de la edad media, y completando la obra de los adelantos que con razón se ha llamado la época del renacimiento. Por el mismo tiempo se inventa la imprenta, ó mas bien adquiere sus verdaderas proporciones, como si la Providencia hubiera querido dar á esta segunda creación todos los medios de acción y todas las garantías de duración.
Francisco Rabelais nació en Chinon en 1483 ó 1487, franciscano, después benedictino, después benedictino segunda vez, y por último, canónigo secular y cura de Meudon, murió en 1553, dejando escrita la obra mas estraordinaria quizá que se ha escrito en lengua alguna. Sus libros de Gargantua y Pantagruel no pertenecen á ningún género determinado, no siguen método alguno, no imitan á ningún modelo ni pueden ser imitados por nadie. Todo es en ellos fantasía y originalidad. Las aventuras graciosamente variadas de los personages forman un cuadro ingenioso en el que se hallan todas las cualidades, todos los defectos, todos los géneros, desde el ingenio mas refinado y la imaginación mas viva hasta las invenciones mas degradantes y la mas grosera incoherencia de ideas, y desde la sátira mas elevada hasta la bufonería mas grotesca y á veces mas obscena. Burlas ingeniosas, consideraciones filosóficas llenas de elevación y de atrevimiento, odio á ciertos vicios de su edad que estallaba en vehementes indignaciones ó en bufonerías: la comedia con toda su rica vena, la sátira bajo todas sus formas, la filosofía, la religión, la científica, la política: lo grave, lo grotesco, la mas alta erudición, todo se encuentra allí, pero sin orden, sin regla y sin plan conocido, presentando el cuadro mas estravagante pero al mismo tiempo el mas curioso, el mas asombroso y el mas atractivo que se puede imaginar. Este interés incesante, este mérito que nunca decae, es debido ademas de la originalidad de la invención y del vigor de la idea, á las inapreciables cualidades del estilo. Este estilo igual, elegante, correcto, es debido en gran parte á su mucha precisión y claridad, y abunda en relieve y colorido; es vigoroso en la sátira, agudo en el epigrama, agradable en la narración y elocuente en el discurso.
Se han escrito muchos libros sobre el de Rabelais, se ha dicho que su caprichosa bufonería se fundaba en un pensamiento grave, se han dado obstinadamente nombres reales á sus personages fantásticos y un sentido profundo á sus gracias mas triviales y de menos importancia. Preocupación probablemente absurda y ciertamente inútil. Absurda, porque Rabelais no ha tenido reparo en desnudar sus alegorías cuando ha querido atacar al poder de su época; porque ha escrito la mayor parte del tiempo para divertirse y para divertir a los otros, mezclando la verdad y la fábula, la fantasía y la realidad, inútil, porque es una cuestión que no se averiguará jamás, no consiguiéndose otra cosa en estas controversias que perder el tiempo y convertir en un engaño lo que no debe ser mas que una lectura entretenida.
Miguel de Montaigne nació en Perigord en 1533, hizo algún papel en las contiendas civiles como alcalde de Burdeos, y murió en 1592. La esmerada educación que pudo darle su padre, le dio á conocer las bellezas de la antigüedad y le abrió el camino en el cual debía llegar á ser tan sobresaliente escritor. Montaigne no se ha propuesto nunca escribir un libro con toda deliberación, no ha trazado plan, no ha formado un bosquejo, para desenvolver sobre él las ricas galas de su elocuente filosofía. El se considera á sí mismo y considera á los otros, estudiando el pensamiento en su alma, la naturaleza en el mundo, el pasado en los libros, el presente en los sucesos, y escribiendo sus observaciones, sus dudas y las preguntas y respuestas que él se hacia y daba á sí mismo. Según él, las cosas se siguen y se encadenan, atraídas unas por otras; pero no forzosamente por una resolución de antemano concebida.
En su libro, los títulos de los capítulos no guardan ninguna relación con lo que en ellos se traía, y el índice de las materias es inútil. Los pensamientos no tienen orden, y sin embargo, el lector los encuentra bien colocados, porque es imposible espresar la misma idea en un lenguaje mas pintoresco, mas nervioso, mas preciso, mas robusto y mas lleno de figuras. Concebida una idea, Montaigne la desarrollaba sin trabajo, sin esfuerzo alguno, y jamás otro escritor francés ha hecho de su pluma lo que ha querido con tan buen resultado como él. Pero no fué apreciado al principio en su justo valor, y no ha ocupado en la república de las letras hasta el siglo XVIII el puesto que debia ocupar. En el día los Ensayos de Montaigne se consideran como el primer monumento de la literatura clásica francesa.
