martes, marzo 24, 2009

Viage ilustrado (Pág. 373)

ademas de adquirir bastante conocimiento de las leyes de la naluraleza, y del curso ordinario de los negocios humanos para dirigir su conducta en la vida y en sus relaciones con los demás hombres, inferiremos que las disparidades de este género no son tan desmesuradas como á primera vista parecen, y que en gran parte pueden atribuirse á los diferentes hábitos de atención, y á la elección entre los diferentes objetos é ideas que se presentan á su curiosidad. Como el gran uso de esta facultad consiste en hacernos capaces de recoger y retener, para el arreglo futuro de nuestras acciones, los resultados de nuestra pasada esperiencia, es claro que el grado de perfección á que llega en diferentes personas debe de variar, primero, según la facilidad de hacer la primera adquisición: segundo, según la mayor ó menor permanencia de la adquisición hecha; tercero, según la presteza ó lentitud con que el individuo es capaz de aplicarla á usos prácticos. Las cualidades, pues, de una buena memoria son: ª la susceptibilidad; 2ª la retentiva, y 3.ª la prontitud. Raras veces sucede que estas tres cualidades se reúnan con el mismo grado de energía en la misma persona. Frecuentemente hallamos hombres con memoria susceptible y pronta; pero es dudoso que esta clase de memoria sea muy retentiva, porque la susceptibilidad y la prontitud se ligan con la facilidad de asociar ideas, según sus relaciones mas aparentes y obvias, en lugar de que la retentiva ó la tenacidad de la memoria depende principalmente de lo que raras veces va unido con aquella facilidad, es decir, de la aptitud al sistema y al arreglo filosófico de las ideas. En la masa común de la humanidad, poco acostumbrada á la generalización, las asociaciones de ideas se hacen comunmente por medio de sus cualidades mas inteligibles y aparentes, y sobre todo, por las que se refieren á la contigüidad de tiempo y de espacio, en lugar que, en el entendimiento del filósofo, las asociaciones son productos de los esfuerzos de la atención y como las relaciones de causa y efecto, de premios y consecuencias. Esta diferencia de los modos de hacer uso de la asociación, produce grandes desigualdades entre los hombres, con respecto á su carácter intelectual. El filósofo, por ejemplo, necesita de tiempo y de reflexion para asociar las ideas que le han suministrado la observación y la esperiencia. El hombre superficial, al contrario, encuentra hechas y prontas á serle útiles, las asociaciones que ha hecho anteriormente en virtud de las relaciones fáciles y esternas. Asi es mucho mas fácil á un oficinista hacer el estracto de un espediente, que á un sabio resolver un problema complicado y profundo. Por la misma razón hay hombres de muy medianas capacidades mentales, que sobresalen en el ajedrez y en otros juegos difíciles. Otra consecuencia de esta teoría es, que los defectos intelectuales del filósofo son mucho mas corregibles que los de los hombres puramente prácticos: y en efecto, las asociaciones de ideas triviales, por lo mismo que son tan fáciles, tienen mas tenacidad que las que se fundan en raciocinios y en sistemas. El eminente sir Roberto Peel estuvo muchos años de su vida asociando la idea de la prohibición del trigo estrangero con la de la prosperidad de la agricultura inglesa. Le bastó fijarse en los principios de la buena economía política, para desbaratar aquella asociación errada, y declararse por el principio opuesto. Pero el labrador que asoció la idea de la prohibición con el alto precio á que vendía sus cosechas, se mantuvo firme en su creencia. Fundado en esta doctrina, el autor opina que hay un medio muy eficaz de fijar las nociones particulares en la memoria, y es referirlas á principios generales. Las ideas que se asocian por medio de relaciones casuales, se presentan con prontitud al espíritu, en tanto que los hábitos ordinarios de la vida nos compelen á hacer uso de ellas; pero cuando cambian las circunstancias y la atención varia de objetos, aquellas ideas van desapareciendo gradualmente de nuestros recuerdos. Es muy difente el caso del hombre que ha clasificado filosóficamente sus adquisiciones. Cuando desea recordarlas, necesita de algún tiempo y de alguna reflexion: pero siempre las encuentra depositadas en su entendimiento. Algo de esto se observa en el estudio de los idiomas. El que aprende un idioma estrangero meramente al oido y por la rutina, suele poseerlo con la mayor perfección y hablarlo con la mayor facilidad: pero si le faltan ocasiones de practicarlo, pocos años le bastan para olvidarlo enteramente. Un idioma aprendido por reglas y teorías, es una ciencia en toda la ostensión de la palabra, y las ciencias no se olvidan porque no tienen un principio que no se asocie con todos, y esta asociación no se ha hecho en el alma sino á fuerza de atención y de estudio.
Es observación frecuentemente hecha por los filósofos modernos, que las ideas se asocian en virtud de las asociaciones que se forman entre sus signos arbitrarios, y es innegable que sin el uso de los signos no podríamos hacer clases ni géneros, ni fijarlos como objetos de nuestra atención. Estos signos se dirigen á la vista ó al oido, y las impresiones que hacen en los órganos, contribuyen á arraigar en la mente las ideas que les corresponden. Los objetos visibles se recuerdan mas fácilmente que los que se perciben por los otros sentidos.
Segnius irritant animos demissa per aures,
Quam quæ sunt oculis subjecta fidelibus.

Todos los que han estudiado geometría, saben cuanto ayuda al recuerdo de los teoremas la vista de la figura trazada en la pizarra, y se ha observado que la dificultad que encuentran los alumnos en acordarse de las proposiciones del libro quinto de Euclides, proviene de que las magnitudes á que se refieren están representadas por líneas rectas, las cuales, no hacen tanta impresión en los sentidos y en la memoria, como los diagramas mas complicados de los libros anteriores. Esta ventaja de los objetos de la vista, con respecto á los del oído, por la claridad y permanencia de la impresión que hacen en la memoria, aumenta con los años en la mayor parte de los hombres, porque sus entendimientos, poco adictos á generalizar y abstraer, se ocupan habitualmente, ó en la inmediata percepción de aquellos objetos, ó en pensamientos de que ellos forman parte, y en este trabajo mental, poco ó ningún uso necesita hacerse del idioma. Pero el filósofo no maneja sino abstracciones é ideas generales, y estas no pueden ser representadas por otros signos que por palabras. Estos hábitos, unidos á la poca atención que presta á los objetos esternos, propenden á debilitar la facultad de percibir y recordar los objetos visibles, y á fortificar la de retener proposiciones y raciocinios espresados por palabras. El sistema común de enseñanza, obligando al alumno á encomendar á la memoria las reglas gramaticales y los pasages de las obras clásicas, contribuye

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