impulsa al guerrero, cuando se lanza á los peligros y cuando parece solamente escitado por el deseo del triunfo? Es indudable, pues, que nuestras emociones puede coexistir con sensaciones, recuerdos y raciocinios, del mismo modo que estos sentimientos pueden coexistir diversamente unos con otros. Vemos y olemos al mismo tiempo una rosa, y al mismo tiempo comparamos estas dos distintas sensaciones, sin dejar por esto de colocar en distintas clases la vision, el olfato y la facultad de comparar.
Hasta ahora hemos avanzado muy poco terreno en la generalización de los fenómenos mentales, aunque en esto poco, hemos hallado una division clara, y que abraza todos los objetos individuales del trabajo que hemos emprendido. El alma es susceptible de ciertas afecciones positivas, de ciertas modificaciones intelectuales que nacen de aquellas, y de ciertas emociones que nacen de ambas: es decir, es capaz de existir en ciertos estados, cuyas variedades corresponden á aquellas designaciones peculiares. Vemos y nos acordamos de lo que hemos visto, y lo comparamos, y esta vision, y este recuerdo, y esta camparacion, pueden escitar aversion ó deseo, y toda nuestra vida sensitiva, intectual y moral, se compone de estas modificaciones ó de otras análogas. Cada minuto de cada hora, no es mas que un trozo de este tejido complicado. Supongámonos en una eminencia, contemplando la perspectiva que tenernos á la vista. Por un lado se nos presenta la imagen de la desolación; la campiña inculta y seca, y en medio de ella, la choza medio derrumbada, asilo del infortunio y del abandono. A otro lado, todo es plenitud y magnificencia; campos cubiertos de mieses abundosas, jardines espléndidos, bosques sombríos y deliciosos circundan un palacio que parece la morada del placer y del lujo. Si no hacemos mas que ver estas dos escenas, no tendremos mas que una serie de afecciones esternas ó sensitivas. Pero es casi imposible verlas sin que se escite en el alma un estado intelectual que constituye la comparación, y pocos habrá que comparen dos aspectos tan contrarios, sin sentir las emociones que constituyen la compasión y deseo, unidas quizás á otras mas complicadas y secundarias.
En el ejemplo precedente, las modificaciones del alma han tenido su origen en cosas realmente existentes en el mundo esterior, pero las afecciones esternas de los sentimientos, aunque mas permanentes, y por lo común, mas vivas que las internas, están muy lejos de ser absolutamente necesarias para la producción de estas. Hay en el alma una sucesión casi constante de afecciones internas, pensamientos y emociones, que, sin necesidad de una sola nueva sensación, y aun dado el caso de suspenderse la vida animal, todavía conservarian en nosotros aquella vida intelectual y moral, que es la única vida digna de este nombre. El conocimiento que tenemos de lo que pasa fuera de nosotros, vive en lo interior de nuestro ser, y en la hipótesis de la supresión completa de la parte animal, la memoria reemplazaría la falta de los sentidos, y la accion constante del universo visible. Si solo pudiéramos amar y aborrecerlas cosas presentes, apenas saldríamos de la imbecilidad de la infancia, ó por mejor decir, seríamos inferiores al niño y al imbécil, en los cuales, á lo menos, hay algunos recuerdos de lo pasado y alguna prevision de lo futuro. Nuestra vida moral é intelectual se ejerce principalmente en lo que ya pasó y en lo que ha de suceder. Los objetos que comprenden las dos grandes divisiones de tiempo, separadas por el momento actual, tienen una existencia permanente y positiva para nuestro espíritu, como aquel misterioso ahora de que hablan los teólogos, en que lo pasado, lo presente y lo futuro, se consideran en cada momento de cada siglo, actualmente visibles por la mirada de la Divinidad. Amamos las virtudes de que nos habla la historia, con la misma emoción que las que se nos presentan en las escenas de nuestra vida. Lo mismo sucede con los hechos puramente imaginarios. La belleza ideal produce en nosotros los mismos sentimientos, y á veces mas puros y exaltados que los de las cosas reales. Síguese de aqui que las emociones, aunque, procedan en su origen de la realidad, pueden existir y agitarnos sin depender en manera alguna de ella. Pueden nacer de la imaginación y de la memoria, como de la percepción; pero cuando nacen de la imaginacion y de la memoria, se distinguen tanto de los objetos imaginados ó recordados, como la percepción esterna de los objetos esternos á que deben su origen.