Mr. Villemain ha escrito un elogio de Montaigne, en el cual caracteriza de esta manera á este ilustre escritor. «Montaigne, si me es lícito hablar asi, describe el pensamiento de la misma manera que describe los objetos, esto es, con detalles de tal suerte animados, que lo hace sensible á la vista material. Su estilo es una alegoría con todas las apariencias de la verdad, y en la que todas las abstracciones del espíritu se revisten de formas materiales, toman un cuerpo, una apariencia, y se dejan tocar, por decirlo asi. Montaigne abusa con mucha frecuencia de la paciencia de sus lectores. Aquellos capítulos que hablan de todo menos de lo que promete el título, aquellas digresiones tan repetidas y tan continuas que se tocan las unas á las otras, aquellos paréntesis tan largos.... fatigan, y algunas veces se vería uno inclinado á dejar á un autor que no tiene plan fijo ni marcha segura, si no nos detuviera alguna agudeza inesperada, si algún pensamiento ingenioso ó alguna palabra original no vinieran á escitar nuestra curiosidad. El objeto de la obra huye de nosotros á cada paso; pero á cada paso encontramos también al autor, y él es quien nos interesa.»
Nisard en su historia de la literatura francesa ha caracterizado rápidamente á los prosistas que en el siglo XVI marchan al lado de estos dos grandes escritores. Calvino (de 1509―1564) juzgado siempre como hombre de secta y no como escritor, aunque ha escrito bellas páginas en un estilo seguro, grave y correcto, de tal suerte que Pasquier le llama uno de los padres del idioma francés. Amyot (1513―1595) que tradujo á Plutarco en un estilo conceptuoso como el italiano y sencillo como el galo. La Boétie, el amigo de Montaigne (1530―1568), que escribió el Contra uno ó la Servidumbre voluntaria, producción de un joven que hubiera llegado á ser un escelente escritor. Chacron (1541―1600) mas árido, menos florido que Montaigne, pero buen escritor, padre y fundador de la escuela de Port―Royal. Pasquier (1529―1615), cuyas cartas son tan curiosas é interesantes por el abandono agradable con que están escritas. Aubigné (1550―1630), poeta de cualidades eminentes, prosista enér―
Francisco Rabelais nació en Chinon en 1483 ó 1487, franciscano, después benedictino, después benedictino segunda vez, y por último, canónigo secular y cura de Meudon, murió en 1553, dejando escrita la obra mas estraordinaria quizá que se ha escrito en lengua alguna. Sus libros de Gargantua y Pantagruel no pertenecen á ningún género determinado, no siguen método alguno, no imitan á ningún modelo ni pueden ser imitados por nadie. Todo es en ellos fantasía y originalidad. Las aventuras graciosamente variadas de los personages forman un cuadro ingenioso en el que se hallan todas las cualidades, todos los defectos, todos los géneros, desde el ingenio mas refinado y la imaginación mas viva hasta las invenciones mas degradantes y la mas grosera incoherencia de ideas, y desde la sátira mas elevada hasta la bufonería mas grotesca y á veces mas obscena. Burlas ingeniosas, consideraciones filosóficas llenas de elevación y de atrevimiento, odio á ciertos vicios de su edad que estallaba en vehementes indignaciones ó en bufonerías: la comedia con toda su rica vena, la sátira bajo todas sus formas, la filosofía, la religión, la científica, la política: lo grave, lo grotesco, la mas alta erudición, todo se encuentra allí, pero sin orden, sin regla y sin plan conocido, presentando el cuadro mas estravagante pero al mismo tiempo el mas curioso, el mas asombroso y el mas atractivo que se puede imaginar. Este interés incesante, este mérito que nunca decae, es debido ademas de la originalidad de la invención y del vigor de la idea, á las inapreciables cualidades del estilo. Este estilo igual, elegante, correcto, es debido en gran parte á su mucha precisión y claridad, y abunda en relieve y colorido; es vigoroso en la sátira, agudo en el epigrama, agradable en la narración y elocuente en el discurso.
