domingo, abril 11, 2010

Viage ilustrado (Pág. 470)

cilmente a la espresion variada de los afectos. Aunque se habia abandonado el verso alejandrino por las coplas de arte mayor, no se habia hallado un metro que tuviese la necesaria flexibilidad para acomodarse á los varios tonos del sentimiento; pero el endecasílabo tomado de la poesía italiana vino felizmente á satisfacer esta necesidad. Esto en cuanto á la forma. En cuanto al fondo, necesitaba la poesía salir del estrecho campo de los epigramas y agudezas, y ambas cosas se verificaron en el siglo de que vamos á hablar. El poeta que se nos presenta en esta época es Juan Boscan, cuya gloria principal consiste en haber inaugurado una favorable revolución en la poesía española, imitador de los italianos, y sobre todos ellos de Petrarca, fácil le fué emprender un nuevo rumbo, libre como se halló de apego alguno á nuestra poesía. Pero su novedad halló opositores, señalándose entre estos Cristóbal del Castillejo, poeta de ingenio sutil y epigramático, pero de escasa elevación. Véase cómo Castillejo atacaba á Boscan y en él á los petrarquistas, como los llamaba, ó sea á los que introdujeron el verso endecasílabo.

Juan de Mena como oyó
La nueva trova pulida
Contentamiento mostró,
Caso que se sonrió
Como de cosa sabida.
Y dixo: según la prueba
¡Once silabas por pie!
No hallo causa por qué
Se tenga por cosa nueva,
Pues yo también las usé.
Don Jorge dixo: no veo
Necesidad ni razón
De vestir nuestro deseo
De coplas que por rodeo
Van diciendo la intención, etc.


Pero á pesar de la oposición de Castillejo y otros, el nuevo género de versificación se adoptó por genios distinguidos, entre los cuales debemos contar el primero a Garcilaso de la Vega, desde el cual puede decirse que principia la verdadera poesía castellana. Garcilaso de la Vega escribió poco, pero lo bastante para inmortalizar su nombre y para crear nuestro lenguaje poético. ¡Qué gusto, qué corrección, y sobre todo, qué naturalidad y qué sentimiento en sus poesías! ¡Qué ternura, qué fluidez y qué verdad en sus églogas y en la pintura de las escenas y de los amores del campo! Como sus versos tienen el privilegio de ser recitados de memoria por toda clase de personas, nos creemos dispensados de citar trozo alguno como modelo. Séanos lícito, sin embargo, trascribir por ejemplo aquella estrofa que pone en boca del pastor abandonado, tan notable por su ternura.
¿Quién me dijera, Elisa, vida mia,
Cuando en aqueste valle al fresco viento
Andábamos cogiendo tiernas flores,
Que habia de ver con largo apartamiento
Venir el triste y solitario día
iQue diese amargo fin á mis amores?
El cielo en mis dolores
Cargó la mano tanto!
Que á sempiterno llanto
Y á triste soledad me ha condenado.
Y lo que siento mas es verme alado
A la pesada vida y enojosa:
Solo, desamparado,
Ciego sin lumbre, en cárcel tenebrosa.


Garcilaso no fué tan feliz como en sus églogas, en sus canciones, en las cuales es á veces sutil y conceptuoso. Por lo demás, Garcilaso, imitador á un tiempo de la antigüedad y de los poetas italianos, supo por lo general aprovechar lo bueno de todos; y los defectos que alguna vez se notan en sus producciones, son tomados de los últimos.
No puede menos de concederse á Garcilaso, ademas de la gloria como poeta, la de haber abierto el camino por donde habían de marchar genios tan privilegiados, como los que dieron altísimo esplendor á nuestra poesía en el siglo XVI. Entre ellos citaremos á Fray Luis de Leon, que nació en 1527, y profesó en 1544 en el convento de Agustinos de Salamanca, habiendo llegado á ser nombrado provincial de la orden. Fray Luis de Leon es uno de aquellos poetas, que sin aspirar á la pompa en el lenguaje, ni al oropel de las formas, sino por el contrario, sencillo y natural siempre, sabe, sin embargo, producir las mas profundas emociones en el alma. Rebosando su espíritu en pensamientos elevados y en ideas sublimes, le basta espresar lo que siente y piensa, para hacer el mayor efecto. Sus odas están impregnadas de la filosofía cristiana, y revelan el desden por lo deleznable de las cosas de la tierra y la aspiración á otra vida imperecedera. Sirvan de ejemplo las siguientes estrofas:

Cuando contemplo el cielo
De innumerables luces adornado
Y miro hacia el suelo
De noche rodeado
Y en sueño y en olvido sepultado,
El dolor y la pena
Despiertan en mi pecho una ansia ardiente,
Despiden larga vena
Mis ojos hechos fuente,
Oloarte, y digo al fin con voz doliente.
¡Morada de grandeza!
¡Templo de claridad y de hermosura!
¡El alma que á tu alteza
Nació! ¿qué desventura
La tiene en esta cárcel baja, oscura?


Véase que sencillez en la forma y que sublime elevación en el pensamiento. A primera vista parecería que estas estrofas nada dicen, y sin embargo, por poca atención que se ponga, admira la grandeza de la idea del poeta. Debemos observar que Fray Luis de Leon empleó con predilección especial el género de versificación de las estrofas que preceden, es decir, la estrofa de cinco versos, llamada lira, en cuyo uso se apartó del método italiano y de las canciones de largas estancias.
Francisco de la Torre, que vivió en esta época, fué un poeta dulce y sencillo, y aficionado á tratar asuntos campestres, en que supo siempre salir airoso. En punto á la versificación, ensayó la Torre el empleo de versos sueltos á la manera de los antiguos, pero a pesar de haberlo hecho con felicidad, no tuvo imitadores.
Merece también citarse entre los poetas de aquel

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