hace percibir al instante la incongruencia de la espresion.»
Otro de los asuntos filosóficos en que Dugald Stewart profesa opiniones esclusivamente suyas, y que han sido recibidas con aplauso por la mayor parte de los filósofos modernos, es la memoria. Las operaciones de esta facultad se refieren á cosas, á relaciones y á sucesos. En los primeros casos, los pensamientos que han estado previamente en el alma, pueden resucitar en ella sin sugerir la idea de lo pasado, ni ninguna modificación de tiempo, como cuando repito los versos de un poema que he aprendido de memoria, ó cuando se presentan á ella las facciones de un amigo ausente. En este último caso, los filósofos distinguen el acto de la mente con el nombre de concepción; pero en el lenguaje familiar, y muy frecuentemente en los escritos filosóficos, se considera simplemente como ejercicio de la memoria. El caso es diferente cuando se trata de hechos, porque entonces no solamente se piensa en el hecho mismo, sino en un período de tiempo mas ó menos determinado y fijo, de modo que la idea del tiempo es un ingrediente necesario de esta clase de recuerdos. Es evidente de todos modos que cuando pienso en un hecho en que ha intervenido percepción de objetos estemos, el recuerdo envuelve en sí una concepción en el sentido que hemos dado á esta palabra en su artículo correspondiente. Si recuerdo una representación dramática á que asistí hace años, concibo y me represento las facciones y los gestos, el trage de los actores que tomaron parte en ella. Pero ya hemos dicho que todo recuerdo de hechos incluye la idea de una existencia pasada. ¿Cómo conciliaremos esta doctrina con la generalmente recibida acerca de la concepción, mediante la cual todo ejercicio de esta facultad va acompañado con la creencia de que su objeto existe delante de nosotros en el momento de concebirlo? El autor resuelve esta dificultad suponiendo que el recuerdo de un suceso pasado no es un acto simple del alma, sino que ésta forma primeramente una concepción del suceso, y después juzga por las circunstancias el período de tiempo a que debe referirse. En tanto que nos ocupa la concepción, de un objeto ligado con el suceso, creemos en la presencia de aquel objeto. Pero esta creencia es momentánea, y se corrige inmediatamente por los hábitos que la esperiencia nos suministra, y por ellos podemos colocar el hecho en el período en que ocurrió. La instantaneidad de este procedimiento no es un obstáculo para admitir su posibilidad, porque la incalculable rapidez de las operaciones mentales escede todo lo que puede exagerar la imaginación.
Otra cuestión de mas importancia sobre este mismo asunto es la que se refiere á las circunstancias que determinan la retención de ciertas ideas en la memoria, con preferencia y esclusion de otras que pasan por ella, sin dejar el menor vestigio de su tránsito. Entre los objetos que sucesivamente ocupan nuestra inteligencia, los que forman la mayor parte pertenecen á esta segunda clase, mientras otros llegan á ser en cierto modo una parte de nosotros mismos, y por su acumulación echan los cimientos de un constante progreso en nuestras adquisiciones mentales. No es muy difícil esplicar esta diferencia si se tiene presente que la memoria es una facultad que necesita inevitablemente el auxilio de otras dos, la atención y la asociacion. Sin un acto de la voluntad que fije el objeto del pensamiento, absorbiendo en él toda la acción intelectual, no puede hacer la impresión necesaria para que produzca después un recuerdo; pero esta impresión será mucho mas profunda, si se asocia con otra anteriormente recibida y arraigada, especialmente si esta interesa alguna de los afectos que abriga el corazón humano, porque al hablar de asociaciones es forzoso no perder de vista que las mas tenaces, las mas vivas, las mas enérgicas son las que se ligan con la parte afectiva de nuestro ser interior. Bien lo conoció Virgilio cuando representa tan vivamente gravada en el alma de una diosa el agravio hecho á su hermosura, ofensa tan sensible al corazón de una muger.
