su monarca dicta leyes como el mas poderoso rey, pone constituciones representativas cuando le parece, las quita asi que se cansa de ellas, y en fin, se entretiene en jugar á la magestad, si nos es permitido espresarnos asi.
ESTADOS ROMANOS.
Los Estados romanos tienen por límites, al N. la Toscana; y la Lombardía y al Mediodía de Nápoles; al 0. E. los baños Mediterráneo, á donde desemboca el Tiber de gloriosa memoria, y al E. el Adriático, sabinos, veyos, samnitas, hérulos, volscos, albunos y otros pueblos famosos por sus luchas contra el imperio naciente de Rómulo, y mas aun por sus derrotas, han formado parte de estas comarcas, que después han venido á ser la herencia de San Pedro. Muchos pueblos bárbaros han pisado sucesivamente el suelo donde se elevaban sus antiguas ciudades, de las que no queda mas que ruinas. Pero por todas partes, gloriosos recuerdos desde Eneas hasta Napoleon, admirables bellezas naturales, cascadas, lagos deliciosos, y soberbios palacios, se presentan al viagero á cada paso que da, y escitan vivamente su atención; pero sobre todo, lo que reasume para él toda la Italia, tanto la de los antiguos tiempos, como la de nuestros días, es la ciudad de las siete colinas, Roma.
Ferrara tiene sus palacios desiertos, las estatuas del Áriosto y la prisión del Tasso; Bolonia su antigua y célebre universidad, sus torres inclinadas y su galería de pinturas; Faenza sus famosos vidriados; Perusa, la gloria de Perugino; Asis, los restos de San Francisco; Ancona la anchura de su puerto y su proximidad á Loreto; Tívoli, sus cascadas, su villa de Este, su villa Adriana y sus deliciosas arboledas que sucesivamente vieron reverdecer Virgilio, Horacio, Catulo y posteriormente Zenobio: Fracati, sus dulces campiñas; Ostia, el último adiós de San Agustin á su madre; Viterbo es la ciudad de las fuentes hermosas, Orvieto, la de los escelentes vinos; Espoleto, recuerda los pelasgos; Rávena, á Teodorico, Narsés y Belisario; Sinigalia , tiene su célebre feria; Benevento, su arco triunfal; Terracina, sus lagunas Pontinas y sus leyendas siniestras de bandidos; Terni, su inmensa cascada, y en fin, Subiano muestra al viagero en el convento de San Benito, sus enramadas de rosales donde circulan blancas serpentinas. Pero todas estas curiosas ciudades, á pesar de su belleza y de los tesoros de historias y de artes que encierran, desaparecen y se eclipsan delante de Roma, como desaparecen las estrellas al venir la aurora. Cuando el viagero desembarca en Civita–Vechia y sube y baja sucesivamente las colinas fluctuantes que rodean las marismas por este lado, atraviesa con emoción la campiña desierta que se presenta ante él; mas bien pronto no mira mas que con ojos distraidos los campos de lirios que bordan el camino, los grandes bueyes que pacen y las cabras encaramadas en la punta de las rocas, y su vista, abarcando el horizonte, quiere devorar la distancia, desea adivinar un punto en el espacio, un punto que ignora, pero que presiente; este punto es la cúpula de San Pedro, Roma.
Apenas ha atravesado los jardines cubiertos de rosales y ha penetrado por la puerta Cavaligiera, comienzan á desarrollarse ante su vista las maravillas de la ciudad eterna. A su izquierda se levantan San Pedro, el Vaticano y su columnata, y á su derecha se ostenta á su vista el castillo de Sant–Angelo; atraviesa el Tiber por un puente adornado de estatuas colosales, sigue la via de los Contadinos, llega á la plaza de España y se halla al pie de la Scalinata; delante de él está el Monte Pimio con la academia francesa, la Trinidad del Monte, y formando ángulo con la via Festocalenda, la casa que habitó Poussin. Después atraviesa el Corso, que por un lado termina en la villa Borghese y por el otro en el palacio de Venecia; el corso, teatro de las carreras de caballos barberinos y de las mil locuras del carnaval.
Es imposible dar un paso en Roma sin encontrar ruinas en mejor ó peor estado que recuerdan toda la serie del pasado, desde las prisiones Mamertinas basta la casa de Rienzi. Entre las que están mejor conservadas se distinguen los arcos de triunfo de los emperadores Tito y Constantino. El primero no tiene mas que una arcada, adornada por dentro de bajos relieves que representan por un lado á Tito, en una carroza tirada por cuatro caballos después de la toma de Jerusalen, y por el otro, el candelero de los siete brazos, la mesa de oro y los demás despojos del templo. El segundo tiene tres arcadas, y fué erigido por el senado y el pueblo romano en honor de Constantino, después de la victoria que alcanzó sobre Maxencio. El arco de Tito esta al pie del monte Palatino. Sobre este monte está el Capitolio, que dio la ley á todo el mundo, y del cual no queda mas que el nombre, pues fué reemplazado por un moderno edificio, que es un museo donde se conservan muchas esculturas antiguas. La roca Tarpeya está enterrada en mas de sus tres cuartas partes. El monte Palatino contiene muchas iglesias, el jardín de Montalto, que es uno de los mas bellos de Roma, y sobre todo la columna Trajana, que está de pie, intacta como si acabara de ser colocada. Esta columna es admirable por sus proporciones, por su forma y por su escultura. Toda la vida militar de Trajano esta esculpida en ella en triunfos, llegando quizá á mil los personages que se ven, entre los cuales el buril y el pincel acuden á buscar todos los dias espresiones, actitudes y formas. Su base es magnífica y se halla revestida de cascos, corazas y de una multitud de instrumentos de guerra.
Pero junto á la plaza Nabona es donde hay que admirar el monumento mas magnífico de la antigüedad, el Panteón, que no se llama sino la Rotonda.
Consagrólo Agripa á todos los dioses, y después los papas á todos los santos, dedicatoria que le preservó de la destrucción que cupo á la mayor parte de los otros templos. Fué despojado, no obstante, de todo lo que constituía su riqueza; perdió sus mármoles, su pórfido, su alabastro y sus bronces, aunque conservó la bóveda, su peristilo y sus columnas corintias, sobre las cuales reposa el fronton de este monumento inmortal. Las columnas tienen la belleza armónica de las proporciones mas perfectas, del mas esquisito trabajo, y el mérito de una duración de veinte siglos. La puerta de la Rotonda es verdaderamente la puerta de un templo, la puerta del Panteón, la puerta por la cual debían pasar las oleadas de las naciones, que todas las creencias del universo arrojaban allí... El diseño de este edificio es sencillo y grande; una vasta cúpula lo corona magestuosamente.
He aqui, pues, el Panteón que espantó la imaginación romana, y que no sorprendió á Miguel Ángel. El Panteón, que fué un pensamiento del siglo de Au–
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