dimiento y penetrar en nuestras percepciones. ¡Cuántas ventajas, pues, podríamos sacar de una atención constante á nuestras primeras impresiones y asociaciones, arraigándolas al conocimiento perfecto de nuestra estructura interior! El largo reinado del error en el mundo y el influjo que ejerce de una generación en otra, no prueban que la especie humana esté destinada á estar perpetuamente subyugada por lo falso y por lo absurdo: lo que demuestran es la tendencia de las opiniones á la permanencia y á la estabilidad, y prometen por consiguiente una larga duración á la verdadera filosofía, cuando haya adquirido el ascendiente que merece obtener en la cultura intelectual, y cuando se hayan empleado los medios de sostenerla y propagarla por un sistema perfecto de educación. La esperiencia diaria nos enseña cuan susceptible de impresiones profundas es el ánimo del niño y del joven, y cuan permanentes son los efectos de las asociaciones eventuales de ideas y sentimientos que en aquellas edades se forman, en el carácter y en la ventura de los individuos. El objeto de la educación no es contrarestar las propensiones de la naturaleza, sino darles una recta dirección. Si es posible interesar el corazón y la imaginación en favor del error, como tantos funestos ejemplos nos lo demuestran, no hay motivo para creer que sea imposible interesarles en favor de la verdad. Si es posible estinguir los sentimientos mas generosos y heroicos de la naturaleza, acostumbrándonos á ligar las ideas que los representan con las que representan el crimen y la impiedad, no será imposible fortalecer la asociación que existe entre aquellos sentimientos y los principios del deber y los elementos de nuestra ventura. ¿No tiene bastante poder la moda para cubrir de un velo la deformidad del vicio? ¿y no lo tendrá una educación sensata para cubrirlo de infamia y de detestación?»
No es esta la única escelencia que el autor encuentra en el estudio de la filosofía. Otras dos grandes aplicaciones le atribuye, y son: 1.ª la de determinar en cada ciencia su verdadero objeto y sus verdaderos límites: 2.ª la de establecer en cada ciencia el recto camino de observación que le corresponde. Hay, en efecto, mucha originalidad en sus teorías, pero no avanza ninguna sin haber antes pasado revista á las que sobre el mismo punto han enseñado los mas clásicos y notables de sus predecesores, en cuyo trabajo no es menos apreciable la erudición que ostenta, que la imparcialidad con que juzga. Como el primer problema que se ofrece al que emprende el estudio del alma, es el modo con que ella adquiere el conocimiento del mundo esterior, el autor, después de haber referido todos los sistemas adoptados en los siglos antiguos y modernos, descubre el origen de los errores que en esta indagación se han cometido. Este origen es el uso equívoco ó no bien determinado de las palabras empleadas en la discusión, ¿Qué es lo que se trata de examinar? La causa de un fenómeno, de este gran fenómeno que consiste en recibir en el ser espiritual la percepción de la inmensidad de seres corpóreos que componen el universo. Todo hecho natural supone una causa, y por consiguiente, este gran hecho que constituye toda la superioridad del hombre sobre la creación física, debe, tener la suya, y esto es lo que la ciencia se propone descubrir. Pero la palabra causa tiene dos significaciones. Cuando decimos que todo hecho natural supone una causa, esta voz causa espresa algo que supone necesariamente asociado con el hecho, y sin lo cual, el hecho no se habría verificado. Estas causas pueden llamarse metafísicas ó eficientes. Pero en las ciencias físicas, cuando decimos que un fenómeno es causa de otro, lo que damos á entender es que los fenómenos están constantemente unidos, de modo que cuando el uno se presenta, ha de presentarse necesariamente el otro. Esta sucesión de fenómenos se aprende únicamente por la esperiencia, y si no estuviéramos convencidos de su inseparable conexión, no pudríamos acomodar nuestras operaciones al curso ordinario de la naturaleza. Las causas que son objetos de nuestra intervención en el orden material, se llaman causas físicas. Como no hay hecho natural que no sea precedido por otro, nos sentimos naturalmente inclinados á creer que el primero es causa del segundo, y que la filosofía es la ciencia de las causas, y perdemos de vista la operación del entendimiento en la producción, de los fenómenos naturales. Por ejemplo, asociamos la sensación del color con las cualidades esenciales de la materia, y creemos que lo blanco, lo azul y lo verde son inherentes á la superficie de los cuerpos y propiedades tan inseparables de ellos como la estension y la figura, y sin embargo, un momento de reflexion basta para convencernos que la sensación de color puede residir únicamente en el alma. Del mismo modo, asociamos con la idea de materia, las ideas de poder, fuerza y causa, que son atributos del alma, y es posible que solo en ella residan. A esta asociación, hija de nuestros hábitos, se junta otra que la fortifica. Las espresiones de que nos valemos cuando hablamos de las operaciones del alma son las mismas que empleamos al hablar de los objetos físicos y de su accion recíproca. Decimos que la luz hiere la vista, que recibimos el perfume de la rosa, que penetró hasta nosotros el ruido, y otras locuciones semejantes. Estas palabras tienen su significación, y por efecto de un hábito arraigado, trasferimos la que tienen en el mundo de los cuerpos á la region del espíritu. Pero como para que un cuerpo obre en otro es preciso, ó el contacto inmediato ó la interposición de otro agente, los filósofos no han podido prescindir de un procedimiento análogo en el acto de la percepción, y el mismo Locke lleva esta comparación hasta el estremo de declarar que «los cuerpos producen ideas por medio del impulso» y Newton es de opinion que «el sensorio es el lugar en que está presente la sustancia que piensa, y que las especies de las cosas esternas se trasfieren al sensorio, para que la mente las perciba.» Refutadas con gran fuerza de argumentos estas doctrinas, el autor abraza la esplicacion de Reíd de que ya hemos hablado, y la ilustra con nuevos argumentos. En ella funda todas las doctrinas, que después esplana y comenta, sobre las principales operaciones del alma.
