ellas, ha sido esplicar la relación que tienen con la evidencia deductiva. Bajo este punto de vista, se presentan dos analogías ó coincidencias entre estas verdades y los axiomas matemáticos. En primer lugar, ni de unas ni de otras puede inferirse nada que aumente el caudal de nuestros conocimientos. De proposiciones como estas: yo existo; soy el mismo que existía ayer; el mundo material tiene una existencia separada de la mía, ninguna consecuencia puede sacarse, y lo mismo decimos de las verdades intuitivas que preceden á los elementos de Euclides. En sí mismas, estas proposiciones son perfectamente desnudas y aisladas, ni pueden jamás combinarse de tal manera que puedan prestarnos el menor auxilio en el ejercicio de la inteligencia y de la razón. Si ha dicho que si no hubiera primeros principios, esto es, si se pudieran dar razones de toda clase de verdades, nunca llegaría el caso de poner término á una deducción. Esta doctrina no admite disputa: pero lo que únicamente prueba es que en las matemáticas no podría demostrarse un solo teorema, sino se hubiesen fijado antes las definiciones; que el filósofo no podría esplicar un solo fenómeno, sino admitiera como hechos reconocidos, ciertas leyes generales de la naturaleza. ¿Qué se saca de aqui en favor de esa clase particular de verdades de que hemos estado tratando y contra las cuales ha batallado tanto el pirronismo moderno? Estas verdades están mas íntimamente enlazadas con las operaciones de la razón, que lo que generalmente se cree: no como principios de los cuales emana y depende el raciocinio, sino como condiciones necesarias en que se apoya cada paso que damos en el acto de raciocinar, ó mas bien, como elementos esenciales que entran en la composición de la razón misma. La segunda coincidencia ó analogía que se encuentra entre los principios fundamentales de la fé humana y los axiomas matemáticos, consiste en que, como la verdad de los axiomas está virtualmente supuesta ó implicada en cada paso que da la demostración, asi en cada paso que da el raciocinio en el estudio del orden de la naturaleza, está supuesta ó implicada la persuasion de que las leyes naturales continuarán obrando
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