lunes, octubre 26, 2009

Viage ilustrado (Pág. 440)

Danza campestre, en Nápoles

ñor, el cual cesó por mandato de Clemente VIII.
La iglesia fué reedificada por los canónigos lateranenses, según el diseño de Pietro di Marino, arquitecto napolitano. Su forma es la de una cruz latina, con ocho capillas laterales, dos en el centro, y una al lado del altar mayor: la arquitectura es de orden corintio. Sus bellas pinturas y esculturas son de Giovanda Nola, Bernardo Lanca, Girolamo Santacroce, Francisco Saverio, y Cándido é Baltassare Ricca. Desde una capilla se desciende á la casa, oratorio y sepulcro de Santa Cándida. En la sacristía se ven unos armarios de nogal bien tallados, y un altar en el fondo con frontispicio de mármol, adornado de delicados arabescos. Al Oriente de la iglesia está el convento de franciscanos, residencia del provincial de la orden, en cuya biblioteca se conserva una escelente pintura en tabla que representa á la Virgen con el Niño y cuatro ángeles dentro de un templete de cuatro columnas obra única que se conoce en Nápoles de Protasio de Crivelli, artista valiente de 1497. En el mismo convento de paños ordinarios dirigida por un hermano de la orden, para el consumo de los hábitos de los frailes.
En los primeros siglos de la era vulgar se edificó una pequeña iglesia en la plaza de Montorio con la advocación de San Severino, á la cual se trasportó en el año 910 desde la isla del Salvador, el cuerpo del santo titular, y diez años después el de San Sosio, hallado en la antigua Miseno, tomando por consecuencia, los nombres de entrambos santos, cuyos restos se condujeron en 1808 á Fratta. En 1490 fue reedificada la iglesia bajo el diseño de Francisco Mormando, célebre arquitecto que luego vino a España protegido por Fernando el Católico; algun tiempo

sábado, octubre 24, 2009

Viage ilustrado (Pág. 439)

capote. Si mueven un brazo, si levantan un poco la cabeza, es para apurar un gran plato de maccharoni cubiertos de queso de la Cerdeña. Si se alzan del suelo es para ir á mover perezosamente los remos de su barquilla, ó para correr como águilas en defensa de su rey. Su juego favorito, que creemos se llama la morra, consiste en ponerse dos, uno enfrente de otro, con la mano derecha cerrada y puesta sobre el hombro: al verlos asi, cualquiera se figuraría que eran dos gladiadores que iban á acometerse; nada de eso, de pronto tenderán los brazos pronunciando cada cual, con un grito enorme, el número que supone ha de señalar el otro con los dedos; el que acierta tantas veces mas que el contrario, es el que gana la partida. Otro entretenimiento muy delicioso para ellos se reduce á admirar las gracias del pulcinella, ó á formar corro alrededor del cantor, que con el libro en la mano, declama con ridículos ademanes los poemas del Tasso y de Ariosto. Esto les produce un verdadero entusiasmo: asi, pues, Reinaldo es su héroe favorito, lo aman con estraordinario cariño. Por eso saben de memoria la Jerusalen libertada, como los helenos sabían la Iliada. En estos sitios suele verse el corriciolo, ese ligerísimo carruage de grandes ruedas y vivísimos colores, que ha inspirado á Alejandro Dumas el título de una de sus obras. En él montan hasta diez y ocho personas algunas veces, aunque mas comunmente diez ó doce, y tirado por un solo caballo, corre como un rayo hasta Pórtici, Resina ó Castellamare.
La religion es lo que debe ser para los napolitanos, lo que debiera ser para otros pueblos que se juzgan estar en mas alto grado de cultura. Pero la civilización, como se comprende en nuestra época, lleva en pos de sí á la desmoralización. El primer dia que vimos una función de iglesia en Nápoles, nos asombró el lujo que brillaba por todas partes: largas y ricas cortinas de seda blancas, encarnadas y celestes, bajaban desde la mitad del lecho en pintorescos pabellones hasta los altares; á pesar de las abrazaderas de oro con que se formaban tan caprichosos pliegues, las colgaduras se mecian azotadas por el viento en agradables ondulaciones; las señoras, especialmente, lucian sus gracias entre ricos aderezos de perlas y hermosos trages de seda guarnecidos de finísimos encajes. Al principio creímos encontrarnos en un salon de baile: fuimos injustos, porque la compostura y recogimiento que luego notamos, nos convencieron de que nada es mas digno que, al rendir homenage un cristiano al Dios trino y uno, arrastre por el templo las sedas y los terciopelos que la inmoralidad ha señalado esclusivamente para los bailes, como si desmerecieran sus matices con el purísimo aroma del incienso al rozarse con la piedra santa de los altares.
