vios producen otra en el cerebro. Finalmente, á esta impresión hecha en el órgano, en los nervios y en el cerebro, sigue la sensación, y á la sensación la percepción del objeto. Asi es como la percepción que tenemos de los objetos resulta de una serie de operaciones, algunas de las cuales afectan solamente el cuerpo, y otras el espíritu. Acerca de algunas de ellas, poco es lo que sabemos, y nada absolutamente acerca del modo con que se ligan entre sí y con que contribuyen á formar la percepción que es su resultado. Pero, por las leyes de nuestra naturaleza, ese es el modo que tenemos de percibir los objetos esteriores, y no otro alguno. Puede haber seres que perciban estos objetos sin la mediación de los rayos de luz, sin las vibraciones del aire, sin la emanación de las partículas, olorosas, sin impresiones, sin órganos, y aun sin sensaciones. Pero el hombre no se halla en ese caso, y su constitución es tal, que aun rodeado de objetos esteriores, puede haber muchos que no perciba. Nuestra facultad perceptiva permanece como aletargada, á menos que la despierte una cierta sensación que le sea análoga. Mas esta sensación no está siempre dispuesta á ejercer sus funciones, y no penetra en la region del espíritu, sino cuando ha recibido otra impresión correspondiente, hecha por el objeto en el órgano sensitivo. Procuremos ahora, en cuanto nos sea posible, trazar esta correspondencia de impresiones, de sensaciones y de percepciones, empezando por las primeras en orden de tiempo, que son las impresiones de los órganos corporales. Por desgracia no sabemos de que naturaleza son, ni como escitan sensaciones en el alma. Sabemos que un cuerpo puede obrar en otro, por presión, por percusión, por atraccion, por repulsion, y quizás por otros medios, á los cuales no se han dado nombres convenientes ¿Cuál de estos medios es el que emplea; la naturaleza para producir la sensación? La filosofía no sabe como responder á esta pregunta. ¿Hay alguien que pueda decir como obran los rayos de luz en la retina, la retina en el nervio óptico, y el nervio óptico en el cerebro? La impresión es tan sutil, que no puede someterse á la imperfección de nuestros sentidos. Aun cuando conociéramos perfectamente la estructura de nuestros órganos, para descubrir los efectos que hacen en ellos los objetos esteriores, este conocimiento no nos serviria de nada para percibirlos mejor, porque los que no tienen la menor idea del modo de proceder de la naturaleza en estos casos, perciben tan bien los objetos como el hombre mas instruido. Es necesario que la impresión se haga en el órgano, pero no que tengamos conocimiento del modo con que se hace. La naturaleza procede en esta operación sin darnos cuenta de ella, y sin necesitar nuestro concurso. Pero si ella nos oculta este primer paso en su modo de proceder en la percepción, á lo menos no sucede lo mismo con el segundo, porque tenemos el sentimiento íntimo de la sensación que se produce en nuestro espíritu, como consecuencia forzosa de la impresión que ha recibido el cuerpo. Lo esencial de una sensación es ser sentida, porque no es otra cosa que lo que sentimos. Si pudiéramos adquirir el hábito de seguirla y de examinarla, nos seria fácil conocerla, perfectamente: pero esto valdría tanto como descubrir, las relaciones de la materia con el espíritu, hondo misterio, patente solo á la Sabiduría Eterna. El intervalo que separa estas dos esencias es á manera de un abismo oscuro y profundo, que el espíritu humano no puede sondear, de modo qué la correspondencia y la comunicación recíproca que reinan entre ellas, son y nos serán siempre desconocidas.
La esperiencia nos enseña que ciertas impresiones hechas en el cuerpo, preceden constantemente á ciertas sensaciones en el alma, y que del mismo modo, á ciertas determinaciones del alma, siguen constantemente ciertos movimientos de los órganos; pero no tenemos la menor noción de la cadena que liga estos dos hechos. Sino hubiera mas que esto; si todo el laboratorio interior se redujera á impresiones recibidas y á sensaciones escitadas, seríamos seres sensitivos, pero no percipientes; jamás habríamos sido capaces de concebir un objeto esterior, y quizas ni aun tendríamos motivos para creer que existe algo fuera de nosotros. Es imposible, pues, que las sensaciones tengan semejanza con los objetos que las provocan; es imposible, pues, que la percepción se verifique por la trasmisión de especies ó imágenes; es imposible, pues, que haya algo capaz de ser conocido entre el alma y el objeto.
Podemos considerar el modo de obrar de la naturaleza en la percepción como una especie de drama compuesto de mucho actos: los unos pasan detrás del telón; los otros se presentan al espíritu en diferentes escenas que se suceden unas á otras. La impresión hecha por el objeto en el órgano, sea por el contacto inmediato, sea por la intervención de un agente, asi como la que reciben los nervios y el cerebro, pertenecen á la primera clase; pero hay dos partes del drama que pasan á los ojos del público; una, que es la sensación, y la otra, que le sigue inmediatamente, es la percepción. En este drama, la naturaleza es el actor, y los hombres son los espectadores. Nos es desconocido el juego de las máquinas; no sabemos qué medios se emplean para suscitar lo que se presenta á nuestra vista. Lo cierto es que los objetos que el actor nos exhibe, producen dos géneros de convencimiento: uno, el de estar afectados de un modo diferente del que estábamos antes; otro, que esta afección procede ó ha sido ocasionada por el objeto presente.
