jueves, febrero 17, 2011

Viage ilustrado (Pág. 546)

vela en Middelburgo, y la navegación no fué muy feliz, pues hubo en el tiempo que duró varias tormentas, y uno de los navios, que se incendió casualmente, hizo perecer entre las llamas á todos los pasageros que conducia. La nave en que venia el rey, y otras doce, obligadas por los vientos, arribaron á Jazones, puerto cercado de peñascos a una legua de distancia de Villaviciosa á donde se trasladó don Carlos con su corte; y desde aqui se dirigió á Tordesillas donde residía su madre. La referida casa de Vaqueros es de dos pisos, y se semejaba bastante á una torre, como eran las mas que en aquella época habitaban los nobles en Asturias. Después se le han agregado habitaciones por ambos lados y han hecho variar su primitivo aspecto, conservando sin embargo, varias ventanas góticas. Las habitaciones que sirvieron de alojamiento al rey están en el segundo piso, y entre ellas subsiste el cuarto ó alcoba en que durmió, que es bastante reducido, y cuyo techo es un artesonado de madera. Aqui permanecía hasta hace, pocos años la misma cama en que reposara, que hoy ya no existe; pero en un corredor inmediato á la alcoba se conserva la mesa en que se sirvió la cena, que está formada por un gran tablón de nogal muy tosco, de seis varas de largo, quince pulgadas de ancho y sobre cuatro de grueso, sostenido por pies también muy groseros. Dícese, que uno de los platos que sirvieron al rey fué de sardinas fritas, pescado que nunca hábia probado, y que le agradó mucho; mas que enterado del poco precio en que se vendia, prohibió que lo en sucesivo se le presentase. Conservaba también la casa de Vaqueros tres arcabuces de aquel tiempo, que en el dia han desaparecido. Después de hablar de la visita de Carlos I, que es el grande recuerdo histórico de Villaviciosa; hablaremos del origen del dicho vulgar en Asturias de llamar á sus moradores los hijos de Alfonso el Cristiano ó de la Espinera. Dice, pues, la tradición, que allá en tiempo de entonces, hubo en esta villa un guerrero muy valiente y feroz llamado Alfonso; el cual menos que por la defensa de la religion de Cristo, combatía con los moros por satifacer sus crueles instintos de malar á los hombres, robar las doncellas, etc etc. Su santo titular quiso á toda costa salvar aquella alma que caminaba á largos pasos á su perdición eterna, y un dia revestido de sus ricos ornamentos episcopales y rodeado de una aureola de gloria, se le apareció en lo alto de un espino reprendiéndole su mala vida y ordenándole fuese en penitencia á peregrinar á Covadonga, Roma y Jerusalen. Prometióle el glorioso San Ildefonso á su protegido, que cuando Dios le hubiese perdonado sus enormes pecados, vería en sí mismo una señal evidente. Alfonso, ya convertido desde aquel momento, arrojó la espada y la lanza, y empuñando el bordón de los romeros, dio sus bienes, á los pobres y marchó á obedecer el precepto divino. De regreso á su patria, entraba todos los dias en la iglesia al toque del alba, y no salia sino cuando el sacristan lo echaba fuera para cerrar las puertas Ayunaba de continuo, maceraba sus carnes pecadoras, y dormía siempre bajo el espino donde habia visto al santo arzobispo cuyo nombre manchara hasta el dia de su conversion. Por fin, Dios conmovido de tan severa penitencia le perdonó, y la eñal que San Ildefonso pronosticara, apareció por fin Consistia esta en verse siempre el tal Alfonso en una atmósfera contraria á todos los demás hombres. Asi es, que cuando todos buscaban en diciembre el fuego para libertarse del frio que helaba sus miembros, Alfonso el Cristiano sudaba copiosamente, y viceversa, en las calurosas tardes de la canícula, pedia de limosna algunas ramas de árboles para formar una hoguera en la que se calentaba. Finalmente, Alfonso el Cristiano llegó á muy avanzada edad, murió en opinion de santo, y fué sepultado al pie del Espino milagroso.
La salida de Villaviciosa por la carretera de Oviedo, que corre paralela al rio Amandi, es uno de los mas bellos y agradables paseos que pueden verse. Al cuarto de legua escaso, está la lindísima aldea de San Juan de Amandi, en la que no llevará á mal el lector nos detengamos un instante. Prescindiendo de su risueña é incomparable situación, por ser esta circunstancia tan común en Asturias, donde la mano de Dios acumuló con profusion tantas bellezas naturales, llama desde luego la atención la magnífica iglesia bizantina que sirve de parroquia, y que corona la cresta de una colina. Es tal vez de los edificios consagrados al culto el mas antiguo que se conserva en España, pues se remonta su fundación al reinado de Sisenando y á los años 634, según espresa una inscripción que se ve entallada en la parte esterior del edificio Llamábase esta iglesia en lo antiguo San Juan de Malayo, y cuando la irrupción agarena se acogieron á ella dos obispos de las ciudades del interior de España, los que murieron en esta parroquia, y cuyos sepulcros permanecen aun. Posteriormente, cuando la persecución que sufrieron los mozárabes de Córdoba, en el reinado de Abderramen II y su hijo Mohamad, vinieron muchos monges á buscar un refugio en el hospitalario pais de Asturias, y algunos de ellos de la orden de San Benito, llegaron á San Juan de Malayo y fundaron un monasterio que duró largos siglos. Aunque estos recuerdos de la antigüedad bastarían para hacer respetable la iglesia de Amandi, sobresale entre todas las de la provincia por su mérito artístico, en especial la capilla mayor, que ostenta á la par que solidez, elegancia, proporción y acertada distribución de su bellísimo ornato, siendo de admirar llegase á tanto el primor y la perfección en la época en que se construyó. Toda la capilla está ornada de columnas no muy altas, puestas unas sobre otras, y cuyos chapiteles están formados por multitud de figuras perfectamente acabadas, que representan en su mayor parte hombres y mugeres, tocando intrumentos músicos de varias formas. Cada columna, cada chapitel, cada adorno, en fin, de la iglesia de Amandi, necesitaría un largo artículo para su descripción, de la que se han ocupado ya varios eruditos escritores, como el padre Carballo, Jovellanos, Caveda, etc, etc. El año de 1780 amenazaba ruina el templo que nos ocupa, y habría tal vez desaparecido este bellísimo tipo de arquitectura bizantina, si el arcipreste que á la sazón tenia á su cargo á San Juan de Amandi, don José Antonio Caunedo y Cuevillas, hombre benéfico, ilustrado y de especiales conocimientos en la arqueología, no le hubiera restaurado á su costa, teniendo la acertada precaución de numerar los sillares para volverlos á colocar en igual orden y alineación, con lo que el templo quedó en su mismo estado y forma primitiva. El citado arcipreste no exigió otra recompensa por el interesantísimo y costoso servicio que prestó á las artes conservando esta bellísima é histórica iglesia, mas que el que se escribiese su nombre en uno de los sillares de la referida capilla mayor, con la fecha de la restau–

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