La sedería es una de las manufacturas mas importantes de Nápoles: el gró y el tafetán que produce, se estiman mucho en todas las ciudades de Europa. Otras varias telas escelentes son también conocidas en el comercio. El coral, entre otras piedras preciosas, contribuye á formar gran parte de su riqueza. Los principales ramos de importación consisten en café, azúcar, especias, papel, tabaco, tinte, lienzos, paños y otras telas de lana, y por fin, algunos objetos de lujo; la esportacion, en seda cruda y en tejas, aceite, naranjas, limones, algodón, cáñamo, nuez de agallas, lino, azafrán, almendras, cuerdas para instrumentos músicos, pieles de cabras y corderos, y por último, aguardientes y vinos, sin olvidar el escelente lacryma Christi. Pero en general puede decirse que Nápoles elabora y fabrica tanto como corresponde á su rango de tercera capital de Europa.
He aqui trazado en pocas palabras un ligerísimo bosquejo de Nápoles, que hemos considerado indispensable antes de pasar á cada una de sus mas peregrinas preciosidades. La población tiene cerca de una legua de estension de N. á S., media de E. á O. y tres de perímetro. ¡Pero cuántas bellezas se encierran en ese espacio, en medio de ese delicioso vergel del universo y bajo un cielo tan hermoso! ¡Cuánto se goza á la sombra de sus palacios en un dia del estío! ¡Cuánto se disfruta en sus campos en uno de los mas crudos del invierno! ¡Cuánto se siente en su golfo á la luz de la luna, cuando esta se asoma por entre las vides y los laureles de la tumba de Virgilio! ¡Qué mucho que el dichoso hijo de esa tierra, diga al viagero que toca en su puerto: Veder Napoli e poi moriré! Tacha un francés de exagerado al napolitano, porque en su entusiasmo por su patria ha compuesto esa sencilla frase: pues bien, el autor de esta obra, que á la calidad de ser hijo de Sevilla, la encantadora capital de Andalucía, reúne la circunstancia de ser bastante joven, y por lo tanto, tiene los dos títulos para poder exagerar impunemente, confiesa, que al sentir las primeras impresiones en Nápoles, no satisfecho con pronunciar aquella frase, inventó otra que murmuraba á todas horas, de este modo: ¡Veder Napoli, e poi vivere in Napoli, e dopo d’un secólo morire in Napoli!
Hagamos una ligerisima escursion á los principales templos de Nápoles, y en ellos hallaremos tantas bellezas antiguas y tantos monumentos modernos como encierra esta capital bajo el artesón de sus sagrados recintos. Cerca de trescientas iglesias pueden numerarse hoy en la pagana Parténope, contando en los claustros de sus conventos hasta 10,000 frailes y curas, y 45,000 monjas: pero no todas aquellas merecen los tributos de la admiración de los viageros, si bien no son pocas las que contienen bellezas artísticas de primer orden. Recorramos solamente estas, siguiendo las fechas de su fundación.
Dos son las iglesias primitivas, San Pietro ad Aram y Santos Severino é Sosio: aquella, según una antigua y piadosa tradición, está considerada como la cuna del cristianismo en Nápoles, por haber sido el lugar donde San Pedro y San Marcos erigieron un altar el año noveno de nuestra era. Ese antiguo monumento se conserva en grande estima, y de él tomó el nombre de templo que posteriormente se construyó en el mismo sitio. A instancia de Alfonso I de Aragón, Nicolás V lo puso á disposición de los canónigos regulares lateranenses, los cuales á su partida de Nápoles en 1799 lo dejaron á los hermanos de San Francisco, en cuyo poder se conserva hoy. La antigua ara apostólica de que hemos hecho mención se conserva en el atrio de la iglesia, custodiada por una cubierta de hermosas columnas y preciosos mármoles, en que hay un lindo bajo relieve que representa á San Pedro en el mar, y sobre el altar un fresco de un buen pintor del siglo XVI, que figura á este apóstol en el acto de la consagración de la hostia. El fresco en que dos obispos imitan el acto de abrir una puerta con martillos, recuerda el antiquísimo privilegio que gozaba este templo, en atención á su origen, de abrirse en el año santo en la vigilia de la Natividad del Se–

