canciones, en que se cantan sus desgraciados amores con mas naturalidad que poesía, con mas cuidado de las formas que fuego en las ideas.
María de Francia, que ocupó por los años de 1250 un lugar muy distinguido entre los poetas anglo―normandos, compuso un libro intitulado Las agudezas de Esopo (les dits d'Isopet), en el que á las cualidades necesarias para este género de obras, supo agregar la naturalidad, la concisión y la amenidad. Por último, Guillelmo de Lorris, muerto por los años de 1240, dejó comenzado el gran poema, único ensayo que queda en medio de tantas producciones olvidadas y que el siglo siguiente debía terminar.
El romance de La Rosa es una producción muy notable para el tiempo en que se compuso, y conservó por espacio de mas de doscientos años una influencia muy grande en la literatura francesa. En su origen tenia solo, según se cree comunmente, cuatro mil ciento cincuenta versos, y concluía por una especie de desenlace de comedia. Un siglo había trascurrido desde la muerte de Guillemo de Lorris, cuando Juan de Meung (1200—1320) se lanzó á continuar su obra y á reformarla, bajo un plan mucho mas vasto. Suprimió los ochenta y dos versos últimos que formaban el desenlace, se puso á trabajar y no descansó hasta que el poema vino á contar veinte y dos mil versos. Este famoso romance ó poema que, en opinión de algunos, no era otra cosa que un tratado de alquimia y en la de otros un libro de moral, no es sin embargo, otra cosa que el arte de amar reducido á principios y puesto en acción bajo el velo de una ficcion alegórica. El poeta sueña que desea ardientemente coger una rosa en medio de un jardín. El peligro lo separa de esta idea, la razón le disuade, pero el amor se apodera de él y coge la rosa. La historia sagrada y profana, la mitología, la teología, la política, la moral, la física, etc., tienen cabida en esta composición sazonada de tiempo en tiempo por cuentos y pasages satíricos. A pesar de la falta de interés que le quitan los frecuentes episodios y las digresiones que se suceden unas a otras, y á pesar de la pesadez natural á una alegoría tan larga, la obra es fácil y elegante en la parte escrita por Guillelmo de Lorris, llena de vigor y de audacia en la continuación de Juan de Meung, notable en toda ella por la graciosa ingenuidad que la distingue. Marot llama á Guillelmo de Lorris El Enio francés, y Lenglet―Dufresnoy El Homero. Los franceses, sin embargo, al ponderar el mérito del padre de sus poetas, pecan de entusiasmo y de una exageración á todas luces notoria; es verdad que esta misma exageración de unos está compensada en cierta manera por las virulentas censuras de otros, á que el romance ó novela de La Rosa ha dado lugar. En efecto, los predicadores la han atacado en sus sermones, los poetas en sus versos y los escritores en sus libros.
Si prescindimos de este poema, que solo puede llamarse ilustre por su antigüedad, por la época en que se escribió, el siglo XIV fué entre los franceses muy poco fecundo en poetas. Se puede citar, sin embargo, El Amadis de Gaula, escrito en 1380 por Loberin. El terreno cultivado por Guillelmo de Lorris y Juan de Meung no podia verdaderamente quedar estéril, pero el fruto se debía recoger en el siglo siguiente. Lo mismo sucedió con la historia. Una narración sencilla, fácil, sin adornos, sin intenciones, sin tener, á decir verdad, otro mérito que el de referir el historiador prolijamente y con pormenores lo que el mismo habia visto ú oido, abrió el camino por donde debía entrar el siglo siguiente. Juan Froissard nació por los años de 1333. Relacionado con diversos grandes personages de su época, con Roberto de Namur, con Felipa de Hainaut, muger de Eduardo III de Inglaterra, con el duque de Bravante, con Gastón Febo, conde de Fox, se encontró en la mejor posición imaginable para escribir de estas materias. Curioso por saber noticias, y aficionado á divulgarlas, formó una colección de reseñas históricas sobre los hechos de su época, y escribió ademas sus crónicas, que abrazan desde 1325 á 1400. Es un libro digno de aprecio, porque encantan la natural ingenuidad del historiador, su sencillez y su credulidad en esta historia escrita sin pretensiones. Es una pintura viva de la época, el retrato de los hombres de quienes habla en sus apuntes cronológicos. A Froissard se puede tachar de parcialidad y de prevención hacia los diferentes señores que le admitieron sucesivamente en su córte. Los franceses, demasiadamente apasionados por sus cosas, encuentran belleza en esta misma parcialidad en favor de las personas amadas del historiador; nosotros lo que encontramos es que no fué ingrato, pero nadie puede sostener que el agradecimiento sea una de las dotes de la historia.