La parte mas notable de los escritos de Brown es su refutación de la teoría del doctor Reid sobre la percepción. Como esta cuestión ha sido una de las mas ruidosas que se han suscitado en estos últimos tiempo; en el campo de la filosofía, en el artículo percepción la trataremos detenidamente, y vamos á terminar el presente, señalando los caracteres que distinguen la escuela escocesa de todas las otras, y las peculiaridades respectivas de los tres hombres que pueden llamarse, con justa razón, sus fundadores.
Aunque los trabajos de Descartes y Locke habian destruido muchas de las quimeras que habian introducido el escolasticismo en el estudio de la filosofía, todavía ellos mismos hablaban su idioma, y admitían muchas de sus locuciones en el mismo sentido que los escolásticos les habian aplicado. De aqui debía resultar cierta confusion de nociones, que solo podía deshacerse por medio de una gran delicadeza de análisis, para lo cual se necesita una independencia difícil de adquirir cuando el hábito ha establecido asociaciones estrechas entre las voces y sus significados. Este fué el mal á que se propusieron poner término los escoceses, y creyeron que el medio mas seguro de lograrlo, seria abandonar la antigua práctica de estudiar las facultades del alma, y concretarse esclusivamente á la observación de los hechos. A ellos se debe el luminoso descubrimiento que los hechos intelectuales son susceptibles de una observación tan positiva y tan minuciosa como los de la naturaleza visible, y aunque llamaron á este método estudio físico del alma, ninguna escuela antigua ni moderna los ha escedido en celo y elocuencia, cuando se trata de la defensa del espiritualismo. En verdad, todas sus doctrinas propenden al establecimiento y confirmación de este gran principio; esta es la consecuencia forzosa de todas sus doctrinas. Con el mismo calor impugnaron ese género de pirronismo que sacó á luz el obispo Berkley, y que consiste en sostener que el entendimiento no puede hallar pruebas positivas y filosóficas de la existencia del mundo esterior: paradoja que, por absurda que parezca, ha sido apoyada con argumentos ingeniosos por hombres de nota, y que, una vez admitida, destruye en sus fundamentos todas las garantías de la fé humana. Distínguese también la escuela escocesa, por el esmero con que evita la ontologia, como un estudio fuera de los alcances de la humanidad, es–
Hasta ahora hemos avanzado muy poco terreno en la generalización de los fenómenos mentales, aunque en esto poco, hemos hallado una division clara, y que abraza todos los objetos individuales del trabajo que hemos emprendido. El alma es susceptible de ciertas afecciones positivas, de ciertas modificaciones intelectuales que nacen de aquellas, y de ciertas emociones que nacen de ambas: es decir, es capaz de existir en ciertos estados, cuyas variedades corresponden á aquellas designaciones peculiares. Vemos y nos acordamos de lo que hemos visto, y lo comparamos, y esta vision, y este recuerdo, y esta camparacion, pueden escitar aversion ó deseo, y toda nuestra vida sensitiva, intectual y moral, se compone de estas modificaciones ó de otras análogas. Cada minuto de cada hora, no es mas que un trozo de este tejido complicado. Supongámonos en una eminencia, contemplando la perspectiva que tenernos á la vista. Por un lado se nos presenta la imagen de la desolación; la campiña inculta y seca, y en medio de ella, la choza medio derrumbada, asilo del infortunio y del abandono. A otro lado, todo es plenitud y magnificencia; campos cubiertos de mieses abundosas, jardines espléndidos, bosques sombríos y deliciosos circundan un palacio que parece la morada del placer y del lujo. Si no hacemos mas que ver estas dos escenas, no tendremos mas que una serie de afecciones esternas ó sensitivas. Pero es casi imposible verlas sin que se escite en el alma un estado intelectual que constituye la comparación, y pocos habrá que comparen dos aspectos tan contrarios, sin sentir las emociones que constituyen la compasión y deseo, unidas quizás á otras mas complicadas y secundarias.