jueves, octubre 15, 2009

Viage ilustrado (Pág. 438)

de libros, de objetos curiosos de cualquiera clase? Pues no os mováis del sofá; dad una campanillazo, decid dos palabras al criado, y antes de diez minutos tendréis tantos comerciantes como habéis necesitado, que abren sus cajas, y os estenderán sobre la cama, la consola, las sillas y el suelo, veinte ejemplares de cada cosa, os lo darán todo por poco dinero, pero os harán comprar mucho, que para eso os han ofrecido instantáneamente el pintoresco panorama de feria. ¿Queréis un frac? Pues lo tendréis concluido en un santiamén, y tan bien hecho y elegante como el que lleva el príncipe de Salerno. ¿Un cicerone? pues al instante vendrá uno que ofrecerá tantas noticias como los manuscritos mas raros de la biblioteca Brancaccia; pero provisionalmente podéis serviros de cualquiera, porque en Nápoles todos saben quien fué Virgilio, que hay de notable en Pompeya, y en que día y hora nació Torcuato Tasso.
El suave trato de los napolitanos, la cariñosa atención de sus hermosas mugeres, y hasta el respeto con que los hijos del pueblo saludan al estrangero, dándole el tratamiento de escelencia, hacen mas apreciable su compañía. No se crea que con este saludo se humilla al pobre; al contrario, sus finos modales le hacen mas estimado del viagero. La esperiencia nos ha enseñado una cosa que debe halagar á los hijos de nuestro pais. En Nápoles, al bretón, al franco, al tudesco, se les habla en francés; al español se le dirige la palabra en italiano: á aquellos se les recibe como á estrangeros que van á admirar las bellezas de Italia, y á dar por consiguiente movimiento á su industria y á su comercio; pero á éste se le acoge como si fuera de casa: á los primeros se les estima como á amigos; al español se le ama como á un hermano. ¡Cuántas veces hemos oido decir: noi siamo fratelli! Esto es general en aquel hermoso continente. Al cerrar un trato, al ofrecer una garantía del cumplimiento de una promesa, y hasta al hacer un amante una protesta de cariño á su amada, no es estraño que oigamos decir: parola spagnola. ¡En tanta estimación está tenida la palabra española! Creemos no equivocarnos al asegurar, que nuestra tradición en toda Italia nos coloca en la categoría de los hombres mas queridos é influyentes en aquel pais. Si de aqui pueden sacarse grandes consecuencias, lo dejemos á la discrecion de nuestros lectores.
La vida del viagero en Nápoles, reúne á los encantos de su suelo, la circunstancia de poderse sobrellevar con no despreciable economía; pero para ello es menester, como suele decirse, conocer el terreno. Cada hombre que abre á nuestra curiosidad las puertas de un monumento, que nos proporciona una noticia, ó que nos señala una belleza, nos exigirá una recompensa; pero tampoco hay nada mas justo que esto. Sin embargo, la exigencia se modifica mucho hasta llegar á ser insignificante el premio, tan pronto como el viagero comprende que quizá con el décimo de lo exigido quedan satisfechos los deseos del pobre napolitano. Por otra parte, la casa, la mesa y el equipo se hallarán tan pronto como se soliciten, con comodidad, elegancia, buen gusto y á poca costa.
En la magnífica y bulliciosa calle de Toledo, se encontrarán objetos para satisfacer cumplidamente casi todas las comodidades y caprichos de la vida; hasta se presentará á nuestros ojos un espectáculo sorprendente. En Madrid no hay ninguna que reúna tan agradables contrastes, que ofrezca tan deliciosa perspectiva: la calle de Alcalá es mas ancha, tiene mas ciclo; pero la de Toledo de Nápoles está preñada, por decirlo asi, de sedas, de tules y de encages, de oro, de plata y de piedras preciosas; de cuantos objetos ha inventado el lujo. Cada puerta nos ofrece un cuadro de los mas finos colores y delicados cambiantes, recordándonos las riquezas del Oriente, ó nos brindan con el pórtico de un palacio lleno de luz y de frescura, y revestido de preciosos mármoles. Esta calle tiene cerca de media legua de longitud, y constantemente está llena de transeúntes, divididos por la doble fila de carruages que, especialmente por la tarde, aumentan los contrastes del panorama con sus elegantes trenes y sus hermosas damas. Apenas el sol tiende sus últimos rayos sobre las orientales azoteas que suelen descansar sobre el quinto piso, el alumbrado público ostenta sus numerosas luminarias, dando una tinta misteriosa á las calles, llenas aun de los postreros resplandores del sol.
Entonces parten los carruages al galope hacia la ribera de Chioja, ancho y alegre paseo que separa del mar la Villa reale, y que por la Mergellina se estiende hasta la falda del Posílipo.
Si desde aqui pasamos á Santa Luccia y al muelle, la decoración es muy distinta; pero el cuadro no deja de tener sus atractivos. El piso del cuartel de Santa Luccia es muy bajo. Fernando I intentó levantarlo, pero halló una enérgica oposición. En este sitio hay algunos objetos de escultura, dignos de notarse: en la calle del Gigante se ve una preciosa fuente de Cosino; al otro lado se descubre otra de Cárlos Fansaga; sobre el manantial de aguas sulfurosas se halla otra en cuyos bajos relieves están representados Neptuno y Anfitrite, con dos hermosos tritones, y una disputa de dioses marinos con motivo del rapto de una ninfa, obra de Domingo Auria. El puesto de. aguador, á manera de un altar, sobre el que se alzan los enormes cántaros llenos del fresquísimo líquido, entre guirnaldas y pintorescas pirámides de naranjos y limones, en la forma y estilo que se encuentran en Andalucía, es lo primero que aqui nos convida con su frescura y con un durísimo asiento; pero á su sombra puede contemplarse un pueblo inmenso, alegre, bullicioso, que ora en lenguaje figurado pondera la escelencia de sus frutas esquisitas, ora en corro familiar, cual si lo velaran las cortinas de una alcoba, desnuda y viste á sus hijos, ora trae agua de la mas vecina fuente para que se lave la anciana, ó para que sirva del mas limpio y saludable baño al cabello de la fresca y púdica doncella, tanto mas honrada, cuanto menos conoce el peligro de enseñar su mórbido cuello, sus pechos blancos como dos armiños, ó su hermosa pierna modelada por el escultor divino.
El muelle es una especie de puerto, principiado por Carlos de Anjou, continuado por Alonso de Aragón y el duque de Alba, y concluido por Cárlos III. Ese pueblo que vive medio dia dentro del mar, y el otro medio tendido al sol ó á la sombra, según la estación, posando la cabeza sobre un canasto estrellado de las escamas de los peces, es el que se presenta á nuestra vista. Ahi viven esos hombres acuático–terrestres, conocidos con el nombre de lazzaroni. Casi siempre están tendidos; una hora pasan á la sombra de su vela latina, y otra al sol junto al castillo del Cármine, saboreando el aroma de su pipa: su uniforme es sencillísimo, un calzón, una camisa azul, y un gorro colorado; en invierno se envuelven en un gran

domingo, octubre 11, 2009

Viage ilustrado (Pág. 437)

