matices graduados desde el francés al italiano ó al español, circunstancia que se esplica en unos sitios por la falta y en otros por la existencia de afinidad entre la lengua.
Los primeros monumentos de la literatura francesa que pueden, y mas bien que son digos de citarse, no tienen mayor antigüedad que la del siglo XII. Hasta esta época podemos decir que en Francia, lo mismo que en España, se escribía, se discutía y se hablaba en latin. Es verdad que en Francia se cultivaba muchísimo menos esta lengua que entre nosotros, y apenas pueden citarse algunos trozos de literatura latina de aquella larga época.
Pero prescindiendo ahora de esta cuestión, no pueden tampoco considerarse como literatura francesa las pocas obras de malísima latinidad que han quedado de la época carlovingiana. Es verdad, sin embargo, que las crónicas, los poemas y las disputas escolásticas y teológicas de latín bárbaro á que se reduce aquella literatura, prepararon y crearon, por decirlo, la literatura francesa, le dieron vida, y por lo mismo es necesario no confundir la una con la otra, porque aquella es la madre y esta es la hija. Por eso al hablar de esta, al trazar su difícil historia, no podemos remontarnos á una época mas allá del siglo en que tropezamos con una lengua muerta al presente. Pero en él, la lengua vulgar, la lengua francesa, aunque en su infancia, tiene ya suficiente vida para marchar por sí sola y para dar sus primeros pasos en la literatura. Por eso es preciso contemplar en esta época sus primeros ensayos, seguirla después en su desarrollo, llegará su siglo de oro y examinar asi siglo por siglo y período por período sus adelantos.
En el siglo XII dos lenguas diferentes nacidas de la mezcla con el latin de los idiomas bárbaros se hablaban en el reino de Francia; al Norte del Loira la lengua de oil, al Sur la lengua de oc. Puede decirse que á un mismo tiempo y simultáneamente estas dos lenguas vulgares principiaron á escribir y á cantar las historias nacionales y las invenciones y los cuentos que el genio novelero de este país ha producido siempre en tanta abundancia. La lengua de oil era mas propia para las narraciones históricas, la de oc se prestaba mejor á las fantasías poéticas y romancescas.
La primera obra histórica en la lengua de oil, es una traducción de la Crónica de San Dionisio, que dala de los tiempos de Felipe Augusto. A ella sucedieron algunas otras versiones de la misma obra y no pocas historias originales escritas también en la misma lengua vulgar. Muy pronto la imaginación siguió el ejemplo que dio la memoria, y principiaron á surgir las novelas caballerescas, los cuentos, las fábulas inventadas por los trovadores de la Picardía y por los anglo―normandos. Todas estas obras se escribían indistintamente en prosa y en verso. La primera de todas fué el Brut de Roberto Wace, concluido en 1155 y escrita en verso; la mas antigua en prosa fué el Tristan de Leonis, la mas divertida tal vez de todas las novelas caballerescas de la Mesa―Redonda, y la mas célebre de todas fué el Rou, escrita por el mismo Roberlo Wace. Esta última obra no es otra cosa que una crónica romancesca en verso, que repasa en cierta manera la segunda edad de la monarquía inglesa, asi como el Brut viene á ser la historia de la primera. Consta, según el abate Pluquet, de diez y seis mil quinientos cuarenta versos, y se dividen en partes, de las cuales en las unas los versos son de doce sílabas y en las otras de ocho. Por lo que hace al estilo, no es otra cosa que un hacinamiento de rimas sin orden, sin reglas y sin arte. Nada de fuego, nada de poesía. En una palabra, el verdadero carácter de esta obra y de las producciones de la misma época, es un baturrillo pesado y fastidioso, sin mas cualidades dignas de nombrarse que cierta especie de colorido sin afectación y sin estudio, y una buena fé y una sencillez candorosas que son para nosotros de mucho aprecio. Otra obra hay de la misma época, y tal vez anterior á las que hemos nombrado: esta es la crónica llamada de Turpin, traducida del latín al francés, y que principió á ser bajo esta nueva forma la fuente de las innumerables canciones en que se celebran los hechos de Carlo―Magno y de Rolando.
A medida que los tiempos avanzan, parécenos ver que se descorre un velo y que la literatura francesa marcha de las tinieblas á la luz. Principia á lijarse el lenguaje, las ideas principian á ser mas claras y mas abundantes, y se comunican y se espresan con mucha mas facilidad. Se encuentra poesía en los versos, verdad en la historia y estilo en el lenguaje. Hay novedad en las ideas, y puede decirse que renacen las letras, que ha pasado el tiempo de los ensayos y comienza el de las perfecciones.