Otro de los asuntos filosóficos en que Dugald Stewart profesa opiniones esclusivamente suyas, y que han sido recibidas con aplauso por la mayor parte de los filósofos modernos, es la memoria. Las operaciones de esta facultad se refieren á cosas, á relaciones y á sucesos. En los primeros casos, los pensamientos que han estado previamente en el alma, pueden resucitar en ella sin sugerir la idea de lo pasado, ni ninguna modificación de tiempo, como cuando repito los versos de un poema que he aprendido de memoria, ó cuando se presentan á ella las facciones de un amigo ausente. En este último caso, los filósofos distinguen el acto de la mente con el nombre de concepción; pero en el lenguaje familiar, y muy frecuentemente en los escritos filosóficos, se considera simplemente como ejercicio de la memoria. El caso es diferente cuando se trata de hechos, porque entonces no solamente se piensa en el hecho mismo, sino en un período de tiempo mas ó menos determinado y fijo, de modo que la idea del tiempo es un ingrediente necesario de esta clase de recuerdos. Es evidente de todos modos que cuando pienso en un hecho en que ha intervenido percepción de objetos estemos, el recuerdo envuelve en sí una concepción en el sentido que hemos dado á esta palabra en su artículo correspondiente. Si recuerdo una representación dramática á que asistí hace años, concibo y me represento las facciones y los gestos, el trage de los actores que tomaron parte en ella. Pero ya hemos dicho que todo recuerdo de hechos incluye la idea de una existencia pasada. ¿Cómo conciliaremos esta doctrina con la generalmente recibida acerca de la concepción, mediante la cual todo ejercicio de esta facultad va acompañado con la creencia de que su objeto existe delante de nosotros en el momento de concebirlo? El autor resuelve esta dificultad suponiendo que el recuerdo de un suceso pasado no es un acto simple del alma, sino que ésta forma primeramente una concepción del suceso, y después juzga por las circunstancias el período de tiempo a que debe referirse. En tanto que nos ocupa la concepción, de un objeto ligado con el suceso, creemos en la presencia de aquel objeto. Pero esta creencia es momentánea, y se corrige inmediatamente por los hábitos que la esperiencia nos suministra, y por ellos podemos colocar el hecho en el período en que ocurrió. La instantaneidad de este procedimiento no es un obstáculo para admitir su posibilidad, porque la incalculable rapidez de las operaciones mentales escede todo lo que puede exagerar la imaginación.
Otra cuestión de mas importancia sobre este mismo asunto es la que se refiere á las circunstancias que determinan la retención de ciertas ideas en la memoria, con preferencia y esclusion de otras que pasan por ella, sin dejar el menor vestigio de su tránsito. Entre los objetos que sucesivamente ocupan nuestra inteligencia, los que forman la mayor parte pertenecen á esta segunda clase, mientras otros llegan á ser en cierto modo una parte de nosotros mismos, y por su acumulación echan los cimientos de un constante progreso en nuestras adquisiciones mentales. No es muy difícil esplicar esta diferencia si se tiene presente que la memoria es una facultad que necesita inevitablemente el auxilio de otras dos, la atención y la asociacion. Sin un acto de la voluntad que fije el objeto del pensamiento, absorbiendo en él toda la acción intelectual, no puede hacer la impresión necesaria para que produzca después un recuerdo; pero esta impresión será mucho mas profunda, si se asocia con otra anteriormente recibida y arraigada, especialmente si esta interesa alguna de los afectos que abriga el corazón humano, porque al hablar de asociaciones es forzoso no perder de vista que las mas tenaces, las mas vivas, las mas enérgicas son las que se ligan con la parte afectiva de nuestro ser interior. Bien lo conoció Virgilio cuando representa tan vivamente gravada en el alma de una diosa el agravio hecho á su hermosura, ofensa tan sensible al corazón de una muger.
. . . Manet alta mente repostum
Judicium Paridis et spretæ injuria formæ.
