téril en verdades aplicables, y que solo puede servir para recrear la imaginación, estraviando el raciocinio, y aspirando temerariamente á penetrar en un misterio, cuyo conocimiento está reservado á la Divinidad. Con una sobriedad prudente, á la que no ha sabido sujetarse ninguno de los filósofos que les han precedido, supieron detener el ejercicio de la investigación en los límites de su capacidad, sin admitir ninguna doctrina á priori, sin suponer nada que no estuviese probado, sin salirse de la línea recta que las sensaciones, por una parte, y por otra, las verdades de conciencia les trazaban.
Reid, como el primero que se presentó al mundo filosófico en hostilidad abierta centra las ideas generalmente recibidas, se vio obligado á empezar por los rudimentos de la nueva doctrina que intentaba establecer. Sin acudir á la ficción de la estatua, como hizo Condillac, su primer trabajo fué anatomizar la sensación, reduciéndola á tan pequeñas dimensiones, que casi nada adelanta mas allá de las nociones vulgares sobre esta operación misteriosa. Despojándole asi de la importancia exagerada que le habia dado el filósofo francés, dio un golpe mortal al materialismo, demostrando la imposibilidad de ligar la sensación, ni como elemento, ni como instrumento, ni como origen, con ninguno de los fenómenos interiores. Su modo de esplicar las doctrinas es decisivo sin arrogancia, pero impregnado de buena fé y de convencimiento. Su sencillez peca algunas veces en sequedad, y su concision, nada común en los escritores de su pais, lo hace en varias ocasiones oscuro. En su estilo no hay adornos ni figuras, ni precauciones oratorias. Camina derechamente á su fin por la línea mas corta, y fija todo su esmero en obligar al lector, por el encadenamiento estrecho y terminante de su argumentación, á sacar las mismas deducciones que él ha inferido.
Dugald Stewart no es tan original ni tan ingenioso como su maestro, pero es mucho mas fecundo y variado. En realidad no ha hecho mas que ensanchar el campo descubierto por Reid, y concluir la tarea que éste empezó, aplicando sus doctrinas á todos los fenómenos de la inteligencia, y á la critica, sobre todo, de las opiniones que habian prevalecido en las mas acreditadas escuelas. En este género de trabajo no tiene rival. Sus censuras de Arislóteles, Hume, Condillac y Berkeley; su esposicion de la disputa entre realistas y nominalistas; su análisis sobre las preocupaciones dominantes acerca de la verdad matemática, son obras maestras de lógica, y no pueden leerse sin admiración. Escribe con el candor de un hombre convencido, que quiere justificarse refiriendo la historia de su convencimiento. Su erudición es tan variada y abundante como oportuna, y sabe emplearla con singular destreza, mas bien para combatir las opiniones agenas que para sostener las suyas.
Brown, mas arrojado que sus dos predecesores, se deja arrebatar por su imaginación vehemente y poética, creyendo á veces ser profundo cuando no es mas que sutil, y descubriendo las mas estrañas analogías donde menos podrían sospecharse. Aunque su estilo suele ser enredoso y confuso, y sus períodos, sobradamente largos y complicados, cuando hace alguna escursion, como frecuentemente le sucede, en el terreno dé la literatura, se remonta á la mas alta elocuencia y escribe con vehemencia y entusiasmo. Muestra parlicular empeño en suavizar la aridez de las teorías por medio de ilustraciones y símiles sacados de las bellas artes, de las obras maestras de la antigüedad, de las maravillas de la naturaleza, y sobre todo, de las ciencias físicas, en que se muestra muy aventajado, y á que tenia gran afición. Su argumentación es mas sutil y aguda que profunda y sólida, en términos que se deja llevar por esta propensión, hasta caer en la paradoja. Su lectura no es solamente instructiva sino divertida y amena, de modo que puede emprenderse aun por el menos adicto á esta clase de estudios, con la seguridad de encontrar en ella una gran variedad de conocimientos.
