Santuario de Loyola
costados, confluyen lodos en una meseta desde la que arranca otro ramal que termina en el pórtico de la iglesia; este mismo pórtico de ricos mármoles con cuatro estatuas que le embellecen; el retablo mayor con sus embutidos y mosaicos, aunque no de muy buen gusto; la gran cúpula, que por ser toda de piedra creyeron algunos que no se podia cerrar, hasta que el arquitecto don Ignacio de Ibero les demostró lo errado de su opinion; en fin, cuanto se ofrece á la vista asi esterior como interiormente, todo es grandioso y digno, sin que el recargo de los adornos que algunos inteligentes le han criticado con justicia, pueda oscurecer su mérito, ni disminuir la grata impresión que produce al que lo examina.
Para facilitar la comunicación del templo con la Santa Casa, con dos sacristías, que están al lado del altar mayor, y con el colegio, se hallan ocho puertas, sobre las cuales hay otras tantas tribunas con desproporcionados antepechos. Ni unas ni otras se ven desde el centro; porque están situadas al frente de los machones que sostienen la cúpula. Después de haber fijado la atención en los esquisitos mármoles que forman el pavimento y cubren ó empelechan, valiéndonos de esta palabra técnica, los muros y pilares hasta el anillo, pasemos á reconocer el palacio y la Santa Casa.
Saliendo por una de las ocho referidas puertas nos hallaremos en un patio estrecho, en el que, y á la derecha, se descubre un edificio cuya altura tendrá unos 56 pies. La parte inferior está labrada de piedra, y el resto hasta la cornisa de ladrillo.
Ese edificio de severo aspecto es la antigua é ilustre casa—solar de Loyola, es la Santa Casa, asi llamada por haber nacido en ella el gallardo caballero que defendió heroicamente el castillo de Pamplona, el célebre fundador de la compañía de Jesús, el bienabenlurado Iñigo de Loyola.
Una puerta con arco apuntado, sobre la cual están los blasones de la nobilísima familia de Loyola, da paso al interior, dividido en tres pisos, que todos son al presente oratorios. El del primero que fué establo, y no falla quien opina que en él nació San Ignacio por querer su madre que tuviese esta semejanza con N. S. Jesucristo, esta dedicado al Sacramento y á la Purísima Concepción. El del segundo, que era el primitivo oratorio de este palacio desde muy antiguo, tiene la circunstancia de haber celebrado en él su primera misa San Francisco de Borja. Perpetúa la memoria de este suceso un cuadro, que representa al santo duque con casulla en el acto de dar la comunion á su hijo don Juan.
Réstanos aun reconocer la parte mas notable de esta casa, que es la Santa Capilla, situada en el último suelo.
Lo rico de su ornato y el haber sido la pieza donde nació el Santo Iñigo y en la que se convirtió con la lectura de libros devotos, cuando convalecía en ella de las heridas recibidas en Pamplona, la hacen digna de la atención de los viageros. Su pavimento y las jambas de las ventanas son de esquisitos mármoles, su lecho que casi toca á la cabeza de quien le examina, está decorado con prolijos adornos y tres bajos relieves que un escultor portugués, llamado Jacinto de Vieyra, ejecutó gratuitamente á su paso para Roma, adonde iba en peregrinación. Represéntase en ellos á San Ignacio predicando á sus paisanos, dando la bandera de la fé á San Francisco Javier, y recibiendo á San Francisco de Borja, que vestido de grande de España se arroja á sus pies. Venérase en esta capilla un dedo del santo que en ella nació y se convirtió.
Antes de pasar al colegio permítasenos decir alguna cosa sobre la historia de la Santa Casa que acabamos de reconocer. Este edificio, cuyo origen, como el de los demás solares de Guipúzcoa y Vizcaya es imposible averiguar, porque se pierde en la antigüedad mas remota, era habitado por una familia que fué creciendo en lustre y poder, hasta el punto de mantener gente en campaña, como lo acredita la caldera pendiente de llares que ostenta su escudo, insignia y blasón de ricos—hombres. Debióse la reedificación de esta casa—palacio á un abuelo de San Ignacio, quien según la costumbre de su tiempo hizo un castillo con sus correspondientes almenas.