En el ejemplo precedente, las modificaciones del alma han tenido su origen en cosas realmente existentes en el mundo esterior, pero las afecciones esternas de los sentimientos, aunque mas permanentes, y por lo común, mas vivas que las internas, están muy lejos de ser absolutamente necesarias para la producción de estas. Hay en el alma una sucesión casi constante de afecciones internas, pensamientos y emociones, que, sin necesidad de una sola nueva sensación, y aun dado el caso de suspenderse la vida animal, todavía conservarian en nosotros aquella vida intelectual y moral, que es la única vida digna de este nombre. El conocimiento que tenemos de lo que pasa fuera de nosotros, vive en lo interior de nuestro ser, y en la hipótesis de la supresión completa de la parte animal, la memoria reemplazaría la falta de los sentidos, y la accion constante del universo visible. Si solo pudiéramos amar y aborrecerlas cosas presentes, apenas saldríamos de la imbecilidad de la infancia, ó por mejor decir, seríamos inferiores al niño y al imbécil, en los cuales, á lo menos, hay algunos recuerdos de lo pasado y alguna prevision de lo futuro. Nuestra vida moral é intelectual se ejerce principalmente en lo que ya pasó y en lo que ha de suceder. Los objetos que comprenden las dos grandes divisiones de tiempo, separadas por el momento actual, tienen una existencia permanente y positiva para nuestro espíritu, como aquel misterioso ahora de que hablan los teólogos, en que lo pasado, lo presente y lo futuro, se consideran en cada momento de cada siglo, actualmente visibles por la mirada de la Divinidad. Amamos las virtudes de que nos habla la historia, con la misma emoción que las que se nos presentan en las escenas de nuestra vida. Lo mismo sucede con los hechos puramente imaginarios. La belleza ideal produce en nosotros los mismos sentimientos, y á veces mas puros y exaltados que los de las cosas reales. Síguese de aqui que las emociones, aunque, procedan en su origen de la realidad, pueden existir y agitarnos sin depender en manera alguna de ella. Pueden nacer de la imaginación y de la memoria, como de la percepción; pero cuando nacen de la imaginacion y de la memoria, se distinguen tanto de los objetos imaginados ó recordados, como la percepción esterna de los objetos esternos á que deben su origen.
La parte mas notable de los escritos de Brown es su refutación de la teoría del doctor Reid sobre la percepción. Como esta cuestión ha sido una de las mas ruidosas que se han suscitado en estos últimos tiempo; en el campo de la filosofía, en el artículo percepción la trataremos detenidamente, y vamos á terminar el presente, señalando los caracteres que distinguen la escuela escocesa de todas las otras, y las peculiaridades respectivas de los tres hombres que pueden llamarse, con justa razón, sus fundadores.
Aunque los trabajos de Descartes y Locke habian destruido muchas de las quimeras que habian introducido el escolasticismo en el estudio de la filosofía, todavía ellos mismos hablaban su idioma, y admitían muchas de sus locuciones en el mismo sentido que los escolásticos les habian aplicado. De aqui debía resultar cierta confusion de nociones, que solo podía deshacerse por medio de una gran delicadeza de análisis, para lo cual se necesita una independencia difícil de adquirir cuando el hábito ha establecido asociaciones estrechas entre las voces y sus significados. Este fué el mal á que se propusieron poner término los escoceses, y creyeron que el medio mas seguro de lograrlo, seria abandonar la antigua práctica de estudiar las facultades del alma, y concretarse esclusivamente á la observación de los hechos. A ellos se debe el luminoso descubrimiento que los hechos intelectuales son susceptibles de una observación tan positiva y tan minuciosa como los de la naturaleza visible, y aunque llamaron á este método estudio físico del alma, ninguna escuela antigua ni moderna los ha escedido en celo y elocuencia, cuando se trata de la defensa del espiritualismo. En verdad, todas sus doctrinas propenden al establecimiento y confirmación de este gran principio; esta es la consecuencia forzosa de todas sus doctrinas. Con el mismo calor impugnaron ese género de pirronismo que sacó á luz el obispo Berkley, y que consiste en sostener que el entendimiento no puede hallar pruebas positivas y filosóficas de la existencia del mundo esterior: paradoja que, por absurda que parezca, ha sido apoyada con argumentos ingeniosos por hombres de nota, y que, una vez admitida, destruye en sus fundamentos todas las garantías de la fé humana. Distínguese también la escuela escocesa, por el esmero con que evita la ontologia, como un estudio fuera de los alcances de la humanidad, es–
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