miércoles, noviembre 14, 2007

Viage ilustrado (Pág. 111)

La ciudad de Zante está situada á la orilla del mar al pie de una montaña. Su puerto es muy seguro, pe­ro poco cómodo. Contiene 12,000 habitantes, de los que 1,000 son judíos. Dos obispos, uno griego y otro romano, tienen allí su residencia. Esta ciudad es muy rica y comercial, y las mugeres no salen aqui jamás sin ir encubiertas ó enmascaradas.
En Cérigo, la antigua Citeres, no quedan mas re­cuerdos de Venus que un prodigioso numero de tórto­las. Las rocas estériles que la rodean harían acusar de falsos á los poetas, si penetrando en el interior no se encontrasen frescos y risueños valles que justifican sus elogios.
AUSTRIA.

El imperio del Austria es una monarquía federati­va, compuesta de pueblos germanos, eslavos, magya­res (húngaros) é italianos. El pais mas allá del Ens, fué la cuna de este estado, y aquí, en tiempo de Car­lo—Magno, por los años de 800, fué donde sé levan­taron lineas de fortificacion para defender las comar­cas Sudeste de Alemania, contra la incursion de las huestes asiáticas que llegaron á ser el orígen del mar­graviato de Austria. Mas tarde (1156) mas allá del Ens se unió á este margraviato, que entonces se erigió en ducado. Pero los grandes desenvolvimientos que tomó el Austria despues, y que la hicieron subir al primer rango de las potencias europeas, solo datan desde 1282, época en que ahogó á la casa de Habsburgo. Esta dinastía se unió á los paises llamados mas tarde el Circulo de Austria, y obtuvo en 1438 la co­rona electiva del imperio romano—germánico. En 1453 el ducado de Austria, recibió el título de archiduca­do, y cuando en 1526 la Bohemia y la Hungría se sometieron voluntariamente á la dinastía de los Habs­burgo, se elevó al rango de monarquía europea. La casa de Austria—Lorena conservó este rango en la paz de Aquisgran de 1748 y consolidó la unidad de sus estados erigiéndose (1804) el Austria en imperio he­reditario, y haciendo valer su preponderancia en el congreso de Viena en 1815.
Lo mismo sucede á los imperios que á los hombres. Los unos no se elevan sino á fuerza de valor y perse­verancia; sin auxilios esteriores, dominan las circuns­tancias, aun las mas desfavorables, y se mantienen en una posicion ventajosa; otros, por el contrario, por sola su posicion y casi sin esfuerzos, se encuentran como destinados de antemano, y alcanzan al primer salto el mismo puesto á donde los primeros no han po­dido llegar sino á fuerza de trabajo. Esta es la historia del imperio austriaco. Colocado entre una porcion de la Alemania, la mas atrasada, y la parte mas culta de Europa, designada por las conquistas de Carlo Magno para el cetro imperial, broquel alzado entre la Europa y los osmanlis, y ayudada por todos para resistirles, secundada, sobre todo, por el temor de la Francia, á quien hacia contrapeso en el sistema que despues se ha llamado equilibrio europeo, el Austria ha visto au­mentar rápidamente su importancia y sus posesiones. Hoy día, á pesar de algunos florones arrancados á su corona, el Austria estiende su imperio sobre la Lombardía arrebatada á la Italia; sobra la Gallitzia arrancada á la Polonia, á esa Polonia, uno de cuyos hijos salvó á Viena del furor de los turcos; sobre el Tirol; sobre las diversas razas de la Hungría; sobre las razas slavas de la Bohemia; sobre los rudos marineros de la Dalmacia, y sobre los tristes restos de la encantadora Venecia. Poco ha faltado para que en nuestros dias ese di­latado imperio caiga hecho pedazos, y vea desmembrarse uno por uno los estados que lo componen, que­dando reducido el soberano de tan vastos dominios, el descendiente de la casa de Hapsburgo, á la pobre herencia del antiguo ducado de Austria. Sobre esto to­mamos lo siguiente de una obra que se está publican­do hoy en esta córte.
«Antes de ocuparnos del actual emperador de Austria, que ha subido al tronó en nuestros días, es preciso presentar á grandes rasgos, como en un pa­norama, los notables sucesos que desde 1841 pusieron en conmocion á toda la Europa, amagando hundir la poderosa monarquía, á cuyo frente ha estado durante tantos años Fernando I, tio del emperador reinante, y á los cuales debe su exaltacion al imperio por abdicacion de aquel. Tres sucesos impertantes ocurridos á mediados del año 1847 tenian en espectacion á toda la Europa, y hacian augurar siniestramente sobre la suerte de la misma á los grandes pensadores y políticos de los gabinetes mas distantes del foco del movi­miento: era el primero la agitacion en sentido demo­crático que se notaba en toda la Italia, producida ino­centemente por el gefe de la cristiandad desde los primeros dias de su advenimiento á la silla pontificia; era el segundo la violenta agitacion democrática que habia tambien cundido y minado á toda la Confedera­cion Helvética; era, en fin, el tercero, el estremeci­miento, menos ostensible, pero no menos hondo, que como una chispa eléctrica iba apoderándose de varias capitales de Alemania.
»Italia fué la primera que enarboló el estandarte, porque esa nacion era el centro de las cabezas mas volcánicas y de los mas entusiastas corazones; Roma fué el foco, y toda la Italia se convirtió en una inmensa hoguera. Un nombre y un suceso eran la fór­mula, la esplicacion de todo aquel movimiento: Pio IX y la reforma. Dos monarcas, acaso mas bien por debilidad que poseidos del espíritu liberal y de progreso del siglo, inscribieron sus nombres junto al del nuevo pontífice, bordado entre laureles en las banderas de los italianos: Cárlos Alberto, rey de Cer­deña, y el gran duque de Toscana Leopoldo II eran esos monarcas. Parma y Módena, contrariadas por sus príncipes, se exasperaron, haciendo arreciar la tor­menta con su sed de reformas.
»Milan, oprimida por el férreo brazo del viejo ge­neral Radetzki, protestó ingeniosamente y de una ma­nera indirecta contra su intolerable administracion: unas cuantas cajas de té impuestas violentamente á unos sóbrios americanos produjeron la independencia de los Estados Unidos de América; el tabaco, im­puesto por el Austria á los milaneses, por poco pro­duce tambien su emancipacion de aquella gran poten­cia. Radetzki exigia, Milan protestaba; la lucha fué, pues, necesaria: á la ira, á las persecuciones, á los malos tratamientos, á los continuos desmanes y desa­fueros del feld—mariscal austriaco respondió el pacifi­co vecindario de Milan con el valor y heroismo dig­nos de su noble causa, acreditados con su sangre en las calles y en las plazas de su hermosa ciudad; la exasperacion llegó al último grado, siendo esos y posteriores desastres el prólogo del tremendo drama político que ha poco presenció atónita la Europa.
»Los pequeños estados de Alemania correspondie­ron sucesivamente al movimiento liberal. Wurternberg

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