domingo, abril 18, 2010

Viage ilustrado (Pág. 472)

Con el favor en popa
Saliendo desdichadas
Volvieron venturosas!
No mires los ejemplos
De las que van y tornan
Que á muchas ha perdido
La dicha de las oirás , etc.

Aqui. como se ve, hay sentimiento, naturalidad é intención filosófica, pero hay defectos hijos de la precipitación, del descuido, y á veces del mal gusto.
Góngora marca ya la época en que el género introducido por Herrera, y moderado algún tiempo por los Argensolas, degeneró completamente desde la pompa y sonoridad hasta el artificio en el uso de metáforas raras y monstruosas, de giros violentos y conceptos alambicados. A esta escuela fundada por Góngora, se le llamó con el nombre de culteranismo. Y las poesías cultas llegaron á ser verdaderos logogrifos ininteligibles por su oscuridad metafísica hasta el punto de haberse escrito á este propósito aquellos sabidos versos.

Está hecho un Góngora el cielo
Mas oscuro que su libro.

Don Luis de Góngora poseía las mas altas dotes de poeta, imaginación brillante, pensamiento vigoroso, instinto de armonía y grande fecundidad; pero el deseo de singularizarse entre los poetas célebres de su tiempo le arrastró á abusar lastimosamente de su genio, habiendo logrado legar á nuestra lengua la palabra gongorino como equivalente á embrollado, oscuro y altisonante. Citaremos como ejemplo de su estilo los siguientes versos de las Soledades, en los cuales emplea una algarabía ininteligible de frases para espresar qué «era la primavera.» Dice asi:

Era del año la estación florida
En que el mentido robador de Europa
(Media luna las armas de su frente
Y el sol todos los rayos de su pelo)
Luciente honor del cielo,
En campos de záfiro pace estrellas;
Cuando el que ministrar podia la copa
A Júpiter mejor que el garzón de Ida
Naufragó, y desdeñado sobre ausente
Lagrimosas de amor dulces querellas
Da al mar, que condolido
Fué á las ondas... etc., etc.

Sin embargo, seriamos injustos si no dijésemos que Góngora supo á veces apartarse del género oscuro, y escribió buenas composiciones. El soneto que principia asi:

«La dulce boca que á gustar convida
Un licor entre perlas destilado,»

su canción á la Tórtola, sus letrillas sobre todo, pueden servir de modelo.
Don Francisco de Quevedo y Villegas fué, como lo es hoy, uno de los poetas españoles de mayor nombradía; y á la verdad nadie como él ha tenido los dotes de capacidad, intruccion y carácter. Nació en Madrid en 1580, y compartió su vida varia y azarosa entre los cargos públicos y el cultivo de las letras. En este punto se dedicó tanto al género serio como al festivo, por mas que se le conozca vulgarmente tan solo como poeta jocoso. Emitiendo nuestra opinion acerca de Quevedo como poeta, diremos que si bien profundo en sus juicios, gracioso en el decir, y de ingenio facundo y singular, adoleció de pésimo gusto en la mayor parte de sus composiciones, de alambicado y raro en sus conceptos y analogías, y de poco respetuoso por la moral y la decencia. Sin ser Quevedo secuaz, antes diciéndose adversario del estilo de Góngora, incurrió sin embargo en iguales ó parecidos estravíos en punto á conceptos y lenguaje. Amigo de dar tormento á las palabras, del uso de los retruécanos forzados, llega á ser ininteligible en muchas de sus obras. En suma, fué un grande ingenio, pero ingenio estraviado y pervertido en el gusto. Véanse algunos tercetos que tomamos al azar de su sátira contra el matrimonio:

Dime ¿por qué con modo tan estraño
Procuras mi deshonra y desventura
Tratando fiero de casarme ogaño?
.......................................................

Solo se casa ya algún zapatero
Porque á la obra ayudan las mugeres,
Y ellas ganan con carnes si él con cuero.
Los siempre condenados mercaderes
Mugeres toman ya por grangería
Como toman agujas y alfileres.
Dicen que es la mejor mercadería
Porque la venden y se queda en casa
Y lo demás vendido se desvía.
.................................................

Ofrécesme un soberbio casamiento
Sin ver que el ser soberbio es gran pecado
Y que es humilde mi cristiano intento.

No queremos continuar. Bastan los versos copiados, y no sin repugnancia por nuestra parte, para que pueda juzgarse del estilo y género de Quevedo, conceptuoso, amigo de retruécanos y despreciador de la decencia. Hemos dicho que Quevedo era un gran tálenlo, pero talento de gusto corrompido: por eso solo en ciertas obras profundas es donde puede leérsele, y muchas veces admirársele.
A los tres grandes poetas de que acabamos de ocuparnos, debemos añadir una mención de otros que aunque en inferior esfera, se han distinguido en los siglos XVI y XVII. Haremos mérito, pues, de Francisco de Figueroa, poeta lírico, notable por la dulzura y fluidez de sus versos. Una de sus mas bellas poesías, hecha precisamente en versos sueltos, es su égloga de Tirsi. Jorge de Montemayor, portugués de nación, fué contemporáneo de Figueroa y fomentó la afición á las novelas pastoriles por medio de su Diana. Francisco Saa de Miranda, también portugués, y escritor en su patria, publicó ademas en lengua castellana varias composiciones del género campestre, composiciones que si bien adolecen de cierta dureza en la versificación, interesan por su melacolía y sensibilidad. Apostrofando á un amigo suyo que había muerto, se espresa asi:

Lo que ahora satisface
A tus ya claros ojos
No son vanos antojos
De que hay por estos cetros muchedumbre;

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