verdades: las unas son particulares, se refieren á cada individuo de por sí, y se deducen de sus propiedades, peculiares y distintivas: las otras son verdades generales deducidas de las cualidades comunes y aplicables á todos los individuos que las poseen. César conquistó las Galias: verdad particular que determina una cualidad esclusiva del sugeto. Los conquistadores son ambiciosos: verdad general que se aplica á todos los que tienen la cualidad designada por la voz conquistador. Es también evidente que hay dos medios de obtener estas verdades generales: 1.° fijando la atención en un individuo, de tal modo, que solo se considera en él la cualidad que tiene en común con los otros de su género: 2.° dejando apárte la consideración de las cosas, y espresando la idea general, por el término general que el lenguaje suministra. Cuando digo: ese clavel es blanco, no considero en el clavel sino una cualidad de que otros muchos objetos participan. Pero cuando pronuncio la palabra blancura me fijo en la cualidad sola, sin la menor relación á ningún objeto blanco. En uno y otro caso vamos á parar á ideas generales. En el primer caso, limitada nuestra atención á la circunstancia en que el objeto se parece á otros del mismo género, todo lo que digamos de él, podrá decirse de los otros objetos á que se parece. En el segundo, espresando el objeto de nuestro pensamiento por un nombre genérico, que se aplica en común a un gran número de individuos, las consecuencias que saquemos deben ser tan estensas en su aplicación, como el término lo es en su significado. El primer método es análogo á la práctica de los geómetras, los cuales, en sus raciocinios mas generales dirigen su atención á un diagrama particular. El segundo, al de los algebristas, cuyas investigaciones se presentan por medio de símbolo. En casos de esta última clase, puede suceder por medio de la asociación de ideas que una palabra general recuerde alguno de los individuos á que es aplicable, mas esto, lejos de ser necesario, puede ser muy perjudicial. Como la decision de un juez debe ser la misma, cualquiera que sea el nombre de las partes, pero puede dejar de serlo, si una de estas partes tiene con él relaciones de parentesco ó amistad, asi una asociación de ideas relativa á un individuo, puede viciar los raciocinios qua formemos sobre el género á que este individuo pertenece. Conviene añadir á esta consideración otra de alguna importancia. En nuestros raciocinios sobre individuos, podemos fijar la atención en ellos, sin valemos de palabras ó valiéndonos de otros signos que no sean palabras; pero cuando pensamos en ideas generales, el uso de la palabra es absolutamente indispensable. No podemos pensar en la virtud, en el valor, en la justicia, en la hermosura, sin que estas palabras sean objetos de nuestro pensamiento. No las pronunciarán los labios; pero estarán presentes al espíritu. El olvido de este principio ha sido el principal origen de los errores de los realistas. Creian que el entendimiento puede pensaren los universales sin el uso de las voces; era preciso buscar algo que las sustituyese. En buscar este algo emplearon siglos y no llegaron jamás á descubrirlo.
A vista de este modo de procedimiento mental en las generalidades y abstracciones, aquella famosa idea que los antiguos miraban como la esencia del individuo, no es mas que la cualidad particular, en que se parece á otros individuos de la misma clase, y en virtud de la cual se le aplica un nombre genérico. La posesión de esta cualidad es la que autoriza, digámoslo asi, al individuo á la aplicacion de aquel nombre, y la que es necesaria á su clasificación en el género correspondiente; pero como toda clasificación es hasta cierto punto arbitraria, aquella cualidad no es mas necesaria para clasificar al individuo que otra ú otras que en él se descubran, porque el mismo objeto puede entrar en diversas clasificaciones, según las diversas cualidades que en él se consideren. Asi, por ejemplo, una biblioteca puede estar clasificada por los tamaños de las obras, por las materias de que tratan ó por los idiomas en que están escritas. En una palabra, esas cualidades forman la esencia nominal, pero no la esencia real de los objetos.
