nos. La prudencia y política del cónsul Mételo lograron estinguir casi totalmente estas animosidades; pero su sucesor Quinto Pompeyo, habiendo querido exigir de los numantinos que violasen las leyes de la hospitalidad y del parentesco, entregándole unos rebeldes que en su ciudad se habían acogido, volvió á empeñarse una guerra tan desastrosa como dilatada, en la que los romanos fueron varias veces batidos y humillados por los heroicos numantinos, hasta que P. Escipion Emiliano, convirtió en bloqueo el sitio de la ciudad, no atreviéndose á esperar al enemigo á campo abierto, y logró por este medio no triunfar de aquellos gallardos españoles, que prefirieron darse la muerte por no suscribir á una paz vergonzosa, y á ejemplo de los de Sagunto dejaron al vencedor por único despojo de su victoria los escombros de una ciudad asolada y los cadáveres estenuados de sus moradores.
Siguióse á estas conmociones una aparente tranquilidad, turbada á veces por pequeños movimientos que indicaban estar comprimido, pero no apagado, el fuego de la independencia. Suscitada la guerra civil entre Pompeyo y César, volvió España á ser teatro de nuevas calamidades; pero la batalla de Munda que entregó a César la diadema del imperio romano, restituyó la paz á la Iberia, y desde aquella época fueron acostumbrándose sus moradores á sufrir un yugo que no tenian esperanzas de sacudir impunemente. Dividieron á la España sus conquistadores en dos partes, la Citerior, ó mas vecina á la metrópoli del imperio, y la Ulterior ó mas distante, y subdividiéronla en tres provincias: Tarraconense, Bética y Lusitania; pero siendo estas demasiado estensas fué preciso sub—dividirlas en varias chancillerías. La provincia Tarraconense era la mayor; formaba sus límites el rio Duero desde Oporto hasta donde concluye con el Esla: todo lo comprendido entre el Duero y el mar Cantábrico correspondia á esta provincia. Desde el punto de confluencia espresado, corrían sus límites por Salamanca y por el Oriente de Avila, cortando el Tajo al Occidente de Talavera: de allí seguían hasta el Guadiana y descendiendo por Almadén, atravesaba el Bétis cerca de Cazorla, dirigiéndose hasta Mujacar en la costa del Mediterráneo: todo el terreno dentro de esta línea formaba la provincia Tarraconense.
La Bética abrazaba el país contenido desde las bocas del Guadiana y su corriente hasta cerca del Carcuvium por Occidente y Septentrión. La Lusitania estaba cerrada al O. por el Occéano desde las bocas del Guadiana hasta el Duero. Este rio la limitaba por el N. como el Guadiana por el S. Su línea oriental cortaba el Guadiana en Carcuvium, y atravesando el Tajo por Talavera subia en busca de la confluencia del Esla y del Duero que la separaban de la Tarraconense.
Para el gobierno de estas provincias establecieron los romanos varias chancillerías ó conventos jurídicos; siete en la España Citerior y cuatro en la Ulterior; pero llegaba á pasos agigantados el período de disolución de un imperio que por tantos siglos había dictado leyes al género humano. El último paso que da un Estado hacia su prosperidad es el primero de su decadencia. Las causas destructoras se multiplicaron con la ostensión de sus conquistas, y asi que el tiempo y la corrupción removieron los puntales de las virtudes á que debia el imperio romano su engrandecimiento, cedió aquel estupendo edificio á su propio peso. La invasion de los pueblos del Norte cogió á los romanos desapercibidos, y sin conocer ni la ostensión del peligro ni el número de sus enemigos. Los godos, nación inculta que habitaba á la otra parte del Danubio, arrojados de su pais y perseguidos por pueblos aun mas feroces que ellos mismos, vinieron de improviso á inundar las provincias romanas bajo el imperio de Valente. El célebre Alarico, conduciendo los godos á la victoria, tomó á Roma, y abrió de este modo á los bárbaros el camino del triunfo y del pillage; hordas numerosas de suevos, vándalos y alanos procedemos de las selvas de Germania, vinieron con los godos a invadir á España á principios del siglo V, y arruinaron esta provincia del imperio romano. Atraídos por la fecundidad y riquezas del pais, se esparcieron por lo que hoy llamamos Castilla la Vieja, Asturias, Galicia, Estremadura y Andalucía baja. Todas las calamidades acompañaban la marcha de aquellos hombres feroces; la guerra, el hambre y la peste convirtieron