trario, y por centenares, y aun por miles, aumenta el número de los prisioneros, hasta que en medio de tantas ruinas se levantan los gritos de victoria. Aquellas hermosas naves españolas, que como bellísimos cisnes resbalan sobre las tranquilas aguas del golfo, nos traen á la memoria una curiosa anécdota, que demuestra el sosegado y el agudo ingenio de que solia hacer alarde el Gran Capitan, aun en los mas críticos momentos. Concluida la jornada que acabamos de citar, los españoles repararon en una barquilla qua velozmente se acercaba hacia la arena: dentro de ella, distinguiase á Cervellon, caballero catalán, vestido de todas armas. Al verlo Diego Mendoza, preguntó quién era aquel que tan á deshora y cubierto de acero desde las uñas hasta los dientes venia hacia la orilla. Riendo el Gran Capitan por la tardanza de Cervellon y queriéndola, sin embargo, reproducir con un epigrama inolvidable, contestó, aludiendo á las lucecillas que suelen ver los marineros entre la arboladura de los buques, después de pasada la tormenta: «Como sois corto de vista, no habéis podido distinguir, mi buen Mendoza, que aquella aparición es, ni mas ni menos, que San Telmo, que se presenta en las gavias.»
Estrechadas asi, y derrotadas y confundidas las armas francesas, bajo las garras del valeroso león de Castilla, no les quedaba ya mas amparo que decidirse á rendir la ciudad, si las reliquias de aquel ejército no habían de sepultarse entre el polvo de una tierra, tan venturosa siempre para los españoles. El laurel de la conquista se alzaba lozano sobre la tostada frente del Gran Capitán, y la última hora de la Francia había sonado desde la encrespada cumbre de los Abruzaos hasta las tranquilas y deliciosas riberas de la Sicilia. Todos los cuidados de los enemigos se dirigieron desde entonces á disponerse para el rendimiento de la ciudad, y solo este pensamiento, comunicado por el general en gefe y acogido como única aurora de salvación entre los soldados, fué lo que pudo reanimar algún tanto á aquellos infelices
A otro día fueron al campo español, con el fin de estipular las condiciones del rendimiento de la ciudad, tres capitanes en representación de las tres nacionalidades que figuraban en el ejército sitiado, franceses, suizos é italianos. En brevísimas palabras acordaron que entregarían á Gaeta con la artillería y las vituallas, y que ellos tomarían la vuelta de Francia por mar ó por tierra, con la única condición de que los caballeros llevasen sus caballos, y los peones conservasen sus espadas y sus picas; estas sin aceros. Asi desalojaron pobre y miserablemente á Gaeta los que tuvieron la osadía de medir sus armas con las del Gran Capitán, dejando en manos de este, como una preciosísima perla con que ornar la brillante corona de Castilla, enriquecida ya á la sazón con el Nuevo Mundo que le había conquistado el célebre almirante genovés, nada menos que la hermosísima tierra que acarician á porfía las aguas del Mediterráneo y del Adriático.
Dolorido Gonzalo Fernandez de Córdoba de la mala estrella de los vencidos, capitán, que sea dicho de paso, tuvo por sistema en toda su vida ahorrar el derramamiento de sangre, y ser liberal y compasivo con todos, los mandó proveer de cuantos medios les fuesen indispensables para su humilde retirada, y especialmente de caballos. Con tan hidalgo proceder contrastó extraordinariamente la ingratitud del general Daubeni, quien con tono sarcástico y con el ánimo de un hombre que quiere venir de nuevo á las manos, le dijo: «Os ruego que nos proveáis de buenos caballos, que no solamente puedan llevarnos á Francia, sino traernos otra vez á Italia.» El Gran Capitán le contestó con habla arrogante y corazón levantado: «Los mismos vestidos y caballos y salvo–conducto que os doy para retiraros á Francia, os ofrezco para tornar á Italia, el día que queráis probar nuevamente los botes de mi lanza.»
