Catedral de Palermo
nas de la antigua Siracusa, murmura una abundante fuente que es Aretusa, la que Alpheo, nuevo Leandro, venia á buscar en otro tiempo á través de las olas del mar, si hemos de dar crédito á Teócrito y á los doctores sus hermanos en imaginación. ¡Actualmente la ninfa trasformada no es mas que un lavadero de la ciudad nueva!
La Siracusa moderna, lo mismo que Catana, se halla sujeta por su proximidad al Etna, á frecuentes temblores de tierra que la originan terribles estragos, por lo cual tiene pocos monumentos, como no sea la famosa prisión llamada Oreja de Dionisio, inmensa caverna abierta en la roca, y tan sonora, que la simple rotura de un pedazo de papel produce en ella tanto ruido como cuando se da con un palo en una plancha metálica.
En medio, sobre poco mas ó menos, de la costa que mira á Africa, ocupa Girgenti sobre una alta montaña, no precisamente el lugar de la antigua Agrigento, sino el de su ciudadela. Dos recuerdos han quedado de esta ciudad de los antiguos tiempos; el de uno de sus tiranos, Phalaris, que hacia quemar á sus víctimas en un toro de metal, y el de la molicie de sus voluptuosos habitantes, dignos rivales de 1os sibaritas. «En el tiempo del esplendor de Cartago, dice uno de nuestros mejores geógrafos, fueron amenazados de un ataque por esta potencia ávida de estender sus colonias; los magistrados dispusieron que se pasase la noche en los baluartes, y que para que no estropease mucho este servicio, cada ciudadano en facción llevase consigo una tienda, un cobertor de lana y dos almohadas. Esta disciplina
La Siracusa moderna, lo mismo que Catana, se halla sujeta por su proximidad al Etna, á frecuentes temblores de tierra que la originan terribles estragos, por lo cual tiene pocos monumentos, como no sea la famosa prisión llamada Oreja de Dionisio, inmensa caverna abierta en la roca, y tan sonora, que la simple rotura de un pedazo de papel produce en ella tanto ruido como cuando se da con un palo en una plancha metálica.
En medio, sobre poco mas ó menos, de la costa que mira á Africa, ocupa Girgenti sobre una alta montaña, no precisamente el lugar de la antigua Agrigento, sino el de su ciudadela. Dos recuerdos han quedado de esta ciudad de los antiguos tiempos; el de uno de sus tiranos, Phalaris, que hacia quemar á sus víctimas en un toro de metal, y el de la molicie de sus voluptuosos habitantes, dignos rivales de 1os sibaritas. «En el tiempo del esplendor de Cartago, dice uno de nuestros mejores geógrafos, fueron amenazados de un ataque por esta potencia ávida de estender sus colonias; los magistrados dispusieron que se pasase la noche en los baluartes, y que para que no estropease mucho este servicio, cada ciudadano en facción llevase consigo una tienda, un cobertor de lana y dos almohadas. Esta disciplina
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