á España en una especie de desierto hasta que los bárbaros cansados de matanza se enlazaron con los habitantes del pais. La mayor parte de Galicia y Asturias cupieron en suerte á Hermenerico rey de los suevos, y los vándalos ocuparon el resto, hacia la parte occidental. Alacio, rey de los alanos, se apoderó de la Lusitania, y los vándalos acaudillados por Gundérico, tomaron después para sí la mayor parte de la Bélica, conocida desde entonces con el nombre de Vandalucía, que ha conservado después suprimida la primera letra. En el año 414 de J. C. entró en España Ataulfo, primer rey godo, y se estableció en Barcelona; pero habiendo sido asesinado el año siguiente por los godos mismos, le sucedió Sigerico, que al sétimo dia de su reinado murió á manos de sus propios electores. En el año 583 se apoderaron los visigodos de casi toda la Península, acaudillados por Leovigildo, cuyas victorias sobre los suevos establecieron su reputación militar, al paso que mancilló su nombre el haber dado muerte a su hijo San Hermenegildo porque profesaba la fé católica. Diez y siete príncipes de la misma raza ocuparon el trono sucesivamente, hasta que en 710 se apoderó de la corona don Rodrigo, arrancándola de las sienes del tirano Witiza; los dos hijos de este huyeron á Ceuta para sustraerse de la cruel venganza del monarca usurpador y comunicaron sus temores y resentimientos á su tio don Opas, arzobispo de Sevilla, y al gobernador de la referida colonia. El hecho de la violacion por Rodrigo de la hija del conde don Julian, que algunos autores ponen en duda, determinó á éste á pasar á Africa, donde imploró el auxilio de los sarracenos para destronar al rey. Aprovechó Muza, que gobernaba aquellos paises en calidad de teniente del califa Ulid, la buena ocasión que se le presentaba para añadir la España á los dominios de su señor; verificóse la invasion, y el rey godo que cometió la imprudencia de arriesgarlo todo en una sola batalla, hizo frente al enemigo en las márgenes del Guadalete; al principio la victoria se decidió por los cristianos, pero la traición de don Opas que mandando una division se pasó con ella á los infieles, dio el triunfo a estos, y Rodrigo fué á ocultar su vergüenza en las aguas del Guadalete, aunque hay autores que suponen que se ocultó en Portugal, fundados en una inscripción que se encontró sobre una lápida en Viseo que decía: «Aquí yace Rodrigo último rey godo.»
Dominada España por los sarracenos, un puñado de valientes, desdeñando el yugo enemigo, huyeron
Siguióse á estas conmociones una aparente tranquilidad, turbada á veces por pequeños movimientos que indicaban estar comprimido, pero no apagado, el fuego de la independencia. Suscitada la guerra civil entre Pompeyo y César, volvió España á ser teatro de nuevas calamidades; pero la batalla de Munda que entregó a César la diadema del imperio romano, restituyó la paz á la Iberia, y desde aquella época fueron acostumbrándose sus moradores á sufrir un yugo que no tenian esperanzas de sacudir impunemente. Dividieron á la España sus conquistadores en dos partes, la Citerior, ó mas vecina á la metrópoli del imperio, y la Ulterior ó mas distante, y subdividiéronla en tres provincias: Tarraconense, Bética y Lusitania; pero siendo estas demasiado estensas fué preciso sub—dividirlas en varias chancillerías. La provincia Tarraconense era la mayor; formaba sus límites el rio Duero desde Oporto hasta donde concluye con el Esla: todo lo comprendido entre el Duero y el mar Cantábrico correspondia á esta provincia. Desde el punto de confluencia espresado, corrían sus límites por Salamanca y por el Oriente de Avila, cortando el Tajo al Occidente de Talavera: de allí seguían hasta el Guadiana y descendiendo por Almadén, atravesaba el Bétis cerca de Cazorla, dirigiéndose hasta Mujacar en la costa del Mediterráneo: todo el terreno dentro de esta línea formaba la provincia Tarraconense.
La Bética abrazaba el país contenido desde las bocas del Guadiana y su corriente hasta cerca del Carcuvium por Occidente y Septentrión. La Lusitania estaba cerrada al O. por el Occéano desde las bocas del Guadiana hasta el Duero. Este rio la limitaba por el N. como el Guadiana por el S. Su línea oriental cortaba el Guadiana en Carcuvium, y atravesando el Tajo por Talavera subia en busca de la confluencia del Esla y del Duero que la separaban de la Tarraconense.
