las percepciones deducidas de antecedentes, son obras del raciocinio. En consecuencia del primero de estos medios, la naturaleza por la sensación del tacto, nos informa de la dureza de los cuerpos, de su extension, de su figura, de su movimiento, del espacio que ocupan. La virtud del segundo medio, el hábito, consiste en el servicio que un sentido se presta á otro, para corregir sus defectos: por ejemplo; con la vista no percibimos mas que las superficies; el tacto nos revela la solidez, y cuando una vez hemos adquirido este desengaño, el hábito solo nos enseña á distinguir el círculo de la esfera. Por último, la percepción de una ley de la naturaleza, es el resultado de las consecuencias deducidas de muchos hechos análogos, reciocinando sobre sus analogías y conexiones.
A esto se reduce la parte, principal de la doctrina del doctor Reid, dejando á un lado algunas indicaciones mas ó menos profundas y acertadas, sobre las otras operaciones de la inteligencia. Mas esta nueva teoría, tan opuesta á la que habían propagado Hobbes y Locke tanto llamó la atención de los pensadores, que toda la frialdad con que se miraban hasta entonces los estudios filosóficos, se trasformó en curiosidad y entusiasmo, y los numerosos discípulos del autor propagaron sus opiniones con un ardor que recordaba los antiguos tiempos de Atenas. Sin embargo, Reid no habia renovado toda la filosofía, y su descubrimiento, sacudiendo en sus cimientos la que entonces dominaba, no era mas que un germen del que podía brotar, pero del cual no habia brotado todavía una revolucion completa en la ciencia. Parecía satisfactoriamente resuelto el problema vital y fundamental de la filosofía; pero quedaban otros muchos envueltos en la misma oscuridad é incertidumbre en que se hallaban antes. En una palabra, faltaba deducir del principio de Reid, todas las consecuencias que en sí encerraba; faltaba un curso entero y compacto de filosofía que fuese el desarropo, la aplicación, el corolario de aquel dogma elemental. Dos discípulos de Reid, profesores ambos de la universidad de Edimburgo, se dedicaron sucesivamente á esta importante y vasta tarea: Dugald Stewart y Tomás Brown.
El primero de estos célebres escritores, era uno de aquellos seres privilegiados que aparecen de cuando en cuando en la escena del mundo, para ofrecer el ejemplo de las cualidades mas nobles y mas eminentes que pueden honrar la humanidad. No se sabe si eran mas admirables en él la pureza de las intenciones, el candor del temple, la modestia de las aspiraciones y el celo en favor de la verdad, ó el alcance de la inteligencia, la firmeza del raciocinio, la agudeza de la observacion, y la profundidad del saber. La biografía escrita por su amigo sir James Macintosh, es un cuadro interesantísimo, que presenta el tipo del verdadero filosofo, absorto en la contemplación del mundo y de la inteligencia, y esclusivamente dedicado á sacar á luz sus ocultos tesoros, y á vindicar sus derechos, temerariamente violados por el sofisma escéptico, y por las incursiones de la fisiología. Su obra intitulada Elementos de la filosofía del alma humana, es el código reconocido, y legítimo de la escuela escocesa, y en él se han formado los hombres mas distinguidos de que se ha gloriado en estos últimos años la Inglaterra. (1)
La obra empieza por una esposicion de la naturaleza y objeto de la filosofía del alma, y por el examen de las preocupaciones que dominaban en tiempo del autor contra toda discusión metafísica. Estas preocupaciones provienen de dos causas: 1.ª del temor de que estas materias sean inaccesibles á las facultades humanas: 2.