Las sensaciones se han llamado signos de los objetos esteriores, porque de ellas pasa el alma á la percepción, y a la creencia en su objeto, como en el lenguaje pasa del signo á la cosa designada. No se ha encontrado un nombre mas propio para señalar la función que la naturaleza le ha destinado en la obra de la percepción, y la relación que existe entre aquellos dos hechos y los objetos correspondientes. Como no hay necesidad de que el signo tenga semejanza alguna con la cosa significada, no es necesario tampoco que la sensación lo tenga con su objeto. Lo que es indispensable para que podamos conocer las cosas por medio de los signos, es: l.° que haya conexión real entre el signo y el objeto, sea por el curso de la naturaleza, sea por la voluntad y consentimiento de los hombres. En el primer caso, el signo es natural, como el humo con respecto al fuego. En el segundo es artificial, como sucede con las palabras de un idioma: 2.° que al signo presentado al espíritu suceda la concepción y la creencia de la cosa designada, sin lo cual el signo llega á ser ininteligible. El alma pasa de la apariencia del signo natural á la concepción y á la creencia de la cosa significada, de tres modos distintos: 1.º en virtud de los primeros principia de nuestra constitución: 2.° de la costumbre: y 3.° del raciocinio. Nuestras percepciones naturales y originales, vienen de los principios de nuestra constitución; nuestras percepciones adquiridas vienen de la costumbre;
La esperiencia nos enseña que ciertas impresiones hechas en el cuerpo, preceden constantemente á ciertas sensaciones en el alma, y que del mismo modo, á ciertas determinaciones del alma, siguen constantemente ciertos movimientos de los órganos; pero no tenemos la menor noción de la cadena que liga estos dos hechos. Sino hubiera mas que esto; si todo el laboratorio interior se redujera á impresiones recibidas y á sensaciones escitadas, seríamos seres sensitivos, pero no percipientes; jamás habríamos sido capaces de concebir un objeto esterior, y quizas ni aun tendríamos motivos para creer que existe algo fuera de nosotros. Es imposible, pues, que las sensaciones tengan semejanza con los objetos que las provocan; es imposible, pues, que la percepción se verifique por la trasmisión de especies ó imágenes; es imposible, pues, que haya algo capaz de ser conocido entre el alma y el objeto.
Podemos considerar el modo de obrar de la naturaleza en la percepción como una especie de drama compuesto de mucho actos: los unos pasan detrás del telón; los otros se presentan al espíritu en diferentes escenas que se suceden unas á otras. La impresión hecha por el objeto en el órgano, sea por el contacto inmediato, sea por la intervención de un agente, asi como la que reciben los nervios y el cerebro, pertenecen á la primera clase; pero hay dos partes del drama que pasan á los ojos del público; una, que es la sensación, y la otra, que le sigue inmediatamente, es la percepción. En este drama, la naturaleza es el actor, y los hombres son los espectadores. Nos es desconocido el juego de las máquinas; no sabemos qué medios se emplean para suscitar lo que se presenta á nuestra vista. Lo cierto es que los objetos que el actor nos exhibe, producen dos géneros de convencimiento: uno, el de estar afectados de un modo diferente del que estábamos antes; otro, que esta afección procede ó ha sido ocasionada por el objeto presente.
Las sensaciones se han llamado signos de los objetos esteriores, porque de ellas pasa el alma á la percepción, y a la creencia en su objeto, como en el lenguaje pasa del signo á la cosa designada. No se ha encontrado un nombre mas propio para señalar la función que la naturaleza le ha destinado en la obra de la percepción, y la relación que existe entre aquellos dos hechos y los objetos correspondientes. Como no hay necesidad de que el signo tenga semejanza alguna con la cosa significada, no es necesario tampoco que la sensación lo tenga con su objeto. Lo que es indispensable para que podamos conocer las cosas por medio de los signos, es: l.° que haya conexión real entre el signo y el objeto, sea por el curso de la naturaleza, sea por la voluntad y consentimiento de los hombres. En el primer caso, el signo es natural, como el humo con respecto al fuego. En el segundo es artificial, como sucede con las palabras de un idioma: 2.° que al signo presentado al espíritu suceda la concepción y la creencia de la cosa designada, sin lo cual el signo llega á ser ininteligible. El alma pasa de la apariencia del signo natural á la concepción y á la creencia de la cosa significada, de tres modos distintos: 1.º en virtud de los primeros principia de nuestra constitución: 2.° de la costumbre: y 3.° del raciocinio. Nuestras percepciones naturales y originales, vienen de los principios de nuestra constitución; nuestras percepciones adquiridas vienen de la costumbre;
No hay comentarios:
Publicar un comentario