muchos mas, pero los siete nombres que acabamos de citar son los que mas adelante y poco á poco se vinieron á quedar solos, de tal suerte, que el escuadrón de poetas que al principio se llamó la brigada de Ronsard, se vino á llamar definitivamente la Pleyada. Cada uno tenia su puesto señalado y su papel que desempeñar. Antes de lanzarse en el combate, escribieron un manifiesto, especie de declaración de guerra dirigida á la poesía fácil y sencilla que representaba el poeta Mellin de Saint Gelais. Este manifiesto que se intitulaba La ilustración de la lengua francesa, fué redactado por Du Bellay, y es, en sentir de muchos, la mejor producción de esta nueva escuela. Se invitó á los poetas á que estudiaran y buscaran bellezas en las lenguas muertas, y en estas y en las estrangeras una poesía mas esquisita, y sobre todo mas elevada, recomendando su estudio como la fuente de toda belleza literaria. «Y no se alegue, dice, que los poetas nacen; el que quiera que su nombre se repita de boca en boca, que se esté horas y horas en su estudio, sufriendo el hambre, la sed y las largas vigilias: estas son las alas con que los escritores de los hombres se remontan hasta el cielo. Leed y releed dia y noche los modelos griegos y latinos.»
Después de algunas espresiones en que se recomienda una imitación demasiado servil, el autor continúa: «Reemplazad las canciones con las odas, los desprepósitos con las sátiras, las farsas y las moralidades con las comedias y tragedias: escogedme, por el estilo del Ariosto, alguno de los viejos romances, y haréis que nazca en el mundo una admirable Iliada ó uno laboriosa Eneida.»
Y la primera vista se conoce que la idea era escelente , y los que después han ridiculizado amargamente á Ronsard y su Pleyada, no han tenido presente que de los trabajos inmensos de estos jóvenes que la componían, nació después la literatura magestuosa que ellos conocían. Después de la Pleyada siguió la exageración inevitable á toda reacción: á fuerza de corregir con un esceso que ella había inventado, se llegó por último á un resultado distinto del propuesto, porque, en efecto, la Pleyada queria formar una literatura en que el fondo fuera nacional y las formas greco―latinas y se acabó por formar una en que el fondo era greco―latino y las formas francesas. Falta averiguar cual de los dos objetos era preferible.
Ronsard y su escuela, principiaron al mismo tiempo el ataque sobre todos los puntos: odas, epopeyas, sonetos, tragedias, salieron á la vez de esta rica vena largo tiempo comprimida, y arrancaron por todas partes gritos de admiración. Los discípulos fueron estimados y honrados, el maestro, el gefe, fué adorado. Tres reyes le colmaron de alabanzas y de beneficios. Carlos IX, poeta también, le dirigió unos versos en que le abdicaban su título de rey. Los cortesanos le regalaban su entusiasmo, los príncipes y los poderosos su dinero, los sabios sus elogios, los poetas sus coronas, y las mugeres su amor. Toda la Francia, toda la Europa mas ó menos pagó su tributo á esta gloria tanto mas digna de admirar, cuanto que era tributada á un hombre durante su vida. Y estos homenages eran debidos á haber introducido en la lengua esa poesía magnífica en la espresion, rica en los colores, lujosa en las imágenes; esa poesía que ha sabido hacer de los versos otra cosa mas grande, mas elevada, distinta al menos de la prosa rimada.
