jueves, abril 02, 2009

Viage ilustrado (Pág. 377)

chos; que se sentia descontento de una investigación incompleta cuando se limitaba á los meros hechos, y que parecia buscar una especie de alivio en la averiguacion de una tercera circunstancia, introducida entre un hecho y otro, para servirles de vínculo. El investigador no podrá quedar satisfecho con la simple observación y clasificación de los fenómenos, sino cuando esté convencido de que todas las sustancias que existen en el universo, son todo lo que realmente existe; que en los hechos naturales no hay sino hechos que preceden y hechos que siguen, y que ellos son las únicas causas y los únicos efectos y que puede aplicar su estudio. Tal es la investigación física, ya considerada en sus objetos, ya en su modo de proceder particularmente con respecto al mundo esterior. Las leyes que determinan la investigación en el mundo interior del pensamiento, son en todo punto iguales á las que guian al investigador de la materia. Los mismos grandes objetos deben tenerse á la vista en uno y otro caso: á saber, el análisis de lo compuesto y la observación de los fenómenos sucesivos. En este punto, la filosofía del alma y de la materia concuerdan perfectamente. ¿A qué damos el nombre de materia? A la causa desconocida de las varias sensaciones, que, por la constitución de nuestra naturaleza, no podemos menos de referir á algo esterno, como á su propia causa. No sabemos lo que es la materia, si la consideramos independiente de la percepción; mas, como origen ó sugeto de esta operación del alma, la consideramos como algo que es estendido, y por consiguiente, divisible, impenetrable y móvil. Estas propiedades y cualesquiera otras que nos parezca necesario incluir para espresar las diferentes modificaciones que afectan nuestros sentidos, constituyen la única definicion que podemos dar de la materia, porque constituyen en realidad todo el conocimiento que de ella tenemos. Suponer que conocemos la materia en sí misma, con absoluta independencia de nuestras percepciones, seria un absurdo manifiesto, porque solo la percepción es la que nos la hace conocer, y esta percepción, que afecta nuestro entendimiento, necesariamente ha de depender tanto del entendimiento afectado, como del agente que lo afectó. Infiérese de aquí, que todo el conocimiento que tenemos de la materia, es y debe ser relativo en todas circunstancias, y lo mismo podemos decir del que tenemos del alma. Solo conocemos en ella la capacidad de recibir impresiones como las que ha recibido antes; pero en cuanto á las que es capaz de recibir en lo futuro, nos son tan desconocidas como los colores al ciego, y los sonidos al sordo, ó como nos son á nosotros mismos con los sentidos que poseemos, las propiedades que podríamos descubrir en la materia, si nuestra organización fuera mas perfecta de lo que es. Asi, pues, nada sabemos de la esencia del alma, sino con relación á las modificaciones que nos testifica la conciencia. Nuestro conocimiento del alma, no es, pues absoluto, sino relatitivo: aunque es preciso confesar que la aplicación de la voz relativo, se separa algún tanto del uso común, cuando significa lo mismo que correlativo, como sucede en el caso presente. La misma alma individual, es la que en su investigación intelectual desempeña las funciones de objeto observado y agente observador. Pero la memoria, con que nos ha favorecido la Providencia, resuelve esta singular paradoja. Con el auxilio de esta sola facultad, el alma, siendo simple é indivisible, parece que se multiplica y se estiende, abrazando largas series de sensaciones y pensamientos. Sin la memoria, no podríamos jamás percibir la relación entre un pensamiento y otro, ni podríamos adquirir conocimientos intelectuales, morales, físicos ni metafísicas. A esta maravillosa facultad, debemos, pues, el poder de comparar lo presente con lo pasado. Con ella, un mismo ser indivisible reúne el doble carácter de observador y objeto observado, pudiendo renovar á su vista, lo que está mas distante de ella; comparada emoción con emoción, pensamiento con pensamiento; aprobando sus propias acciones morales, con las que han escitado su admiración ó su respeto, ejecutadas por otros hombres, ó condenándose á sí mismo, como á un reo, que oprimido por el testimonio de su conciencia tiembla ante un juez severo y perspicaz. Los sentimientos pasados del alma se convierten en objetos presentes, y adquieren una existencia relativa, que nos hace capaces de clasificar los fenómenos de nuestro ser espiritual, como clasificamos los del universo físico, Asi, pues, cuando definimos el alma, no hacemos mas que enumerar sus diferentes susceptibilidades, concretando el fruto de nuestra experiencia, y teniendo presentes las modificaciones por las que ha pasado, y las operaciones que en ella ha ejercido. No se crea que al trazar estos límites, encerramos el estudio del alma en un círculo demasiado estrecho. El conocimiento relativo de las capacidades de una sustancia, es un campo de inagotables maravillas, abierto constantemente á nuestras indagaciones. En él se comprenden todas las cosas que percibibimos, que imaginamos, y de que nos acordamos; todos los procedimientos misteriosos del pensamiento, que producen los mas felices aciertos del poeta y del filósofo. Cuando analizamos y clasificamos los fenómenos mentales, consideramos fenómenos diversos en los individuos; pero comunes á todos los de la especie, porque no hay facultad que resida en el genio mas sobresaliente de que no participe en debida proporción del hombre mas imbécil y rudo. Todos los hombres perciben, se acuerdan y raciocinan; todos, al menos hasta cierto punto, forman teorías mas ó menos estensas y profundas; todos procuran hermosear su trato social y sus horas desocupadas con invenciones de su fantasía, con ficciones agradables, que, á la verdad, no duran mas que un momento, pero que provienen de misma clase de energía mental que dio origen á esas producciones inmortales destinadas á ser las delicias de todas las generaciones. Esta universal difusión de aptitudes y procedimientos mentales, que pueden ser diversamente escitados, según la diversidad de circunstancias, comprende no solo las operaciones de la inteligencia, sino tambien los efectos, las pasiones, todos los movimientos interiores que los filósofos llaman poderes activos. En uno y otro ramo hallamos sugetos distinguidos por la superioridad y escelencia de alguna de estas dotes: pero todas ellas residen en toda la especie. El animal bípedo que come frutas y raices cuando se lo exige el apetito; que propaga su especie cuando sus impulsos naturales lo demandan; que sabe tomar alternativamente el reposo y la fatiga, es como el árbol del bosque, cuya vida no ha sido modificada sino por la naturaleza.
Pero este salvage tiene dentro de sí las semillas del lógico, del hombre de gusto, del orador, del estadista, del héroe y del santo: semillas que aunque plantadas por la naturaleza, careciendo de cultivo y de fomento, quedarán para siempre infructíferas, sin

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