Ya hemos dicho que toda la historia literaria francesa de este siglo está reducida á dos obras principales; todos los diversos ramos de la literatura poco mas ó menos corrían la misma suerte, y solo en la historia se encuentran algunas crónicas mas apreciables por el fondo de la narración que por la belleza de las formas, y en las composiciones que median, por decirlo asi, entre la historia y la poesía, algunas narraciones en verso tales como el romance de Bertran de Glaiquin, por Trueller, el cual fué escrito desde 1381 á 1386.
Aun no habia concluido el siglo XIV, cuando los escritores principiaron á multiplicarse. Juan Juvenal de los Ursinos (1350―1431) arzobispo de Reims, escribió la historia de Cárlos VI desde 1380 á 1422. Su narración es sencilla, exacta y melódica, y está impregnada de cierta tristeza muy en armonía con las miserias que escribe. Pero de Fenin, muerto en 1133, escudero y panadero de Carlos VI, dejó unas Memorias que dan una idea exacta de las costumbres y del carácter de la época. Cristina de Pisan (1365―1415) que influyó de una manera notable en el movimiento literario de su siglo, compuso un libro titulado: Hechos y buenas costumbres del rey Cárlos V. El Religioso anónimo de San Dionisio, grave, prudente, iniciado en los sucesos de su tiempo, representa la opinión de los hombres formales, de la universidad, de la magitratura y de la clase rica del pueblo. Monstrelet (1390―1453) es digno de aprecio por la multitud de hechos que ha reunido, pero, por otra parte, es pesado, difuso y monótono.
Pero en la segunda mitad del siglo, la historia produjo una obra verdaderamente literaria. Al lado de las Crónicas de Olivier de la Marca (1426―1501), de Juan de Troyes y de Juan Molinet, muerto en 1507, etc., se hallan las Memorias de Filipo de Comines. Este eminente historiador vivió desde 1445 á 1509, pasando una parte de su vida en la córte de Borgoña, con Cárlos el Temerario, y la otra en la córte de Francia, con Luis XI y Carlos XIII. Escribió la historia de su propia vida, la de los grandes personages á
María de Francia, que ocupó por los años de 1250 un lugar muy distinguido entre los poetas anglo―normandos, compuso un libro intitulado Las agudezas de Esopo (les dits d'Isopet), en el que á las cualidades necesarias para este género de obras, supo agregar la naturalidad, la concisión y la amenidad. Por último, Guillelmo de Lorris, muerto por los años de 1240, dejó comenzado el gran poema, único ensayo que queda en medio de tantas producciones olvidadas y que el siglo siguiente debía terminar.
El romance de La Rosa es una producción muy notable para el tiempo en que se compuso, y conservó por espacio de mas de doscientos años una influencia muy grande en la literatura francesa. En su origen tenia solo, según se cree comunmente, cuatro mil ciento cincuenta versos, y concluía por una especie de desenlace de comedia. Un siglo había trascurrido desde la muerte de Guillemo de Lorris, cuando Juan de Meung (1200—1320) se lanzó á continuar su obra y á reformarla, bajo un plan mucho mas vasto. Suprimió los ochenta y dos versos últimos que formaban el desenlace, se puso á trabajar y no descansó hasta que el poema vino á contar veinte y dos mil versos. Este famoso romance ó poema que, en opinión de algunos, no era otra cosa que un tratado de alquimia y en la de otros un libro de moral, no es sin embargo, otra cosa que el arte de amar reducido á principios y puesto en acción bajo el velo de una ficcion alegórica. El poeta sueña que desea ardientemente coger una rosa en medio de un jardín. El peligro lo separa de esta idea, la razón le disuade, pero el amor se apodera de él y coge la rosa. La historia sagrada y profana, la mitología, la teología, la política, la moral, la física, etc., tienen cabida en esta composición sazonada de tiempo en tiempo por cuentos y pasages satíricos. A pesar de la falta de interés que le quitan los frecuentes episodios y las digresiones que se suceden unas a otras, y á pesar de la pesadez natural á una alegoría tan larga, la obra es fácil y elegante en la parte escrita por Guillelmo de Lorris, llena de vigor y de audacia en la continuación de Juan de Meung, notable en toda ella por la graciosa ingenuidad que la distingue. Marot llama á Guillelmo de Lorris El Enio francés, y Lenglet―Dufresnoy El Homero. Los franceses, sin embargo, al ponderar el mérito del padre de sus poetas, pecan de entusiasmo y de una exageración á todas luces notoria; es verdad que esta misma exageración de unos está compensada en cierta manera por las virulentas censuras de otros, á que el romance ó novela de La Rosa ha dado lugar. En efecto, los predicadores la han atacado en sus sermones, los poetas en sus versos y los escritores en sus libros.