ª de la aparente inutilidad de esta clase de estudios, como inaplicables á la vida práctica. Nadie podrá defender el abuso que se hizo en la edad media de las investigaciones metafísicas. Entonces se propusieron muchas cuestiones, á cuya solución no pueden prestarse jamás nuestros débiles conocimientos, y que ademas, aun suponiéndolas resueltas del modo mas satisfactorio, no podrían dar de sí un resultado ventajoso. Pero hay otras muchas en la jurisdicción de la ciencia que se someten al análisis, y que pueden ser asunto de fecundas meditaciones y abrir la puerta á importantes descubrimientos. A primera vista las operaciones del entendimiento se presentan tan complicadas y diversificadas de tantos modos, que parece imposible reducirlas á leyes generales: pero, con un poco de atención, no tardamos en ver disipadas aquellas tinieblas, y los fenómenos que antes nos parecían formar una masa impenetrable de hechos y modificaciones, quedan reducidos á un número comparativamente pequeño de facultades simples, ó simples principios de acción. Estas facultades son las leyes generales de nuestra constitución, y ocupan el mismo lugar en la filosofía del alma que las leyes generales de la naturaleza física en aquel ramo de conocimientos humanos. En ambos casos, el entendimiento no llega á descubrir las leyes, sino por medio del estudio de los hechos, y en uno y otro el conocimiento de las leyes conduce a la esplicacion de un gran número de fenómenos. En la investigación de las leyes físicas, es bien sabido que nuestras indagaciones terminan siempre en un hecho general, del cual no se sabe mas, sino que asi lo ha querido el antor de la naturaleza. Después de haber confirmado por medio de la observación astronómica la universalidad de la ley de gravitación, venimos á parar en que ignoramos cual es su primer móvil, ó dónde nace el impulso atractivo. Lo mismo sucede en la filosofía mental, Cuando hemos llegado á un hecho general, como las leyes relativas á la asociación de ideas, alli nos detemos y no podemos pasar adelante. Si no pasamos de los hechos conocidos, las consecuencias que saquemos serán tan ciertas como las que deducimos de los hechos físicos, pero si suponemos que la asociación se verifica por ciertas vibraciones del sistema nervioso, ó por el movimiento de la sangre en las celdillas del cerebro, como lo imaginó un filósofo italiano, lo que hacemos es ligar desacertadamente hechos conocidos y patentes, con principios que solo se apoyan en las mas vagas conjeturas.
En cuanto á la utilidad práctica y á los usos aplicables de la filosofía del alma, el autor le señala dos, que influyen directa y eficazmente en el recto ejercicio de nuestras facultades durante el curso de la vida. Primeramente por medio del conocimiento que podamos adquirir del alcance, de la índole, de los recursos de nuestras facultades internas, nos ponemos en aptitud de llevarlas al mas alto grado de perfección de que son susceptibles. En secundo lugar, por medio de una vigilancia ejercida constantemente en nuestras impresiones y asociaciones, podemos precavernos de los errores humanos, y formar un hábito mental que
(1) Entre los discípulos de Dugald Stewart se cuentan el mismo sir James Macintosh, lord Brougham, lord Palmerston, lord Jefferys, los profesores Wilson, Jardirne, Mackenzie y otros eminentes personages.
A esto se reduce la parte, principal de la doctrina del doctor Reid, dejando á un lado algunas indicaciones mas ó menos profundas y acertadas, sobre las otras operaciones de la inteligencia. Mas esta nueva teoría, tan opuesta á la que habían propagado Hobbes y Locke tanto llamó la atención de los pensadores, que toda la frialdad con que se miraban hasta entonces los estudios filosóficos, se trasformó en curiosidad y entusiasmo, y los numerosos discípulos del autor propagaron sus opiniones con un ardor que recordaba los antiguos tiempos de Atenas. Sin embargo, Reid no habia renovado toda la filosofía, y su descubrimiento, sacudiendo en sus cimientos la que entonces dominaba, no era mas que un germen del que podía brotar, pero del cual no habia brotado todavía una revolucion completa en la ciencia. Parecía satisfactoriamente resuelto el problema vital y fundamental de la filosofía; pero quedaban otros muchos envueltos en la misma oscuridad é incertidumbre en que se hallaban antes. En una palabra, faltaba deducir del principio de Reid, todas las consecuencias que en sí encerraba; faltaba un curso entero y compacto de filosofía que fuese el desarropo, la aplicación, el corolario de aquel dogma elemental. Dos discípulos de Reid, profesores ambos de la universidad de Edimburgo, se dedicaron sucesivamente á esta importante y vasta tarea: Dugald Stewart y Tomás Brown.
