miércoles, marzo 10, 2010

Viage ilustrado (Pág. 458)

tomado las formas del esqueleto como un molde, y aun puede ver el viagero impreso el busto de una muger joven y fresca: era la infeliz Julia. Parece al observador que el aire debió irse cambiando gradualmente en un vapor sulfuroso, que se precipitarían hacia la puerta los habitantes de los subterráneos, mas la hallarían bloqueada esteriormente por las escorias, y en sus esfuerzos para abrirla, debieron de quedar ahogados por la atmósfera que los rodeaba.
«En el jardín se halló un esqueleto con una llave en su descarnada mano, y á su lado un talego de dinero. Se cree que era el amo de casa, el desgraciado Diomedes, que probablemente trató de huir por el jardín, y murió con los vapores ó con alguna pedrada. Al lado de algunos vasos de plata habia otro esqueleto, probablemente de un esclavo.
»Las casas de Saluslio y de Pansa, el templo de Isis con los nichos detrás de las estatuas desde donde se pronunciaban los oráculos, están espuestos en la actualidad á las miradas de los curiosos. En uno de los cuartos de ese templo se ha descubierto un enorme esqueleto con una hacha á su lado: habia echado abajo dos paredes, pero no pudo avanzar mas. En medio de la ciudad se encuentra también otro esqueleto cargado de monedas y de varios ornamentos místicos del templo de Isis. Sorprendióle la muerte en su avaricia, y Caleño pereció al mismo tiempo que Burbo. En el curso de las escavaciones se vio un esqueleto de hombre, partido por medio por una columna. Era el cráneo de tan notable conformación y sus desarrollos intelectuales y físicos presentaban tal osadía, que no ha cesado de ser la admiración de todos los adeptos de Spurzheim, que han podido contemplar aquel arruinado palacio de la inteligencia. Después de diez y ocho siglos puede contemplar el viagero aquella sala llena de galerías curiosas y de cuartos singularmente dispuestos, en medio de los que en otro tiempo pensaba, discurría y soñaba el alma criminal de Arbaus el egipcio.» (1)
Terminado el cuadro de Pompeya, vamos á dar noticia ahora de otros puntos notables, principalmente para nosotros, por los recuerdos de España que atesoran.
Fondi, Itri y Mola fueron el teatro donde se representó la última escena del sangriento drama de Cirignola y del Garigliano; la arena donde se celebraron los últimos juegos olímpicos en loor del mas valiente soldado español, del héroe andaluz del siglo XV, del Gran Capitán Gonzalo Fernandez de Córdoba.
Ya la primavera vestia de flores la campaña, y los panes crescian, y el mayo se mostraba, como dice elegantemente un cronista contemporáneo, cuando el horroroso incendio de los depósitos de la pólvora española, bastante por sí solo para desanimar al ejército quiso el cielo que fuese la antorcha de la victoria alcanzanda sobre los franceses en Cirignola, como inspiradamente dijo el bizarro general de nuestras armas. La derrota de los contrarios fué tal, que tuvieron hasta cuatro mil muertos sobre el campo, contándose entre ellos el general en gefe del ejército, sin que llegase á un ciento el número de víctimas de los españoles. Tan precipitada fué la fuga que emprendieron los franceses, que sin orden ni concierto se vió á unos tomar la vuelta de la Venosa, seguidos del intrépido Diego García de Paredes, y á otros 1a de Capúa, llevando al alcance á sus vencedores, hasta coger el camino de Gaeta. Al tratar de la célebre batalla de Cirignola, refieren las crónicas una anécdota curiosísima. Próspero Colonna, siendo uno de los que con mas ardimiento cargaron á los franceses, logró apoderarse de la tienda del general en gefe, que como hemos dicho, murió de la bala de un arcabuz, y alli partió con los suyos la suntuosa y opípara cena que en un riquísimo aparador de plata dorada habian preparado los contrarios para celebrar el triunfo. Despues del banquete, se arrojó en una magnífica cama que encontró á propósito para descansar de las fatiga de la jornada. Esta tardanza puso en gran conflicto por la suerte de Próspero á su hermano Fabricio y al Gran Capitán, hasta que con el nuevo sol se presentó aquel ufano y contento en el campo español, disipando las angustias en que estos habían pasado la noche.
A poco de la segunda derrota que los franceses sufrieron en las memorables márgenes del Garigliano, donde ya alcanzó finalmente Gonzalo Fernandez de Córdoba la completa conquista del rico y floreciente reino de Nápoles, volvemos á ver á aquellos en ese pintoresco camino que ya iban animando los primeros respiros del alba; pero otra vez los hallamos desalentados, después de haber embarcado su artillería; corriendo en busca de un punto algo favorable para hacer el último esfuerzo y dejar mas honrado el nombre de la Francia. Pero los heroicos golpes que constantemente les iba dando la caballería española, y aun la infantería del valentísimo conde Pedro Navarro, los pusieron en la mas vergonzosa dispersion, siendo aun mayor el destrozo que sufrían de sus mismos caballos, entre los que en confuso remolino corrian mezclados los infantes, sin atender á las leyes de la disciplina ni á los preceptos de sus gefes, que en vano se esforzaban por apartar siquiera el estrago que hacia entre ellos tan desordenada huida, que no ha podido menos de dejar un triste renombre en los fastos de nuestras conquistas en Italia.
Por fin consiguieron reponerse algún tanto en Mola di Gaeta, y aquí lidiaron con ventaja unos momentos. El Gran Capitán, viendo la osadía del enemigo, que no era mas que la última llamarada de una luz que va á estinguirse, la postrera convulsion del moribundo, habló á los suyos con voz de trueno, y cargando con la velocidad del rayo, causó una completísima derrota en los franceses, les mató uno de sus mas escogidos capitanes, y los obligó á acogerse con las últimas reliquias de su ejercito dentro de los muros de Gaeta.
Continuemos nuestro camino, y sigamos al mismo tiempo con la imaginación el postrer lauro por nuestras armas al coronar por completo su gloriosa y señalada conquista. La consternación y el espanto reina en las tropas francesas que huyen despavoridas hacia esta última ciudad. Por alli, Gonzalo Fernandez de Córdoba lleva la desolación y la muerte al corazón de las huestes enemigas; por el otro lado Pedro de Paz y el conde Pedro Navarro les han cortado la retirada, y la sangre francesa corre á torrentes por entre las sinuosidades de los montes Fornianos; más allá, García de Paredes y Diego de Mendoza, cansados de la horrorosa carnicería, intiman la rendicion á su con—


(1) Ya hemos indicado que el lector debe prescindir aquí de los nombres propios; y atender solo á los objetos á quienes se aplican, encontrados todos en la ciudad de Pompeya.

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