La ciudad de Nápoles está situada á 10° y 52' de latitud boreal del real observatorio de Capo di Monte, y al 11° 55' 45" de longitud oriental del meridiano de París. Su temperatura ordinariamente asciende en verano á 26° del termómetro de Reaumur, y baja en invierno hasta 2º sobre cero: por término medio se conserva entre 13 y 14, observándose asi constantemente en mayo y octubre.
Los vientos dominantes desde octubre á marzo, son del S. al S. O., que suelen acompañar á las lluvias; y desde abril á setiembre, son del N. al N. E., que mantienen la atmósfera serena, como no se contempla en ningún otro pais. Noviembre y julio se señalan, el primero por las aguas, y el segundo por los ardores del estío. Los dias hermosos son 90 al año, 70 los nublados, 120 los variables y 80 los de lluvias; de los últimos, 30 pertenecen al otoño, 24 al invierno, 18 á la primavera, y 8 al verano. Las nieves caen rarísima vez, y cuando ocurren, duran muy poco, La población de Nápoles es de mas de 400,000 almas; por eso se considera, después de Londres y de París, la tercera capital de Europa.
Tiene una población bellísima: se estiende en forma de anfiteatro al pie de una florida montaña, hasta tocar en el magnífico golfo en forma de media luna. Solamente la vista de Constantinopla es la que puede entrar en esta competencia, según la opinion de todos los viageros.
El pais está atravesado por los Apeninos; es en general montuoso, pero lo cortan valles y lo salpican colinas de una verdura eterna, de una amenidad que encanta, de un contraste de flores, de matices y de frutos que embriaga los sentidos. Entre sus productos agrícolas son abundantísimos y escelentes el arroz, el aceite, el cáñamo, el lino, el azafrán, el algodón, las almendras, las frutas de todas clases y los vinos, entre los cuales se distingue el delicioso lacryma Christi. Es rico en ganado vacuno, mular, caballar, lanar y cabrio; pero lo que mas choca al estrangero que cruza sus espesuras es el encontrarse frente á frente con la cornamenta de un búfalo, con las saetas de un puerco–espin ó con los ojos de un lince. Sus aves son tan hermosas como sus mugeres, tan pintadas como sus flores, tan armoniosas como sus brisas, y tan numerosas y varias como los peces de sus mares, el Mediterráneo y el Adriático. Tiene aguas potables muy buenas, y aguas minerales sulfúreas y ferruginosas muy saludables. Sus rios, el Garigliano, el Volturno, el Bassinto, el Péscaro y otros, refrescan con sus linfas su fecundísima tierra, y por entre la espesura de sus umbrosas y románticas selvas llevan un murmullo dulce, cantando mil tradiciones, mil cuentos, como los de las Mil y una noches, y mil anécdotas tristes, que puede escuchar el sensible viagero entre las cañas de sus juncos, las hojas de sus españadas y los pétalos de sus adelfas.
La primera impresión que se recibe al pisar las calles de Nápoles, es una especie de estupor y un cierto decaimiento semejante á los que produce un gran golpe que afectara hasta las mas hondas raices de nuestros nervios. No habrá ni siquiera un viagero que al entrar en esta ciudad, haya dejado de suponer, que en aquella hora hubiese un grande acontecimiento, cuyo eco contrastaba mucho con el reposo en que naturalmente se halla su espíritu, ora haya hecho su entrada por el sosegado mar, ora por las umbrosas y solitarias florestas. ¿Pero como se explica esa velocidad con que en confuso remolino marcha la muchedumbre, cuando estamos en un pueblo meridional en que la apatía, el descanso y la molicie son el mas delicioso entretenimiento? ¿Cómo ese infernal ruido, que mas tarde, á la media noche, ha de convertirse en un zumbido monótono y prolongado? Muy fácilmente.
Nápoles está situado en la falda de una cadena de montañas, y estendido en forma de anfiteatro junto a la misma espuma del Mediterráneo: por consiguiente, el lecho donde reposa la ciudad, viene á constituirse en una especie de centro ó caverna, donde el mar deposita en desaforados grifos los secretos de sus borrascas y los silbidos de sus huracanes; la estructura del terreno y su admirable vegetación impiden por otra parte la circulación de las ondas sonoras, y estas van por lo tanto á estrellarse, ó en el seno de las flores, ó en el tímpano de los mortales. Esto sirve también para esplicar la conservación de otros ruidos producidos por causas mas constantes en sus movimientos. Las calles angostas y prolongadas, pavimentadas con grandes y resonantes losas volcánicas, multiplican el ruido de diez mil carruages que vuelan, de mas de 50,000 almas que circulan en todas direcciones, que habían, para oirse, en voz alta, de miles de operarios que trabajan delante de la puerta de sus talleres, y de tantos vendedores como pregonan sus mercancías. Este bullicio inmenso va á repetir sus ecos y á aumentar su estruendo en mas de trescientas iglesias y en otros tantos palacios, resultando por fin ese murmullo eterno, que nos anonadada al principio, que nos narcotiza, pero que luego, escitándonos, desde el momento en que sucede la reacción al narcotismo, nos regenera, por decirlo asi, y nos produce el efecto del mas enérgico estimulante. Asi es que en la misma hora que comprendimos la naturaleza íntima de aquella animación, de la vida de ese pueblo tan sorprendente, montamos en un ligerísimo carruage, y ya no dejamos de correr hasta que abandonamos á Nápoles. Felizmente para el viagero, en cualquier instante le asaltarán unas cuantas calesas, según su figura y la velocidad con que marchan, que por una cantidad insignificante le llevarán desde un estremo al otro de la población; pero con una ligereza, que no menos que á servir agradablemente al estrangero, contribuye á agitar las enormes oleadas de las masas pedestres. Tan convenientes y económicos son estos ligeros vehículos, que muchas veces los hemos visto llenos de soldados que regresaban de la guardia, ó de gente de la clase mas ínfima y menesterosa de la sociedad. En ellos se embute el aristócrata inglés que con su mirada inteligente busca en cada pórtico de iglesia una columna jónica, y en cada plaza un monumento de granito; alli camina el francés que lo examina todo con esa mirada vaga del que hace alarde de cierto aire de suficiencia; alli va el indígena menestral, soldado, fraile ó monja, viejo ó joven; porque siempre hay muchos que gustan de las comodidades, y no pocos á quienes la necesidad los lleva al vuelo, y una ú otra exigencia se satisface con unos pocos de cuartos. La acogida que en Nápoles obtienen generalmente los viageros, no deja de ser muy lisongera. Acostumbrados sus habitantes al comercio y trato con los estraños, por la gran concurrencia que llevan á su pais su suelo, su cielo y sus bellezas monumentales, acceden á todos sus deseos con una prontitud admirable. ¿Queréis proveeros de bofas, de guantes, de esencias.

viernes, octubre 09, 2009

Viage ilustrado (Pág. 436)

