domingo, diciembre 02, 2007

Viage ilustrado (Pág. 122)

de poder, y asi es que volvió á poner á Polonia y Bo­hemia en la calidad de feudatarias del imperio, conseguido lo cual, se dirigió á Italia en 1031.
Lo mismo aqui que en el Norte se ostentó su poder con todo el brillo de que era susceptible, sin que pudiera intimidarle género alguno de resistencia: todos, grandes y pequeños, sintieron el peso del yugo que los oprimia, y ni aun los altares inviolables hasta entonces, sirvieron de seguro asilo esperimentando las consecuencias de la cólera imperial. Heriberto, arzo­bispo de Milan, hizo la prueba, pues tratando de contrariar la voluntad del emperador, fue reducido á prision en el seno de una asamblea. Pavia fué subyu­gada, y Parma, culpable de sedicion demolida en su mayor parte; y no deteniéndose aqui el poderío de os triunfos de Conrado, pasó á Roma á restablecer en su silla á Benito IX, depuesto por los romanos, acto de autoridad que debia desagradar al emperador, tan celoso por la conservacion de su poder. No paro aqui Conrado, sino que avanzando hácia el Sur de Italia destronó á los principes, les puso sucesores, y dió su vuelta á Alemania, donde murió en 1039 Nos ha le­gado un cuerpo de leyes, que es considerado como la primera compilacion de las mas importantes costum­bres feudales.
Por consentimiento unánime sucedió á Conrado su hijo Enrique, elegido rey de Germania desde el año 1026. La situacion del imperio era tranquila en el interior. Enrique poseía cuatro ducados, y solamente la Sajonia y Lorena conservaban príncipes para su go­bierno, de manera que pudo fijar su atencion en sus vecinos, los jurados enemigos del imperio. Comenzó, pues, por subyugar á Britizlao, rey de Bohemia, que habla atacado á su vez al de Polonia; vencido muy luego aquel, se vió obligado á solicitar la paz con las condiciones que se le impusieron, renovando el jura­mento de fidelidad en Ratisbona. La misma desgraciada suerte sufrió Abas, que usurpó al rey Pedro la corona de Hungría, pues tomando á su cargo Enrique la causa del príncipe destronado, fué vencido Abas por los ejércitos del emperador, y el margrave de Austria, obligándose en su consecuencia á hacer cesion á este último de toda la estension del pais comprendida en­tre Kahlenberg y Leytha, y desde esta época (1043) data la influencia del Austria. Al año siguiente rena­ció la guerra, y la muerte de Abas, ocasionada en uno derrota, dejó vacante el trono, en el que fué restablecido Pedro, despues de haberse declarado feudataria de Enrique. Al propio tiempo, Enrique afianzaba la tranquilidad de la Borgoña por medio de su matrimonio con Inés de Poitiers.
Entonces fué cuando pudo dirigir su vista á Italia, comenzando por restablecer el órden en Lombardía, y encaminándose despues á Roma, que era el palen­que donde se disputaban la tiara Benito IX, Silves­tre III y Gregorio VI, á todos los que depuso en el concilio de Sutri, é hizo se eligiera al obispo de Bam­berg bajo el nombre de Clemente II en 1046, quien le coronó emperador el dia de Natividad del mismo año. Todavía dió Enrique la tiara á Dámaso II, Leon IX y Victor II, y murió en Botfelh, asistiéndole en su lecho de muerte Victor II, despues de haberlo coronado emperador Clemente II, segun queda ya indicado.
Seis años de edad contaba á la muerte de su pa­dre Enrique III, hallándose bajo la tutela de su madre, de cuyo cargo fué despojada por Hannon, arzo­bispo de Colonia, y por el duque de Baviera, pero habiendo estos salido á una espedicion á Hungría, Adalberto, arzobispo de Brema, á quien aqullos habian confiado la guarda del regio pupilo, ganando su confianza y lisongeando sus malas inclinaciones, des­truyó completamente la influencia de los primeros. No contento con lanzarlo en la carrera del desorden despertó en él tales ideas de arbitrariedad y de estralimitacion de poder que ellas vinieron a producir las poco justificadas disposiciones de los duques de Baviera y Carinnia y logró inspirar un odio violento contra los sajones, siendo asi que residía en Goslar una de sus ciudades; así que la consecuencia mas in­mediata fué la de no disimular ellos su descontento al verse obligados á sostener los supérfluos gastos de una córte anegada en los placeres y en el desenfreno. Por su parte Enrique no olvidó el usar de rigor contra ellos, y de esta suerte aceleró la revolucion prevista, pero no esperada tan pronto por él, y que cogiéndole desprevenido, le obligó á huir y ceder á las amenazas de los enemigos, siendo el resultado poner en li­bertad á su duque Magnos. Fortuna fué para Enrique el que los sajones no supieran aprovecharse de su po­sicion, pues cometieron mil violencias que les enagenaron las voluntades de muchos príncipes y obispos, y dieron la victoria á Enrique, quien entró en Sajonia con formidable ejército en 1075. Vencedor en Unstrutt, mantuvo en prision á los príncipes confederados y siendo así que iban á sometérsele, repartió sus feu­dos entre sus secuaces, y tampoco desaprovechó la ocasion de hacer reconocer como sucesor a su hijo Conrado, á la sazon de dos años de edad, parecién­dole con esto asemejarse en poderío al que su padre habia disfrutado.
Pero á medida que este poder debia desarrollarse, suscitábanle nuevos enemigos á Enrique su conducta desarreglada, el tratamiento que daba á su esposa Berta, hija del marqués de Suse, la injusticia de sus ministros, la indisciplina de sus tropas y la torpe grangería metálica que hacía del derecho de investi­dura. Este último desafuero, sobre todo, escitó mucho contra él las iras del papa Gregorio VII, que me­ditaba cabalmente en la devolucion á la Iglesia de su primitiva supremacía sobre todo el orbe. Los efectos de su animadversion se dejaron sentir primeramente contra el arzobispo de Brema y muchos obispos que fueron desposeídos, y despues contra cinco de los consejeros del emperador amenazados de escomunion, mandando á Alemania cnatro legados con comision y facultades de impedir la venta de los beneficios. No se cuidó mucho Enrique de los avisos del papa, enva­lentonado como estaba con la victoria adquirida sobre los sajones, y asi es que lo hizo deponer en un conci­lio convocado en Worms, acuerdo á que contestó Gre­gorio con una escomunion fulminada contra el emperador.
Los rayos lanzados desde el Vaticano reanimaron á los enemigos de Enrique, quien ganó por su parte tiempo, aprovechándolo en dirigirse á Canosa á implorar del padre santo la absolucion de la censura lanzada contra él; reunió á sus partidarios, y cuando en 1077 encontró congregados en Forchein á los prínci­pes para proclamar, como lo hicieron, rey de Germa­nia á Rodolfo, duque de Suabia, creyó llegada la ocasion de dirigirse contra aquel competidor, y despues de varias alternativas de triunfos y de reveses venció Enrique en Wolkheim, en la Turingia, donde

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