El autor acumula las pruebas que apoyan su opinion sobre el carácter esclusivamente nominal de las ideas generales, y entre ellas la siguiente nos parece tan ingeniosa como decisiva. Tomemos, por ejemplo, cualquiera parte de una de las demostraciones de Euclides, reduzcámosla á la forma silogística. Todas las líneas rectas tiradas del centro á la circunferencia son iguales entre sí: A B y C D son líneas tiradas del centro á la circunferencia: luego A B es igual á C D. Es claro que para sentir toda la fuerza de esta consecuencia, no se necesita fijar un sentido determinado á los signos A B, C D, ni que se entiendan las palabras círculo, línea, centro y circunferencia. La verdad de la conclusion está envuelta en la de las dos premisas, cualquiera que sea la significación que se dé á las palabras que las componen. En el silogismo siguiente: todos los hombres deben morir: Pedro es hombre: luego debe morir: la evidencia de la conclusion no depende en manera alguna de las nociones particulares que se asocien con las palabras hombre y Pedro. Si en lugar de hombre ponemos A, y en lugar de Pedro X, el silogismo tendrá la misma fuerza, y si en lugar de morir ponemos otro verbo cualquiera, el resultado será exactamente el mismo. Infiérese de lo dicho que el asenso que damos á la consecuencia de un silogismo no resulta de un conocimiento positivo y claro de las ideas de que el silogismo se compone sino de la relacion que tienen entre sí las palabras. Por tanto, siendo el silogismo un artificio cuyo principal elemento es la abstracción, queda probado que los términos generales, que son la espresion de la abstracción, no necesitan de ideas de que sean objetos del pensamiento: luego no son mas que palabras: luego estas solas, sin referencia alguna á su sentido, forman un instrumento mental suficiente para todos los usos del raciocinio. Esta opinion está perfectamente de acuerdo con la del célebre Hume en su Tratado de la naturaleza humana. «Creo, dice, que todo el que examine la situación del entendimiento en el acto de raciocinar, convendrá conmigo en que no necesitamos asociar ideas distintas y claras á cada una de las palabras de que hacemos uso, y que al hablar, por ejemplo, de gobierno, iglesia, negociación y conquista, no tenemos presentes al espíritu todas las ideas simples que en aquellas voces se recopilan. Al mismo tiempo debe observarse, que á pesar de esta imperfección hablamos de estas cosas sin cometer absurdos, y percibimos de pronto toda incompatibilidad de ideas, como si estuviéramos analizándolas en el acto de hablar. Asi, pues, si en lugar de decir que en la guerra el partido mas débil acude á la negociación, oímos decir que acude á la conquista, la costumbre que hemos adquirido de atribuir ciertas relaciones á las ideas, nos
A vista de este modo de procedimiento mental en las generalidades y abstracciones, aquella famosa idea que los antiguos miraban como la esencia del individuo, no es mas que la cualidad particular, en que se parece á otros individuos de la misma clase, y en virtud de la cual se le aplica un nombre genérico. La posesión de esta cualidad es la que autoriza, digámoslo asi, al individuo á la aplicacion de aquel nombre, y la que es necesaria á su clasificación en el género correspondiente; pero como toda clasificación es hasta cierto punto arbitraria, aquella cualidad no es mas necesaria para clasificar al individuo que otra ú otras que en él se descubran, porque el mismo objeto puede entrar en diversas clasificaciones, según las diversas cualidades que en él se consideren. Asi, por ejemplo, una biblioteca puede estar clasificada por los tamaños de las obras, por las materias de que tratan ó por los idiomas en que están escritas. En una palabra, esas cualidades forman la esencia nominal, pero no la esencia real de los objetos.
El autor acumula las pruebas que apoyan su opinion sobre el carácter esclusivamente nominal de las ideas generales, y entre ellas la siguiente nos parece tan ingeniosa como decisiva. Tomemos, por ejemplo, cualquiera parte de una de las demostraciones de Euclides, reduzcámosla á la forma silogística. Todas las líneas rectas tiradas del centro á la circunferencia son iguales entre sí: A B y C D son líneas tiradas del centro á la circunferencia: luego A B es igual á C D. Es claro que para sentir toda la fuerza de esta consecuencia, no se necesita fijar un sentido determinado á los signos A B, C D, ni que se entiendan las palabras círculo, línea, centro y circunferencia. La verdad de la conclusion está envuelta en la de las dos premisas, cualquiera que sea la significación que se dé á las palabras que las componen. En el silogismo siguiente: todos los hombres deben morir: Pedro es hombre: luego debe morir: la evidencia de la conclusion no depende en manera alguna de las nociones particulares que se asocien con las palabras hombre y Pedro. Si en lugar de hombre ponemos A, y en lugar de Pedro X, el silogismo tendrá la misma fuerza, y si en lugar de morir ponemos otro verbo cualquiera, el resultado será exactamente el mismo. Infiérese de lo dicho que el asenso que damos á la consecuencia de un silogismo no resulta de un conocimiento positivo y claro de las ideas de que el silogismo se compone sino de la relacion que tienen entre sí las palabras. Por tanto, siendo el silogismo un artificio cuyo principal elemento es la abstracción, queda probado que los términos generales, que son la espresion de la abstracción, no necesitan de ideas de que sean objetos del pensamiento: luego no son mas que palabras: luego estas solas, sin referencia alguna á su sentido, forman un instrumento mental suficiente para todos los usos del raciocinio. Esta opinion está perfectamente de acuerdo con la del célebre Hume en su Tratado de la naturaleza humana. «Creo, dice, que todo el que examine la situación del entendimiento en el acto de raciocinar, convendrá conmigo en que no necesitamos asociar ideas distintas y claras á cada una de las palabras de que hacemos uso, y que al hablar, por ejemplo, de gobierno, iglesia, negociación y conquista, no tenemos presentes al espíritu todas las ideas simples que en aquellas voces se recopilan. Al mismo tiempo debe observarse, que á pesar de esta imperfección hablamos de estas cosas sin cometer absurdos, y percibimos de pronto toda incompatibilidad de ideas, como si estuviéramos analizándolas en el acto de hablar. Asi, pues, si en lugar de decir que en la guerra el partido mas débil acude á la negociación, oímos decir que acude á la conquista, la costumbre que hemos adquirido de atribuir ciertas relaciones á las ideas, nos
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