Puerta de Serranos en Valencia
Alfonso de Lizana, noble y anciano caballero aragonés, fué uno de los favoritos guerreros del esforzado Jaime I. Al apoderarse este monarca de la antigua Murviedro, arrojando para siempre á los moros que la ocupaban, dejó á Alfonso por su alcalde ó gobernador. Era su única hija y heredera la bellísima Berenguela, joven no menos sobresaliente por su hermosura que por sus virtudes y habilidades; la que entre la multitud de paladines que aspiraban su mano, distinguía á Jorge de Moncada, uno de los mas amables y valientes. Tenia éste un hermano mayor muy semejante á él en el rostro, pero no en el alma, que también estaba enamorado de Berenguela, y se llamaba Armengol. Alfonso de Lizana, verdadero caballero de la edad media, veía con dolor casi estinguida su noble raza por falta de un hijo varón, y asi quiso al menos que Berenguela diese nietos valientes, é hizo publicar á son de trompetas, que no seria esposa sino del guerrero mas famoso, que antes de obtener su mano habia de acometer una arriesgado empresa. Era esta no menos que llegar hasta Jerusalen, dar muerte en combate singular á tres sarracenos y traer á España sus cabezas. Entre todos los amantes de Berenguela, solo se decidieron á marchar á la Tierra Santa, Jorge de Moncada y su hermano y rival Armengol. Embarcáronse para Genova, y allí se incorporaron á un cuerpo de cruzados que iban á rescatar el Santo Sepulcro. Distinguióse Jorge desde los primeros dias, y bien pronto conquistó con su valerosa espada el sangriento trofeo que el padre de su amada le habia señalado por precio de su dicha. Disponíase ya á regresar á España, cuando un page de su hermano vino á traerle de parte de éste un cartel de desafio en que le prevenía fuese acompañado de su escudero á un bosquecillo de palmeras que se veia no lejos del campamento, pues deseaba disputarle la caja que encerraba las tres cabezas de los sarracenos, antes que con ellas se ausentase y fuese dueño de Berenguela. Acudió Jorge en el momento á la cita, y al llegar al sitio designado se vieron rodeados, tanto él como su escudero, de varios asesinos que el pérfido Armengol tenia prevenidos. Quisieron defenderse los recien llegados, mas hubieron de ceder bien pronto al número de contrarios y cayeron traspasados de heridas. Muy pronto fueron despojados los cadáveres de sus armas y vestidos, y allí abandonados á las garras de las fieras del desierto.
Una tarde que Berenguela, acompañada de sus camareras, se paseaba á la ribera del mar, divisó con duda, y luego con inesplicable alborozo, acercarse á velas tendidas un bagel, en cuyo árbol mayor se veia un blanco estandarte que contenia las armas de Aragón y las de Moncada. A los pocos instantes vino á postrarse á sus pies el enamorado paladín, y Berenguela le dio á besar sus blancas manos. Muy pronto se hicieron los preparativos de los desposorios y llegó por fin este suspirado dia. El cortejo de los novios que debia acompañarlos hasta la iglesia era muy lucido y numeroso, pues se componía de la flor de los conquistadores de Valencia. Berenguela ricamente vestida cabalgaba en una blanca hacanea, cuyas riendas de seda y oro llevaba su mismo padre, y multitud de juglares, saltadores y trovadores marchaban delante entonando cantos al compás de laudes, rabés, albogones y guitarras moriscas. Habíase ya comenzado la sagrada ceremonia, y al decir el sacerdote, «Jorge de Moncada, queréis por esposa á Berenguela de Lizamn,» se alzó un rumor en el templo que la interrumpió. Un árabe, con el trage de su pais, rompió por entre la multitud, y apoderándose con inesplicable osadía de la mano de Berenguela, dijo con voz robusta: «Si quiero.» Fácil es de conocer la sorpresa de los circunstantes. El primer desposado logró huir y desaparecer sin que nadie lo estorbase; Berenguela se desmayó, y solo después de calmarse la confusión producida por tan estraño accidente, pudo aclararse todo. Jorge, al caer traspasado por los puñales de su pérfido hermano, no quedó muerto. Un árabe que acertó á pasar por aquel sitio, notando que alentaba todavía, vendó sus heridas y colocándolo en su caballo lo condujo á su tienda. Allí se restableció muy en breve, y con vestidos que le dio su generoso huésped, pudo regresar á Murviedro, llegando á tiempo de estorbar que el impostor Armengol le robase su nombre y su esposa. En cuanto á éste no se volvió á saber de él.
(1) Es un lugar compuesto de cuatro edificios, llamado el Grao de Murviedro.