La desnudez, el frió, el hambre, la miseria, y por último, hasta la degradación, acompañaron á los vencidos, que tomaron por tierra la vuelta, de la Francia, y no fueron pocos los que habiendo tenido la fortuna de escapar de los mosquetes españoles, no pudieron resistir las calamidades que los persiguieron, sucumbiendo á la muerte. Mas desdichados aun los capitanes que los soldados, se vieron espuestos á las mismas desgracias de estos, viendo aumentar sus dolores hasta llevarlos al sepulcro, á unos el remordimiento, á otros el ver empañado el brillo de pasadas glorias y a todos la vergüenza y el oprobio que sufrieron allí donde esperaban encontrar un dilatado palenque para sus triunfos.
Volvamos ya la vista hacia Gaeta, hacia esa rejuvenecida ninfa del Mediterráneo, hacia esa ciudad que es mas antigua que Roma, puesto que fué fundada por Eneas, que la consagró á su nodriza Cajeta. En otro tiempo estuvo esclusivamente bajo la dominación de sus duques, siendo luego incorporada al reino de Nápoles, por lo que recibieron sus príncipes en cambio otras tierras del interior. En la actualidad tiene una población de 10,000 almas. Aquella torre, vulgarmente llamada de Orlando, que se eleva sobre el monte Corvo, es la tumba de Lucio Manuzio Planeo, erigida diez y seis años antes de Jesucristo: aquella otra que lleva el nombre de Latratina, pasa por ser el palpable recuerdo de un antiguo templo de Mercurio. Esas notables fortificaciones que hicieron inexpugnable á la ciudad por la parte de tierra, hasta que la tomó Massena, fueron sacadas de cimientos por Antonino Pio, levantadas por Alfonso de Aragón en 1440, y restauradas posteriormente por el emperador Carlos V. Al lado de unas miserables ruinas está el Formianum, lugar de retiro de Cicerón. Aqui murió el célebre orador latino, bajo el puñal homicida de un miserable á quien en otro tiempo había favorecido. Aquel importante castillo sirve de tumba al condestable de Borbon, muerto en 1328 en el cerco de Roma. En una palabra, cada uno de esos parapetos recuerda un acontecimiento notable, ó un nombre digno de conmemoración honrosa. No debemos pasar en silencio el grande hecho de armas que tanto se distingue entre los muchos que han dado celebridad á Gaeta: aludimos al asedio de ingleses y austriacos en 1815. La catedral, dedicada á San Erasmo, encierra entre otras cosas notables, un grandioso monumento antiguo, algunos bajos relieves de mucho mérito, una de las columnas del templo de Salomon, un bello cuadro de Paolo Veronés, y el magnífico estandarte regalado á don Juan de Austria por el pontífice Pio V, en premio del glorioso lauro alcanzado en la batalla naval de Lepanto.
Nos hemos detenido en estos recuerdos históricos por lo mucho que interesan á España, y también porque los estrangeros en sus impertinentes descripciones afectan haber olvidado, que apenas hay un pais en
Estrechadas asi, y derrotadas y confundidas las armas francesas, bajo las garras del valeroso león de Castilla, no les quedaba ya mas amparo que decidirse á rendir la ciudad, si las reliquias de aquel ejército no habían de sepultarse entre el polvo de una tierra, tan venturosa siempre para los españoles. El laurel de la conquista se alzaba lozano sobre la tostada frente del Gran Capitán, y la última hora de la Francia había sonado desde la encrespada cumbre de los Abruzaos hasta las tranquilas y deliciosas riberas de la Sicilia. Todos los cuidados de los enemigos se dirigieron desde entonces á disponerse para el rendimiento de la ciudad, y solo este pensamiento, comunicado por el general en gefe y acogido como única aurora de salvación entre los soldados, fué lo que pudo reanimar algún tanto á aquellos infelices
A otro día fueron al campo español, con el fin de estipular las condiciones del rendimiento de la ciudad, tres capitanes en representación de las tres nacionalidades que figuraban en el ejército sitiado, franceses, suizos é italianos. En brevísimas palabras acordaron que entregarían á Gaeta con la artillería y las vituallas, y que ellos tomarían la vuelta de Francia por mar ó por tierra, con la única condición de que los caballeros llevasen sus caballos, y los peones conservasen sus espadas y sus picas; estas sin aceros. Asi desalojaron pobre y miserablemente á Gaeta los que tuvieron la osadía de medir sus armas con las del Gran Capitán, dejando en manos de este, como una preciosísima perla con que ornar la brillante corona de Castilla, enriquecida ya á la sazón con el Nuevo Mundo que le había conquistado el célebre almirante genovés, nada menos que la hermosísima tierra que acarician á porfía las aguas del Mediterráneo y del Adriático.