Tal es la filosofía escocesa, cuya primera aparición en el mundo le acarreó un gran número de prosélitos, especialmente en Francia, donde la dieron á conocer y la enseñaron en las lecciones públicas del Ateneo de París, los ilustres filósofos Royer–Cllard y Jouffroy, y donde se habria quizás apoderado de la enseñanza universitaria, á no haberse atravesado la filosofía ecléctica, sostenida y propagada por el saber y la elocuencia de Cousin. En España apenas es conocida, y no sabemos que la única obra que se ha publicado en castellano, como esposicion de sus principios fundamentales, haya servido de texto en alguna universidad. Considerado el abuso que en este siglo se hace de toda clase de doctrina, y la exageración en que caen todos los sistemas, es sensible que no se propague el que posee la feliz ventaja de no prestarse ni al panteísmo, que es el término final de la filosofía alemana, ni al materialismo, tan estrechamente ligado con todas las hipótesis y deducciones que se han hecho de las teorías de Condillac. En filosofía se peca por querer saber demasiado, y por contentarse con dos ó tres esplicaciones que sirven de respuesta á todas las cuestiones relativas á los fenómenos del alma. Los escoceses se han quedado en un justo medio, y han demostrado la utilidad y la solidez de sus doctrinas, en la multitud de hombres de primer orden que han salido de sus aulas para adquirir gran nombradía en las ciencias, en la literatura y en los mas altos puestos de la política. A esta clase pertenecen lord Brougham, lord Jeffrey, lord Russell, sir James Mackintosh, los profesores Wilson, Jardine, Mac–Gregor, y otros cuyo catálogo es muy numeroso.
Respecto á las bellas artes diremos, que la Escocia estuvo siempre mas atrasada que la Inglaterra en la cultura de las bellas artes, y escepto en la música, no ha tenido nada que pueda considerarse como suyo.
Las catedrales, los conventos y los palacios que ofrece en el dia á la consideración del viagero, ora en un estado de conservación notable, ora en el de la ruina, no sobrepujan en lo mas mínimo á las construcciones de Inglaterra del mismo género. Como todas remontan su origen á la edad media, y en esta época la arquitectura no era nacional en ninguna parte de nuestra Europa Occidental, aparece, propiamente hablando, bajo un carácter feudal y católico. Desde el siglo XV, y acaso desde mucho antes, no hay sobre la tierra de Escocia un solo monumento que se pueda, que se deba considerar como inglés.
La pintura existe menos que la arquitectura. Tal vez no posea una pintura digna de este nombre, y aun puede asegurarse que ni tampoco tiene una de segundo orden.
En cuanto á la música, que merecería un artículo especial y mas estenso que el que nos permiten consagrar los límites que nos hemos impuesto, es verdaderamente nacional y llena de originalidad. Gran núme–
Reid, como el primero que se presentó al mundo filosófico en hostilidad abierta centra las ideas generalmente recibidas, se vio obligado á empezar por los rudimentos de la nueva doctrina que intentaba establecer. Sin acudir á la ficción de la estatua, como hizo Condillac, su primer trabajo fué anatomizar la sensación, reduciéndola á tan pequeñas dimensiones, que casi nada adelanta mas allá de las nociones vulgares sobre esta operación misteriosa. Despojándole asi de la importancia exagerada que le habia dado el filósofo francés, dio un golpe mortal al materialismo, demostrando la imposibilidad de ligar la sensación, ni como elemento, ni como instrumento, ni como origen, con ninguno de los fenómenos interiores. Su modo de esplicar las doctrinas es decisivo sin arrogancia, pero impregnado de buena fé y de convencimiento. Su sencillez peca algunas veces en sequedad, y su concision, nada común en los escritores de su pais, lo hace en varias ocasiones oscuro. En su estilo no hay adornos ni figuras, ni precauciones oratorias. Camina derechamente á su fin por la línea mas corta, y fija todo su esmero en obligar al lector, por el encadenamiento estrecho y terminante de su argumentación, á sacar las mismas deducciones que él ha inferido.
Dugald Stewart no es tan original ni tan ingenioso como su maestro, pero es mucho mas fecundo y variado. En realidad no ha hecho mas que ensanchar el campo descubierto por Reid, y concluir la tarea que éste empezó, aplicando sus doctrinas á todos los fenómenos de la inteligencia, y á la critica, sobre todo, de las opiniones que habian prevalecido en las mas acreditadas escuelas. En este género de trabajo no tiene rival. Sus censuras de Arislóteles, Hume, Condillac y Berkeley; su esposicion de la disputa entre realistas y nominalistas; su análisis sobre las preocupaciones dominantes acerca de la verdad matemática, son obras maestras de lógica, y no pueden leerse sin admiración. Escribe con el candor de un hombre convencido, que quiere justificarse refiriendo la historia de su convencimiento. Su erudición es tan variada y abundante como oportuna, y sabe emplearla con singular destreza, mas bien para combatir las opiniones agenas que para sostener las suyas.
