miércoles, febrero 09, 2011

Viage ilustrado (Pág. 543)

Era una bella noche de otoño cuando el noble don Gonzalo Pelaez, rico–hombre del emperador don Alfonso VII y señor del castillo de Gauzon sentado en un ancho sillón gótico en cuyo respaldo se veia su antiguo escudo con la P coronada (1) daba sus últimas instrucciones á su fiel maestresala sobre un negocio de la mayor importancia que á la sazón le ocupaba... Que este ricamente ornado el gran salon de los banquetes..., que el mejor vino andaluz llene las copas... que se vistan de gala mis escuderos, pages y vasallos... que mis hombres de armas pulimenten sus lanzones y sus espadas... que venga cuantos trovadores puedan encontrarse á entonar cantos de amor... mañana es el gran dia de Gauzon... es aquel en que debe reinar por do quiera el júbilo y placer... En efecto, al dia siguiente el antiguo alcázar de Alfonso el Magno, parecía olvidarse de la gravedad propia de un anciano, pues se engalanaba cual una joven coqueta. Por do quiera se veian flotar en las pardas almenas de los viejos torreones rojas banderas que ostentaban la temida insignia de los castellanos de Gauzon. Multitud de blandones de blanca cera estaban ya colocados en las ventanas bizantinas para las luminarias de aquella noche memorable; encinas enteras habíanse arrancado del centenario bosque, para formar la inmensa hoguera que lucia en el gran palio del castillo, y en torno de la que giraba la antigua y belicosa danza de los asturos. Los ecos de la bocina y de la trompa de caza entretenian á los convidados durante el festin: esta música guerrera hacia latir de gozo el corazón de aquellos bravos paladines... ¿Por qué tanto regocijo?... ¿por qué tanta alegría?... Porque aquel, dia van dos amantes á enlazarse en dulce nudo para siempre. La tierna Elvira, la virgen de la rubia cabellera, la mas bella de las hijas, del pais de Pelayo, va á llamar esposo al mas galán de los guerreros, al esforzado Alfonso Alvarez de las Asturias, caballero el mas cumplido que calzara espuela y enristrara lanza. ¡Cuántas veces la del moro se rompiera contra su glorioso pavés!... ¡Cuánto temían su encuentro amigos y contrarios en los torneos y las batallas! —Aquel dia: suspirado va á coronar el amor mas puro y mas constante que ardiera jamás en dos corazones tiernos. Seis camareras jóvenes, bajo la dirección de la anciana aya de Elvira, ataviaban á esta con todo el lujo y elegancia posible; mas las rosas que entrelazaban á sus dorados cabellos, hubieran envidiado á las bellas megillas de la joven desposada. Todo está ya pronto. Los ecos repiten las alegres canciones que llenan el aire, y los nobles de las cercanías reunidos en el gran salon feudal, felicitan al venturoso desposado; solo se aguarda á que termine el tocador de Elvira para dar principio á lo augusta ceremonia.
...Moraba desde luengos años en Gauzon un monge; sus severas costumbres, su rara erudición y su melancolía habitual, que le hacian huir del trato de los hombres, habían conquistado al padre Mauro la reputación de santo. Su frente era pálida y pensativa, su cabeza estaba circundada de escasos y plateados cabellos, y su mirada era fascinadora cual la de la serpiente. Era el capellán del castillo, y á él estaban unidos de algún modo los principales recuerdos de la noble familia que le habitaba: él celebrara la misa y bendijera la espada cuando fué armado caballero el señor de Gauzon; él santificó su enlace con su amada esposa, y él la depositó un año después en la tumba, cuando al dar la vida á Elvira perdió la suva; él derramara sobre esta el agua santa del bautismo, y él iba á consagrar su amor en el altar; él la viera crecer á la par de las pintadas flores que cultivaba en su jardin; pero Elvira era la mas bella de todas.
Una pasión terrible ardía en el corazón de aquel hombre consagrado al claustro. Las vigilias empleadas en lecturas piadosas, los ayunos, todo el rigor de la mas austera penitencia, no eran bastantes á arrancar de su pecho la hechicera imagen que á pesar suyo se apoderara de su albedrío. ¿Por qué, decia el desgraciado, me ha condenado el cielo á este horrible suplicio? A otros hombres les está reservada la felicidad, pueden amar y ser amados, tienen un corazón que responde á los latidos del suyo, visten brillante armadura, calzan espuela de oro, ciñen una espada que les es dado enrojecer con la sangre de su rival, y yo, ¡miserable de mi! ¡solo en el mundo, despreciado, mirado con horror por aquella por quien diera yo mil y mil veces toda la sangre de mis venas!... ¡Oh desesperación!... ¡Oh, rabia!... ¡Verdadero remedo, del infierno!... Y el infeliz golpeaba furioso su surcada frente, sobre la fría piedra donde estaba postrado, y que ablandaba con sus lágrimas ardientes.
Se sucedieran muchos dias desde que el padre Mauro, no siéndole dable resistir el volcan que abrasaba su alma, osara confiar sus penas á Elvira, inocente causa de sus delirios, atreviéndose á pedir correspondencia de su amor sacrilego, y forjar proyectos insensatos. Sus palabras fueron escuchadas con él horror que merecian, y el desventurado amante solo pudo conseguir quedara sepultado en silencio eterno el fatal secreto de su odiosa pasión. Elvira, pura cual el rayo del sol de primavera, la había ya olvidado; ella diera su corazón á Alfonso Alvarez de las Asturias, su próximo pariente, y el anciano señor de Gauzon habia sonreído con orgullo á la idea de unir su única heredera á tan celebrado paladin. Un año señalara de plazo al impaciente mancebo, el cual, como presente de boda ofreciera á su dama seis banderas y doscientos esclavos sarracenos, gloriosos trofeos que adquiriera para entretener su impaciencia en aquel largo espacio de tiempo, tan penoso para un amante.
Llegó por fin el ansiado momento; lujosos y antiquísimos tapices cubren las viejas paredes de la gótica capilla; cien cirios arden ya en el altar, su trémula llama va á reflejar en los pintados vidrios de las angostas ventanas, el pavimento se ve cubierto de odoríferas flores. El ancho recinto de la suntuosa capilla del Salvador no es bastante á contener la multitud de asistentes que deben presenciar el solemne desposorio. Alfonso y Elvira están de rodillas sobre un rico cogin de brocado; el padre Mauro revestido de los ornamentos sagrados, diera ya la bendición nupcial á los amantes; empero faltaba aun para completar la ceremonia, la misa y la comunión que debían recibir los desposados. En este instante solemne la mano de Mauro estaba algún tanto trémula, su mirada era serena, mas la ligera sonrisa que animó por un instante su tétrico semblante tenia un no se qué de infernal. Elvira que en aquel momento alzara á él sus bellos ojos, no pudo soportarla diabólica espresion que animaba el macilento rostro del monge, y los bajó repentinamente.


(1) Algunas familias que llevan el apellido de Pelaez usan de las armas de la P coronada, aludiendo á su orígen que hacian remontar al rey don Pelayo.

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