Estas son la atención, la concepción, la abstracción, la asociación de ideas, la memoria, la imaginación y el raciocinio. A esta última consagra toda la segunda parte de su obra, porque al raciocinio pertenecen las leyes fundamentales de la fé humana, la evidencia inductiva y deductiva, la verdad contingente y la probable, la demostración matemática, la lógica de Aristóteles y otras cuestiones no menos graves que curiosas, en todas las cuales el autor ostenta toda la solidez de su juicio y toda la destreza de su argumentación.
No cabe en una obra de las dimensiones de este Viage, el cuadro completo de un sistema tan vasto como cl que ha fundado nuestro autor sobre las ruinas
No es esta la única escelencia que el autor encuentra en el estudio de la filosofía. Otras dos grandes aplicaciones le atribuye, y son: 1.ª la de determinar en cada ciencia su verdadero objeto y sus verdaderos límites: 2.ª la de establecer en cada ciencia el recto camino de observación que le corresponde. Hay, en efecto, mucha originalidad en sus teorías, pero no avanza ninguna sin haber antes pasado revista á las que sobre el mismo punto han enseñado los mas clásicos y notables de sus predecesores, en cuyo trabajo no es menos apreciable la erudición que ostenta, que la imparcialidad con que juzga. Como el primer problema que se ofrece al que emprende el estudio del alma, es el modo con que ella adquiere el conocimiento del mundo esterior, el autor, después de haber referido todos los sistemas adoptados en los siglos antiguos y modernos, descubre el origen de los errores que en esta indagación se han cometido. Este origen es el uso equívoco ó no bien determinado de las palabras empleadas en la discusión, ¿Qué es lo que se trata de examinar? La causa de un fenómeno, de este gran fenómeno que consiste en recibir en el ser espiritual la percepción de la inmensidad de seres corpóreos que componen el universo. Todo hecho natural supone una causa, y por consiguiente, este gran hecho que constituye toda la superioridad del hombre sobre la creación física, debe, tener la suya, y esto es lo que la ciencia se propone descubrir. Pero la palabra causa tiene dos significaciones. Cuando decimos que todo hecho natural supone una causa, esta voz causa espresa algo que supone necesariamente asociado con el hecho, y sin lo cual, el hecho no se habría verificado. Estas causas pueden llamarse metafísicas ó eficientes. Pero en las ciencias físicas, cuando decimos que un fenómeno es causa de otro, lo que damos á entender es que los fenómenos están constantemente unidos, de modo que cuando el uno se presenta, ha de presentarse necesariamente el otro. Esta sucesión de fenómenos se aprende únicamente por la esperiencia, y si no estuviéramos convencidos de su inseparable conexión, no pudríamos acomodar nuestras operaciones al curso ordinario de la naturaleza. Las causas que son objetos de nuestra intervención en el orden material, se llaman causas físicas. Como no hay hecho natural que no sea precedido por otro, nos sentimos naturalmente inclinados á creer que el primero es causa del segundo, y que la filosofía es la ciencia de las causas, y perdemos de vista la operación del entendimiento en la producción, de los fenómenos naturales. Por ejemplo, asociamos la sensación del color con las cualidades esenciales de la materia, y creemos que lo blanco, lo azul y lo verde son inherentes á la superficie de los cuerpos y propiedades tan inseparables de ellos como la estension y la figura, y sin embargo, un momento de reflexion basta para convencernos que la sensación de color puede residir únicamente en el alma. Del mismo modo, asociamos con la idea de materia, las ideas de poder, fuerza y causa, que son atributos del alma, y es posible que solo en ella residan. A esta asociación, hija de nuestros hábitos, se junta otra que la fortifica. Las espresiones de que nos valemos cuando hablamos de las operaciones del alma son las mismas que empleamos al hablar de los objetos físicos y de su accion recíproca. Decimos que la luz hiere la vista, que recibimos el perfume de la rosa, que penetró hasta nosotros el ruido, y otras locuciones semejantes. Estas palabras tienen su significación, y por efecto de un hábito arraigado, trasferimos la que tienen en el mundo de los cuerpos á la region del espíritu. Pero como para que un cuerpo obre en otro es preciso, ó el contacto inmediato ó la interposición de otro agente, los filósofos no han podido prescindir de un procedimiento análogo en el acto de la percepción, y el mismo Locke lleva esta comparación hasta el estremo de declarar que «los cuerpos producen ideas por medio del impulso» y Newton es de opinion que «el sensorio es el lugar en que está presente la sustancia que piensa, y que las especies de las cosas esternas se trasfieren al sensorio, para que la mente las perciba.» Refutadas con gran fuerza de argumentos estas doctrinas, el autor abraza la esplicacion de Reíd de que ya hemos hablado, y la ilustra con nuevos argumentos. En ella funda todas las doctrinas, que después esplana y comenta, sobre las principales operaciones del alma.
Estas son la atención, la concepción, la abstracción, la asociación de ideas, la memoria, la imaginación y el raciocinio. A esta última consagra toda la segunda parte de su obra, porque al raciocinio pertenecen las leyes fundamentales de la fé humana, la evidencia inductiva y deductiva, la verdad contingente y la probable, la demostración matemática, la lógica de Aristóteles y otras cuestiones no menos graves que curiosas, en todas las cuales el autor ostenta toda la solidez de su juicio y toda la destreza de su argumentación.
No cabe en una obra de las dimensiones de este Viage, el cuadro completo de un sistema tan vasto como cl que ha fundado nuestro autor sobre las ruinas
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