El siglo XIII no pierde tiempo para preparar el cumplimiento de su misión, para contribuir en la parte que le cabe al desarrollo de la literatura. En los primeros años Villehardouin (había nacido en 1167), escribe la historia de la conquista de Constantinopla 1198 á 1207, en la cual había tomado parte. Por la primera vez se observa una narración clara é interesante de los sucesos que había presenciado el autor, una apreciación juiciosa de los hechos, una veracidad llena de buena fé, de desinterés y de modestia, y una sencillez, por último, libre de supérfluos detalles. Valenciennes continúa la obra de Villehardouin, Guillelmo deNangis, muerto en 1302, y Guillelmo de Chartres en 1480, escribieron cada uno de por sí una historia de San Luis. Por último, Joinville (de 1223―1317), senescal de Champaña, compuso las Memorias en que cuenta con una preciosa ingenuidad, con una vivacidad jovial y divertida, los combates y las oraciones, la vida militar y la vida privada, el furor guerrero y la piedad de su virtuoso señor. Su narración tiene un carácter particular que no se halla en otro historiador. Ninguno ha conseguido pintarse mejor á sí mismo, ninguno interesar á los lectores á favor suyo y á favor de los que ama. Joinville y Luis IX, y el rey y el senescal, viven en estas páginas ingenuas, y ninguna historia le ha igualado jamás en la exactitud de las pinturas, en el colorido y en el vigor y nervio que sobresalen en su misma sencillez. Froissart y Comines son hijos de Joinville.
La ingenuidad llena de color que se halla en estas memorias, constituye el principal carácter de la poesía de esta época. Ésta cualidad es muy preciosa para la poesia. La balada, la redondilla, un género antiguo de poesía que llamaban triolet, compuesto de ocho versos, estaban en boga y eran esclusivamente empleados con todos los adornos, por supuesto, y con todas las galas de los versos regulares y de los estribillos. Entre el considerable número de poetas que brillan en esta época, en que las cruzadas desarrollaron, por decirlo asi, el germen poético, hay algunos que merecen particular mención. Thibaut IV (1201―1253), conde de Champaña, nos ha dejado algunas
Los primeros monumentos de la literatura francesa que pueden, y mas bien que son digos de citarse, no tienen mayor antigüedad que la del siglo XII. Hasta esta época podemos decir que en Francia, lo mismo que en España, se escribía, se discutía y se hablaba en latin. Es verdad que en Francia se cultivaba muchísimo menos esta lengua que entre nosotros, y apenas pueden citarse algunos trozos de literatura latina de aquella larga época.
Pero prescindiendo ahora de esta cuestión, no pueden tampoco considerarse como literatura francesa las pocas obras de malísima latinidad que han quedado de la época carlovingiana. Es verdad, sin embargo, que las crónicas, los poemas y las disputas escolásticas y teológicas de latín bárbaro á que se reduce aquella literatura, prepararon y crearon, por decirlo, la literatura francesa, le dieron vida, y por lo mismo es necesario no confundir la una con la otra, porque aquella es la madre y esta es la hija. Por eso al hablar de esta, al trazar su difícil historia, no podemos remontarnos á una época mas allá del siglo en que tropezamos con una lengua muerta al presente. Pero en él, la lengua vulgar, la lengua francesa, aunque en su infancia, tiene ya suficiente vida para marchar por sí sola y para dar sus primeros pasos en la literatura. Por eso es preciso contemplar en esta época sus primeros ensayos, seguirla después en su desarrollo, llegará su siglo de oro y examinar asi siglo por siglo y período por período sus adelantos.
En el siglo XII dos lenguas diferentes nacidas de la mezcla con el latin de los idiomas bárbaros se hablaban en el reino de Francia; al Norte del Loira la lengua de oil, al Sur la lengua de oc. Puede decirse que á un mismo tiempo y simultáneamente estas dos lenguas vulgares principiaron á escribir y á cantar las historias nacionales y las invenciones y los cuentos que el genio novelero de este país ha producido siempre en tanta abundancia. La lengua de oil era mas propia para las narraciones históricas, la de oc se prestaba mejor á las fantasías poéticas y romancescas.