Masaniello
Recordaremos solamente, en primer lugar, que cuando los españoles conquistaron á Nápoles, ya el leon de Castilla reposaba sobre dos mundos, y que al poco tiempo, al descubrimiento de Colon, se añadieron las conquistas de Cortés y de Pizarro. Las minas de Caonabo, Atahualpa y Motezuma, se habían abierto en Nueva España, Méjico y el Perú, para derramar rios de oro y plata y piedras preciosas sobre cuanta tierra cubrían nuestras banderas. En segundo lugar, Nápoles no cayó en manos de sus compatricios los de Cumas ni los de Belisario, que la redujeron á polvo entre mares de sangre, sino que vino á caer en poder de los que acababan de plantar la cruz en las almenas de Granada y en las playas del Nuevo Mundo; de los que habían hecho proverbial su hidalguía y su fé religiosa desde el uno al otro polo. En tercer lugar, no quedaron las Sicilias presa de gente cobarde y aventurera, y por lo tanto cruel y despiadada, sino que quedaron hermanadas con los futuros vencedores de Otumba, de Pavía, de San Quintín y de Lepanto. Entonces, ¿qué desventajas pudo reportar Nápoles de una nación como España, noble y caballerosa hasta lo novelesco, rica hasta lo maravilloso, y heroica hasta rayar en prodigios? Un eminente literato español está encargado de vindicarnos con una obra, que si es tan grande como su fama, será todo lo que podemos desear.
Desde la conquista del Gran Capitán empieza en Nápoles el gobierno de los vireyes y lugartenientes, hasta contar cuarenta de los primeros y veinte de los segundos, entre españoles y austriacos. A la época del vireinato pertenece aquella gran sublevación acaudillada por el célebre Massaniello, pescador de Amalfi, por ese hombre del pueblo que en pocos días, con la misma mano que empuñaba los remos de su barquilla, empuñó un cetro lleno de sangre, corriendo con tanta velocidad esa larguísima carrera, que apenas tuvo mas tiempo para gozarse en ella que el absolutamente indispensable para andar el tránsito que hay desde la choza del pescador de Nápoles al patíbulo erigido á poco mas de un tiro de bala. ¡El mismo pueblo que lo elevó hasta el trono, paseó su cabeza por la ciudad clavada en el acero de una pica, y á las cuarenta horas la sacó nuevamente para bendecirla! Todo esto aconteció en el cortísimo período de quince días. ¡Qué instabilidad de las cosas humanas!
Al vireinato siguieron las guerras de sucesión que vinieron á poner la corona de las Dos Sicilias sobre la frente de Carlos III. La vida militar de este gran monarca tiene muy altos relieves en la historia. A este hombre y á los españoles debe Nápoles esa dichosa monarquía, que pasando por cuatro testas coronadas de los Borbones, constituye hoy su mas completa felicidad: por eso nos aman tanto los napolitanos, y por eso también los amamos nosotros sinceramente. Pero la total pacificación del reino no dejó hasta su último hora de costar arroyos de sangre.
Al mismo tiempo que el conde de Clavíjo atacaba con una escuadra española las islas de Ischia y Procida, el infante don Carlos, uniendo sus tropas, también españolas, á las que mandaba el conde de Montemar, penetró en Nápoles lanzando al último virey austriaco Julio Visconti. Los españoles derrotaron en Sant–Angelo y Rocca Canina á los tudescos, bloquearon á Gaeta y se posesionaron de los castillos de Nápoles y del puerto de Baya, siguiéndose á esto la coronación del príncipe. Andaba Visconti reacio en su retirada, puesto que esperaba un refuerzo de 2,000 hombres que al fin obtuvo del conde de Sástago, y otro de 4,000 que desembarcaron en Manfredonia; pero tan pronto como Montemar lo supo, cargó con 12,000 de los suyos á 15,000 austriacos, causándoles una derrota sangrienta, hasta hacer 11,000 prisioneros y poner á los otros 4,000 en desesperada huida. Esta fué la célebre batalla de Bitonto de que tantos prodigios de valor narran las historias. Con esta y con la memorable jornada de Velletri, sucumbieron las águilas del imperio entre las garras del león de Castilla y el extraordinario esfuerzo de los valentísimos militares napolitanos que tan bizarramente se portaron al lado de los españoles en Velletri el día 10 de agosto de 1744, según hemos descrito estensamente en otro lugar de esta misma obra.
A la muerte de Fernando VI de España, sucedióle Cárlos III, el cual tuvo que abandonar á Nápoles en 1759, dejando la corona á su hijo segundo Fernando. Entonces las guerras de Napoleon vinieron á arrebatar el cetro que empuñó José Bonaparte, hasta que cambiándolo éste por el de España, dejó aquel en manos de Joaquin Murat. Después de la trágica muerte de éste, tomó Fernando posesión de su reino el dia 17 de junio de 1815, con el nombre de Fernando I. Desde 1825, que ocurrió su muerte, le sucedió su hijo Francisco I, que tuvo un breve reinado. Por último, la corona de las Dos Sicilias ha venido á parar en su legítimo heredero Fernando II, sabio é inteligente monarca que felizmente reina, á quien el cielo favorece en todos sus actos, por las virtudes de que se halla dotado, y por el esmero con que se consagra á las mejoras de su pais y al adelantamiento de sus súbditos. Este piadoso soberano es el que ha endulzado con su palabra y con sus obras los amarguísimos momentos de la proscripción de Pio IX, y el que hemos traído delante de nuestra vista en su compañía, en el vapor Tancredo desde Gaeta hasta su arribo á Pórtici.

miércoles, octubre 07, 2009

Viage ilustrado (Pág. 435)