Por desgracia, la exageración es compañera inseparable de todas las cosas buenas que brotan de la inteligencia del hombre, y es necesario ademas que precedan siempre algunas oscilaciones antes que el equilibrio se establezca en todas las cosas. A Ronsard y a su escuela les faltó discreción y detenimiento. En el calor exagerado de imitar en todo y para todo al griego y al latin, desnaturalizaron la lengua francesa y la impusieron por fuerza ciertas formas, ciertas composiciones de voces incompatibles con su naturaleza. En la trabajosa empresa de formar del francés una lengua rica, espresiva y numerosa, también al azar, sin método y sin elección lodo, lo que les parecia bien en la lengua de los antiguos y en los dialectos modernos. Vauquelin de la Fresnaye (1536―1606), autor de un Arte poética, publicada con arreglo á los principios de Ronsard, prescribe esta especie de merodeo de todas las lenguas y de todos los dialectos. La misma confusión reinaban en las ideas sobre el desarrollo y confección de todos los poemas grandes y pequeños, calcados con demasiado servilismo en sus formas y en sus disposiciones materiales sobre las obras antiguas. Las cosas no podían durar asi; la imaginación se entusiasmaba con la audacia y con la fecundidad de Ronsard, la sensatez principiaba á conocer sus estravagancias y sus exageraciones. Ronsard murió en 1586, engolfado en su triunfo, habiendo visto comenzar para él la posteridad de su vida, habiendo gozado en vida de su fama postuma, por decirlo asi, y no concibiendo la mas pequeña duda sobre la legitimidad y duración de su gloria. Quince años después todo este magnífico edificio se habia desplomado, la cadencia grotesca, como la llama Boileau, habia acabado. Un caballero normando, en cuyo pais los versos hechos con tanto trabajo habían sido universalmente aplaudidos, leia á Ronsard, tachando con su pluma todo lo que en su concepto era malo, y al fin de la lectura habia borrado el libro entero. Este fallo, mitigado en los tiempos sucesivos, mucho mas justos, habia sido preparado por los sucesores de Ronsard. Los unos, tales como Dubartas (1644―1599), que escribió el poema intitulado La primera semana, y del cual se hicieron treinta ediciones en seis años, habia sido en los defectos mas exagerado que su maestro, conservando todas sus cualidades. Otros, como Desportes (1516―1606) trabajaron para corregir y perfeccionar la lengua políglota de la Pleyada. Mas con los defectos habían también desechado las buenas cualidades. Otros, como Chassigne (1578—1621), conservaron la extravagancia de las ideas, revistiéndolas de un lenguaje mas moderado. conservando asi el fondo en su parte mas exagerada y cambiando parte de las formas. Otros, en fin, como D'Aubigné, revistieron la energía del pensamiento con un estilo enérgico también; pero en tan alto grado que rayaba en rudo y en áspero. En una palabra, ya fuera necesaria por el abuso creciente en los unos, ya fuera indicada por las tentativas de los otros, la reforma no podía retardarse. Faltaba solamente para llevarla á cabo un hombre que tuviera al menos el genio definido por Buffon, esto es, la paciencia. Este hombre no se hizo esperar, y fué el normando de que hemos hablado mas arriba. Se llamaba Francisco de Malherbe, y habia nacido en 1555. Su primera obra dala de 1587, pero era un poema abundante en conceptos y de estilo muy diferente de aquel en que se ilustró mas tarde su autor. A Malherbe no se le puede estudiar por sus obras primeras, ni menos se le debe juzgar por ellas;
Después de algunas espresiones en que se recomienda una imitación demasiado servil, el autor continúa: «Reemplazad las canciones con las odas, los desprepósitos con las sátiras, las farsas y las moralidades con las comedias y tragedias: escogedme, por el estilo del Ariosto, alguno de los viejos romances, y haréis que nazca en el mundo una admirable Iliada ó uno laboriosa Eneida.»
Y la primera vista se conoce que la idea era escelente , y los que después han ridiculizado amargamente á Ronsard y su Pleyada, no han tenido presente que de los trabajos inmensos de estos jóvenes que la componían, nació después la literatura magestuosa que ellos conocían. Después de la Pleyada siguió la exageración inevitable á toda reacción: á fuerza de corregir con un esceso que ella había inventado, se llegó por último á un resultado distinto del propuesto, porque, en efecto, la Pleyada queria formar una literatura en que el fondo fuera nacional y las formas greco―latinas y se acabó por formar una en que el fondo era greco―latino y las formas francesas. Falta averiguar cual de los dos objetos era preferible.