Para el gobierno de estas provincias establecieron los romanos varias chancillerías ó conventos jurídicos; siete en la España Citerior y cuatro en la Ulterior; pero llegaba á pasos agigantados el período de disolución de un imperio que por tantos siglos había dictado leyes al género humano. El último paso que da un Estado hacia su prosperidad es el primero de su decadencia. Las causas destructoras se multiplicaron con la ostensión de sus conquistas, y asi que el tiempo y la corrupción removieron los puntales de las virtudes á que debia el imperio romano su engrandecimiento, cedió aquel estupendo edificio á su propio peso. La invasion de los pueblos del Norte cogió á los romanos desapercibidos, y sin conocer ni la ostensión del peligro ni el número de sus enemigos. Los godos, nación inculta que habitaba á la otra parte del Danubio, arrojados de su pais y perseguidos por pueblos aun mas feroces que ellos mismos, vinieron de improviso á inundar las provincias romanas bajo el imperio de Valente. El célebre Alarico, conduciendo los godos á la victoria, tomó á Roma, y abrió de este modo á los bárbaros el camino del triunfo y del pillage; hordas numerosas de suevos, vándalos y alanos procedemos de las selvas de Germania, vinieron con los godos a invadir á España á principios del siglo V, y arruinaron esta provincia del imperio romano. Atraídos por la fecundidad y riquezas del pais, se esparcieron por lo que hoy llamamos Castilla la Vieja, Asturias, Galicia, Estremadura y Andalucía baja. Todas las calamidades acompañaban la marcha de aquellos hombres feroces; la guerra, el hambre y la peste convirtieron á España en una especie de desierto hasta que los bárbaros cansados de matanza se enlazaron con los habitantes del pais. La mayor parte de Galicia y Asturias cupieron en suerte á Hermenerico rey de los suevos, y los vándalos ocuparon el resto, hacia la parte occidental. Alacio, rey de los alanos, se apoderó de la Lusitania, y los vándalos acaudillados por Gundérico, tomaron después para sí la mayor parte de la Bélica, conocida desde entonces con el nombre de Vandalucía, que ha conservado después suprimida la primera letra. En el año 414 de J. C. entró en España Ataulfo, primer rey godo, y se estableció en Barcelona; pero habiendo sido asesinado el año siguiente por los godos mismos, le sucedió Sigerico, que al sétimo dia de su reinado murió á manos de sus propios electores. En el año 583 se apoderaron los visigodos de casi toda la Península, acaudillados por Leovigildo, cuyas victorias sobre los suevos establecieron su reputación militar, al paso que mancilló su nombre el haber dado muerte a su hijo San Hermenegildo porque profesaba la fé católica. Diez y siete príncipes de la misma raza ocuparon el trono sucesivamente, hasta que en 710 se apoderó de la corona don Rodrigo, arrancándola de las sienes del tirano Witiza; los dos hijos de este huyeron á Ceuta para sustraerse de la cruel venganza del monarca usurpador y comunicaron sus temores y resentimientos á su tio don Opas, arzobispo de Sevilla, y al gobernador de la referida colonia. El hecho de la violacion por Rodrigo de la hija del conde don Julian, que algunos autores ponen en duda, determinó á éste á pasar á Africa, donde imploró el auxilio de los sarracenos para destronar al rey. Aprovechó Muza, que gobernaba aquellos paises en calidad de teniente del califa Ulid, la buena ocasión que se le presentaba para añadir la España á los dominios de su señor; verificóse la invasion, y el rey godo que cometió la imprudencia de arriesgarlo todo en una sola batalla, hizo frente al enemigo en las márgenes del Guadalete; al principio la victoria se decidió por los cristianos, pero la traición de don Opas que mandando una division se pasó con ella á los infieles, dio el triunfo a estos, y Rodrigo fué á ocultar su vergüenza en las aguas del Guadalete, aunque hay autores que suponen que se ocultó en Portugal, fundados en una inscripción que se encontró sobre una lápida en Viseo que decía: «Aquí yace Rodrigo último rey godo.»
Dominada España por los sarracenos, un puñado de valientes, desdeñando el yugo enemigo, huyeron