pétua, que indolentemente agitada, os empuja por la derecha, y por la izquierda; los carruages de los señores marchan sin consideración á los que van á pie, os encontráis con una turba de vendedores de nieve y un enjambre de carretas del campo tiradas por bueyes, y cuyos conductores, fuman, gritan, gesticulan, os atrepellan y os vuelven locos, en una palabra. Esto también es Nápoles.
»Aqui lo único que hay verdaderamente habitable es la calle de Santa Lucía, la Chiaja y la plaza de San Francisco de Paula.
»El carácter del pueblo bajo napolitano es el de la gente amante del placer, de la indolencia, de la falta de cuidados, y que odian todo cuanto pueda molestarles, por cuya razón olvidan mas de un deber.
»Así, pues, no encontráis en este pais el cuidado, el respeto á la ancianidad que es tan común en nuestras buenas provincias. El padre viejo vejeta como puede. «Ha tenido sus buenos tiempos, os dicen, ¿qué queréis? es un viejo.» Son extraordinariamente perezosos, y como todas las organizaciones perezosas aman mucho el movimiento que viene de fuera. Por esta razón conducen los animales con una viveza bruta, y los muelen á palos, esclamando cuando alguno toma la defensa de la víctima: «Calle, aqui tenemos un alma cristiana; yo no sabia que la mia estaba á cargo de un abogado.» Por último, gustan mucho del bienestar; pero no quieren pagarlo con el precio de su sudor, y de esto nace que tengan amor al juego, y aun, por decirlo de una vez, al robo. El juego para ellos es una emoción, un cambio de fortuna que se corre sentado y sin fatiga; y el robo no lo tienen como cuestión de avaricia, sino como un sistema menos penoso de subvenir á las necesidades del momento que el trabajo; un lazzarone mete diestramente la mano en el bolsillo y os quita vuestro dinero, sin que se avergüence luego de esta acción; por el contrario, va á su casa y lo cuenta, diciendo con sangre fría, «hoy he ganado esto.» Oggi ho guadaghato quello.
Los vinos de la campiña de Nápoles son de muy buena calidad; el que se recoge en el Vesubio, llamado lacryma Christi, es muy célebre, asi como los de pie di monte, que vienen de los manantiales del Vilturno. Los de Garigliano en la Calabria, son los que alcanzan mayor grado de perfección. Oigamos á uno de los últimos viageros, el cual ha visitado cuidadosamente á Nápoles.
Al entrar en Nápoles, dice, las tinieblas de la noche y un espantoso ruido, que es lo primero que sorprende al viagero en esta ciudad, vinieron á confundirnos con los recuerdos de los estraordinarios acontecimientos del dia. Exigir de nosotros en aquel momento algo mas que cruzar las principales calles de Nápoles entre una masa enorme de gente, huyendo de los carruages que por do quiera nos embestían, mareados con el bullicio, y atolondrados con la ininteligible algarabía de los lazzaroni, seria exigir punto menos que imposibles. Sígannos nuestros lectores al hotel del Unívers, y verán con que gracia, sentados á la mesa, apuramos un gran plato de macarrones; sígannos también nuestras lectoras, y admirarán el donaire con que nos empinamos un considerable vaso del hermoso vino lacryma Christi; sígannos hasta el lecho, alrededor del cual encontrarán asientos en cojines de damasco, que al fin no es mucho pedir á las bellas, si solamente han de acompañarnos con la imaginación, donde muellemente recostados y recibiendo el fresco viento de sus abanicos, vamos á trazarles un ligerísimo bosquejo de Nápoles, si es que cuando al otro dia nos levantemos ágiles ya como una ardilla, quieren seguirnos y entendernos mejor en nuestras deliciosas correrías.
Allá entre los misterios de la fábula nos encontramos con unos griegos fugitivos de su patria, construyendo la antigua Parténope, que luego fué destruida y en seguida restaurada por los habitantes de Cuma. En los tiempos de Annibal, la ciudad que llevaba el nombre de Neopolis, no era otra cosa que una fiel aliada de Roma, pero que aun conservaba su fisonomía griega en su religion, en sus costumbres y hasta en su idioma. Adriano y Constantino la habían enriquecido mucho cuando los romanos la eligieron como sitio de recreo y Edén de sus delicias. Belísario, capitán de las huestes de Justiniano, destruyó la ciudad pasando á cuchillo á sus hijos, para ocuparse luego con el mayor celo de su reconstrucción y defenderla de un asedio contra Totila, al cual tuvo al fin que someterse. Las falanges de la Lombardía, las de Carlo–Magno, las de los griegos y las de los sarracenos gozaron sucesivamente de los encantos de Nápoles, hasta el siglo X en que Tancredo lanzó á estos últimos de su suelo, dejándolo luego en poder de sus sucesores.
En el siglo XII, Constanza III, hija de Roger, dió la corona á Enrique IV; pero después de la muerte de su nieto Conrado, en 1237, Mainfroi quedó reconocido por heredero. Este fué muerto por Carlos de Francia, hermano de San Luis, quien dispuesto á romper todos los obstáculos que se oponían á su reinado, y no satisfecho con una víctima, decapitó en 1268 al joven Conradino, heredero legítimo de la corona. He aqui el origen del grande odio que profesaron los napolitanos á los franceses, y que recibió satisfacción sangrienta en 1282, en aquella degollación de francos en Palermo el primer dia de Pascua de Resurrección, que se conoce con el nombre de Vísperas Sicilianas. Esto sirvió para encender mas los ánimos, y contribuyó mucho después á aquellas terribles luchas entre la casa de Francia y de Aragón, reinante en toda la segunda mitad del siglo XV.
Aqui comienza el primer período de la historia moderna de Nápoles: la dominación castellana. Ya hemos visto incidentalmente con el Gran Capitán, Gonzalo Fernandez de Córdoba, concluyó la grande obra de su conquista en el memorable cerco de Gaeta, después de las victorias de Cerignola y de Garigliano. Aqui le encontramos ahora en medio de opulenta y caballerosa cohorte, compuesta de la flor y nata de la nobleza española, en un dia del florido mayo, cubierto de riquísimo brocado, y haciendo su entrada triunfal con regia pompa bajo un magnífico palio y entre las aclamaciones de la entusiasmada muchedumbre. ¡Digna recompensa de su grande obra!
Este seria el lugar mas á propósito para contestar á algunos escritores estrangeros, envidiosos de las glorias de España, sobre las consecuencias de la union de las Dos Sicilias á la corona de Castilla, y sobre las ventajas ó desventajas que ha reportado aquel reino desde la conquista del Gran Capitán en 1573, hasta la abdicación de Carlos III en 1759; pero para ello necesitaríamos mucho papel y refrescar nuestra imaginación, demasiado escitada con los perfumes de las flores y las sublimes bellezas de Italia.

domingo, octubre 04, 2009

Viage ilustrado (Pág. 434)

corriendo perfectamente en armonía con el cielo, el sol y el horizonte de Italia.
Concluiremos con los Estados de Roma, diciendo que hay una gloria que no puede negarse á los italianos, y es la de haber sido los primeros en sacar á las letras y las artes de las tinieblas de la barbarie. Los nombres de Malpighi y Borrelli, en las ciencias, y los de Bocacio, Petrarca, Ariosto, Tasso,y tantos otros solemnísimos en la poesía, llenan el mundo entero. ¿Y si al lado de Rafael y Miguel Ángel nombramos á Angélico de Fiesola, Orcagna y Perugino, y Pablo Veranes, y otros muchos pintores de genio que han enriquecido los monumentos y los museos italianos con las maravillas de sus pinceles?
Roma no es hoy día lo que ha sido tantas veces, y en épocas tan distintas, pero aun asi, la capital del orbe cristiano, la ciudad eterna, ejerce mucha influencia todavía en los destinos del mundo, y es visitada por viageros innumerables de todas condiciones.
Desde la vuelta á esta ciudad de Pio IX, después de su emigración á Gaeta, Roma permanece ocupada por un ejército francés, triste ventaja en que han venido á convertirse tantas y tan fundadas esperanzas, como el actual soberano de Roma inspiró á su exaltación á la silla pontificia.
REINO DE NAPOLES.

