Belle―Chasse, y que llevará el nombre de Santa Clotilde.
¿A dónde iríamos á parar si quisiésemos citar aqui todos los edificios antiguos y modernos que adornan la metrópoli de la Francia, todas las colecciones de objetos tan diversos que están abiertas á la curiosidad pública, todas las enseñanzas gratuitas, las sociedades científicas y literarias, las instituciones propias para fomentar las artes? Londres es bien rica en sociedades científicas, pero tiene que ceder la primacía á París bajo este concepto.
Pero si París es la patria de las artes y del lujo, si ninguna otra ciudad ofrece como ella tantos elementos de placer y de estudio, ninguna también, escepto Roma, posee tantas instituciones y establecimientos destinados á aliviar toda clase de miserias y sufrimientos que afligen á la humanidad. Diez y siete hospitales civiles y militares y trece hospicios, administrados con una verdadera filantropía y confiados á los cuidados de los médicos mas hábiles, permanecen siempre abiertos á los enfermos y heridos. L'hotel―Dieu, que puede contener tres mil enfermos, la Caridad, Beaujon y San Luis, son los mas importantes de los hospitales civiles. El hotel de los Inválidos, que Luis XIV hizo edificar para los militares inutilizados ó envejecidos en el servicio, es á la vez un pensamiento sublime y un monumento admirable. El Val―de―Grace merece igualmente la atención. Entre los hospicios; los Incurables, la Salpetriere, los Trescientos, la Piedad, y la casa de refugio y de trabajo para la estincion de la mendicidad, ofrecen á cualquiera clase de infortunio un asilo y los cuidados mas caritativos.
Esto es por el lado desgraciado de la humanidad; pero en cuanto al hombre dichoso y rico, ¿qué punto puede habitar mejor que París? Todo se lleva alli, ó todo se produce, y el comercio y las artes se adelantan á todos los caprichos. Y lo que es mas notable aun, lo que demuestra el signo verdaderamente característico de una sociedad ilustrada y amiga de sí misma, es que el hombre que posee una modesta fortuna, puede disfrutar en un solo dia, en esta opulenta ciudad, los placeres que jamás llegan á reunir en sus capitales muchos monarcas colmados de bienes de fortuna.
En el número y variedad de los teatros, París no tiene rival en el mundo, contándose diez y ocho principales. Todos los dias, las obras maestras de Corneille, Racine, Moliere y sus sucesores, se representan en el Teatro Francés y en el Odeon; la música escénica y el baile forman la materia del privilegio esplotado, en grados diferentes, por la Grande ópera, los Italianos y la Opera cómica; las comedias y vaudevilles tienen por teatros el Gimnasio, el Palais―Royal, Variedades y el Vaudeville; al drama pertenecen el Ambigú, el Teatro Histórico, el de la Puerta de San Martin y la Gaité, y el Circo tiene los ejercicios gimnásticos, el drama militar y los espectáculos de animales.
La música y la pintura no han cesado jamás de tener en Francia nobles representantes. A Boucher, Vanloo, y Walteau, sucesores de Poussin, Jouvenet, Lessneur y Lebrun, han sucedido á su vez David, Güerin, Gerard, Regnault, Gros y Girodet; después, Vernet, Ingres, Delaroche, Delacroiz y otros muchos, muestran cada año en la esposicion, que el noble arte de la pintura no ha decaído. En la música, Grétry, Monsigny, Dalayrac y Mehul han dejado su puesto á Cherubini, Herold, Boïeldieu, Berton, Auber y Adam. Seria muy largo enumerar todos los talentos dignos de llamar la atención, y pocas líneas bastarán para probar que Francia, y especialmente París, es desde cierta época hasta nuestros días la patria de las bellas letras y de las bellas artes.
¿Qué seria si quisiésemos penetrar en él dominio de la ciencia; ciencias naturales, física, química, matemáticas, mecánica, astronomía, etc.? Por todas partes encontraremos hombres, que como los de Lalande, Legendre, Biot, Gay―Lussac, Thénard, Vauquelin, Jussieu, Ampere, Cuvier y Sacy, colocan la Francia á la cabeza de las naciones cultas.
Las glorias militares de Francia desde hace cincuenta años, se reasumen en un nombre, Napoleón, que rodeado de su cortejo de héroes, nos ofrece lo mas grande que ha producido la guerra en genio y fortuna. Por ultimo, en la marina, siempre serán honrados los nombres Tourville, Juan Bart, Duguay―Trouin, Suffren, Brueix, La―Perouse y Bougainville; y los trabajos emprendidos, tanto para la guerra como para las pacíficas conquistas de la ciencia por Dupetit―Thouars, Rigny, Dumont―d'Urville; Freycinet y el príncipe de Joinville, han sostenido dignamente el brillo del pabellón francés.