El primero de estos célebres escritores, era uno de aquellos seres privilegiados que aparecen de cuando en cuando en la escena del mundo, para ofrecer el ejemplo de las cualidades mas nobles y mas eminentes que pueden honrar la humanidad. No se sabe si eran mas admirables en él la pureza de las intenciones, el candor del temple, la modestia de las aspiraciones y el celo en favor de la verdad, ó el alcance de la inteligencia, la firmeza del raciocinio, la agudeza de la observacion, y la profundidad del saber. La biografía escrita por su amigo sir James Macintosh, es un cuadro interesantísimo, que presenta el tipo del verdadero filosofo, absorto en la contemplación del mundo y de la inteligencia, y esclusivamente dedicado á sacar á luz sus ocultos tesoros, y á vindicar sus derechos, temerariamente violados por el sofisma escéptico, y por las incursiones de la fisiología. Su obra intitulada Elementos de la filosofía del alma humana, es el código reconocido, y legítimo de la escuela escocesa, y en él se han formado los hombres mas distinguidos de que se ha gloriado en estos últimos años la Inglaterra. (1)
La obra empieza por una esposicion de la naturaleza y objeto de la filosofía del alma, y por el examen de las preocupaciones que dominaban en tiempo del autor contra toda discusión metafísica. Estas preocupaciones provienen de dos causas: 1.ª del temor de que estas materias sean inaccesibles á las facultades humanas: 2.ª de la aparente inutilidad de esta clase de estudios, como inaplicables á la vida práctica. Nadie podrá defender el abuso que se hizo en la edad media de las investigaciones metafísicas. Entonces se propusieron muchas cuestiones, á cuya solución no pueden prestarse jamás nuestros débiles conocimientos, y que ademas, aun suponiéndolas resueltas del modo mas satisfactorio, no podrían dar de sí un resultado ventajoso. Pero hay otras muchas en la jurisdicción de la ciencia que se someten al análisis, y que pueden ser asunto de fecundas meditaciones y abrir la puerta á importantes descubrimientos. A primera vista las operaciones del entendimiento se presentan tan complicadas y diversificadas de tantos modos, que parece imposible reducirlas á leyes generales: pero, con un poco de atención, no tardamos en ver disipadas aquellas tinieblas, y los fenómenos que antes nos parecían formar una masa impenetrable de hechos y modificaciones, quedan reducidos á un número comparativamente pequeño de facultades simples, ó simples principios de acción. Estas facultades son las leyes generales de nuestra constitución, y ocupan el mismo lugar en la filosofía del alma que las leyes generales de la naturaleza física en aquel ramo de conocimientos humanos. En ambos casos, el entendimiento no llega á descubrir las leyes, sino por medio del estudio de los hechos, y en uno y otro el conocimiento de las leyes conduce a la esplicacion de un gran número de fenómenos. En la investigación de las leyes físicas, es bien sabido que nuestras indagaciones terminan siempre en un hecho general, del cual no se sabe mas, sino que asi lo ha querido el antor de la naturaleza. Después de haber confirmado por medio de la observación astronómica la universalidad de la ley de gravitación, venimos á parar en que ignoramos cual es su primer móvil, ó dónde nace el impulso atractivo. Lo mismo sucede en la filosofía mental, Cuando hemos llegado á un hecho general, como las leyes relativas á la asociación de ideas, alli nos detemos y no podemos pasar adelante. Si no pasamos de los hechos conocidos, las consecuencias que saquemos serán tan ciertas como las que deducimos de los hechos físicos, pero si suponemos que la asociación se verifica por ciertas vibraciones del sistema nervioso, ó por el movimiento de la sangre en las celdillas del cerebro, como lo imaginó un filósofo italiano, lo que hacemos es ligar desacertadamente hechos conocidos y patentes, con principios que solo se apoyan en las mas vagas conjeturas.
En cuanto á la utilidad práctica y á los usos aplicables de la filosofía del alma, el autor le señala dos, que influyen directa y eficazmente en el recto ejercicio de nuestras facultades durante el curso de la vida. Primeramente por medio del conocimiento que podamos adquirir del alcance, de la índole, de los recursos de nuestras facultades internas, nos ponemos en aptitud de llevarlas al mas alto grado de perfección de que son susceptibles. En secundo lugar, por medio de una vigilancia ejercida constantemente en nuestras impresiones y asociaciones, podemos precavernos de los errores humanos, y formar un hábito mental que
(1) Entre los discípulos de Dugald Stewart se cuentan el mismo sir James Macintosh, lord Brougham, lord Palmerston, lord Jefferys, los profesores Wilson, Jardirne, Mackenzie y otros eminentes personages.
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