Asi, pues, la atención es un requisito indispensable para la conservación de las ideas en la memoria, y la asociación es un auxiliar eficacísimo que ayuda poderosamente el ejercicio de esta facultad. Si, por ejemplo, no hubiera sílabas radicales en la conjugación de los verbos, y cada tiempo, y cada persona se espresaran con palabras tan inconexas entre sí como los sustantivos lo son generalmente; como lo son, por ejemplo, templo, mar y acero, la adquisición de un idioma seria obra de muchos años de un trabajo improbo. La asociación que se verifica por medio de las sílabas radicales, evita esta dificultad y hace que una vez conocida la estructura de un verbo, se conoce la de todos los de la misma conjugación. ¡Cuántos españoles habrá que jamás han pronunciado las palabras correspondientes á los tiempos de verbos cuyo uso no es muy frecuente, como asenderear, entrepelar, desalforjar, haldear, y otros muchos! y sin embargo, llegado el caso de usarlos, los conjugarán con la mayor corrección como los de uso mas frecuente y ordinario.
Esta conexión entre la asociación y la memoria es tan notable, que algunos escritores esplican con ella sola todos los fenómenos de la segunda; pero nuestro autor no adopta esta opinion. La asociación liga nuestros pensamientos unos con otros, de modo que los presenta al alma con cierta sucesión yen cierto orden; mas presupone la existencia anterior de aquellos pensamientos en el alma, ó de otro modo, presupone una facultad que retiene los conocimientos que adquirimos. También envuelve el poder de reconocer como objetos anteriores de la atención, los pensamientos que de tiempo en tiempo nos ocurren, poder muy distinto del que no hace mas que ligar entre sí las ideas. Por otro lado, es evidente que sin el principio de asociación, la facultad de retener nuestros pensamientos y de reconocerlos como ya admitidos cuando se nos ocurren, seria de muy poca utilidad. En consecuencia de esta ley de nuestra naturaleza, no solo todas nuestras ideas adquiridas pueden volver á presentarse á nuestra mente cuando necesitamos hacer uso de ellas, sino que ellas mismas sugieren otras, con las que tienen analogía ó semejanza, y de este modo utilizamos el fruto de nuestra esperiencia.
Las observaciones del autor sobre la diferencia de la memoria en los diferentes individuos, son ingeniosas y originales. De todas nuestras facultades, esta es la que la naturaleza ha repartido con mas desigualdad. Si consideramos, sin embargo, que apenas hay un hombre que no tenga bastante memoria para aprender el uso del idioma y para determinar con sus nombres respectivos un sin número de objetos sensibles,
Esta conexión entre la asociación y la memoria es tan notable, que algunos escritores esplican con ella sola todos los fenómenos de la segunda; pero nuestro autor no adopta esta opinion. La asociación liga nuestros pensamientos unos con otros, de modo que los presenta al alma con cierta sucesión yen cierto orden; mas presupone la existencia anterior de aquellos pensamientos en el alma, ó de otro modo, presupone una facultad que retiene los conocimientos que adquirimos. También envuelve el poder de reconocer como objetos anteriores de la atención, los pensamientos que de tiempo en tiempo nos ocurren, poder muy distinto del que no hace mas que ligar entre sí las ideas. Por otro lado, es evidente que sin el principio de asociación, la facultad de retener nuestros pensamientos y de reconocerlos como ya admitidos cuando se nos ocurren, seria de muy poca utilidad. En consecuencia de esta ley de nuestra naturaleza, no solo todas nuestras ideas adquiridas pueden volver á presentarse á nuestra mente cuando necesitamos hacer uso de ellas, sino que ellas mismas sugieren otras, con las que tienen analogía ó semejanza, y de este modo utilizamos el fruto de nuestra esperiencia.
Las observaciones del autor sobre la diferencia de la memoria en los diferentes individuos, son ingeniosas y originales. De todas nuestras facultades, esta es la que la naturaleza ha repartido con mas desigualdad. Si consideramos, sin embargo, que apenas hay un hombre que no tenga bastante memoria para aprender el uso del idioma y para determinar con sus nombres respectivos un sin número de objetos sensibles,
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