Sabido es que el en siglo XV afligían á este pais las sangrientas discordias suscitadas por los célebres bandos Oñecino y Gamboino, y que deseando cortar na—
Para facilitar la comunicación del templo con la Santa Casa, con dos sacristías, que están al lado del altar mayor, y con el colegio, se hallan ocho puertas, sobre las cuales hay otras tantas tribunas con desproporcionados antepechos. Ni unas ni otras se ven desde el centro; porque están situadas al frente de los machones que sostienen la cúpula. Después de haber fijado la atención en los esquisitos mármoles que forman el pavimento y cubren ó empelechan, valiéndonos de esta palabra técnica, los muros y pilares hasta el anillo, pasemos á reconocer el palacio y la Santa Casa.
Saliendo por una de las ocho referidas puertas nos hallaremos en un patio estrecho, en el que, y á la derecha, se descubre un edificio cuya altura tendrá unos 56 pies. La parte inferior está labrada de piedra, y el resto hasta la cornisa de ladrillo.
Ese edificio de severo aspecto es la antigua é ilustre casa—solar de Loyola, es la Santa Casa, asi llamada por haber nacido en ella el gallardo caballero que defendió heroicamente el castillo de Pamplona, el célebre fundador de la compañía de Jesús, el bienabenlurado Iñigo de Loyola.
Una puerta con arco apuntado, sobre la cual están los blasones de la nobilísima familia de Loyola, da paso al interior, dividido en tres pisos, que todos son al presente oratorios. El del primero que fué establo, y no falla quien opina que en él nació San Ignacio por querer su madre que tuviese esta semejanza con N. S. Jesucristo, esta dedicado al Sacramento y á la Purísima Concepción. El del segundo, que era el primitivo oratorio de este palacio desde muy antiguo, tiene la circunstancia de haber celebrado en él su primera misa San Francisco de Borja. Perpetúa la memoria de este suceso un cuadro, que representa al santo duque con casulla en el acto de dar la comunion á su hijo don Juan.
Réstanos aun reconocer la parte mas notable de esta casa, que es la Santa Capilla, situada en el último suelo.
Lo rico de su ornato y el haber sido la pieza donde nació el Santo Iñigo y en la que se convirtió con la lectura de libros devotos, cuando convalecía en ella de las heridas recibidas en Pamplona, la hacen digna de la atención de los viageros. Su pavimento y las jambas de las ventanas son de esquisitos mármoles, su lecho que casi toca á la cabeza de quien le examina, está decorado con prolijos adornos y tres bajos relieves que un escultor portugués, llamado Jacinto de Vieyra, ejecutó gratuitamente á su paso para Roma, adonde iba en peregrinación. Represéntase en ellos á San Ignacio predicando á sus paisanos, dando la bandera de la fé á San Francisco Javier, y recibiendo á San Francisco de Borja, que vestido de grande de España se arroja á sus pies. Venérase en esta capilla un dedo del santo que en ella nació y se convirtió.
Antes de pasar al colegio permítasenos decir alguna cosa sobre la historia de la Santa Casa que acabamos de reconocer. Este edificio, cuyo origen, como el de los demás solares de Guipúzcoa y Vizcaya es imposible averiguar, porque se pierde en la antigüedad mas remota, era habitado por una familia que fué creciendo en lustre y poder, hasta el punto de mantener gente en campaña, como lo acredita la caldera pendiente de llares que ostenta su escudo, insignia y blasón de ricos—hombres. Debióse la reedificación de esta casa—palacio á un abuelo de San Ignacio, quien según la costumbre de su tiempo hizo un castillo con sus correspondientes almenas.
Sabido es que el en siglo XV afligían á este pais las sangrientas discordias suscitadas por los célebres bandos Oñecino y Gamboino, y que deseando cortar na—