El reino de Nápoles ó de las Dos Sicilias se divide primeramente en dos partes principales: habiendo sido tomado el Faro de Mesina como punto de separación, se distinguen los dominios aquende el Faro, es decir, la Tierra de Labor, el principado de Salerno, los Abruzos, el condado de Molisa, la Basilicata, la Tierra de Bari, la de Otranto y las dos Calabrias, en una palabra, toda la tierra firme, formando los dominios allende el Faro, las siete intendencias de la Sicilia que componen la isla entera.
Con el nombre de Gran Grecia, que debieron á numerosas colonias helénicas, estos paises tan productivos llegaron á una alta prosperidad, estableciéndose en sus ciudades el refinamiento del lujo oriental, la indolente holgazanería de los sibaritas, y las delicias de Capua, que se han hecho proverbiales en la historia, y que nada recuerda actualmente, como no sea la dulzura del clima de estos hermosos paises, el florido esmalte de sus campiñas, y la fecundidad de sus tierras.
»Cuando se parte, dice un viagero, de los alrededores de Fondi, donde principia el reino de Nápoles, es cuando puede formarse idea de la hermosura y riqueza de todo el pais. Por todas partes se ofrece la imagen de la mas poderosa vegetación, y junto hay un lago importante que produce las mejores anguilas del mundo.
»Nada mas risueño podria presentarnos la naturaleza que el puerto de Gaeta. Al fin del prado de naranjos que forma el jardín de la costa se señalan unas ruinas bañadas por la mar que indican los restos de una villa de Cicerón. Nosotros pasamos, después de comer el Garigliano, después de haber pisado las ruinas de una antigua ciudad, entre las cuales se ven todavía los restos de un anfiteatro á alguna distancia del camino. Nos aproximamos por fin á Nápoles, y después de haber atravesado la llanura mas fértil y cultivada, la villa Aversa, y dos pueblecitos, tan poblados de niños, como el campo al Este de árboles, llegamos á aquella célebre ciudad, cuya entrada seria en estremo risueña, si una impertinente aduana no pusiese de mal humor á los viageros, encantados por el aspecto de la naturaleza y del clima de este felicísimo pais, que con tanta justicia lleva el renombre de jardín de Europa.»
Nápoles, que probablemente fué fundada por una colonia egipcia ó fenicia, es una ciudad sumamente antigua, y cuyo origen se pierde en los tiempos fabulosos. El nombre de Parténope, que llevó largo tiempo, era, según los poetas, el de una de las sirenas que procuraron seducir á Ulises por el encanto de su voz Otras tradiciones tan antiguas y mas verosímiles, dicen que debió su origen á los habitantes de Cumes, que la llamaron Neopolis, ó ciudad nueva. Esta ciudad, construida en anfiteatro sobre la ribera del mar, ofrece un aspecto admirable cuando se llega á ella por el puerto.
Si queréis tener de Nápoles una idea buena, dice un viagero moderno, levantaos con el sol, entrad en una barca de pescador, y alejaos después algunas leguas de la costa; entonces os encontrareis en el centro del inmenso cráter que invade la mar para formar el golfo de Nápoles. Delante de vos, en una colina dulce y redonda, se despliega en anfiteatro la ciudad de la Sirena, la ciudad de San Javier; los rubies de la mar forman á sus pies un bracelete inmenso; la Villareale parece un ramo en su cintura, y el sol naciendo por detrás de las alturas de Amalfi, viene á dorarle la cara. A vuestra derecha, por encima de unos cuantos risueños pueblecitos, se levanta el Vesubio, solo, porque el Apenino se le separa, y dando un ancho rodeo, se le une luego en el mar. Sobre la ribera Castellamare, Vico, Massa y Sorrente, duermen en cunas de pámpanos y naranjos. A la izquierda, está Pausilipo con sus sepulcros y sus masas de verdura; detrás de vos, Capprea, Ischia y Procida dibujan en un horizonte de fuego sus admirables formas veladas de gasas azules y blancas. El cielo todo brilla con fuerte claridad, y un paraíso se presenta á vuestros ojos estasiados; estáis en Nápoles.
»La brisa sopla, os acercáis á la tierra, ¡oh! ¡qué espectáculo tan bello todavía! los pescadores de la Margellina vuelven ya con sus barcas; los bateles de Sorrente y de Castellamare, brillantes con sus cargas de naranjas, llegan también á inundar con sus manzanas de oro el muelle de la marina; resuenan armónicamente las campanas de cien iglesias de la ciudad, los ligeros carruages de Portici corren con velocidad; el ruido, el movimiento, los cantos, las fiestas respiran por todas partes: os encontráis en Nápoles.
Desembarcáis por fin... ¡qué cambio tan triste! Sobre el muelle, agrupadas delante de las casas, veis una multitud de viejas, sucias, desgreñadas, y con la cara soñolienta que se entregan á un continuado combate con la miseria de toda especie que las devora. Un olor desagradable viene de todas partes á causaros asco y disgusto. Entráis en las calles que van de la plaza del Carmen á San Javier, por ejemplo, ó la puerta Capuana; tronchos de braccioli y de fisocchi ruedan entre vuestros pies; los pobres os siguen, os acosan; de las ventanas penden girones medios lavados de que renunciamos dar una idea exacta. En vano buscáis aire en aquellas calles estrechas y malsanas, un olor de frituras ó de legumbres cocidas os ahoga; por todas partes la hediondez y miseria os siguen, os cercan. Escapáis por último y entráis en la calle de Toledo. Pero aqui halláis una multitud per–

viernes, octubre 02, 2009

Viage ilustrado (Pág. 433)