La primera obra histórica en la lengua de oil, es una traducción de la Crónica de San Dionisio, que dala de los tiempos de Felipe Augusto. A ella sucedieron algunas otras versiones de la misma obra y no pocas historias originales escritas también en la misma lengua vulgar. Muy pronto la imaginación siguió el ejemplo que dio la memoria, y principiaron á surgir las novelas caballerescas, los cuentos, las fábulas inventadas por los trovadores de la Picardía y por los anglo―normandos. Todas estas obras se escribían indistintamente en prosa y en verso. La primera de todas fué el Brut de Roberto Wace, concluido en 1155 y escrita en verso; la mas antigua en prosa fué el Tristan de Leonis, la mas divertida tal vez de todas las novelas caballerescas de la Mesa―Redonda, y la mas célebre de todas fué el Rou, escrita por el mismo Roberlo Wace. Esta última obra no es otra cosa que una crónica romancesca en verso, que repasa en cierta manera la segunda edad de la monarquía inglesa, asi como el Brut viene á ser la historia de la primera. Consta, según el abate Pluquet, de diez y seis mil quinientos cuarenta versos, y se dividen en partes, de las cuales en las unas los versos son de doce sílabas y en las otras de ocho. Por lo que hace al estilo, no es otra cosa que un hacinamiento de rimas sin orden, sin reglas y sin arte. Nada de fuego, nada de poesía. En una palabra, el verdadero carácter de esta obra y de las producciones de la misma época, es un baturrillo pesado y fastidioso, sin mas cualidades dignas de nombrarse que cierta especie de colorido sin afectación y sin estudio, y una buena fé y una sencillez candorosas que son para nosotros de mucho aprecio. Otra obra hay de la misma época, y tal vez anterior á las que hemos nombrado: esta es la crónica llamada de Turpin, traducida del latín al francés, y que principió á ser bajo esta nueva forma la fuente de las innumerables canciones en que se celebran los hechos de Carlo―Magno y de Rolando.
A medida que los tiempos avanzan, parécenos ver que se descorre un velo y que la literatura francesa marcha de las tinieblas á la luz. Principia á lijarse el lenguaje, las ideas principian á ser mas claras y mas abundantes, y se comunican y se espresan con mucha mas facilidad. Se encuentra poesía en los versos, verdad en la historia y estilo en el lenguaje. Hay novedad en las ideas, y puede decirse que renacen las letras, que ha pasado el tiempo de los ensayos y comienza el de las perfecciones.
El siglo XIII no pierde tiempo para preparar el cumplimiento de su misión, para contribuir en la parte que le cabe al desarrollo de la literatura. En los primeros años Villehardouin (había nacido en 1167), escribe la historia de la conquista de Constantinopla 1198 á 1207, en la cual había tomado parte. Por la primera vez se observa una narración clara é interesante de los sucesos que había presenciado el autor, una apreciación juiciosa de los hechos, una veracidad llena de buena fé, de desinterés y de modestia, y una sencillez, por último, libre de supérfluos detalles. Valenciennes continúa la obra de Villehardouin, Guillelmo deNangis, muerto en 1302, y Guillelmo de Chartres en 1480, escribieron cada uno de por sí una historia de San Luis. Por último, Joinville (de 1223―1317), senescal de Champaña, compuso las Memorias en que cuenta con una preciosa ingenuidad, con una vivacidad jovial y divertida, los combates y las oraciones, la vida militar y la vida privada, el furor guerrero y la piedad de su virtuoso señor. Su narración tiene un carácter particular que no se halla en otro historiador. Ninguno ha conseguido pintarse mejor á sí mismo, ninguno interesar á los lectores á favor suyo y á favor de los que ama. Joinville y Luis IX, y el rey y el senescal, viven en estas páginas ingenuas, y ninguna historia le ha igualado jamás en la exactitud de las pinturas, en el colorido y en el vigor y nervio que sobresalen en su misma sencillez. Froissart y Comines son hijos de Joinville.
La ingenuidad llena de color que se halla en estas memorias, constituye el principal carácter de la poesía de esta época. Ésta cualidad es muy preciosa para la poesia. La balada, la redondilla, un género antiguo de poesía que llamaban triolet, compuesto de ocho versos, estaban en boga y eran esclusivamente empleados con todos los adornos, por supuesto, y con todas las galas de los versos regulares y de los estribillos. Entre el considerable número de poetas que brillan en esta época, en que las cruzadas desarrollaron, por decirlo asi, el germen poético, hay algunos que merecen particular mención. Thibaut IV (1201―1253), conde de Champaña, nos ha dejado algunas
No hay comentarios:
Publicar un comentario