Brown, mas arrojado que sus dos predecesores, se deja arrebatar por su imaginación vehemente y poética, creyendo á veces ser profundo cuando no es mas que sutil, y descubriendo las mas estrañas analogías donde menos podrían sospecharse. Aunque su estilo suele ser enredoso y confuso, y sus períodos, sobradamente largos y complicados, cuando hace alguna escursion, como frecuentemente le sucede, en el terreno dé la literatura, se remonta á la mas alta elocuencia y escribe con vehemencia y entusiasmo. Muestra parlicular empeño en suavizar la aridez de las teorías por medio de ilustraciones y símiles sacados de las bellas artes, de las obras maestras de la antigüedad, de las maravillas de la naturaleza, y sobre todo, de las ciencias físicas, en que se muestra muy aventajado, y á que tenia gran afición. Su argumentación es mas sutil y aguda que profunda y sólida, en términos que se deja llevar por esta propensión, hasta caer en la paradoja. Su lectura no es solamente instructiva sino divertida y amena, de modo que puede emprenderse aun por el menos adicto á esta clase de estudios, con la seguridad de encontrar en ella una gran variedad de conocimientos.
Tal es la filosofía escocesa, cuya primera aparición en el mundo le acarreó un gran número de prosélitos, especialmente en Francia, donde la dieron á conocer y la enseñaron en las lecciones públicas del Ateneo de París, los ilustres filósofos Royer–Cllard y Jouffroy, y donde se habria quizás apoderado de la enseñanza universitaria, á no haberse atravesado la filosofía ecléctica, sostenida y propagada por el saber y la elocuencia de Cousin. En España apenas es conocida, y no sabemos que la única obra que se ha publicado en castellano, como esposicion de sus principios fundamentales, haya servido de texto en alguna universidad. Considerado el abuso que en este siglo se hace de toda clase de doctrina, y la exageración en que caen todos los sistemas, es sensible que no se propague el que posee la feliz ventaja de no prestarse ni al panteísmo, que es el término final de la filosofía alemana, ni al materialismo, tan estrechamente ligado con todas las hipótesis y deducciones que se han hecho de las teorías de Condillac. En filosofía se peca por querer saber demasiado, y por contentarse con dos ó tres esplicaciones que sirven de respuesta á todas las cuestiones relativas á los fenómenos del alma. Los escoceses se han quedado en un justo medio, y han demostrado la utilidad y la solidez de sus doctrinas, en la multitud de hombres de primer orden que han salido de sus aulas para adquirir gran nombradía en las ciencias, en la literatura y en los mas altos puestos de la política. A esta clase pertenecen lord Brougham, lord Jeffrey, lord Russell, sir James Mackintosh, los profesores Wilson, Jardine, Mac–Gregor, y otros cuyo catálogo es muy numeroso.
Respecto á las bellas artes diremos, que la Escocia estuvo siempre mas atrasada que la Inglaterra en la cultura de las bellas artes, y escepto en la música, no ha tenido nada que pueda considerarse como suyo.
Las catedrales, los conventos y los palacios que ofrece en el dia á la consideración del viagero, ora en un estado de conservación notable, ora en el de la ruina, no sobrepujan en lo mas mínimo á las construcciones de Inglaterra del mismo género. Como todas remontan su origen á la edad media, y en esta época la arquitectura no era nacional en ninguna parte de nuestra Europa Occidental, aparece, propiamente hablando, bajo un carácter feudal y católico. Desde el siglo XV, y acaso desde mucho antes, no hay sobre la tierra de Escocia un solo monumento que se pueda, que se deba considerar como inglés.
La pintura existe menos que la arquitectura. Tal vez no posea una pintura digna de este nombre, y aun puede asegurarse que ni tampoco tiene una de segundo orden.
En cuanto á la música, que merecería un artículo especial y mas estenso que el que nos permiten consagrar los límites que nos hemos impuesto, es verdaderamente nacional y llena de originalidad. Gran núme–
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