de los viageros, aun de aquellos que acostumbran á mirar con desdeñosa indiferencia los objetos mas prodigiosos.
En muy poco tiempo se llega á la orilla del Velino, donde se abre el canal que va al lago de Piediluco, y que atraviesa durante media milla un espeso bosque de adelfas y jaramagos, hasta desaguar en el inmenso lago, cuya circunferencia es nada menos que de siete millas. Su profundidad es bastante considerable y muy irregular y sinuoso su enorme alveolo. Lo que mas ha contribuido a la celebridad que tiene este pintoresco lago, es la rara propiedad con que en dos segundos y medio reproduce todos los sonidos, asi las modulaciones de la voz humana, como los compases de cualquier instrumento músico. Este es el fenómeno que se conoce con el nombre de eco de Piediluco. El aspecto que presenta el lago, al parecer dormido en un estenso y profundo valle, limitado circularmente por una cadena de montanas, es sumamente interesante y muy digno de ser con empeño visitado por los estrangeros. Figúrese el lector un inmenso anfiteatro, cuya arena es un precioso cristal azul, en que fingen caprichosos mosaicos mil pintados pececillos, y cuyos muros son altísimas y frondosas colinas; todo esto en un silencio sepulcral, y entoldado por un hermoso cielo salpicado de nubecillas blancas y de color de grana: ilumine con una luz dorada la mitad de los montes y del lago, contrastando pintorescamente con las sombras que el sol poniente había esparcido en el opuesto lado, y finja, en fin, una barquilla que rompe el cristal y ahuyenta los peces, y tendrá una idea aproximada de una de las cosas mas dignas de admiración, del magnífico y melancólico lago del Piediluco.
»En seguida, dice un viagero, tomamos á pie el camino de la cascada por entre un húmedo y sombrío bosque, donde en tranquila y voluptuosa soledad las erguidas y corpulentas hayas regalaban tiernos fabucos al enamorado sicómoro que besaba su planta; el frondoso castaño se dejaba abrazar por la lánguida y melancólica siempreviva, y la paloma torcaz buscaba á su cariñoso compañero, que con sentido arrullo la llamaba hacia aquellas lascivas espesuras. A poco que hubimos andado por sus angostas veredas, oímos voces articuladas, como de personas que venían á salirnos al encuentro. Efectivamente, un regimiento de mugeres montadas sobre una especie de asnos huesosos saltó en tierra tan pronto como estuvo delante de nosotros. Al principio nos ocurrió si aquellas serian ninfas del Velino, ó fieras de las montañas; pero luego nos decíamos: para ser fieras son muy mansas; para ninfas, ya son feroces; pero si como ninfas no son bellas, lo que es como fieras son muy hermosas.
»Asi que comprendimos que el objeto de aquellas mugeres era ofrecernos sus cabalgaduras, que nosotros no aceptamos, ni pudiéramos haber aceptado por compasión hacia los animalitos, nos acordamos de lady Morgan, que con nuestros coches y aquellos cuadrúpedos podria haber visitado cómodamente ese sublime cuadro, de que con tanto dolor tuvo necesidad de privarse.»
El rio Velino, luego que nace entre los montes Abruzzos, al S. O. cerca de Torrita y Antrodoco, recorre el valle llamado de Falacrina, lame la falda de Terminillo, uno de los altos Apeninos, recibe las aguas minerales del valle Cutilia, del rio Sarto y del Marsia, cruza por Rietí, se engruesa con la corriente del Turano, y atravesando el valle después de un curso de 56 millas, va á precipitarse estrepitosamente desde una altísima roca sobre el tranquilo Nera, constituyendo esa admirable cascada.
El nombre de Caduta della Murmore viene de la naturaleza de sus aguas, las cuales, conteniendo una cantidad de materia calcárea, tienen la propiedad de petrificar las sustancias que encuentran. A esto es debida la abundancia de mármoles y de estalactitas que se encuentran á su lado. El año 481 de Roma, Marco Curio Dentato, rompiendo el terreno petrificado, dio libre curso á las aguas estancadas, las cuales se desataron como un torrente, haciéndose después fertilísimo el sitio en que habían permanecido. Por esto Marco Tullio dio á aquel lugar el nombre de Tempe.
Dice Tácito, que cuando la inundación de Roma, por haberse salido de madre el Tiber, á consecuencia de grandes lluvias en tiempo de Tiberio, se proyectó cerrar esta catarata; mas las dispulas suscitadas por algunos municipios y por los Pisones se opusieron á semejante obra.
En el siglo XV los rietinos se determinaron á abrir un nuevo canal para dar dirección á las aguas, lo cual fué un grito de guerra pára los hijos de Terni. Aquellos tomaron la roca de Sant Angelo, y estos, deseosos de vengarse de sus adversarios, tuvieron una asamblea pública el 17 de agosto de 1417, en la que acordaron: Eundum ad portum marmorum ad moriendum. Braccio Fortebraccio, señor de la Umbría, examinando la cuestión, impuso á los de Rieti que prescindiesen de su empresa. En 1540 recurrieron á Paolo III, y teniendo entonces mejor éxito su causa, emprendieron la obra bajo la dirección del arquitecto Sangallo. Las reclamaciones en contra, hechas por Roma, Terni y muchas comunidades, obligaron al papa á enviar al sitio un conservador romano, dos caballeros y cuatro peritos, quienes dijeron que no ofrecía ningún peligro el nuevo canal. Entonces se ajustaron paces entre los de Rieti y Terni, según se ve acreditado por una medalla que se acuñó en 1546, que dice: Unitœ mentus uniunt. A fines del siglo XVI, Clemente VIII hizo que se perfeccionase la obra, encargando la dirección de los trabajos á Domenico Fontana.
El espectáculo que hoy ofrece la cascada, solamente un pincel podria dar una idea exacta de lo que es un rio que á la altura de mas de mil pies se despeña en dirección vertical sobre otra caudalosa corriente, con una velocidad tan grande, que jamás han podido detener ni los esfuerzos de los hombres, ni el poderoso brazo de los siglos. De nosotros solo podremos decir, que con una especie de estupor producido por el espantoso estruendo del torrente y por la espesa niebla que despedía la eterna y enorme columna de espuma blanca, saludamos las aguas á su arranque, asomándonos por la estrecha grieta de una roca, les salimos al encuentro en la mitad de su descenso, y fuimos á aguardarlas al abismo en que se precipitan, cada vez mas admirados de ese sublime y aterrador cuadro que ofrece la naturaleza con solo haber roto el dique á un manso y cristalino rio. Esta admirable catarata ofrece un cuadro tanto mas bello y apacible, como observa un viagero, cuanto que no se lanza ciertamente con impetuosidad al través de rocas escarpadas y estériles, sino que cae en un risueño valle, en medio de un plantío de naranjos, y esparce á lo lejos su perenne rocío sobre las llores y las yerbas,