¿Intentaremos ahora pintar las costumbres de los parisienses? la tarea seria bastante difícil, y seria necesario hacer tantos retratos cuantos son los estados diferentes, las diversas posiciones y las distintas clases que esta ciudad contiene. Solo los pueblos no civilizados aun, son los que pueden retratarse en algunos rasgos. En París, las gentes bien educadas son el modelo de todas las que habitan las demás capitales de Europa. En cuanto al pueblo bajo, á pesar de las diferencias de que hemos hablado, tiene rasgos que en general lo caracterizan. El parisiense es vivo y tiene talento; pero es malicíoso, parlanchín y vocinglero; es débil de cuerpo y orgulloso, disputa frecuentemente, pero se bate pocas veces, y sus riñas son generalmente un ataque de dicterios y equívocos. El hombre del pueblo en París, es animoso, bueno, servicial y caritativo con el que es mas pobre. La muger que pasa con la frente bañada en sudor y encorvada bajo el peso de una banasta, se detiene en un guarda―canton para dar á un desdichado la mitad del dinero que acaba de ganar. Esta es la ocasión de decir algunas palabras de los franceses en general.
César ha pintado los gaulas coma un pueblo valiente, belicoso, vivo y emprendedor; pero ingrato con frecuencia. El los consideraba como los mas ilustrados de entre los bárbaros.
Este retrato puede todavía convenir á los franceses. La historia está llena de sus antiguas hazañas, y la larga y terrible guerra de la revolución, en la cual han tenido por contraria á la Europa entera, no permite disputarles el valor. Los grandes esfuerzos les cuestan menos que á otras naciones, porque son impetuosos, atrevidos y amantes de la gloria. Se les puede acusar de veleidosos y poco consecuentes para llevar á cabo sus empresas; pero también frecuentemente suelen acabarlas en menos tiempo que el que otros pueblos necesitarían para meditarlas. Ningún género de celebridad les es estraña, y saben juntar á estas grandes cualidades las que no son mas que puramente de adorno. Solo en Francia se conoce lo que ellos llaman charla; y en ninguna parte se habla con mas talento, mas finura y facilidad. Su alegría y buen humor son proverbiales; pero son al mismo tiempo frívolos y superficiales.
¿A dónde iríamos á parar si quisiésemos citar aqui todos los edificios antiguos y modernos que adornan la metrópoli de la Francia, todas las colecciones de objetos tan diversos que están abiertas á la curiosidad pública, todas las enseñanzas gratuitas, las sociedades científicas y literarias, las instituciones propias para fomentar las artes? Londres es bien rica en sociedades científicas, pero tiene que ceder la primacía á París bajo este concepto.
Pero si París es la patria de las artes y del lujo, si ninguna otra ciudad ofrece como ella tantos elementos de placer y de estudio, ninguna también, escepto Roma, posee tantas instituciones y establecimientos destinados á aliviar toda clase de miserias y sufrimientos que afligen á la humanidad. Diez y siete hospitales civiles y militares y trece hospicios, administrados con una verdadera filantropía y confiados á los cuidados de los médicos mas hábiles, permanecen siempre abiertos á los enfermos y heridos. L'hotel―Dieu, que puede contener tres mil enfermos, la Caridad, Beaujon y San Luis, son los mas importantes de los hospitales civiles. El hotel de los Inválidos, que Luis XIV hizo edificar para los militares inutilizados ó envejecidos en el servicio, es á la vez un pensamiento sublime y un monumento admirable. El Val―de―Grace merece igualmente la atención. Entre los hospicios; los Incurables, la Salpetriere, los Trescientos, la Piedad, y la casa de refugio y de trabajo para la estincion de la mendicidad, ofrecen á cualquiera clase de infortunio un asilo y los cuidados mas caritativos.
Esto es por el lado desgraciado de la humanidad; pero en cuanto al hombre dichoso y rico, ¿qué punto puede habitar mejor que París? Todo se lleva alli, ó todo se produce, y el comercio y las artes se adelantan á todos los caprichos. Y lo que es mas notable aun, lo que demuestra el signo verdaderamente característico de una sociedad ilustrada y amiga de sí misma, es que el hombre que posee una modesta fortuna, puede disfrutar en un solo dia, en esta opulenta ciudad, los placeres que jamás llegan á reunir en sus capitales muchos monarcas colmados de bienes de fortuna.