Ronsard y su escuela, principiaron al mismo tiempo el ataque sobre todos los puntos: odas, epopeyas, sonetos, tragedias, salieron á la vez de esta rica vena largo tiempo comprimida, y arrancaron por todas partes gritos de admiración. Los discípulos fueron estimados y honrados, el maestro, el gefe, fué adorado. Tres reyes le colmaron de alabanzas y de beneficios. Carlos IX, poeta también, le dirigió unos versos en que le abdicaban su título de rey. Los cortesanos le regalaban su entusiasmo, los príncipes y los poderosos su dinero, los sabios sus elogios, los poetas sus coronas, y las mugeres su amor. Toda la Francia, toda la Europa mas ó menos pagó su tributo á esta gloria tanto mas digna de admirar, cuanto que era tributada á un hombre durante su vida. Y estos homenages eran debidos á haber introducido en la lengua esa poesía magnífica en la espresion, rica en los colores, lujosa en las imágenes; esa poesía que ha sabido hacer de los versos otra cosa mas grande, mas elevada, distinta al menos de la prosa rimada.
Por desgracia, la exageración es compañera inseparable de todas las cosas buenas que brotan de la inteligencia del hombre, y es necesario ademas que precedan siempre algunas oscilaciones antes que el equilibrio se establezca en todas las cosas. A Ronsard y a su escuela les faltó discreción y detenimiento. En el calor exagerado de imitar en todo y para todo al griego y al latin, desnaturalizaron la lengua francesa y la impusieron por fuerza ciertas formas, ciertas composiciones de voces incompatibles con su naturaleza. En la trabajosa empresa de formar del francés una lengua rica, espresiva y numerosa, también al azar, sin método y sin elección lodo, lo que les parecia bien en la lengua de los antiguos y en los dialectos modernos. Vauquelin de la Fresnaye (1536―1606), autor de un Arte poética, publicada con arreglo á los principios de Ronsard, prescribe esta especie de merodeo de todas las lenguas y de todos los dialectos. La misma confusión reinaban en las ideas sobre el desarrollo y confección de todos los poemas grandes y pequeños, calcados con demasiado servilismo en sus formas y en sus disposiciones materiales sobre las obras antiguas. Las cosas no podían durar asi; la imaginación se entusiasmaba con la audacia y con la fecundidad de Ronsard, la sensatez principiaba á conocer sus estravagancias y sus exageraciones. Ronsard murió en 1586, engolfado en su triunfo, habiendo visto comenzar para él la posteridad de su vida, habiendo gozado en vida de su fama postuma, por decirlo asi, y no concibiendo la mas pequeña duda sobre la legitimidad y duración de su gloria. Quince años después todo este magnífico edificio se habia desplomado, la cadencia grotesca, como la llama Boileau, habia acabado. Un caballero normando, en cuyo pais los versos hechos con tanto trabajo habían sido universalmente aplaudidos, leia á Ronsard, tachando con su pluma todo lo que en su concepto era malo, y al fin de la lectura habia borrado el libro entero. Este fallo, mitigado en los tiempos sucesivos, mucho mas justos, habia sido preparado por los sucesores de Ronsard. Los unos, tales como Dubartas (1644―1599), que escribió el poema intitulado La primera semana, y del cual se hicieron treinta ediciones en seis años, habia sido en los defectos mas exagerado que su maestro, conservando todas sus cualidades. Otros, como Desportes (1516―1606) trabajaron para corregir y perfeccionar la lengua políglota de la Pleyada. Mas con los defectos habían también desechado las buenas cualidades. Otros, como Chassigne (1578—1621), conservaron la extravagancia de las ideas, revistiéndolas de un lenguaje mas moderado. conservando asi el fondo en su parte mas exagerada y cambiando parte de las formas. Otros, en fin, como D'Aubigné, revistieron la energía del pensamiento con un estilo enérgico también; pero en tan alto grado que rayaba en rudo y en áspero. En una palabra, ya fuera necesaria por el abuso creciente en los unos, ya fuera indicada por las tentativas de los otros, la reforma no podía retardarse. Faltaba solamente para llevarla á cabo un hombre que tuviera al menos el genio definido por Buffon, esto es, la paciencia. Este hombre no se hizo esperar, y fué el normando de que hemos hablado mas arriba. Se llamaba Francisco de Malherbe, y habia nacido en 1555. Su primera obra dala de 1587, pero era un poema abundante en conceptos y de estilo muy diferente de aquel en que se ilustró mas tarde su autor. A Malherbe no se le puede estudiar por sus obras primeras, ni menos se le debe juzgar por ellas;
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