Dolorido Gonzalo Fernandez de Córdoba de la mala estrella de los vencidos, capitán, que sea dicho de paso, tuvo por sistema en toda su vida ahorrar el derramamiento de sangre, y ser liberal y compasivo con todos, los mandó proveer de cuantos medios les fuesen indispensables para su humilde retirada, y especialmente de caballos. Con tan hidalgo proceder contrastó extraordinariamente la ingratitud del general Daubeni, quien con tono sarcástico y con el ánimo de un hombre que quiere venir de nuevo á las manos, le dijo: «Os ruego que nos proveáis de buenos caballos, que no solamente puedan llevarnos á Francia, sino traernos otra vez á Italia.» El Gran Capitán le contestó con habla arrogante y corazón levantado: «Los mismos vestidos y caballos y salvo–conducto que os doy para retiraros á Francia, os ofrezco para tornar á Italia, el día que queráis probar nuevamente los botes de mi lanza.»
La desnudez, el frió, el hambre, la miseria, y por último, hasta la degradación, acompañaron á los vencidos, que tomaron por tierra la vuelta, de la Francia, y no fueron pocos los que habiendo tenido la fortuna de escapar de los mosquetes españoles, no pudieron resistir las calamidades que los persiguieron, sucumbiendo á la muerte. Mas desdichados aun los capitanes que los soldados, se vieron espuestos á las mismas desgracias de estos, viendo aumentar sus dolores hasta llevarlos al sepulcro, á unos el remordimiento, á otros el ver empañado el brillo de pasadas glorias y a todos la vergüenza y el oprobio que sufrieron allí donde esperaban encontrar un dilatado palenque para sus triunfos.
Volvamos ya la vista hacia Gaeta, hacia esa rejuvenecida ninfa del Mediterráneo, hacia esa ciudad que es mas antigua que Roma, puesto que fué fundada por Eneas, que la consagró á su nodriza Cajeta. En otro tiempo estuvo esclusivamente bajo la dominación de sus duques, siendo luego incorporada al reino de Nápoles, por lo que recibieron sus príncipes en cambio otras tierras del interior. En la actualidad tiene una población de 10,000 almas. Aquella torre, vulgarmente llamada de Orlando, que se eleva sobre el monte Corvo, es la tumba de Lucio Manuzio Planeo, erigida diez y seis años antes de Jesucristo: aquella otra que lleva el nombre de Latratina, pasa por ser el palpable recuerdo de un antiguo templo de Mercurio. Esas notables fortificaciones que hicieron inexpugnable á la ciudad por la parte de tierra, hasta que la tomó Massena, fueron sacadas de cimientos por Antonino Pio, levantadas por Alfonso de Aragón en 1440, y restauradas posteriormente por el emperador Carlos V. Al lado de unas miserables ruinas está el Formianum, lugar de retiro de Cicerón. Aqui murió el célebre orador latino, bajo el puñal homicida de un miserable á quien en otro tiempo había favorecido. Aquel importante castillo sirve de tumba al condestable de Borbon, muerto en 1328 en el cerco de Roma. En una palabra, cada uno de esos parapetos recuerda un acontecimiento notable, ó un nombre digno de conmemoración honrosa. No debemos pasar en silencio el grande hecho de armas que tanto se distingue entre los muchos que han dado celebridad á Gaeta: aludimos al asedio de ingleses y austriacos en 1815. La catedral, dedicada á San Erasmo, encierra entre otras cosas notables, un grandioso monumento antiguo, algunos bajos relieves de mucho mérito, una de las columnas del templo de Salomon, un bello cuadro de Paolo Veronés, y el magnífico estandarte regalado á don Juan de Austria por el pontífice Pio V, en premio del glorioso lauro alcanzado en la batalla naval de Lepanto.
Nos hemos detenido en estos recuerdos históricos por lo mucho que interesan á España, y también porque los estrangeros en sus impertinentes descripciones afectan haber olvidado, que apenas hay un pais en
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