En el número y variedad de los teatros, París no tiene rival en el mundo, contándose diez y ocho principales. Todos los dias, las obras maestras de Corneille, Racine, Moliere y sus sucesores, se representan en el Teatro Francés y en el Odeon; la música escénica y el baile forman la materia del privilegio esplotado, en grados diferentes, por la Grande ópera, los Italianos y la Opera cómica; las comedias y vaudevilles tienen por teatros el Gimnasio, el Palais―Royal, Variedades y el Vaudeville; al drama pertenecen el Ambigú, el Teatro Histórico, el de la Puerta de San Martin y la Gaité, y el Circo tiene los ejercicios gimnásticos, el drama militar y los espectáculos de animales.
La música y la pintura no han cesado jamás de tener en Francia nobles representantes. A Boucher, Vanloo, y Walteau, sucesores de Poussin, Jouvenet, Lessneur y Lebrun, han sucedido á su vez David, Güerin, Gerard, Regnault, Gros y Girodet; después, Vernet, Ingres, Delaroche, Delacroiz y otros muchos, muestran cada año en la esposicion, que el noble arte de la pintura no ha decaído. En la música, Grétry, Monsigny, Dalayrac y Mehul han dejado su puesto á Cherubini, Herold, Boïeldieu, Berton, Auber y Adam. Seria muy largo enumerar todos los talentos dignos de llamar la atención, y pocas líneas bastarán para probar que Francia, y especialmente París, es desde cierta época hasta nuestros días la patria de las bellas letras y de las bellas artes.
¿Qué seria si quisiésemos penetrar en él dominio de la ciencia; ciencias naturales, física, química, matemáticas, mecánica, astronomía, etc.? Por todas partes encontraremos hombres, que como los de Lalande, Legendre, Biot, Gay―Lussac, Thénard, Vauquelin, Jussieu, Ampere, Cuvier y Sacy, colocan la Francia á la cabeza de las naciones cultas.
Las glorias militares de Francia desde hace cincuenta años, se reasumen en un nombre, Napoleón, que rodeado de su cortejo de héroes, nos ofrece lo mas grande que ha producido la guerra en genio y fortuna. Por ultimo, en la marina, siempre serán honrados los nombres Tourville, Juan Bart, Duguay―Trouin, Suffren, Brueix, La―Perouse y Bougainville; y los trabajos emprendidos, tanto para la guerra como para las pacíficas conquistas de la ciencia por Dupetit―Thouars, Rigny, Dumont―d'Urville; Freycinet y el príncipe de Joinville, han sostenido dignamente el brillo del pabellón francés.
¿Intentaremos ahora pintar las costumbres de los parisienses? la tarea seria bastante difícil, y seria necesario hacer tantos retratos cuantos son los estados diferentes, las diversas posiciones y las distintas clases que esta ciudad contiene. Solo los pueblos no civilizados aun, son los que pueden retratarse en algunos rasgos. En París, las gentes bien educadas son el modelo de todas las que habitan las demás capitales de Europa. En cuanto al pueblo bajo, á pesar de las diferencias de que hemos hablado, tiene rasgos que en general lo caracterizan. El parisiense es vivo y tiene talento; pero es malicíoso, parlanchín y vocinglero; es débil de cuerpo y orgulloso, disputa frecuentemente, pero se bate pocas veces, y sus riñas son generalmente un ataque de dicterios y equívocos. El hombre del pueblo en París, es animoso, bueno, servicial y caritativo con el que es mas pobre. La muger que pasa con la frente bañada en sudor y encorvada bajo el peso de una banasta, se detiene en un guarda―canton para dar á un desdichado la mitad del dinero que acaba de ganar. Esta es la ocasión de decir algunas palabras de los franceses en general.
César ha pintado los gaulas coma un pueblo valiente, belicoso, vivo y emprendedor; pero ingrato con frecuencia. El los consideraba como los mas ilustrados de entre los bárbaros.
Este retrato puede todavía convenir á los franceses. La historia está llena de sus antiguas hazañas, y la larga y terrible guerra de la revolución, en la cual han tenido por contraria á la Europa entera, no permite disputarles el valor. Los grandes esfuerzos les cuestan menos que á otras naciones, porque son impetuosos, atrevidos y amantes de la gloria. Se les puede acusar de veleidosos y poco consecuentes para llevar á cabo sus empresas; pero también frecuentemente suelen acabarlas en menos tiempo que el que otros pueblos necesitarían para meditarlas. Ningún género de celebridad les es estraña, y saben juntar á estas grandes cualidades las que no son mas que puramente de adorno. Solo en Francia se conoce lo que ellos llaman charla; y en ninguna parte se habla con mas talento, mas finura y facilidad. Su alegría y buen humor son proverbiales; pero son al mismo tiempo frívolos y superficiales.
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