Si prescindimos de este poema, que solo puede llamarse ilustre por su antigüedad, por la época en que se escribió, el siglo XIV fué entre los franceses muy poco fecundo en poetas. Se puede citar, sin embargo, El Amadis de Gaula, escrito en 1380 por Loberin. El terreno cultivado por Guillelmo de Lorris y Juan de Meung no podia verdaderamente quedar estéril, pero el fruto se debía recoger en el siglo siguiente. Lo mismo sucedió con la historia. Una narración sencilla, fácil, sin adornos, sin intenciones, sin tener, á decir verdad, otro mérito que el de referir el historiador prolijamente y con pormenores lo que el mismo habia visto ú oido, abrió el camino por donde debía entrar el siglo siguiente. Juan Froissard nació por los años de 1333. Relacionado con diversos grandes personages de su época, con Roberto de Namur, con Felipa de Hainaut, muger de Eduardo III de Inglaterra, con el duque de Bravante, con Gastón Febo, conde de Fox, se encontró en la mejor posición imaginable para escribir de estas materias. Curioso por saber noticias, y aficionado á divulgarlas, formó una colección de reseñas históricas sobre los hechos de su época, y escribió ademas sus crónicas, que abrazan desde 1325 á 1400. Es un libro digno de aprecio, porque encantan la natural ingenuidad del historiador, su sencillez y su credulidad en esta historia escrita sin pretensiones. Es una pintura viva de la época, el retrato de los hombres de quienes habla en sus apuntes cronológicos. A Froissard se puede tachar de parcialidad y de prevención hacia los diferentes señores que le admitieron sucesivamente en su córte. Los franceses, demasiadamente apasionados por sus cosas, encuentran belleza en esta misma parcialidad en favor de las personas amadas del historiador; nosotros lo que encontramos es que no fué ingrato, pero nadie puede sostener que el agradecimiento sea una de las dotes de la historia.
Ya hemos dicho que toda la historia literaria francesa de este siglo está reducida á dos obras principales; todos los diversos ramos de la literatura poco mas ó menos corrían la misma suerte, y solo en la historia se encuentran algunas crónicas mas apreciables por el fondo de la narración que por la belleza de las formas, y en las composiciones que median, por decirlo asi, entre la historia y la poesía, algunas narraciones en verso tales como el romance de Bertran de Glaiquin, por Trueller, el cual fué escrito desde 1381 á 1386.
Aun no habia concluido el siglo XIV, cuando los escritores principiaron á multiplicarse. Juan Juvenal de los Ursinos (1350―1431) arzobispo de Reims, escribió la historia de Cárlos VI desde 1380 á 1422. Su narración es sencilla, exacta y melódica, y está impregnada de cierta tristeza muy en armonía con las miserias que escribe. Pero de Fenin, muerto en 1133, escudero y panadero de Carlos VI, dejó unas Memorias que dan una idea exacta de las costumbres y del carácter de la época. Cristina de Pisan (1365―1415) que influyó de una manera notable en el movimiento literario de su siglo, compuso un libro titulado: Hechos y buenas costumbres del rey Cárlos V. El Religioso anónimo de San Dionisio, grave, prudente, iniciado en los sucesos de su tiempo, representa la opinión de los hombres formales, de la universidad, de la magitratura y de la clase rica del pueblo. Monstrelet (1390―1453) es digno de aprecio por la multitud de hechos que ha reunido, pero, por otra parte, es pesado, difuso y monótono.
Pero en la segunda mitad del siglo, la historia produjo una obra verdaderamente literaria. Al lado de las Crónicas de Olivier de la Marca (1426―1501), de Juan de Troyes y de Juan Molinet, muerto en 1507, etc., se hallan las Memorias de Filipo de Comines. Este eminente historiador vivió desde 1445 á 1509, pasando una parte de su vida en la córte de Borgoña, con Cárlos el Temerario, y la otra en la córte de Francia, con Luis XI y Carlos XIII. Escribió la historia de su propia vida, la de los grandes personages á
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