Se han escrito muchos libros sobre el de Rabelais, se ha dicho que su caprichosa bufonería se fundaba en un pensamiento grave, se han dado obstinadamente nombres reales á sus personages fantásticos y un sentido profundo á sus gracias mas triviales y de menos importancia. Preocupación probablemente absurda y ciertamente inútil. Absurda, porque Rabelais no ha tenido reparo en desnudar sus alegorías cuando ha querido atacar al poder de su época; porque ha escrito la mayor parte del tiempo para divertirse y para divertir a los otros, mezclando la verdad y la fábula, la fantasía y la realidad, inútil, porque es una cuestión que no se averiguará jamás, no consiguiéndose otra cosa en estas controversias que perder el tiempo y convertir en un engaño lo que no debe ser mas que una lectura entretenida.
Miguel de Montaigne nació en Perigord en 1533, hizo algún papel en las contiendas civiles como alcalde de Burdeos, y murió en 1592. La esmerada educación que pudo darle su padre, le dio á conocer las bellezas de la antigüedad y le abrió el camino en el cual debía llegar á ser tan sobresaliente escritor. Montaigne no se ha propuesto nunca escribir un libro con toda deliberación, no ha trazado plan, no ha formado un bosquejo, para desenvolver sobre él las ricas galas de su elocuente filosofía. El se considera á sí mismo y considera á los otros, estudiando el pensamiento en su alma, la naturaleza en el mundo, el pasado en los libros, el presente en los sucesos, y escribiendo sus observaciones, sus dudas y las preguntas y respuestas que él se hacia y daba á sí mismo. Según él, las cosas se siguen y se encadenan, atraídas unas por otras; pero no forzosamente por una resolución de antemano concebida.
En su libro, los títulos de los capítulos no guardan ninguna relación con lo que en ellos se traía, y el índice de las materias es inútil. Los pensamientos no tienen orden, y sin embargo, el lector los encuentra bien colocados, porque es imposible espresar la misma idea en un lenguaje mas pintoresco, mas nervioso, mas preciso, mas robusto y mas lleno de figuras. Concebida una idea, Montaigne la desarrollaba sin trabajo, sin esfuerzo alguno, y jamás otro escritor francés ha hecho de su pluma lo que ha querido con tan buen resultado como él. Pero no fué apreciado al principio en su justo valor, y no ha ocupado en la república de las letras hasta el siglo XVIII el puesto que debia ocupar. En el día los Ensayos de Montaigne se consideran como el primer monumento de la literatura clásica francesa.
Mr. Villemain ha escrito un elogio de Montaigne, en el cual caracteriza de esta manera á este ilustre escritor. «Montaigne, si me es lícito hablar asi, describe el pensamiento de la misma manera que describe los objetos, esto es, con detalles de tal suerte animados, que lo hace sensible á la vista material. Su estilo es una alegoría con todas las apariencias de la verdad, y en la que todas las abstracciones del espíritu se revisten de formas materiales, toman un cuerpo, una apariencia, y se dejan tocar, por decirlo asi. Montaigne abusa con mucha frecuencia de la paciencia de sus lectores. Aquellos capítulos que hablan de todo menos de lo que promete el título, aquellas digresiones tan repetidas y tan continuas que se tocan las unas á las otras, aquellos paréntesis tan largos.... fatigan, y algunas veces se vería uno inclinado á dejar á un autor que no tiene plan fijo ni marcha segura, si no nos detuviera alguna agudeza inesperada, si algún pensamiento ingenioso ó alguna palabra original no vinieran á escitar nuestra curiosidad. El objeto de la obra huye de nosotros á cada paso; pero á cada paso encontramos también al autor, y él es quien nos interesa.»
Nisard en su historia de la literatura francesa ha caracterizado rápidamente á los prosistas que en el siglo XVI marchan al lado de estos dos grandes escritores. Calvino (de 1509―1564) juzgado siempre como hombre de secta y no como escritor, aunque ha escrito bellas páginas en un estilo seguro, grave y correcto, de tal suerte que Pasquier le llama uno de los padres del idioma francés. Amyot (1513―1595) que tradujo á Plutarco en un estilo conceptuoso como el italiano y sencillo como el galo. La Boétie, el amigo de Montaigne (1530―1568), que escribió el Contra uno ó la Servidumbre voluntaria, producción de un joven que hubiera llegado á ser un escelente escritor. Chacron (1541―1600) mas árido, menos florido que Montaigne, pero buen escritor, padre y fundador de la escuela de Port―Royal. Pasquier (1529―1615), cuyas cartas son tan curiosas é interesantes por el abandono agradable con que están escritas. Aubigné (1550―1630), poeta de cualidades eminentes, prosista enér―
No hay comentarios:
Publicar un comentario